Volvió entonces Sebastián al periodismo político y cultural en las páginas amigas del Oiga liberal de entonces con el cargo de redactor Principal.
No cesó en su actividad literaria; viajo a Japón invitado a ver el teatro No, pasó a México, publicó Dios en el cafetín, pero sobre todo logró que se publique en México su famoso ensayo Lima la Horrible.
En 1965 estuvo en Génova y siguió escribiendo casi frenéticamente, terminando Ifigenia en el mercado y El rabdomante (que le significará, esta vez de manera póstuma, otro Premio Nacional de Teatro).
Cuando preparaba su poemario El Tacto de la araña y redactaba la novela Alférez Arce, Teniente Arce, capitán Arce le sobrevino el grave ataque al hígado que acabó con su vida.
El drama ocurrió el 29 de junio. Francisco Igartua lo describió días después. “Cayó aquí. En la mesa de al lado, en su escritorio, el que fue suyo desde la fundación de Oiga. Cayó sobre esta máquina de escribir al terminar este renglón: “iQué linda sería la vida si tuviera música de fondo!”. Auxiliado por sus compañeros de trabajo alcanzó a calle. Allí le vino el vómito de sangre, luego a su casa, al hospital, la operación desesperada e inútil. Cayó luchando con su arma al lado: la máquina de escribir: Cayó en una trinchera de Oiga, su Última trinchera”.
Volvamos a Vargas Llosa para un elogio final:
...Los homenajes que se le rindieron, la conmoción que su muerte causó, las múltiples manifestaciones de duelo y de pesar, esas coronas, esos discursos, ese compacto cortejo, son el toque de silencio, los cuarenta cañonazos, las honras fúnebres que merecía tan porfiado y sobresaliente luchador...
¿Cuánto publicó Sebastián, en artículos, libros, antes de su desaparición? En teatro se registra Pantomimas 1950), Rodil (1952), El de la valija (1953), No hay isla feliz (1954), Algo que quiere morir (1956), Seis Juguetes (1958), El fabricante de deudas (1964), Ollantay (1965).
En poesía Rótulo de la esfinge (1943), Voz desde la vigilia (1944), Cuaderno de la persona oscura (1946), Máscara del que duerme (1949), Tres confesiones (1950), Los ojos del pródigo (1951), confidencia en alta voz y Vida de Ximena (1960), conducta sentimental (1963). Su poemario El Tacto de la Araña fue publicado póstumamente en 1965, pocos meses después de su muerte.
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En narrativa Náufragos y sobrevivientes (cuentos, 1954), Pobre gente de París (1958), El señor gallinazo vuelve a Lima (cuento para niños, 1961), Dios en el cafetín (cuentos, 1964). Su novela inconclusa AIférez Arce, Teniente Arce, capitán Arce fue publicada póstumamente en 1969.
En ensayos Cuba, nuestra revolución (1962), Lima la horrible (1964). Y sobre arte: Arte milenario del Perú. Latinas y textos reunidos por Sebastián Salazar Bondy (1958), Del hueso tallado al arte abstracto (1960) y Cerámica peruana prehispánica (1964).
En la zona de publicaciones en revistas, periódicos y antologías su producción fue copiosa y merece destacarse su Antología general de la poesía peruana que compartió con Alejandro Romualdo Valle, publicada en 1957.
Respecto de sus publicaciones en diarios y revistas, Hirshchorn plantea la hipótesis de que Sebastián quizá hubiera preferido, como lo dijo alguna vez José Carlos Mariátegui, no agotar esfuerzos en la cotidianidad de la redacción: “… privilegió el artículo periodístico no porque fuese su vía preferida sino porque tenía que ganarse la vida” aunque puntualiza más adelante que “las columnas de los periódicos le permitieron ejercitarse plenamente en la escritura, hacerse conocer y sobre todo son el mejor medio de análisis que sea asequible a la mayoría, permitiendo también expresar sus ideas sobre la vida, política”. Y añade en una nota al pie: “Un escritor peruano no puede vivir de su pluma”.
Quizá obvia el distinguido biógrafo la cuestión de la vocación temprana que, unida a su precocidad, lo llevaron a las redacciones de los periódicos: “... afirmé la conciencia de que mi vocación [por la literatura. Nota Mía] era una vocación profunda, era un oficio que debía ejercerse como oficio y que me permitió abandonar, con toda la posesión del acto que realizaba como una liberación, abandonar la Facultad de Derecho, a la que me condenaba la rutina”.
En suma, escribir era su vocación y no sólo para la creación, como hemos visto, encontrando en el periodismo el terreno ideal para hacerlo y eligiéndolo como modo de vida. Hay muchos escritores que viven de su holgura y que sin embargo no abandonan el periódico porque éste es una caja de expresión y de resonancia con virtudes que no posee la literatura.