V. Santidad el encargo que me trajo a este remoto lugar, esta ya resuelto. Los indios están libres de nuevo para ser esclavizados por españoles y portugueses.
- Creo que no es el tono adecuado. Vuelve a empezar:
V. Santidad, os escribo en este año del Señor de 1758… desde el continente Sur de América, desde Asunción, provincia de la Plata a dos semanas de marcha de la Gran Misión de San Miguel. Las Misiones han amparado a los indios contra el peor pillaje de las colonias. Por ello se han ganado un gran resentimiento. Estos nobles indios gustan de la música. Muchos violines de la Academia de Roma… son obra de sus ágiles y habilidosas manos. Desde estas misiones los jesuitas llevaron la palabra de Dios… a los indios que aun viven en estado salvaje… recibiendo a cambio… el martirio. La muerte de este sacerdote seria el primer eslabón… de la cadena de la que hoy forma parte.
- Continúe:
Como sin duda sabe V. Santidad… pocas cosas suceden en este mundo como predecimos. ¿Como podían suponer los indios que la muerte de aquel sacerdote… traería a un hombre cuya vida se entrelaza inextricablemente con las suyas?
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- Veamos, matásteis a vuestro hermano. Fue un duelo, la ley no puede tocaros. ¿Es remordimiento?
- Váyase, padre.
- Quizá preferiríais que fuese vuestro verdugo, así sería más fácil.- Déjeme solo, ya sabe lo que soy.
- Sí; sois un mercenario, un traficante de esclavos. Y matasteis a vuestro hermano. Lo sé. Aunque habéis elegido un modo, extraño de demostrarlo.- ¿Se está riendo de mí? ¿Se ríe de mí?
- Me río de vos, porque lo que veo mueve a risa. Veo a un hombre que huye, a un hombre que se esconde del mundo, a un cobarde. Vamos; vamos. ¿Eso es todo? ¿Es así como pensáis seguir?
- No hay nada más.
- Hay vida.
- No hay vida.
- Hay una salida, Mendoza.
- Para mí no hay redención posible.
- Dios nos ha impuesto la carga de la libertad. Elegísteis vuestro delito. ¿Tenéis el valor para elegir la penitencia? ¿Osaréis hacerlo?
- No hay penitencia lo bastante dura para mí.
- Pero ¿osaréis intentarlo?- ¿Si osaré? ¿Osará vuestra merced verme fracasar?
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- Gracias…
- Gracias, señor, por estos alimentos y los dones que de vos recibimos... !Ah, buen señor!... ¿Echasteis todos los chiles?
- Me temo que si. Me educaron para mercenario, no para cocinero.
- Es cierto. ¡Esta increíble!
- El pan esta bueno.
- No esta mal.
- Padre le agradezco que me haya acogido aquí...
- Agrádeselo a los guaraníes.
- ¿Como?
- Leed esto: “Si tuviera toda la fe hasta trasladar montañas… mas no tuviera caridad, nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a los pobres… y si entregase mi cuerpo para ser quemado… mas no tuviese caridad, de nada me sirve. La caridad es sufrida, es benigna. La caridad no tiene celos. La caridad no se presencia, no se ufana. La caridad no se pavonea. Cuando yo era niño, hablaba como niño… pensaba como niño, juzgaba como niño. Más cuando yo fui hombre hecho, deje lo que es de niño. Y ahora permanece la esperanza, la fe, y la caridad. Estas tres. Mas la mayor de ellas es la caridad”.
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- Has accedido. Si vais a ser jesuita, tendréis que acatar mis órdenes… como si fueses tras un comandante. ¿Lo haréis?
- Si padre.
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Este afán de crear un Paraíso en la tierra… ¡Que fácilmente ofende! Ofende a V. Santidad… pues puede distraer del Paraíso del mas allá. Ofende a los reyes de España y Portugal… pues el Paraíso de los pobres no complace a sus gobernantes. Y ofenden por lo mismo a los colonos de estas tierras. De modo que esta carga traje yo a Sudamérica: satisfacer a Portugal, deseosa de acrecentar su imperio… satisfacer a España, temerosa de que eso le perjudicara… conseguir para V. Santidad… que estos monarcas no amenazaran mas el poder de la Iglesia… y asegurar para todos… que los jesuitas de aquí no pudieran negaros esas satisfacciones. Llegue a Sudamérica con la cabeza repleta de asuntos de Europa. Pero empecé a darme cuenta por primera vez… de cuan extraño era ese mundo que me habían enviado a juzgar. Yo sabia que en Europa los estados despojaban de autoridad a la Iglesia. Y sabia que para mantenerse allí… la Iglesia debía imponerse ante los jesuitas de aquí. Pero no cesaba de preguntarme si los indios no habían preferido… que el mar y el viento no nos hubieran traído ante ellos.
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- No entienden lo que quiere decir. Hablad mas claro. ¿Que es exactamente lo que queréis que hagan?- Tienen que dejar la Misión…
- No quieren irse. La Misión es su hogar.
- Deben someterse a la voluntad de Dios… Dígaselo.
- Por voluntad de Dios dejaron la selva y construyeron la Misión. No entienden por que Dios ha cambiado de parecer.- No pueden conocer los motivos de Dios.
- Dice ¿sabéis la voluntad de Dios? Cree que no habláis en nombre de Dios sino de Portugal.- Yo no hablo en nombre de Dios, hablo en nombre de la Iglesia… el instrumento de Dios en la Tierra.
- Dice que habláis con el rey de Portugal.
- Hable con el y no quiere oírme.- Dice que el también es rey y tampoco quiere oíros.- Dice que se equivocaron al confiar en nosotros, que van a luchar.
- ¡Entonces tiene que convencerles de que no luchen!
- No he podido ni convenceros de que luchéis por ellos...
- Si luchan es absolutamente imperioso que ningún jesuita… parezca que les ha animado a hacerlo. Por tanto, volverán todos conmigo a Asunción mañana. ¡Si alguno desobedeciere, será excomulgado! ¡Apartado! ¡Expulsado!
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- ¿Por que han de luchar? ¿Porque no vuelven a la selva?
- Porque este es su lugar. ¿Sabias que seria esta vuestra decisión?- Si.
- Entonces, ¿para que habéis venido?
- Para que V. Merced no se resista a la transferencia de las misiones. Si los jesuitas se resisten a los portugueses… la orden será expulsada de Portugal. Y después de Portugal, luego España, Francia, Italia, ¿Quien sabe? El único medio de que sobreviva la orden padre… es sacrificar a las misiones. ¿Que han dicho?
- Que el demonio vive en la selva. Quieren quedarse aquí.
- ¿Y que ha dicho V. Merced?
- Que me quedare con ellos.
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- ¿Tenéis el descaro de decirme que esta matanza fue necesaria?
- Hice lo que tenía que hacer. Dado el propósito legitimo que vos sancionasteis… No teníais elección, Eminencia. Tenemos que trabajar en el mundo. Y el mismo mundo es así.
- No, señor Cabeza… nosotros lo hemos hecho así. Yo lo he hecho así.
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Así, pues, V. Santidad… vuestros sacerdotes han muerto y yo sigo vivo. En verdad, soy yo quien ha muerto y ellos son los que viven. Porque como ocurre siempre… el espíritu de los hombres muertos sobrevive… en la memoria de los vivos.
THE MISSION: Roland Josse