«¿Nada se gana, entonces, con buscar la verdad? Se gana por lo pronto el rescate de la propia dignidad, que es ya bastante; y se cumple con el Maestro -Unamuno- quien dijo que «la más miserable de todas las miserias, la más repugnante y apestosa argucia de la cobardía es esa de decir que nada se adelanta con denunciar al ladrón y al majadero». FRANCISCO IGARTUA ROVIRA – 23/09/1923 24/03/2004
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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»
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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995
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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
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«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.
«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000
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viernes, 8 de octubre de 2010
jueves, 7 de octubre de 2010
Oiga - Manuel Vicente Villarán
Manuel Vicente Villarán
Por: Enrique Moncloa Diez Canseco
Mañana, hace un año falleció el doctor Manuel Vicente Villarán. La congoja que ahogó nuestros corazones por la muerte del incomparable maestro, por acción inexorable del tiempo va disminuyendo lentamente; en cambio, se agudiza y acrecienta cada vez más, el silencioso, íntimo y profundo homenaje de la admiración y del recuerdo permanente. Pasado un año todavía laten en nosotros, las palabras que el doctor Basadre, pronunció más a nombre del Gobierno, como su sincero admirador y con las que, principalmente, destacó la fecunda labor que realizó Villarán, en beneficio de la educación nacional. No olvidamos la semblanza que el doctor León Barandiarán, a nombre de San Marcos, hizo del doctor Villarán, como talentoso alumno, como catedrático ejemplar y como sabio rector. Recordarnos las bellas y emotivas palabras de Víctor Andrés Belaúnde, sobre las extraordinarias virtudes del maestro, del ciudadano, del abogado y del hombre sensible y bueno, así como la hermosa y sentida oración que escribió José Quesada; y, la magnífica nota de Caretas, con motivo de su muerte.
Villarán fue admirado y respetado por sus profesores, colegas, discípulos, colaboradores, amigos y hasta por sus enemigos políticos. No puedo dejar de referir en este breve escrito, algunas de las muchas ratificaciones de esta aseveración. Generaciones enteras de San Marquinos, recuerdan su calidad como alumno, su extraordinaria capacidad como Catedrático, el inconfundible sello de su rectorado y principalmente, su amor por la Universidad. Sin embargo, como admirador de Villarán no puedo dejar de lamentar que San Marcos, al momento de la muerte del hombre cuya vida, formaba parte de la tradicional, de la vieja casa, no le brindara las aulas en donde él, fue brillante y generoso en la enseñanza; ni los alumnos, ni los ex-alumnos de la antigua Universidad, prestaran sus hombros, sobre los que debió haber sido llevado el maestro, hasta el sagrado recinto de su última morada. Los hombres de antaño y los jóvenes de ahora de San Marcos, olvidaron el ejemplo de la Universidad Católica con José de la Riva. Agüero.
En el año 1906; Villarán introdujo en el Perú el estudio de la Filosofía del Derecho y revolucionaba la enseñanza del Derecho Natural en inolvidables lecciones, que convertían sus clases en conferencias magistrales. A pesar de su poca edad, el joven Catedrático, era ya admirado por su sabiduría, su talento y su severidad.
El alto aprecio que los colegas tenían por Villarán se palpaba a cada instante. En otra oportunidad, cuando los jóvenes Abogados, enterados de que el doctor Villarán después de mucho tiempo de no haber informado en la Corte Suprema, iba a hacerlo, nos apresuramos a escucharlo por primera vez. Allí estábamos apretujados a en las bancas de la Sala, para escuchar el que fue último informe del egregio defensor.
Fue muy grato escuchar cómo el colega que llevaba el recurso, antes de iniciar la defensa de su cliente, elogiaba la presencia del insigne Abogado. Después, en su turno, y ante la expectativa general, el maestro Villarán, con elegante sobriedad, inició su informe. Allí pudimos comprobar cómo era cierto que la figura del maestro, se agigantaba cuando defendía la vida y pedía justicia. Allí tuvimos; los jóvenes Abogados, la oportunidad de apreciar aquella asombrosa claridad -que era leyenda en el Foro- con que el doctor Villarán exponía sus ideas y argumentos y aprendimos esa día, más que nunca, que la solidez de la doctrina unida a la luminosa exposición, resultaban, en el insigne maestro, de una contundencia incontrastable. Al día siguiente un notable abogado, decía que el doctor Villarán, además de sus grandes virtudes, había sido el mejor expositor.
La admiración general, que constituye un extraño caso de unidad, en este país tan complejo y desconcertante la ganó sin desearlo el doctor Villarán, con su propio esfuerzo, con su vida ejemplar, con aquella línea moral, que constituyó su mejor patrimonio y que hizo que su nombre sin mácula, signifique en el Perú, “leyenda de honestidad”.
Antes de su sepelio, ví llegar hasta su capilla ardiente, algunos personajes ignorados que contritos y consternados balbuceaban frases entrecortadas: “Yo fui alumno del maestro”. A otro eminente abogado le oí decir: que “Villarán es el hombre que más he admirado en el Perú”.
El doctor Villarán además, fue admirado por aquellos hombres, abogados brillantes que lo acompañaron y sirvieron con devoción hasta que murieron. Don Carlos Arana Santamaría, aquél gran señor y jurisconsulto, hizo un culto de su amistad con Villarán. Para ellos la amistad estaba por encima de la inteligencia, la sabiduría, el poder o la riqueza. El doctor Manuel C. Gallagher, con su estilo peculiar, logró de la severa prestancia del maestro, muchas de sus claras sonrisas; y el doctor Marisca, eminente abogado de cuya muerte Villarán nunca tuvo noticia, se esforzó toda su vida por marchar en el sendero ejemplar de su maestro.
Todos en su Estudio, pudimos gozar, durante los últimos años de su vida, cuando perdía la visión y era más débil su andar, de su cariñosa generosidad, de su amable sencillez, de su incomparable modestia, de la severidad con que apreciaba los hechos que tenían relación con la conducta y de la profunda seriedad con que consideraba todos los problemas. Era placentero verlo cómo, durante sus últimos días en el Estudio, gozaba callado e íntimamente, en el viejo sillón de su escritorio, cuando tenía algo que enseñar; parecía que revivían en su espíritu, los inolvidables días del joven y ardoroso maestro, enamorado de su cátedra. Le satisfacía y nos deleitaba, con la narración de sus viajes, con sus anécdotas viejas; nos hablaba de su afición a la pintura y sus flores; empero, nunca nos habló de sus triunfos o de sus glorias. Cuando alguien, respetuosamente, le sugería que hiciera el viaje de descanso que su salud precisaba, respondía que tenía que trabajar para vivir. Decía que a pesar de su larga vida, no había aprendido a valorizar su trabajo. Estas frases, eran la égida de su generosidad. Siempre sonreía de su timidez para tratar asuntos pecuniarios. Hasta el fin de su admirable vida ejerció dentro de la noble tradición del abogado que sólo vive del honorario profesional.
Cuando alguien escribió en un diario que el Dr. Villarán había percibido un honorario descomunal, él sabiendo que la afirmación era inexacta, por tratarse de un asunto estrictamente personal, no desmintió la información que falsamente lo hacía aparecer en una opulencia que no tuvo, pero que mereció como el que más.
Villarán escolar brillante en Guadalupe, demostró un talento extraordinario en la Facultad de Derecho de San Marcos; fue maestro ejemplar y sabio rector de la Universidad; fue quien hace más de 50 años planteó, valientemente, la necesidad de una revolución de la educación en el Perú; que sobre la base de una educación moderna y una sana cultura, anhelaba un país culto, rico y progresista. Luchó siempre por dar a su patria el respaldo de una instrucción técnica que fuera la columna fundamental de una economía sólida y libre. Fue notable jurista, amante del derecho de las gentes y preclaro estudiante permanente de los Problemas del país; fue un ciudadano intachable, de silencioso coraje que enseñó con el ejemplo siendo casi un niño el 95 y ya de Ministro en 1909 que “el deber está por encima de la vida”. Gran patriota y maestro incomparable de la vida sin egoísmos ni ambiciones, era por todas las virtudes referidas el hombre más capacitado para gobernar el Perú. Parecía imposible que siendo Villarán candidato, no fuera Presidente. Es por ello que es inolvidable el imperdonable agravio de 1936. En esa oportunidad, la cultura del país no estuvo a las alturas del maestro. Sólo el amor de su muy amada esposa, la ternura familiar, el cariño de sus amigos y la admiración de sus discípulos, con la generosidad inmensa de su noble y bien templado corazón, pudieron doblegar ese dolor. El doctor Villarán no permitió jamás que el rencor y la envidia, salpicaran, siquiera, el límpido sendero de su tranquilidad espiritual y silencioso cobo el paso breve de su caminar, se retiró de la vida política, en paz con su conciencia y con la íntima satisfacción de no haber descendido jamás, al campo de la demagogia, ni haber pecado de engañar al pueblo, con hipócritas, halagos o falsas promesas, ni haber bebido en oscuras fuentes de contubernios denigrantes. En cambio, mantuvo siempre inflexible el maravilloso pendón de su gallarda honestidad.
El ejemplo del doctor Villarán, la pureza de su conducta, su vida ejemplar, deben conocerla, estudiarla y recordarla siempre con patriótica admiración, las futuras generaciones del Perú, para que, cuando la Providencia, quiera concedernos el privilegio excepcional de que nazca en el Perú, otro hombre como Manuel Vicente Villarán, se le haga justicia y se le aproveche.
Sólo nos queda el consuelo, de sentir que el muy querido e incomparable maestro, marcha triunfal pero siempre sencillo y silencioso desde hace un año por el sendero de la historia, bañado de luces inmortales, al lado de los grandes hombres del Perú.
Lima, 20 de febrero de 1959.
Fuente: Archivo Revista Oiga – Epistolario Doctor Manuel Vicente Villarán
Oiga - Manuel Vicente Villarán
MANUEL VICENTE VILLARÁN
Por: Jorge Basadre
Discurso pronunciado por el Ministro de Educación, Dr. Jorge Basadre, en el sepelio del Dr. Manuel A. Villarán.
Señores: El Gobierno de la República cumple un acto de justicia estricta al dar la solemnidad de duelo nacional al sepelio del doctor Manuel Vicente Villarán y al rendirle altísimos honores, seguro de que, con ellos, se adelanta al veredicto insobornable de la historia.
Villarán empezó muy temprano su carrera de abogado y, casi al mismo tiempo, ingresó a la docencia universitaria. Su talento se delineó desde la primera juventud con los rasgos seguros de una ponderada madurez. Era el cuarto de una dinastía jurídica. Al lado de su padre, Rector de San Marcos, catedrático ilustre, y después de él, supo llevar con elegante sencillez el peso abrumador de aquella gerencia destacándose por méritos propios, avanzando por su ruta serenamente sin arrogancias y sin estridencias, sin temor y sin sorpresa, subiendo sin embriagarse, no dejando nunca las señales delatoras de los encumbramientos inmerecidos y prematuros y ejerciendo, más bien, pronto, sobre sus colegas, sin pretenderla, una hegemonía de maestro.
Tenía 24 años cuando pronunció en la apertura del año universitario de 1900 su discurso sobre las profesiones liberales en el Perú. Lejos de la erudición decorativa y del alarde retórico, hizo allí el planteamiento concreto de la desviación de las clases medias en nuestro país, orientadas hacia la inflación de grados y de títulos; e hizo el análisis franco del sentido decorativo, intelectualista y aristocrático de la enseñanza, postulando, en cambio, ella necesidad de crear riqueza conseguida por el trabajo útil y el dominio y la explotación de nuestro potencial, única base posible para la efectividad de la democracia. Pocos años más tarde, en las tesis para sus grados en la Facultad de Ciencias Políticas desarrolló Villarán estas ideas, propugnando una orientación realista, técnica y económica en la educación nacional. Parece hoy como si hubiera visto entonces los tiempos distintos que llegaban, la necesidad de crear otro estado de cultura, para la creciente riqueza que debía extenderse a nuevas capas. Su actitud no implicaba, por cierto, una profesión de fe materialista como lo demuestra su memorable discurso sobre “La Misión de la Universidad” pronunciado en 1912 en el que, si de un lado pintó las deficiencias tradicionales de esa multisecular institución, al mismo tiempo formuló un ponderado programa de reforma para ella, dentro del cual debían estar incluidos los estudios de cultura auténticamente desinteresada y humana.
Tal fue el ideario educativo de Villarán, enseñanza realista apropiada al ambiente que llegue hasta las clases medias y populares capacitándolas para la lucha económica, superación de la arraigada tendencia a convertir el colegio en antesala de la Universidad, facilitación de las carreras prácticas y técnicas de acuerdo con la situación y las necesidades del país; enseñanza teórica y especializada para los hombres selectos cualesquiera fuese su origen social; y, en ambos casos, contacto con el medio, sentido de la historia, amor a la tierra importando del extranjero únicamente, como lo dijo en ocasión solemne, lo que en ella se puede sembrar, incitación a la vida simple y honrada, aprecio de las tareas sencillas y útiles, culto al trabajo sin precipitaciones ni concupiscencias y al pensamiento metódico, claro, concreto y directo.
Lo que Villarán predicó, en suma, fue un credo educativo genuina y sobriamente democrático, frente a las oligarquías preocupadas ciega y egoístamente por conservar o incrementar sus privilegios, frente a los reaccionarios con nostalgias coloniales, frente a las crudas teorías o a las vacías fórmulas surgidas por las importaciones ciegas de recetas extranjeras y frente a la negación violenta de los radicalismos iconoclastas. Fue el suyo un programa para una burguesía progresista, y emprendedora con raíces y savia populares, que debía tener la mirada crítica o analítica ante el pasado sin renegar de la tradición liberal, social y humana que en él alienta y debía conjugarlo con la esperanza de un porvenir mejor que era menester encarar únicamente por medio del esfuerzo y la perseverancia.
Ministro de Justicia, Culto e Instrucción en 1908, echó las bases del perfeccionamiento de maestros peruanos en el extranjero y de la venida de técnicos extranjeros en funciones de asesoría y colaboración, a la vez que propició el régimen de las inspecciones en los establecimientos de enseñanza así como la reforma educativa. Su gestión quedó interrumpida poco después de empezada, al estallar el movimiento revolucionario del 29 de mayo de 1909 durante el cual expuso voluntaria y audazmente su vida al acompañar por las calles al Presidente de la República secuestrado y vilipendiado, dando hermosa lección de valor físico, altivez cívica y lealtad personal.
Si fue así brevísima su trayectoria como Ministro, dedicó, en cambio, largos años de su vida a la abogacía, Para el ejercicio de ella tuvo la vocación, lo que los libros no enseñan. Estudiantes y profesionales jóvenes de muchas generaciones, acudieron a escucharle cuando informaba en el Palacio de Justicia. Orador de límpido razonamiento, sin relámpagos, de fácil elocución, parecía que más que la defensa de su clientela, ejercía una magistratura. Habiendo podido enriquecerse, mantuvo esa fuente de vieja honradez de la raza que ni la frivolidad ni el aturdimiento crecientes de los débiles o de los vanos han llegado a extirpar. Colaboró de modo principal en la reforma procesal civil, espontáneamente iniciada a principios del presente siglo, en gesto ejemplar, por un grupo de profesionales y magistrados; y evitó los desbordes peligrosos en la posterior reforma procesal penal sosteniendo con altura y vigor una notable polémica periodística como Decano del Colegio de Abogados. Fue, como pasa en países de mentalidad volcánica o sísmica donde es fácil hallar políticos, oradores o poetas, esa planta rara, el jurista que fue abogado con unción de juez y dialéctica de legislador. Riqueza del subsuelo sin el abono de calores multitudinarios ni alarde ornamental.
La tarea profesional afortunada bien pudo acaparar todas sus horas de trabajo. Pero, al lado del Derecho, su gran devoción fue, mientras lo dejaron, la Universidad. Renovó en su tiempo la enseñanza de la filosofía jurídica dándole una orientación sociológica para luego consagrarse a la del Derecho Constitucional. En esa cátedra, que situó el nivel de los grandes maestros universitarios anglosajones, estudió con amor a las grandes democracias aun en los tiempos en que su moda pareció superada por la ilusión falaz de los autoritarismos. Al relacionar por vez primera el proceso de las Cartas Políticas del Perú con nuestra estructura social y nuestra sicología colectiva, abrió un camino de anchos horizontes no sólo en sus clases sino también en sus estudios sobre las Constituciones de 1823, 1826, 1828 y 1834, las costumbres electorales y la posición de los Ministros y que debieron integrar un libro nunca terminado.
Cuando en 1921 fue hollado el Poder Judicial e invadido el recinto universitario, encabezó gallardamente al grupo de catedráticos que optó por el receso de San Marcos. Al año siguiente una votación honrosa, sin sorpresa ni disentimiento de nadie, lo llevó al Rectorado. De su gestión truncada que con la preocupación por la biblioteca, que él tuvo desde años antes y prolongó muchos años después, por el museo de arqueología, por la extensión cultural, por la Ciudad Universitaria que con detalle proyectó en los terrenos de la avenida Arenales por él obtenidos, a lo cual se agregaron memorias y discursos perdurables. La política con sus durezas y sus vulgaridades no lo dejó proseguir; se vio obligado a renunciar y emprendió entonces, como catedrático de Derecho Constitucional y como ciudadano, solitaria campaña principista contra la reelección presidencial y cuyo único premio fue el Destierro.
En el anteproyecto de Ley de Educación de 1928 y en el anteproyecto de Constitución de 1931 fijó específicamente sus ideas, caudal de aguas límpidas que en gran parte se perdió en las arenas. Pero la exposición de motivos de 1931 será un documento clásico de nuestra realidad política pese a su concisión precisa y urgente, pues tuvo el don raro de ver las cosas desde arriba en sus líneas esenciales. Abierto su espíritu a los más vitales problemas del país, nunca se confundió, sin embargo, con la multitud ni tuvo contacto directo con el pueblo, ni se cubrió con el polvo de los caminos criollos. Por ello quizás, y sobre todo, porque fue tardía su candidatura presidencial de 1936, no logró éxito. El entonces, silenciosamente como otras veces, dejó sangrar sus heridas sólo para adentro.
Estudiando su personalidad de hombre que jamás dio la impresión de que se sentía frente a un micrófono o a un fotógrafo, algunos podrían pensar que no cabría llamar descomunales virtudes a calidades tan espontáneas y que sus materiales anímicos eran sencillos, pero estaban ellos combinados de modo tan singular que, en conjunto, no lo eran. Porque conoció desde temprano la parte seria de la vida, practicó sin sacrificios las abstenciones. Se dijo que era frío; pero quienes lo conocimos bien sabemos que en el fondo de su alma chispoteaban, dando calor y abrigo los troncos añosos de la bondad. Incapaz de simular la sonrisa lisonjera o el abrazo fácil, sabía ser irrevocable en el afecto y cordial sin familiaridad. Algunos de sus mejores escritos son discursos en homenaje de amigos fallecidos, como Javier Prado o César Antonio Ugarte. Bello es en la vida haber sido el huésped de un gran corazón; después de esa experiencia uno se siente alentado permanentemente por un estímulo invisible. Y eso es lo que ocurrió con muchos de los que tuvimos la suerte de tratarlo: Tenía el difícil don de inspirar en quienes lo comprendían, confianza sin reserva y respeto sin temor. Carente de jactancias, se podía confiar en sus promesas. Era grave sin ser adusto, reflexivo sin ser solemne. Hombre de principios, carecía, de prejuicios. Modesto, no llegaba a ser humilde, porque se respetaba a sí mismo. Si sufría, era en su dignidad; no en su vanidad. Ante la mala acción, la intriga, la maledicencia, reaccionaba con alergia orgánica, radical. Los gestos de acritud o destemplanzas, los juicios acerbos o sarcásticos, no hallaban en él el clima favorable. Se sentía a gusto, en cambio, dentro de los conceptos serenos y justos y las calificaciones moderadas y equitativas. Poseía esa reserva interesante que es el recato de los hombres y duplica su atracción. La afición por la pintura, en la que reveló condiciones que asombraron a Bacaflor, así como para los libros, los viajes, la historia y las charlas íntimas, evidenciaron la riqueza de su mundo interior. Se comprende ante espíritu de tanto refinamiento y delicadeza que la acción pública en general y, sobre todo, la vida política, debieran infundirle disgusto y hasta rechazo; y que sólo pudieron llevarlo a ellas eventualmente razones de puro patriotismo amparadas por un sentido estoico y enmarcadas dentro de un profundo, desinterés.
Los embates de la vida le ratificaron en el retiro de sus últimos años esa alta condecoración que ni el decreto ni el diploma ni el sufragio pueden jamás conferir ese blasón de nobleza que es muy difícil conservar intacto y que consiste tan sólo en la paz moral. Fue apagándose lentamente dejando la indecible tristeza de una hermosa vida que terminaba en inexorable anochecer. Quizás, pensó en esa etapa que hallábase acompañado nada más que por quienes a su lado o muy cerca de él estaban. Hoy el Perú lo acompaña y lo honra en homenaje espontáneo en el que están ausentes significativamente las presiones de la política, la adulación ante el poder económico, la fuerza de los sectarismos, el ajetreo de las camarillas o el exhibicionismo de las demagogias; y en el que no caben tampoco las vacuas palabras de los panteoneros de nuestros burocráticos olimpos. Al honrar a Villarán, y de ello dejo constancia solemnemente como Ministro de Educación, el Perú se honra.
Fuente: Archivo Revista Oiga – Epistolario Doctor Manuel Vicente Villarán