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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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lunes, 21 de noviembre de 2011

OIGA

Lima, 7 de junio de 1935

Señor don Víctor Raúl Haya de la Torre.
Hoy, Día del Ejército, Día de Arica, día de gloria entre los días peruanos más gloriosos, no debiera ser el más indicado para escribirle a usted que no ama nuestras proezas militares y que piensa en el «compañero soldado» sólo para incitarlo a la rebelión. Pero los acontecimientos, la dolorosa ironía de los acontecimientos, han querido que hoy me toque escribirle a usted esta carta.
Se la escribo, para decirle a usted, una vez más -deseo que no sea la última vez- cuán graves daños le ha causado usted al Perú. No se figure usted que voy a hablarle de la sandez doctrinaria del Apra, ni de la inmoralidad de sus dirigentes, ni de la inconsciencia de sus prosélitos multitudinarios. No. Todo eso lo callarnos por sabido.
Le escribo para decirle que sobre la acción pública de usted, tan breve y tan luctuosa, tan efímera y tan infortunada, pesan dos cargos mortales. Ha suprimido usted a los rebeldes y ha creado asesinos. A los grupos de hombres libres y activos los ha reemplaza­do usted con bandas de fascinerosos. La lucha política la ha conver­tido usted en una pavorosa aventura judicial. Ya en el Perú no hay gobiernistas y opositores. Hay delincuentes y víctimas. Ignoro si usted y sus amigos se dan cuenta del horror de este estado de cosas.
Si, por fortuna nuestra, no estuviera, hoy, a la cabeza del gobierno y al frente de los destinos del Perú un hombre sereno y respetable, un hombre honesto y respetuoso, un hombre tranquilo y firme como el presidente Benavides, nos mataríamos en las calles. Todos, compañero, andaríamos o con el puñal al cinto o con la carabina al hombro. Y de esto, es usted el único responsable.
Si hubiese usted logrado corromper a los hombres y convertir en asesinos a varones de treinta años, acaso le perdonásemos su actuación. Es decir, no se la perdonaríamos; pero la comprendería­mos. Por lo menos, se trataría de crímenes de hombres. Pero ha corrompido usted a los niños. Es usted un violador de conciencias adolescentes. Observe usted lo pavoroso que es todo esto.
Para desgracia del Perú, frente a usted surgieron, en época felizmente concluida, otros tan violentos, tan sanguinarios y tan inconscientes como usted. Y el Perú estuvo a punto de convertirse en una batahola de matarifes dentro de un camal. Esto fue muy breve, porque la inmensa mayoría de las conciencias honradas y de los corazones tranquilos, pudo más que la epilepsia creada por usted. Y concluyó la beligerancia que usted produjo.
Pero después de que el presidente Benavides vino a darnos orden y paz, usted y los suyos fueron los primeros en aprovechar los beneficios de la paz y el orden, usted y los suyos insistieron en el asesinato. Es su método político. En usted, la actividad criminal es congénita.
A la cabeza de sus hordas, ha destruido las tradiciones jurídicas del país, ha pisoteado sus recuerdos heroicos, se ha chingado usted en su dignidad civil, ha roto usted su equilibrio político, ha ensuciado usted su nobleza democrática. Nos ha dejado usted, cívica y espiritualmente calatos y sucios.
Si Leguía destruyó el respeto por la función pública y convirtió en portapliegos a los más altos dignatarios del Estado, usted le ha quitado majestad al pueblo, le ha quitado valor a la masa, ha envilecido usted a la multitud.
Y, por reacción inevitable, ha producido usted el encumbramiento de los ricos necios. En el Perú, ya había muerto el becerro de oro, ese animal hediondo y voraz que tanto prosperó con Leguía. Por obra de las artes criminales de usted y de los suyos, el becerro de oro vuelve a lanzar sus balidos mefíticos y otra vez lo vemos en la prensa y en el parlamento, empeñado en asumir la dirección de los espíritus. Dichosamente, oh, compañero, jamás la animalidad se sobrepuso al espíritu.
Por culpa de usted, tenemos que guardar patriótico silencio los que siempre alzamos, bien alta, nuestra voz patriótica. Entre los ricos necios y los asesinos sin hombría, tenemos que quedarnos con los ricos necios. Son cargantes y fastidiosos; pero no atentan contra la vida de nadie. Nos entorpecerán un poco; nos harán un poco grasos y un poco sórdidos; pero no nos envilecerán nunca. Son gentes digestivas a quienes, a la larga, el cerebro les gana la batalla.
A mí, créalo usted, me da mucha pena ver que, por culpa del APRA, es imprescindible que transijamos con la tontería. Pero entre un tonto y un bandido, no duda ningún hombre de bien. Quién sabe si, por culpa de usted, nos sea preciso terminar hasta en algodoneros.
Acaso concluyamos fundando una casa de préstamos. Triste destino para quienes iniciamos nuestra vida pública oyendo voces patricias.
Yo, joven capitán de niños delincuentes, me formé en la política, escuchando al verbo espiritual de Víctor Maúrtua, las leccio­nes de Javier Prado, la obra de Manuel Augusto Olaechea, ese artista del Derecho Civil. Oí la voz de Nicolás de Piérola y le escuché a don Andrés Avelino Cáceres relatar las campañas de la Breña. Yo, joven capitán de niños delincuentes, conversé, durante siete años, casi todos los días, con Manuel González Prada. Los primeros elogios que escuché en mi vida los escribió la pluma magistral y austerísima de Abelardo Gamarra. Mis compañeros de juventud fueron Abraham Valdelomar, Leonidas Yerovi, Julio Málaga Grenet, José Carlos Mariátegui, César Falcón. Conspiré junto a Augusto Durand y fui testigo de las tumultuosas campañas cívicas de Guillermo Billinghurst, ese hombre tan saturado de pueblo. Lo implacable de la política lo aprendí en Germán Leguía y Martínez, la circunspección distinguida la vi en Melitón Porras, el empuje audaz e inteligente en Arturo Osores, la caballerosidad y el dandismo en José Carlos Bernales. Yo lo conocí a don Ricardo Palma cuando torcía un cigarrillo de la marca «Perú». Yo he bebido en la fuente del ingenio profundo, sutil, encantador de ese maestro de estadistas y de pensadores que es José Balta.
En el extranjero traté a muchas gentes de igual alcurnia mental. Y ahora, cuando mi juventud termina, llego a mi patria, joven capataz de niños asesinos, a presenciar el horrendo espectáculo del crimen convertido en costumbre. Nunca le perdonaré a usted todo esto. Cuando Piérola hacía sus revoluciones, las hacía con una gallardía, con un empuje, con un romanticismo, con una virilidad que sus mismos adversarios admiraban. Era el Caballero Andante de nuestra política.
Quizá habría sido preferible que nunca lo tomáramos a usted en serio. Pero como usted es megalómano y quiere que lo tomen en serio, se ha convertido en gangster y lo ha conseguido. Ya lo tomamos en serio. Todo lo que cae dentro de las extremas disposi­ciones del Código Penal, es muy serio.
Por culpa de usted, José de la Riva Agüero, ese historiador tan distinguido y erudito, tan heráldico, es personaje político. Por culpa de usted es personaje político don Carlos Arenas Loayza, ese Mefistófeles sin Fausto y que del infierno sólo tiene el color.
Carece usted de heroicidad y de grandeza. Carece usted de aristocracia mental y sicológica. El problema del orden público, siempre tan grave en el Perú, hoy es, ante el crimen, el único problema grave. Ya no podemos ocuparnos en mejorar las institucio­nes y las leyes, las costumbres públicas y los hábitos privados. Apenas nos deja usted tiempo para evitar que nos asesinen. Por culpa de usted se ha creado el conflicto religioso y ha desaparecido la universidad.
Usted podrá creer que un hombre que ha producido tantas calamidades tiene grandeza. Y esto es mentira. Tiene dramaticidad, como la tienen un incendio, un ciclón o un naufragio. Es usted deplorable y dramático como un terremoto. A usted, el Perú nunca podrá darle el poder. Es imposible, así como es imposible que la naturaleza le conceda al huracán la dirección del mundo.
Por culpa de usted, nuestras gentes le han perdido el respeto al Poder Judicial y quieren que retornemos a los amargos y remotísimos tiempos en que los hombres se hacían justicia por su propia mano. Y los que aún respetarnos, Ilusos, al Poder Judicial nada podemos decir. Quizá, también, nos llegue la hora de hacernos la justicia por nuestra propia mano.
Por culpa de usted, uno de los mandatarios más austeros, más correctos -en el buen inglés de la palabra-, más bien intencio­nados que ha tenido el Perú, pasa por el injusto e incalificable trance de estar sometido a amargas y apasionadas disputas. Por culpa de usted, le hemos perdido el respeto a lo respetable. Nos ha envilecido usted en grado verdaderamente aprista.
Cuando pienso en la obra consumada por el aprismo, casi me alegro de que estén bajo tierra los grandes amigos de mi juventud y que duerman el sueño eterno mis grandes maestros. Y me da pena que vivan Manuel Augusto Olaechea, Víctor Maúrtua, Manuel Vicen­te Villarán, Arturo Osores, Melitón Porras. Ha encenegado usted a los niños, ha pervertido usted a los adolescentes, ha entristecido usted a los jóvenes, ha desconsolado usted a los hombres maduros y ha ensombrecido usted los últimos años de los viejos.
Ha detenido usted el progreso democrático y el avance liberal y ha prostituido usted, con perversidad infantil, el sentido marxista. Es usted un andrógino de la política, un indiferenciado de la vida pública. Es usted responsable de que vayamos perdiendo el amor a la justicia, ese amor que fue base de la grandeza de Roma y es base de la grandeza de Inglaterra.
Lo único que le falta a usted es inficionar los espermatozoides a fin de conseguir que de los hijos de nuestros hijos nazcan unos fascinerosos. A la mujer, la ha embarcado usted en aventuras varoniles de conspiración y de tramoya pública. Quizá llegue usted a destruir los ovarios de las madres peruanas.
Usted tiene la culpa de que no nos haya sido totalmente posible aplicar la patriótica política financiera del Presidente del Perú. La hemos aplicado nada más que en buena parte. Pero si usted y sus muchachos asesinos no actuasen, los ricos necios no habrían alzado, tan insolentemente, sus voces para oponerse a esa política financiera tan justa y tan exacta y para impedir, felizmente nada más que en parte, su feliz aplicación. Por culpa de usted estamos a punto de que desaparezca la justicia común y la clase media, esas dos grandes conquistas de la civilización en dos mil años de marcha. Cuando la justicia se llama común es porque es para el común de las gentes, porque es justicia de la comunidad; justicia en la cual se refunden los viejos conceptos de la justicia distributiva y de la justicia conmutativa. Cuando la clase se llama media, es porque se ha conseguido el equilibrio de las clases y se ha logrado ese punto fiel donde todos los hombres igualan sus aspiraciones y sus posibilidades. Por culpa de usted, resurgen la plutocracia roñosa y la justicia no igualitaria, es decir, no común.
Mire usted cuantos daños ha producido. Por culpa de usted, yo no puedo decir ahora las tremendas verdades que tanto necesita el Perú. Usted adulteraría esas verdaderas y las convertiría en mentiras. Haría de ellas un vil acto publicitario. Y yo no puedo ni debo ser su colaborador. Mi indignación contra usted llega a este punto: antes que ser su amigo, prefiero ser oligarca. Como no puedo mentir, me callo la boca. Que caigan sobre usted las desdichas provenientes del súbito engreimiento de los tontos y de la repentina prepotencia de los criminales.
Nosotros haremos cuanto esté en nuestras manos para evitar que la tontería y el delito destruyan al Perú. Al Perú, que vale mas que usted, aunque solo sea por la razón de que usted es el Perú con signo negativo. Si es verdad que lo inminente se cumple, morirá usted en manos de un niño.
Federico More

sábado, 19 de noviembre de 2011

La República

16 de noviembre de 2011

Aniversario. La primera edición se publicó el 16 de noviembre de 1981.

Hace treinta años empezó a forjarse una República superior

La República se ha posicionado como un diario imprescindible.

Nuestro diario cumple tres décadas llegando a sus manos. Entra a la madurez con el ímpetu de sus primeros años y el reconocimiento de la sociedad entera.

Inés Flores y Rocío Maldonado.

El 28 de julio de 1980 Fernando Belaunde Terry inauguró su segundo mandato presidencial después de 11 años de dictadura militar. Los peruanos comenzábamos a vivir nuevamente en democracia, pero al mismo tiempo se iniciaba una etapa conflictiva en el país: la crisis económica externa golpeaba con fuerza, especialmente a los sectores más pobres, y al mismo tiempo estallaba una dolorosa guerra interna dirigida por el sanguinario terrorista Abimael Guzmán.

En este escenario nace el diario La República, cuyo objetivo, plasmado en su primer editorial: “En busca de una República superior”, no era otro que rescatar el carácter revolucionario y contestatario de la palabra República para imprimirlo en sus páginas día a día.

La primera edición de La República aparece el 16 de noviembre de 1981 a las 4 de la tarde. Fue una publicación de formato tabloide, en blanco y negro, con notas principales en su primera página. A los pocos días se convirtió en un tabloide rojo y negro, distintivo que nos caracteriza hasta la actualidad.

La República nació como un diario político, de denuncia, de oposición constructiva. Fue la apuesta de un grupo de periodistas y empresarios peruanos.

En primera línea estuvieron el empresario Gustavo Mohme Llona, un socialista convicto y confeso, y el periodista Guillermo Thorndike. “Hacía falta un diario que promoviera la democracia, la justicia social, los derechos humanos, el Estado de derecho”, justificaba años después Mohme Llona.

Su primera redacción funcionó en la cuadra 4 del jirón Huancavelica, en el centro de Lima. A pocas cuadras del actual local. Bajo la dirección de Thorndike, los periodistas, identificados con las banderas de este nuevo proyecto periodístico, se sumergieron en esta titánica tarea. Redactaban sus textos en las viejas máquinas de escribir Olimpus, las mismas que ocho años después fueron reemplazadas por las pequeñas computadoras Macintosh.

Escándalos y terrorismo

Las páginas de La República reflejaban los escándalos políticos que envolvían al régimen belaundista, así como la ola de terror que desataba Sendero con apagones, coches bombas y asesinatos.

Paralelamente se dio gran despliegue a las crónicas policiales, y fue así como en tres meses pasó a vender de 11 mil a 200 mil ejemplares diarios.

El diario crecía más. Se incorporaron dos suplementos. VSD, un magazine que se publicaba los viernes; y Domingo, la revista de actualidad de los días domingo.

Además, se incorporaron como articulistas los escritores Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano y Mario Benedetti. En la actualidad ese honor nos lo da el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

Al poco tiempo La República se convirtió en el diario de las grandes mayorías, pues en sus páginas se sintieron identificados los partidos de centro y de izquierda, los sectores laborales y, como solía decir Mohme Llona, “los sin voz”.

Sin embargo, en 1983 una terrible noticia enlutó al diario. Jorge Sedano, uno de sus reporteros gráficos, fue asesinado brutalmente junto a otros siete periodistas en las pampas de Uchuraccay, en Ayacucho.

Se dijo que los campesinos los asesinaron porque confundieron sus cámaras fotográficas con fusiles, pero La República, en una acción decidida entre directivos y trabajadores, optó por buscar la verdad. Lamentablemente, al año siguiente se sufrió una nueva baja. Jaime Ayala Sulca, quien reportaba desde Huanta los cruentos sucesos de esta violencia sin nombre, fue declarado desaparecido luego de describir en diversos informes por qué el accionar terrorista se centró esencialmente en Ayacucho.

Con el paso de los años, La República participó activamente en la política. Las campañas electorales que en 1983 llevaron a Alfonso Barrantes Lingán a la alcaldía de Lima y en 1985 a Alan García a la presidencia de la República tuvieron amplia cobertura en las páginas de este diario.

La lucha contra la dictadura

Hasta que llegaron los años 90. La violencia terrorista ya se había trasladado del interior del país a Lima, y la explosión del coche bomba en la calle Tarata de Miraflores fue el caso más emblemático.

Alberto Fujimori, de origen japonés, había llegado a Palacio de Gobierno y al poco tiempo pateó el tablero. El 5 de abril de 1992 cerró el Congreso de la República, detuvo a los presidentes de ambas cámaras legislativas y a los principales dirigentes políticos; además, tomó el control del Poder Judicial.

Y como en toda dictadura, la prensa recibió el golpe. Los militares ocuparon las instalaciones de los principales medios de comunicación. La República tuvo un rápido reflejo. La edición del día siguiente salió con espacios en blanco en la portada y en las páginas donde iban las noticias y titulares censurados por los militares.

La creatividad de los editores y de los periodistas dejó en evidencia a la dictadura.

De inmediato, el diario se puso en alerta ante cualquier forma de abuso. Lo hizo a través de su cobertura cotidiana, pero sobre todo desde su Unidad de Investigación, con Ángel Páez y Edmundo Cruz.

“El periodismo de investigación desplegó mayores esfuerzos por revelar las características de esta nueva forma de gobierno y el uso de los sistemas de inteligencia como columna vertebral de lo que se desarrollaría como una acción criminal dentro del Estado”, recuerda Páez.

En tanto Cruz, acucioso periodista de investigación que tuvo un protagonismo importante en el destape del aesinato de los estudiantes y del profesor de La Cantuta, destaca lo que fue la sensibilidad del diario en esa coyuntura.

“A inicios de los 90 había sido el primer diario peruano con una Unidad de Investigación como expresión de su deseo de hacer una cobertura más profesional e interpretativa en medio de un país abatido por la violencia”, explica.

Ante casi una década de violencia, La República fue el único diario que, junto a tres revistas (Caretas, Oiga y Sí) y muy pocos colegas de televisión, adoptó una posición independiente frente a los grupos terroristas y el régimen de Fujimori, asumiendo una actitud profesional al tratar la información.

Fue el primer medio, agrega Cruz, que dio la alerta del surgimiento de un escuadrón de la muerte cuando ocurrió la matanza en Barrios Altos, y el único que dio la noticia de la matanza en La Cantuta”.

La periodista María Elena Castillo recuerda también que frente a la política de detenciones arbitrarias, La República denunció esos casos “dándoles voz a los inocentes, contando sus historias, buscando las pruebas de la injusticia que se había cometido con ellos”.

En la segunda mitad de los 90, ya Gustavo Mohme Llona había asumido la dirección de La República; pero entonces se había iniciado la etapa más oscura de ese régimen, de mayor corrupción.

A su turno, Carlos Castro, actual subdirector de La República, recuerda que Fujimori y Montesinos habían creado una estructura para controlar las instituciones y tenían a propietarios de medios comprados con dinero que salía del SIN.

“Fue entonces cuando el papel de La República resultó fundamental, y una de las personas que nunca dudó de lo corrupto que fue ese régimen fue Gustavo Mohme Llona, a quien el tiempo y la historia le dieron la razón, pero que no llegó irónicamente a ver la caída del régimen”, concluye.

Una reingeniería constante

Al cumplir 30 años, La República se ha consolidado como un diario influyente en el país y de referencia cuando se habla de política nacional. Desde su lanzamiento ha experimentado varios cambios, tanto de fondo como de forma, pero manteniendo una línea editorial en defensa de la institucionalidad democrática, los derechos humanos, justicia social y la lucha contra la corrupción.

Ser coherente en la defensa de esos principios le valió el reconocimiento de la opinión pública durante el último proceso electoral, alcanzando tirajes históricos.

Pasado ese momento, aprovechando el posicionamiento logrado y en la búsqueda de la superación constante, La República, bajo el liderazgo de su director, Gustavo Mohme Seminario, alista un relanzamiento, previsto para fines de este mes, el cual contempla un rediseño que trasciende formas, colores, tipografía y tamaño.

El diario de hoy

En la actualidad, La República abre sus 32 páginas, aunque en ocasiones llega a las 40, de formato tabloide, con información de carácter político, a la que se dedica la mayor cantidad de páginas y portadas. Las notas de otras secciones pueden ser la tapa del diario cuando el caso lo amerite, pero siempre mantienen su ubicación al interior del diario.

El análisis del quehacer político, a cargo de nuestros columnistas, constituye también un referente para nuestros lectores y uno de los ejes que soportan el diario.

La influencia de la sección Política no se discute y no se tiene pensado restarle peso, pero en un contexto con lectores jóvenes proclives a leer cada vez menos y en que las nuevas tecnologías de la información marcan un desafío para la prensa impresa, La República apuesta por reforzar las secciones de Economía, Mundo, Sociedad, Policial, Cultural, Fama y Deportes con el propósito de llegar a un público más amplio, mucho más familiar.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Sebastián Salazar Bondy In Memoriam

Las ausencias nacen cuando se apagan las existencias.

Podría decirse que con Sebastián Salazar Bondy la amistad empezó a golpes, luego de un primer encuentro en que, como caballeros, se batieron por diferencias en criterios estéticos respeto a una obra de teatro; ambos se convertirían en íntimos amigos. Salazar Bondy, sucumbió a la crisis que lo mataría poco después mientras redactaba en Oiga, y fueron estas las últimas palabras escritas: “Que linda seria la vida si tuviera música de fondo”. El siguiente artículo publicado por Francisco Igartua, en el semanario Jornada de 1944, prendió la mecha que dio comienzo a esta gran amistad.

Marginalia

Los niños terribles

Salían de la escuela y se diseminaban por las calles, vocingleros y alegres, discurriendo a su modo sobre las incidencias del día. Fluctuaban entre la niñez y la adolescencia. Matizaban, a todo pulmón su coloquio diciéndose de “zamba canuta” para arribe lo que es bastante decir. Era una jerigonza de epítetos, lo más procaces, puestos como motes a sus maestros. Los seguí de cerca. Pensé en la “escuela nueva” que es un sistema educativo de lo más cómodo e interesante. El maestro, según las normas que la disponen, es pasivo; el alumno es lo dinámico de la clase. El hace y deshace. El maestro orienta, encauza, dirige, vigila. Nada de malos tratos. Nada de castigos. Nada de reproches duros.

Pero estos niños gritábanse, empujábanse, maldecíanse y maldecían, empujaban y gritaban a los demás: a los transeúntes y a sus maestros, a sus padres y a sus parientes. La patria cifra en ellos su porvenir. El dómine de la palmeta y el látigo pasó a la historia. Pasó a la historia con todos los sistemas que recurrían a la sanción dura e intolerante. Ya no se puede aceptar la existencia de un Clérigo Cerbatana –como aquel de Quevedo– que mataba de hambre a los alumnos y dejaba caer su rigor sobre el seco pellejo de sus amojamados educandos. Ahora se usa de la palabra convincente, de la lección bondadosa, del amor, sí, del amor sobre todo.

Pero, a pesar de esto, todos los niños, como aquellos de que comencé a escribir, andan por las calles —¡y me imagino que en el aula también!—con la más incorrecta de las urbanidades — urbanidad, de urbe sin duda. — No es que quiera que los dichos infantes se estén calladitos como piezas de ajedrez y sin una sonrisa y sin una pizca de holgorio. Que sean retozones y simpáticos, que sean avispados y simples; que sean holgazanes, cretinos, estudiosos o memoristas. Pero que sean urbanos, que tengan urbanidad. Que no lancen interjecciones en el tranvía, ni que se jalen de los pelos en la calle, ni que se líen a puñadas en plena vía. Esto yo no sé si lo contempla la nueva educación, pero si estoy seguro que los viejos magisters de antaño lo tenían como primerísima e importantísima función: enseñarles que se debe respetar al prójimo y que el prójimo es el próximo, el vecino, el que está al lado; enseñarles a mirar las canas y las faldas con respeto: Que no le digan piropos procaces a las niñas, ni a las mozas, ni a las ancianas.

Yo sé que ya no se les debe meter en la cabeza cuál es el pluscuam perfecto del verbo yacer, ni cómo se diferencia una cláusula rítmica trocaica de una yámbica.

Nada de esto. Formación del estilo. Sé, también, que, no se les debe obligar a aprender quién fue Bamba o Gudemundo; ni porqué causa secreta y desconocida Childerico III no se rasuraba el pelo: Pero a andar con compostura, con corrección, eso sí se debe enseñar. Porque si la nueva educación va a descuidar tan importante asunto creo que ante uno de esos desafueros infantiles, ante una de esas mataperradas de muy mal gusto, tendremos –parodiando a El Murciélago cuando sufría a los libertos– que decir: iViva la Libertad! iViva la escuela nueva!

E.S.E.