ADIOS CON LA SATISFACCIÓN
DE NO HABER CLAUDICADO
El largo
adiós
HE copiado el
nombre de una novela policial del consagrado escritor de este género Raymon
Chandler, para este testimonio que en realidad es un largo adiós.
Se remonta al
año 1961. Francisco Igartua había roto su sociedad con Doris Gibson y dejó
CARETAS, la revista que habían fundado juntos en 1950. Víctima de una depresión
profunda se refugió en un pequeño departamento, que gracias a sus contactos
consiguió en un nuevo edificio de la Compañía de Seguros EL SOL, situado en la
esquina de La Colmena y Camaná. Era entonces un edificio moderno, el más bonito
del centro de Lima, de pocos pisos, pero arquitectónicamente muy bien diseñado.
Recluido
voluntariamente en el ámbito de dos habitaciones, sin más muebles que unos
dados modulares grandes y una pequeña cama monacal. Pero estaba bien situado.
En el primer piso funcionaban las flamantes oficinas de ALITALIA; en el
segundo, parte de la organización de Luis Banchero; en el último vivía el “play
boy” de moda, Julio Tijero. Todos lo conocían a Paco y lo visitaban a menudo.
Pero su salud estaba quebrantada, se le presentó una bronconeumonía y los
síntomas de una úlcera sangrante. Lo atendía un buen muchacho que había sido
mensajero de CARETAS, él le traía los alimentos, las medicinas, le hacía la
limpieza y los encargos. No le faltaron por suerte ángeles guardianes. Amigos y
amigas, entre ellas Chabuca Granda, la Chabuca que nos ha hecho soñar y bailar
con sus canciones. Le llevaba médicos, le daban a beber yerbas y hasta lo
atormentaban con terribles frotaciones de ungüentos.
Quizás en una
afiebrada noche de su enfermedad Paco soñó con una nueva revista y la vio con
su nombre en redondas y rotundas letras rojas como fuego. Este sueño sería como
los que Borges comenta en sus fantásticos ensayos, en los que dice que la
literatura es sueño, un largo sueño, en que se constituye la gran obra poética
universal, que vale por sí misma, más que por los poetas que a través de los
siglos la escribieron. Y por otro lado sostiene que escritores como Wells,
Stvenson, Emerson, Coleridge, recibieron el argumento de sus libros en sus
sueños.
Lo real de
esta nota que me ocupa, es que una mañana que visitaba a Paco, me dio la
sorpresa. Sobre uno de sus grandes dados estaba el “machote” de la nueva
revista que se llamaría OIGA. “Machote” en términos periodísticos equivale a
maqueta de casa o edificio en el lenguaje de arquitectos. Era el modelo de la
nueva revista semanal estilo tabloide.
No puedo
extenderme en detalles, aunque es una lástima, pues son de mucho contenido
humano. La historia es extensa, y no seré quien la escriba. Esto corresponde al
fundador, director y dueño de OIGA, Francisco Igartua, por ello tengo que
saltar a los momentos que son para mí culminantes.
En la
primavera de 1962, en el edificio Nº 674 de la avenida Salaverry, oficina 702,
para ser más precisos, se bautizaban las flamantes oficinas del nuevo
semanario. Con escritores y máquinas no tan flamantes, pues, con poco capital,
tuvieron que comprarse viejas máquinas UNDERWOOD y ROYAL, esas máquinas en que
los más grandes escritores peruanos llenaron las primeras carillas de sus
novelas. Y fueron las metralletas de los más duros o ácidos periodistas. El
primer número apareció el 28 de noviembre de 1962. Culminaba ese año, de largas
conversaciones y trajines, en que se iba concretando el proyecto de la nueva
revista. Francisco Igartua se reunía muy a menudo con Jorge Aubry, Eduardo
Orrego, Guillermo Ugaz y Francisco Campodónico, este último sería la pieza
clave para la salida del semanario OIGA, pues sería en los grandes talleres de
su imprenta “Industrial Gráfica”, donde se imprimiría.
Pero otro
aspecto muy importante era conformar el equipo de periodistas que saldría a la
cancha en ese primer encuentro con el público. Estuvimos en ese primer número
de OIGA: Sebastián Salazar Bondy, quien publicó un reportaje que había hecho
con premonitorio acierto al general FAP Jesús Melgar, entonces ministro de
Agricultura, antes de su fatal viaje a Brasil. Murió junto con otras 96
personas en el impactante accidente del gran jet de VARIG que venía de Río de
Janeiro. El desastre se produjo justo en vísperas de la salid de este
semanario, y sonó como un terremoto en Miraflores. Un excelente reportero
gráfico, Eduardo Caso, tomó fotos de los cadáveres calcinados y los restos del
avión esparcidos en más de un kilómetro a la redonda. A esta noticia de primera
plana, seguían, un artículo de las guerrillas de Chaupimayo, escrito por Héctor
Arellano; Carlos Ortega hizo un reportaje al cántate brasileño Sergio Murillo;
Juan Ríos iniciaba su columna “Tierra de nadie”, que dedicó a Enrique López
Albújar; Mario Belaúnde un artículo sobre el boxeado peruano Mauro Mina, que
regresaba triunfante de New York, y con el seudónimo de JUAN GRIS, una encuesta
entre las chica lindas, algunas reinas de belleza, incluyendo a la bella Lucía
Buonani que fue “Miss Mundo”. La pregunta era: “¿Te casarías con un negro?”,
tema que curiosamente se trató últimamente en un programa de T.V.; además JUAN
GRIS comenzaba una columna social llamada “Ver, oír... y no callar”.
El editorial
de Francisco Igartua fue como un grito de guerra y un voto de principios para
los que siguieran su línea de combate, tomo algunas líneas que dicen: “...Este
semanario se llamara OIGA... me acompañan ahora un grupo de amigos unidos por
igual preocupación generacional, a quienes desde nuestra ya distante mocedad se
nos ha tenido por disconformes. Y lo somos. Es la voz cantante que queremos
llevar. Pensamos distinto a la inmensa mayoría de los que ‘opinan’ en este país
y abominamos del gregarismo”.
Frases
escritas hace 33 años, con un lucidez proyectada al futuro, y que parece
formuladas para el momento actual, de un gregarismo irracional. La mayoría del
pueblo peruano, sobre todo limeño, ahora parece una manada de ovejas conducidas
por un pastor nisei que se disfraza con chullo cuando va a la sierra, con
plumas y atuendos ashaninkas en la selva y con elegantes ternos en Lima. Desde
que su rostro apareció en las pantallas de T.V., sentí como una premonición.
Presagié malos tiempos. Llegó al poder mintiendo y siguió engañando.
Algunos
medios de comunicación lo han llamado Emperador, otros “Samurai”. Ofensa a
ambos títulos. Si un Samurai mentía o engañaba, consideraba que había cometido
grave falta contra su honor y se hacía el harakiri.
Este párrafo,
este improntus, me debe ser disculpado, pues me salió la rebeldía arequipeña.
Ahora sigo con algunos episodios de la gran carrera de OIGA, que desde que fue
lanzada, cual proyectil de grueso calibre, ha atravesado años y décadas,
atacando a dictadores, tiranos y tiranelos, y políticos corruptos.
El equipo de
OIGA en 1963 se fortalece con el ingreso de periodistas y personajes como
Francisco Moncloa, Tomás Escajadillo, eminente médico laboratorista, Jefe de
los Laboratorios del Hospital del Empleado, como se llamaba en esa época.
También se unió el poeta Paco Bendezú, joven de refinada cultura, buen poeta e
hipocondriaco incurable, y el embajador José Alvarado.
Fueron esos
años, en la Av. Salaverry, los que más disfruté. Se había logrado un grupo muy
integrado. Aunque en esos años yo sólo iba algunos días, pues tenía un trabajo
importante, que me daba ingresos para mantener a mi familia.
Los martes
nos reuníamos todos para almorzar en un restaurante-jardín de comida criolla,
en la avenida Cuba. La comida no importaba, eran horas de alegría y gran
compañerismo.
Eso duró
hasta 1967, en que se inaugura ITALPERU, complejo de oficinas e imprenta de OIGA, cuyo financiamiento lo
obtuvo Paco en parte de su cuñado italiano un arquitecto de Milán. La mudanza
de Salaverry a la avenida Faucett, cambió un montón esa fisonomía de grupo
integrado, pero no el espíritu de la revista ni de quienes escribíamos en ella.
Ya hacía tiempo que había ingresado Jesús Reyes, un periodista profesional de
primera. El ha sido durante décadas uno de los sólidos pilares que han
sostenido OIGA, siempre con un perfil bajo. Su carácter, su personalidad, de
los que no les gusta la figuración. También aparecían nuevos colaboradores como
el padre Harold Griffiths, cuyos artículos de transparente serenidad complacía
leerlos.
Finalizando
la década del sesenta Francisco Igartua contrajo matrimonio con Clementina
Bryce Echenique, lo que cambió su vida de bohemio a lo social. Adquirió mucha
disciplina para su trabajo.
En la década
de 1970, yo no puedo dar testimonio de nada referente a OIGA. Nuevas
ocupaciones y grandes responsabilidades, me alejaron totalmente del periodismo
por diez años. Pero seguía de lejos la trayectoria de este histórico semanario.
Eran tiempos críticos, tiempos de cambio. La misma ciudad variaba, el tráfico
urbano aumentaba, la gente comenzó a vivir una vida presionada.
En esos
tiempos de mi trabajo a “full time” en algún rato libre fui al VIVALDI a tomar
café expreso. Por casualidad Paco pasó y me vio. Se sentó en mi mesa y me dijo
que venía de un negocio situado al frente, donde ahora es VILLA NOVA, que
quería adquirir unos muebles para amoblar el cuarto de sus pequeños hijos, en
la casa que había logrado construir en Monterrico. El obstáculo es que los
quería comprar al crédito y le pedían una persona que le garantizara. Como me
pidió que lo hiciera yo, no tuve inconveniente y lo acompañé a la tienda y firmé
los papeles. Esa transacción de compra nunca se realizó. Esa noche Paco me dijo
que tenía en su casa un grupo de invitados a comer, que iba a cocinar un plato
de perdices, lo cual es su hobby, y Oscar Peschiera, otro. Me invitó, pero yo
me excusé de asistir. Al día siguiente me enteré que la casa de Francisco
Igartua había sido allanada la noche anterior por la policía y agentes de
seguridad del gobierno. Alguien logró advertirle por teléfono, lo que dio
tiempo a que sus invitados escaparan y Paco, en al auto de “Gody” Szyszlo,
buscó asilo en la Embajada de México, de donde salió deportado al país azteca.
OIGA fue cerrada. En México, Paco soportó un largo y duro exilio de tres años.
El ya había conocido esa vicisitud con Odría, y esa experiencia lo ayudó a subsistir.
Cuando las
condiciones políticas cambiaron los hermanos Jesús y Alfonso Reyes, en una
actitud heroica, lograron volver a publicar OIGA, trabajando en condiciones
casi artesanales en el garaje de su casa. Por eso OIGA estuvo vigente cuando
Francisco Igartua retornó del exilio, tomando nuevamente el timón. Con su
experiencia y contactos, este semanario cobró nuevamente fuerza, poder y
prestigio.
En 1982, yo
retorné a OIGA, a raíz de un duro revés provocado por una infame injusticia del
poder político de turno. Quedé en la calle y se me cerraron todas las puertas.
Sólo Francisco Igartua me abrió las de OIGA, donde comencé a retornar al oficio
de periodista. Me chocó al principio la nueva atmósfera de la prensa y me costó
adecuarme. Pero finalmente, por primera vez en mi vida, me dediqué de lleno
exclusivamente a esta ingrata profesión. Ingrata pero apasionante. Poco a poco
comencé a tener comunicación con algunos colegas, para mí nuevos, como Fernando
Flores Araoz, que era Jefe de Redacción, Gerardo Barraza, Evelyna Fasio
“Pandora”, Regina Seoane y el poeta “maldito” Roger Santivañez. De la nueva
generación llegaron algunos jóvenes brillantes como Jaime Bayly, Alvaro Vargas
Llosa, Pedro Planas y Doris Bayly.
Estábamos en
el quinquenio del saqueo del APRA. Y, naturalmente, OIGA se enfrentaba —con
todo— a esa corrupción, caos y desbarajuste. Cuando Alan García decretó la
estatización de la Banca, nuestro semanario, que no había servido nunca a la
oligarquía económica, esa vez dedicó todos sus esfuerzos a combatir esa
barbaridad. Dio páginas de páginas y carátulas, para defender la libertad, en
este caso confundida con los banqueros. Triste es decir que algunos de ellos
han sido los peores verdugos de OIGA.
El APRA no
sólo saqueó al Perú sino nos endosó al gobernante actual, cuyos sibilinos
métodos de atacar arteramente se han visto bien reflejados en la reciente
inauguración del By Pass de la Plaza Dos de Mayo, en que se vio como los mismos
guardias municipales convirtieron este acto en una batalla campal. Cosa
planeada en contra de Ricardo Belmont. El estilo autocrático de gobierno en el
que sólo el “Chino” inaugura obras.
En la nueve
sede de OIGA se fueron recibiendo los primeros golpes. La SUNAT nos acosaba. En
la fecha del golpe de Estado del 5 de abril se quiso cerrar este semanario.
Todos estos conflictos obligaron a la gerente, Carolina Arias, a grandes
reajustes para seguir. Finalmente, en una nueva mudanza de hace sólo dos meses,
la noticia fatal: “el no va más” de OIGA.
Los últimos
mohicanos que resistimos hasta el fin, hasta arrojar las armas al abismo, han
sido, con la jefatura de Francisco Igartua, el Sub-Director Jesús Reyes;
Alfonso Bermúdez, Jefe de Redacción; Laura Gonzales, los hermanos Carlos y Luis
Michilot, reporteros gráficos y Juan Michilot en la Producción Gráfica, José
Reyes, Rodolfo Esquivel, Niní Ghislieri, Tulio Arevalo, Orazio Potesta y
algunos colaboradores finales.
Felizmente
para mí, que detesto los temas políticos, un buen día de 1983 me llamó Paco
para hacerme cargo de la página GOURMET. Y allí he estado y terminado con este
largo ADIOS.
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