REPRESENTACIÓN A LAS CÁMARAS REPRESENTATIVAS
DEL PERÚ
POR DON JOSÉ DE LA RIVA-AGÜERO, GRAN
MARISCAL
Y EX PRESIDENTE DE AQUELLA REPÚBLICA1
Señor:
El ciudadano José de la Riva-Agüero, Gran Mariscal y ex
Presidente de la República, con el debido respeto parezco y digo: que cuando a
consecuencia del soberano decreto, que me permitía restituirme a mi patria,
creí terminados los padecimientos y angustias de más de siete años de
expatriación, me hallo aun retenido arbitrariamente con mi familia y sin recursos
en un país extraño. Víctima antes de la traición de un oscuro subalterno, a quien
colmé de honores con que se allanó el camino del crimen, lo soy ahora de su impunidad.
La Fuente, que el 25 de noviembre de 1823 ató vilmente al Poder Ejecutivo; La
Fuente, que a consecuencia de la gloriosa reacción del 26 de enero se ofreció a
Sucre para volver a destruir la independencia; La Fuente, que el 5 de junio del
año anterior depuso al gobierno constitucional a quien había jurado y
obedecido, y que volvió a poner el Perú a disposición de Bolívar del mismo modo
que cuando me remitió cargado de cadenas a Colombia para que allí me fusilasen;
La Fuente, revestido hoy de la magistratura, que él mismo se ha dado, y con la
que cubre de oprobio a la nación que oprime, ha hecho vano aquel soberano
decreto, porque es él quien impera y dispone de los destinos de la nación, y yo
he vuelto de nuevo a ser el objeto de sus persecuciones y calumnias. Si a esta
falta de cumplimiento del soberano decreto puede agregarse otra, sólo es la
inconsecuencia que resulta de los nuevos documentos con que acompaño esta representación,
por cuya razón no me detengo a examinar la coacción en que se halla el general
Gamarra, o la causa de su contradicción manifiesta.
Es evidente, que La Fuente para sostener sus crímenes se ha
sobrepuesto no solamente a las leyes, sino lo que es más absurdo, ha tratado de
burlarse de la soberanía y de la voluntad general de los pueblos. Las repetidas
monstruosas infracciones de la Constitución y las intrigas que ha fraguado para
destruirla, haciendo suscribir peticiones para formar una Convención a su amaño
y despotizar por este medio más ampliamente al Perú, son pruebas manifiestas de
que la Carta Constitucional no le ha servido sino de un espantajo para cometer
a su sombra nuevos atentados y desórdenes. Con justicia ha dicho un sabio moderno,
que todo gobierno que se halla inquieto sobre su existencia es desconfiado y
que el uso más legítimo de la libertad lo espanta, por lo que se ve en la
necesidad de emplear la astucia y recurrir al fraude; en fin, que él aspira a
lo arbitrario como a su único medio de salud.
La Constitución exige que el Poder Ejecutivo preste juramento
de obedecerla, y el criminal Fuente, habiéndolo hecho al ejercer ese poder, ha
maniobrado con la mayor impudencia para destruirla. El soberano Congreso no
puede ignorar el cúmulo de intrigas con que en todas las provincias ha
procurado sembrar la anarquía e incitar a la sedición contra la Carta y Honorables
Representantes de la nación, ya difamándolos, ya presentando la ley fundamental
como inadaptable e incapaz de regir. Comprueban esta verdad los periódicos
asalariados por el gobierno, si este nombre puede darse al que se apodera del
mando con el puñal en la mano, y si es posible confundir los libelos
infamatorios, especialmente el titulado el Eventual, con los escritos y
periódicos de las naciones civilizadas. En una palabra: la guía, que parece
haber adoptado el gobierno del Perú, ha sido la marcha arbitraria anárquica e
insustancial del tirano de Colombia. Véase el estado a que ésta se halla
reducida y medítese el que se le prepara al Perú, si continuase por más tiempo
la tiranía que sostiene la impunidad de la más horrible e inicua traición.
El Perú, señor, al sacudir el yugo de España no preveía que
sufriría un día otro más ignominioso y ridículo. Menos podía haberse figurado
que en un gobierno popular representativo quedasen las instituciones al
arbitrio de un tumultuario, que, revistiéndose de la primera magistratura, se
sobrepusiese a la Representación Nacional e hiciese ilusoria la independencia y
libertad. Esos mismos pueblos hoy escandalizados, confundidos y absortos,
deplorando su lamentable situación, vuelven sus ojos al Congreso para que los
redima del despotismo y no cesan de pedirme que vuele al Perú para ayudarlos en
la empresa de sacudirse de la tiranía.
Nada de esto es extraño cuando palpan la ausencia de las
garantías sociales que les concede la Constitución, y que en su lugar ven que
sin previo juicio se destierra a los ciudadanos, se persigue, calumnia e insulta
al patriotismo y, en fin, la guerra que se hace a la Carta y a los derechos del
hombre. Es igualmente notorio que las elecciones de los colegios electorales
han sido sofocadas o violentadas escandalosamente, llegando hasta el exceso de
hacer anular actas porque en ellas era elegido yo. Mi delito, señor, no ha sido
otro que haberme opuesto a que Bolívar esclavizase al Perú; y si este es
crimen, o hay alguno otro que se me atribuya, ¿por qué no se me juzga, como lo
tengo solicitado? ¿Existen por ventura leyes, existe nación, donde un traidor
oscuro y miserable basta para sobreponerse a cuánto hay de más sagrado en la
sociedad?
¡Pluguiera al cielo que yo solo y mi familia fuésemos las
víctimas! Más por desgracia no es así: la Representación Nacional tiene a la
vista el Perú convertido en esqueleto. La Constitución, en que los pueblos veían
fijada su independencia, su libertad y su futuro engrandecimiento, dejó de
existir, y para mayor vergüenza sólo vive aquella parte con que se han creído
poder afirmar los resultados de una conspiración. El Gobierno obra de ésta,
después de destruidas todas las garantías y de sacrificadas mil víctimas, se
consolida por negras maquinaciones en las elecciones populares. La deuda
nacional se aumenta cada día considerablemente con los dividendos y el tesoro
público sirve únicamente para sostener a las personas apoderadas del mando, y
los vicios y prostitución con que desmoralizan y cubren de oprobio a la nación.
Aún en estas circunstancias, y llamado de todos los ángulos
de la República para salvarla del yugo ignominioso que la oprime y envilece, he
querido más bien ser yo mismo una de las víctimas que ponerme a la cabeza de
una reacción que, por gloriosa que fuese, podría atribuirse acaso a miras
personales, o hacer dudosa la protesta que tantas veces he hecho de no admitir
jamás cargo alguno. Diré aquí con el célebre Droz ─“Feliz el que puede decirse
al acabar su carrera: con talentos
superiores yo habría tenido más influencia, yo habría sido
más útil, pero he hecho todo el bien que he podido”. Yo debo repetirme esto
para consolarme y limitarme en mis circunstancias a llorar los males que, como
a Colombia, van a destruir hasta los restos del Perú, si la energía de la
Representación Nacional no los salva.
Ella solo debe restituir en esta vez al Perú su honor, su
independencia y su libertad. El reciente ejemplo de lo que acaban de hacer en
Francia sus Cámaras Representativas con menos motivos, y la conducta del
Ejército en aquellas tan críticas circunstancias, hace ver que el del Perú no
desconocerá sus deberes y ayudará gustosamente a reedificar el solio de las
leyes y de la libertad. Los ilustres militares peruanos conocen bastante la
diferencia que hay entre la subordinación militar y el hacerse instrumentos de
la tiranía y de la traición; así, al considerar los riesgos en que se halla la
salud de la patria y que la obligación de obedecer al gobierno tiene sus
límites, se apresurarán a mostrar a las Cámaras Representativas, que no son
menos ilustrados y patriotas que los trescientos mil militares franceses que se
declararon a favor de su Constitución y garantías sociales.
Siendo, pues, la obligación de los pueblos la de respetar a
la legítima autoridad constitucional, ejercida por el Poder Ejecutivo, es
evidente que cuando falta la legitimidad, y además se agrega el delito de
infringir el pacto nacional hasta el extremo de convertirse el gobierno en su
destructor, quedan los pueblos autorizados para desobedecerlo; y este es el caso
de la acción popular. Ellos palpan que hay una notoria coacción respecto a la observancia
de la Constitución y ven, por otra parte, los obstáculos que se han opuesto
para que sea reunida la Representación Nacional, pues debiendo estar instaladas
las Cámaras desde el 29 de julio, según el artículo 34 del título 4º, no se ha
verificado hasta la fecha. De esto resulta que hay graves obstáculos cuando no
se han reunido y así lo creen los pueblos que ven en sus Representantes,
vilipendiados por el Poder Ejecutivo, el preludio de nuevos trastornos para
conducirlos a la Convención o esclavitud que se les prepara.
Volviendo, señor, a implorar de la Representación Nacional
que haga justicia, reproduzco todo cuanto tengo dicho en mi Exposición,
Memoria, Suplemento a ésta, y en la nota
que dirigí al gobierno en 30 de abril del presente año, y de que acompaño copia
en el apéndice. La coacción en que Fuente ha colocado a las autoridades de la
nación que debían hacerme justicia, o más claro, siendo el lobo quien deba oír
el reclamo de su oveja destinada al sacrificio, no es extraño que el Ministerio
de Gobierno haya desoído mis reclamaciones para que se me devuelvan mis papeles
y documentos privados, así como una cantidad de dinero de que he sido despojado
por La Fuente, sin que hasta el día sepa con que autoridad ha procedido a
quitarme la propiedad más sagrada que tiene el hombre, cual es la de sus
papeles privados. A la sabiduría de las Cámaras Representativas no se oculta
que este es un atentado que ni en Constantinopla se permitiría a ninguna
autoridad subalterna y menos a un coronel como lo era La Fuente en el tiempo
que se apropió de mis papeles y persona. Señor: el descaro, con que ese malvado
sostiene todos estos y demás excesos, ha hecho que por todas partes se diga que
en el Perú no existe República, ni hay gobierno, porque en ninguno en que hay
Constitución se tolera tan atroz injusticia; pues la Representación Nacional dejaría
de serlo si no corrigiese a los malvados, y oyese a las víctimas que estos
inmolan a su rapacidad e insolencia. En el sentir de los más célebres publicistas
se disuelve el orden social cuando la tiranía llega al punto que las propiedades
no son respetadas y se ultraja el honor del ciudadano. Este es el caso en que
me hallo; pues como dice un respetable autor –“Cuando un hombre poderoso me
haya hecho víctima de un acto arbitrario, seguramente tengo derecho de
perseguir este delito por todos los medios que podrán darme las leyes, y mi
valor”.
El gobierno representativo requiere esencialmente que sus
Representantes no sólo estén animados de sentimientos de probidad y de
patriotismo, sino que su firmeza sea tal que nada les impida desplegar la energía
necesaria y arrostrar todo peligro antes que tolerar que se amenace la libertad
de la patria, ni los derechos y seguridad del ciudadano. Sin esa noble
resolución patriótica las repúblicas no podrían existir sino en el nombre,
mientras que en la realidad sería el despotismo el que se sustituyese bajo la
salvaguardia de las formas representativas. ¡Que no se crea ni remotamente,
señor, que yo dude ni un instante de que en las actuales Cámaras
Representativas del Perú falten aquellas virtudes y valor para desempeñar el
augusto cargo que les ha sido confiado por los pueblos! Por el contrario,
penetrado de su civismo, luces y circunstancias, me dirijo a la soberanía, con
todo el respeto y confianza que me prestan las virtudes de los padres de la patria
e inviolabilidad de sus personas. Si yo no estuviese persuadido de la justificación
y patriotismo del Congreso, podía confundir las consecuencias de la injusticia
hecha conmigo y desde luego pediría que, con arreglo al artículo 154 del título
9º de la Constitución, se me permitiese sacar mis bienes del territorio peruano,
y dejarme en actitud de elegir otro en que vivir bajo la protección de las leyes
y de las garantías que disfruta todo ser racional en los gobiernos representativos.
No hay pues medio: o se me debe juzgar con arreglo a las leyes, y estas
condenarme, o reparar tantos ultrajes, perjuicios y padecimientos, o la falta de
estos principios echará un borrón sobre la historia del Perú. Las privaciones, inconsecuencias
y calumnias me harían en este caso sentir el que Bolívar no hubiese conseguido
hacerme asesinar en Guayaquil, como lo dispuso en orden especial al general Paz
del Castillo, que amistosamente la suspendió hasta que se presentase en el río,
como se decía, el vicealmirante Guise, que creían iba a libertarme. Ese
asesinato, señor, no era menos cruel que el que experimento en siete años de
expatriación y cargado de todo el cúmulo de desgracias que ésta me ha ocasionado.
Por todo lo expuesto─
A la Soberanía Nacional suplico que se digne hacerme la
justicia debida, ordenando al mismo tiempo queden emplazadas al juicio
correspondiente, afianzando la calumnia, las personas que me acusan y que se han
opuesto al cumplimiento del decreto de la Soberanía; justicia que espero
alcanzar de su notoria justificación. Valparaíso 30 de noviembre de 1830.
Joseph de la Riva-Agüero
Otro si ─Pido y suplico a la Soberanía se sirva ordenar que
mis documentos, papeles propios y privados, sean entregados bajo de formal
inventario a mi hermana, así como el dinero que por igual exceso se me despojó
por el traidor Fuente; justicia que espero &c.
Joseph de la Riva-Agüero.
Otro sí ─Suplico que la Soberanía se sirva ordenar a la
autoridad correspondiente se me expida el respectivo pasaporte para regresar
inmediatamente a mi país &c.
Joseph de la Riva-Agüero.
1 Santiago de Chile, Imprenta Republicana, 1830.
Reproducido por de la Puente Candamo, José A.; Deustua Pimentel, Carlos,
Archivo Riva Agüero, págs. 817-846. Colección documental de la independencia
del Perú, tomo XVI, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del
Perú, Lima, 1976.