Pero, dejaré de lado esta jeremiada, demasiadas veces repetida sin llegar a conmover la conciencia de ningún cecedista. Pasaré a la gran pregunta del momento: ¿a qué se debe esta riada de candidatos? ...A algo sumamente simple. A que este régimen de la Reconstrucción Nacional, surgido del golpe de Estado del 5 de abril del 92, ha logrado uno de sus propósitos fundamentales: destruir, pulverizar, hacer desaparecer la institucionalidad peruana, aún incipiente y llena de fallas por corregir, pero cimiento para el futuro. En poco tiempo derrumbó el armazón institucional de la República. De allí que cada ciudadano, sin atadura alguna con la comunidad organizada, se sienta capaz de intentar llegar a la Presidencia o al Parlamento, con el simple apoyo de un grupo de amigos o con algún socio capitalista en firmas. Es la respuesta propia del ambiente subdesarrollado en que vivimos, del mundo chicha impuesto por Fujimori y sus asociados militares, frente a un problema que se ha presentado en distintas épocas en muchos lugares del mundo en épocas de crisis doctrinarias. Un problema que nada tiene de novedoso. Ni siquiera en las democracias más desarrolladas. Se trata simplemente de algo cíclico: del desgaste de la confianza popular en los partidos políticos, que son los canales orientadores de las inquietudes ciudadanas, y del debilitamiento de las corrientes ideológicas. Esta crisis de los partidos, este divorcio entre el pueblo y los organismos partidarios, no es particularidad peruana, no es problema exclusivamente local. Se ha dado con frecuencia en Francia, por ejemplo. También en Italia y en otras naciones europeas y en las latinoamericanas más evolucionadas. Pero cuando se produce esta pérdida de confianza en los partidos políticos, cuando la repulsa a los partidos los elimina como intermediarios de las corrientes ciudadanas, en esos países surgen las instituciones nacionales, que reemplazan momentáneamente o en definitiva -reemplazándolos- a los partidos. En un medio civilizado no funciona la turbamulta del público,-se produce el desborde irreflexivo de las ambiciones particulares, el caos, la anarquía candidateril; sino son las instituciones las que toman la posta de los partidos en la tarea de encauzar la vida política de la nación. Salvo cuando aparecen los caudillos salvadores, los providenciales -Hitler, Mussolini-, que siempre terminan destruyendo a las naciones.
Pero, ¿qué es lo ocurrido en estos últimos cuatro años en el Perú?... Una a una, con el aplauso ignorante de los de arriba y los de abajo, ilusos creyentes en la eficacia del autoritarismo, se han ido desmontando o anulando todas las instituciones de la República, sin que nada las reemplace. Poco a poco, éstas han sido arrasadas y sólo han quedado sombras de ellas. El país se ha acostumbrado, con el fanático beneplácito de los poderosos, de los ricos los grandes favorecidos de Fujimori-, a que se cumpla la voluntad de una sola persona, en la que se concentra, en ella sola, la ley, el orden, la justicia, la moral y la verdad.
¿Por qué extrañarse, por qué quedar- se atónitos ante la voluntad de decenas y centenas de peruanos que desean emularlo?
¿De qué nos espantarnos, por qué alarmarnos ante la cantidad circense, carnavalesca, de candidatos, si a nadie le ha preocupado, si no hay quien siquiera advertido la manera desaprensiva, el olímpico desprecio por la ley puesto en evidencia por el jefe de Estado cuando respondió, en la TV, a la pregunta de si sabía o no que su compañero de fórmula, el doctor Paredes Canto, tenía proceso judicial abierto, acusado de la malversación de un millón de dólares? No se refirió a la conocida honorabilidad del doctor Paredes, ni a que un proceso judicial, mientras no haya sentencia condenatoria, no es impedimento para postular. No, el señor Fujimori defendió a su elegido mofándose de la ley que condena la malversación.
Nadie ha quedado atónito ante la enorme barbaridad dicha por el jefe de Estado, que a diario se burla de la ley según su Capricho, o la cambia según su antojo. Ahora resulta, según fallo de Fujimori, que no es delito malversar fondos del Estado- que es lo que él hace a diaria en su campaña-, digan lo que digan los códigos. Salvo en el caso del general Jaime Salinas Sedó, que ha sido condenado a cinco años de cárcel, porque así lo dispuso Fujimori, por la supuesta malversación de 27.mil dólares que el general constitucionalista jamás vio, que nunca pasaron por sus manos. Condenado sin permitirle siquiera abrir la boca en su defensa.
Todo esto, repito, al margen de la reconocida honorabilidad del señor Rector de la Universidad de Cajamarca, quien con toda seguridad saldrá libre de la instrucción judicial que se le ha abierto por desviar de destino un millón de dólares, máxime ahora cuando los jueces han de estar desconcertadísimos y deben sentirse coaccionados ante el candidato oficial Paredes Canto, quien, hasta dos días antes de ser nominado compañero de fórmula de Fujimori, capitaneaba la huelga de docentes contra el gobierno, lanzando discursos muy poco académicos sobre la inconducta de Fujimori frente al magisterio.
Tampoco ha sorprendido a nadie -pareciera que los peruanos han perdido su capacidad de asombro- que el jefe de Estado haya escogido como primer vicepresidente al presidente de la sociedad de los poderosos del Perú, sin importarle averiguar si la madre del señor Márquez postulaba en la fórmula de otro candidato, también a la vicepresidencia. Aunque ¿por qué alarmarse ante tamaña grosería cuando Fujimori ha hecho de la confrontación, del pleito, de la agresión su distintivo político? ¿Por qué había de preocuparle a Fujimori crear un desagradable conflicto familiar al interior de la familia Márquez si él está satisfechísima destruyendo su propio hogar?
Lo que sí, extrañamente, ha preocupado a muchísimos ciudadanos, sobre todo a los fujimoristas y a no pocos enemigos -igual que OIGA- del golpista del noventa y dos, es la fórmula presidencial que encabeza el doctor Javier Pérez de Cuéllar. Les molesta -no a OIGA- que sea el peruano más ilustre a nivel internacional; les mortifica que goce de muy buena salud; los irrita que él haya sido quien, como Secretario General de las Naciones Unidas, convenció al presidente electo Alberto Fujimori de que se llevara bien con los organismos internacionales y pusiera de lado sus planes populistas