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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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viernes, 1 de mayo de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Definiendo posiciones – Revista Oiga 22/05/1995


Era difícil hallar una explicación más clara y concluyente -aunque nos avergüence- sobre el resultado electoral de abril que la expresada por el señor Torrado, alto ejecutivo de la encuestadora Datum. Sin ningún rebusca­miento, Manuel Torrado afirmó -pala­bras menos, palabras más- que la mayo­ría de los peruanos de hoy identifica democracia con partidos políticos y con Alan García, con desorden, corrupción, inoperancia, retraso y desesperanza, con un camino ya trillado. Mientras que la figura del presidente Fujimori les representa a los peruanos, justamente por autocrático, eficiencia, orden, discipli­na, esperanzas de mejora para el futuro; y, por su origen humilde, mayor com­prensión de sus problemas, así como, por su ascendencia japonesa, posibili­dad de ayuda masiva de un país rico y poderoso.

Para no pocos analistas, dados al alambicamiento de los conceptos, con afición a la sutileza por la sutileza misma, la explicación de Torrado les parecerá demasiado simplista. Y quien sabe ten­gan razón, aunque sin advertir que así de simple es la lectura correcta del proceso electoral recién concluido. Después de los hechos, no hay análisis más cabal de la tendencia del voto peruano actual que la sencillísima observación de Torrado. Todo esto, claro está, al margen del ausentismo, el mayor de nuestra histo­ria, y del vergonzante torrente de votos nulos, que es ya otro tema, a tratar en nota aparte.

Viendo así las cosas: ¿qué se pudo hacer para revertir esa tendencia del electorado y qué se puede hacer ahora para explicarle al pueblo -también integrado por las clases altas- que su visión de la política es errada, tramposa, sin horizonte?

En cuanto a lo primero sólo cabe reconocer que la tarea que se propuso el doctor Javier Pérez de Cuéllar era casi un imposible, más todavía con los me­dios que dispuso. Era como subir al Hi­malaya sin calzado y sin abrigo. Pérez de Cuéllar, representando a la democracia, estuvo absolutamente huérfano de ayu­da. Y también es necesario reconocer que la autocracia, además de contar a su favor con todos los medios habidos y por haber, tuvo la enorme habilidad de dedi­car gran parte de sus energías y su tiem­po a desprestigiar a los partidos y a lograr que la ciudadanía identificara de­mocracia con Alan García y corrupción, con los blancos y la rapiña tradicional de la clase dirigente -cuyo rabioso fujimo­rismo fue muy bien escondido-; a lo que se añadió el descaro de no ocultar la prepotencia del gobierno, a sabiendas de que las masas respetan al más fuerte.

No hubo pues, cómo revertir la ten­dencia del electorado en el proceso elec­toral. Tanto por la falta de recursos en el lado democrático como por la habilidad del adversario en el poder.

Pero, en fin, todo esto es el pasado; es leche derramada, es página que hay que voltear para no dormirnos sobre ella esperando la extinción.

Miremos el porvenir. Un porvenir no demasiado promisor para quienes cree­mos en la democracia como la fórmula no sólo más justa sino la más eficaz -por su continuidad sostenida- para vivir en sociedad. No es entusiasmante, por ejemplo, la exitosa persistencia en las campañas confusionistas y los operati­vos sicosociales del régimen, destinados a menguar los valores democráticos y a desprestigiar a los demócratas más nota­bles, como Vargas Llosa y Pérez de Cuéllar; operativos apoyados con vigor y descaro por los medios masivos de comunicación. Y menos alentador aún es tener que reconocer que el esquema que ha guiado a los electores no deja, en algunos casos, de responder positiva­mente frente a la realidad: el autoritaris­mo es más rápido para hallar soluciones a los problemas y parece más eficiente en la práctica. Y la imagen esperanzado­ra crece cuando el líder del “nuevo” sis­tema, es el caso del presidente Fujimori, prueba que sabe conectar con el pueblo, que usa con medida la audacia -siempre cautivadora para las masas- y que se prodiga sin medida en el trabajo.

¿Cómo responder a esto?

No es fácil explicar que hay mucho de ilusión y de engaño en el planteamiento -resumido por Torrado- que tiene encan­diladas a las multitudes peruanas y las hizo votar por esa entelequia difusa que se titula Cambio 90-Nueva Mayoría. ¿De qué valen las razones sobre el peso que tiene en la liquidación de Sendero Luminoso la caída del Muro de Berlín, si el que exhibió enjaulado a Abimael Guzmán fue Fujimori? A quién le interesa saber que no hay vida política democrá­tica sin partidos, sin respeto a las mino­rías, sin pluralidad de opiniones, sin instituciones firmes e independientes si el que construye caminos y colegios en las barriadas, destruyendo la agricultura, es Fujimori? ¿Acaso no es cierto que somos minoría de minorías los medios de expresión que no creemos sano un sistema que cada día se parece más al PRI mexicano, con añadidos inspirados con toda claridad en las autocracias del extremo Oriente? ¿Qué se gana explicando, si nadie quiere oír, que Cambio 90-Nueva Mayoría es un partido político con todas las peores lacras y sumisiones de los partidos de hoy, de ayer y de siempre, porque el ser humano, desde que se constituyó en tribu y en sociedad, nunca ha dejado de estar dividido o unido en partidos? Eso del no-partido es una es­tulticia, una necedad de analfabetos o picardía de políticos muy jugados.

¿Nada se gana, entonces, con buscar la verdad?

Se gana por lo pronto el rescate de la propia dignidad, que es ya bastante; y se cumple con el Maestro -Unamuno- quien dijo que “la más miserable de todas las miserias, la más repugnante y apestosa argucia de la cobardía es esa de decir que nada se adelanta con denunciar al ladrón y al majadero”.

Es posible que en los próximos años no haya oídos para la razón ni para la sensatez y que el eclipse de la democra­cia llegue, sin que muchos lo adviertan, a niveles hasta ahora desconocidos en este país. ¿Acaso no se ha llegado ya a una confusión tal que es difícil distinguir hoy entre la verdad y la mentira, entre la broma y el insulto, entre un reo y un empresario?... Pero espero, sin embar­go, no perder la oportunidad de poner un grano de arena para tratar de evitar que se cumpla éste tan negro presagio. No quiero perder la esperanza de que una oposición razonada pueda servir para que la eficiencia del régimen no se ensucie con la arbitrariedad y el abuso.

Y, sobre todo, no quiero sentirme amordazado, no me da la gana de callar cuando siento náuseas al leer a Manuel D’Ornellas tratando de ofender al doctor Javier Pérez de Cuéllar enrostrándole su edad -como si D’Ornellas fuera joven- y negándole el derecho a hacer política en su patria; o cuando me dan ganas de vomitar al revisar las primeras planas de los diarios en las que se acusa a Mario Vargas Llosa de hacer renuncia a su tierra, a su peruanidad, porque ha podi­do cumplir un viejo anhelo: vender un inmueble, en el que habitó unos pocos años, para contar con un penthouse en lo alto del edificio que allí se construya, frente al mar del Perú, el país en el que nació y al que no deja de añadirle glorias con sus triunfos en el mundo.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Política, Agricultura y Civilización – Revista Oiga 8/05/1995


Con qué ánimo escribir cuando se observa lo que ocurre en estos días a la vista y paciencia de los peruanos?

¿Qué decir ante el gigantesco aparato pu­blicitario montado con la entrega negociada de Alfredo Zanatti, que ofrece nove­dades y repite una película ya gastada?... ¿Cómo juzgar la tremenda y enclaustrada celebración no se sabe si de la victoria del 2 de mayo de 1866 o del fallido esfuerzo por tomar Tiwinza; celebración con dis­cursos que desmienten abiertamente un reciente comunicado de la Cancillería pe­ruana en el que se contrastaba la sobrie­dad de nuestros pronunciamientos con los agresivos retiros de las tropas ecuato­rianas de los puestos que habían invadido y en los que habrían dejado colonos?... ¿Cómo comentar el desbarajuste electo­ral y el silencio generalizado sobre el origen de ese embrollo: la grosera irregu­laridad que significó entregar el control del cómputo a la fantasmal firma OTEPSA -que ni local poseía-, poniendo de lado a la IBM?

Sin embargo, así como en el teatro no es posible paralizar el espectáculo cuan­do se ha alzado el telón, en el periodismo se hace imperativo, frente a situaciones como la actual, acatar el mandato de la conciencia y cumplir con el consejo del maestro Unamuno: no guardar silencio frente al abuso, al atropello, engaño, porque callar es consentir y hacerse cóm­plice.

Bien es verdad que tampoco es posible nadar permanentemente a contracorrien­te y negar evidencias como el triunfo electoral del presidente Fujimori. Pero sí sería demasiado callar que las elecciones del 9 de abril no sólo estuvieron lejos de haber sido ejemplares sino que son prue­ba de la voluntad de fraude que existió en un proceso que va culminando con más de un millón de votos volatilizados y casi 40% de nulos, con miles de actas sustraí­das y un número indeterminado de ellas introducidas en un sistema de cómputo que resultó una caja de Pandora... Todo un festín electrónico, donde la velocidad ha jugado en pared con las encuestas para desconcertar y engañar a las multitu­des; y festín sobre el que la televisión y la mayoría de las radios callan en todos los idiomas del mundo. Para esos medios -que son los que llegan a la masa- las noticias que desagradan al gobierno no son noticia y sí lo son los shows publicita­rios que el régimen monta con indis­cutible habilidad cada vez que necesita esconder verdades que le son molestas, como la derrota de Tiwinza, el fiasco del mago OTEPSA, las 37 mil actas sustraí­das, etc.

Para la televisión y la mayoría de la prensa no hay otra noticia de actualidad que el show de Zanatti, destinado según lo confiesa Expreso a liquidar política­mente a Alan García. Lo que sin duda sería una bendición para el país, ya que no es fácil hallar -en la historia universal-un personaje que haya tenido mayor ha­bilidad que él para acumular errores, rate­rías y despropósitos, que haya logrado destrozar más a fondo un país, que haya tenido un comportamiento más cercano a los caballos de Atila. Pero no es con shows a lo Zanatti como se librará el Perú del maleficio que representa Alan García y mucho menos otorgándole al pillo de Zanatti la condición de fiscal, de acusador justiciero. Eso se llama alterar por completo la escala de valores, es caer en el canalla juego de usar medios viles con la excusa de perseguir un fin noble... Y así no se liquida políticamente a nadie, ni siquiera a un político descalificado moral­mente como Alan García. La política tie­ne sutiles e inesperados comportamien­tos, basados en la magia de la fe. Es un terreno en el que con facilidad se confun­de la verdad con la mentira, la razón con el engaño, el prestigio con la zafiedad. La política es como la economía, el día en que se encuentren reglas matemáticas para su manera de operar se habrán aca­bado los problemas del mundo.

Recuerdo, por ejemplo, una misterio­sa cita en el extranjero para ofrecerme pruebas documentales contundentes con­tra un ministro de Alan García. En ese entonces ya era presidente el ingeniero Fujimori. Se me pidió viajar para consta­tar la importancia de los documentos. Viajé. Se me exigió una gruesa cantidad de dinero para soltar las pruebas. Logré se juntara la bolsa... Y lancé la noticia a los cuatro vientos. Hubo algún escándalo. Pero al poco tiempo el silencio se impu­so. “Aquí no pasó nada” y ahí están, publicadas, las pruebas documentales que para nada sirvieron: porque ni el gobier­no ni la oposición en el CCD quisieron poner un poco de voluntad para morali­zar a este país, en el que sigue saliendo pus donde se hunde el dedo.
¿Sobre qué escribir para contentar a’ los que nos califican de derramadores de bilis y nos acusan de ensañamiento con los defectos del régimen; defectos que ellos mismos reconocen -arbitrariedad, prepotencia, centralismo, desprecio por la democracia-, pero que, muy limeñamente, prefieren que los callemos para no alterar la paz varsoviana de la que gozan?

¿Acaso no hay aspectos positivos en la administración Fujimori?

Claro que sí. Por lo pronto, podríamos destacar, sin faltar a la verdad, la energía, el don de mando, la infatigable dedicación a las obras de infraestructura en las barriadas populares que exhibe el presi­dente Fujimori. Y, a la vez, pedirle que reflexione y piense que, así como en un tiempo el problema número uno del Perú fue el terrorismo, hoy lo es la recupera­ción del agro y que a esa tarea debiera dedicarse ahora, poniendo en la misma la tenacidad y el empeño empleados en hacer beneficencia en los poblados con numeroso electorado. Ya ganó las elecciones y sería bueno que medite en que la beneficencia en las barriadas de Lima, Arequipa, Cuzco, Trujillo, no le hacen bien al agro ni a esas ciudades, ya satura­das de habitantes y con gravísimos pro­blemas de servicios. Seria bueno que el presidente Fujimori se convenza de que tiene en sus manos, en su capacidad de liderazgo popular, los resortes necesarios para reparar el daño que él les ha hecho a las ciudades, alentando la migración del campo a las luces de las calles citadinas. Puede él reparar ese daño poniendo su incansable energía en la tarea de repoten­ciar el agro, porque sin una agricultura próspera no habrá desarrollo, digan lo que digan los economistas y los funda­mentalistas del mercado libre. No es desa­rrollo comprar papas de Holanda, por­que están baratos sus excedentes, y abandonar los campos del Perú, empu­jando al campesinado a mendigar en las calles de la, ciudad, atraídos por la luz eléctrica, el agua y desagüe y los colegios con los que el presidente Fujimori va construyendo su popularidad. Eso -la compra de alimentos en el exterior- no es desarrollo ni modernidad sino delirante fundamentalismo destinado a destruir la agricultura y a matar de hambre al cam­pesino, lograr que se desvanezca la pa­tria, que es, entre otras cosas, hermandad de seres humanos nacidos en un mismo territorio.

Y, ya que se habla tanto de colegios, bueno seria también que el presidente Fujimori advierta que más importante que los ladrillos es la enseñanza y que con maestros mendicantes no servirán de mucho sus construcciones. Más todavía: debiera entender el presidente Fujimori, en estos días de homenaje a la libertad de prensa, que con ladrillos no se lee, ni se divulga cultura. Para que un país logre ser desarrollado es necesario que su gente haya alcanzado el hábito de la lectura, algo imposible en el Perú actual, con el papel más caro del mundo: 35.5% de carga tributaria. Un verdadero crimen de lesa cultura en opinión de cualquier ciuda­dano de un país civilizado. ¡Por algo, en pocos años, los lectores peruanos no sólo no han crecido sino que se han reducido a un tercio! ¡Así no se hace patria!

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Un loco bombardeo noticioso – Revista Oiga 1/05/1995


Al cierre de esta edición, varios días antes de que comience a circular la revista ¡contratiempos de la época!-, el bombardeo noticioso de la semana tiene parecido con el estallido de la santa­, bárbara de un acorazado. Primera sor­presa: el atildado señor Murray, siempre dispuesto a encontrar todo correcto en el proceso electoral del 9 de abril, quedó de pronto espantado con la desaparición de 37 mil actas de sufragio, por lo que se negó a firmar la conformidad de la OEA a la limpieza de las elecciones del 9 de abril y, sin más, tomó un avión y voló a Washington. Al mismo tiempo, con an­cha sonrisa, el retirado capitán de navío Luis Mellet se presentó ante la Justicia Militar y al poco rato se le congeló la alegría en la cara. Sus opiniones sobre el reciente conflicto bélico con el Ecuador -favorables al régimen- fueron calificadas de delito y se ordenó su detención. Acom­pañaba en su suerte, aunque en prisión para marinos, al general Ledesma, a quien un oficial de rango inferior al suyo lo acusa de lo mismo: de expresar su parecer sobre las operaciones militares en el Cenepa; a las que este general sí no las vio técnicamente bien conducidas por el alto mando peruano. Ante semejantes hechos, la citación alcanzada al general Mauricio por ese mismo Tribunal -cuyo presidente ha adelantado juicio contra el general Ledesma-, es, sin duda alguna, el anuncio de que será detenido y de que nos hallamos ante un operativo de perse­cución y amedrentamiento al interior de la Fuerza Armada. También dirigido con­tra el doctor Javier Pérez de Cuéllar, con quien colaboraban muy de cerca los ge­nerales Mauricio y Ledesma, los dos en retiro, igual que Mellet, y por lo tanto aptos para ejercer íntegros los derechos ciudadanos que todas las constituciones, aún la del CCD, consagran.

Pero esto no era sino el comienzo de un bombardeo noticioso destinado, al parecer, a ablandar el terreno antes de lanzar una gran cortina de humo sobre la derrota de Tiwinza -puesta en evidencia con gran fanfarria en la TV por el general ecuatoriano Paco Moncayo- y sobre la sorprendente negativa del delegado de la OEA a avalar la limpieza de unas eleccio­nes con miles de actas, o sea millones de votos, desaparecidas, junto a tampones, sellos, lapiceros y el resto del material necesario para fraguar electores.

Los primeros bombardeos con humo oscuro fueron las cartas del general Ló­pez Trigoso. Una dirigida al alto mando pidiendo permiso para la segunda, repar­tida como volante, pero que a OIGA no ha llegado, a pesar de que la revista es citada con insistencia en la misiva del general y en la que se nos conmina a publicarla... Pero el tremendo bombazo, que sonó como el reventón de una santa­bárbara, fue la presencia en Lima de Alfredo Zanatti, el hombre del dólar MUC, el socio de Alan García, el perse­guido que eludió a la policía durante años, sin tomarse la molestia de esconderse, pues con frecuencia se le veía pasearse abiertamente por Roma, Frankfirt, Ma­drid, Sevilla, Miami, San José. Se trata -hay evidencias para afirmarlo- de una entrega negociada, concretada meses atrás en el extranjero y afinada en las últimas semanas con Zanatti confinado en la base aérea de las Palmas. De tan sorprendente y misteriosa cortina, tenida largo tiempo escondida bajo la manga y tendida en momento oportuno para cam­biar los temas de la conversación diaria de estos días, se ocupa OIGA en las páginas que siguen.

En esta columna estoy obligado a co­mentar las penosas cartas rectificatorias del general Vladimiro López Trigoso. Penosas porque en todo el episodio que las rodea hay enorme poquedad de espí­ritu, esmirriado aprecio por la honra, torpe abuso de autoridad. Hay tanta pe­queñez soterrada en lo escrito y en lo que esas cartas insinúan que entristece ente­rarse de tamaña sordidez y me hace creer que sólo un equivocado sentido de la disciplina militar o un apremio demasia­do brutal llevó al general López a poner su firma en un alegato que, por lo dicho en sus cartas, estuvo llevándolo incom­prensiblemente callado durante casi un mes y que, en relación con OIGA, nada rectifica. OIGA se limitó a hacer público el nombre del remitente de una carta, publicada por Caretas, nombre que sólo un retardado mental no podía descubrir, pues eran demasiado claras las eviden­cias: la carta respondía una a una las acusaciones directas que un reportero de televisión y el propio presidente Fujimori le habían hecho al general López Trigoso y hacía comentarios que sólo el jefe de operaciones del Cenepa podía hacer. OIGA se limitó, pues, a resolver un acer­tijo demasiado fácil. Otra cosa, en la que nada tiene que ver esta revista, es si alguien se atrevió a falsificar la carta manuscrita publicada por Caretas. Lo que me parece una hipótesis dispara­tada, ya que es difícil encontrarle sentido a semejante patraña. ¿Quién podría inte­resarse por poner a salvo al general Ló­pez de los graves cargos que le habían lanzado el señor presidente de la Repúbli­ca y los periodistas de su entorno sino el mismo general López ‘Trigoso’. Y, en último caso, la solución a cualquier duda que pudiera subsistir es muy fácil de resol­ver. Bastaría, como lo señala Caretas, con una pericia grafológica ante tribuna­les competentes. Lo del interrogatorio periodístico en público, sí no me parece pertinente, aunque, sin duda, sería muy periodístico y divertido. ¿Por qué no se le hace la pericia grafológica?

Y, para terminar, no quiere OIGA sus­traerse a la casi unánime exhortación que se le hace al gobierno para que inicie su segundo mandato extendiendo una magnánima rama de olivo a los que cree son sus enemigos. Sería un gesto que lo enal­tecería y dejaría en posición desairada a los intransigentes, a los principistas radi­cales, a los opositores contumaces. ¿Qué beneficio le reporta al gobierno la prisión del general Salinas Sedó y los oficiales que lo acompañan en el Real Felipe? ¿Le hace bien al gobierno ensañarse contra Salinas y los suyos y mostrar dureza irra­cional, mezquindad y rencor vengativo? ¿Ganará algo el gobierno arremetiendo contra la Constitución, la Justicia y el orden jurídico para vengarse de los gene­rales Ledesma y Mauricio por el “delito” de poner en evidencia la torpeza del comando en el conflicto del norte? ¿Le es útil al gobierno humillar al general López Trigoso, bastante humillado ya con las acusaciones que se le hicieron cuando aún no habían concluido los combates en el Cenepa, haciéndole publicar, a des­tiempo, cartas -la dirigida a su comando y la destina a “rectificar” a OIGA y Care­tas- que nada aclaran y más bien sirven para que los periodistas de oposición nos sintamos asediados, presionados, ame­nazados? ¿Les es beneficioso al presiden­te Fujimori comprarse los resentimientos del general Hermoza Ríos?

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL - Reflexiones en torno a la “Democracia Directa” – Revista Oiga 24/04/1995


A pesar de la extraña confusión que se está obser­vando en los cómputos electorales, nadie duda ni discute que la tendencia de la voluntad popular ha sido reelegir al presiden­te Fujimori y elegir un Parlamento que le sea dócil al líder ante el que se ha doblegado el país. Además, está a la vista, aunque no haya habido entusiasmo ni grandes celebraciones de masas, que la corriente ciudadana en este sentido ha sido abrumadora. Por lo que resultará llorar sobre leche derramada el recordar que el origen del fenómeno político que vive la República fue un golpe de Estado contra el sistema democrático y que su basamento legal es una Constitución reeleccionista elaborada por un Congre­so hechizo, de diminuta representativi­dad, prohijado por el ánimo bomberil de la OEA y las habilidades florentinas del delegado norteamericano ante esa orga­nización, Luigi Einaudi. Recordar la le­che derramada será adentramos en el terreno de los principios, de la escala de valores, en los vericuetos del orden moral y de la educación cívica, aspectos de la convivencia humana que, también sin duda alguna y para nuestra vergüenza histórica, han sido repudiados por el elec­torado, deseoso de recibir dádivas y ver resultados tangibles; dispuesto a dejarse encandilar, sin reflexión ni análisis, por la nueva ideología del pragmatismo y la globalización económica, por el funda­mentalismo liberal.

A este estado de ánimo contribuyen hechos positivos como la eficacia de la construcción de infraestructura, el orde­namiento de la economía y la extinción del terrorismo. Cuyos frutos se han visto en varias privatizaciones -no en todas- del año pasado y hoy en la exitosa venta del Banco Continental. Celebrable no sólo por la importancia mundial del Banco Bilbao Vizcaya sino por la participación peruana en la operación. Los hermanos Brescia no son socios simbólicos del Bilbao Vizcaya, sino parte medular de la nueva y, se supone, modernísima y competitiva entidad bancaria que surgirá del viejo Continental.

Pero así como no es oro todo lo que brilla en la política económica del régimen, tampoco viene resultando tan aplastante la victoria electoral del presidente Fujimo­ri, empañada por un altísimo ausentismo, mientras que la elección parlamentaria se ha transformado en un embrollo gigantesco, previsto desde estas páginas hace me­ses, cuando OIGA denunciaba inútilmen­te, con pruebas documentales y gráficas, la irregularidad que significaba entregar el control de la computación electoral a la fantasmal empresa OTEPSA del señor Carlos Kahayagawa Sato.

Es tal el enredo de la votación parla­mentaria que el Jurado Nacional de Elecciones tendrá que usar artes mágicas para explicar cómo pueden haberse producido totales tan disparatados en las sumas de los votos para el Congreso y por qué no ha podido cumplir con los plazos que se trazó para dar resultados completos y veraces. Sólo la magia podría aclarar los errores matemáticos que se han produci­do en la elección.

Enredos aritméticos que, sin embargo, no cambian la convicción de que el electorado ha querido expresar su apoyo a la continuidad del régimen fujimorista. Un gobierno que él mismo, hasta hoy, se calificaba oficialmente de pragmático y técnico. Nada más. Y que, de victo­ria, oscurecida por graves fallas técnicas de computación, viene definiéndose como una nueva democracia, de alcances tan extravagantes que ha despertado suspica­cias aún dentro de los periodistas más obsecuentes al presidente Fujimori, como son los columnistas de Expreso. Hasta para estos curtidos aplaudidores del prag­matismo fujimorista, vienen resultando preocupantes las declaraciones post elec­torales del jefe de Estado a la prensa extranjera. Y en verdad que lo son. No por­que ahora sean dichas ante la opinión pública internacional, sino porque con­firman y ratifican un peligrosísimo criterio muchas veces expresado como gran des­cubrimiento filosofal propio por el presidente Fujimori ante auditorios populares del país: que para hacer eficaz a un gobier­no es preciso que el gobernante no tenga trabas, ni parlamentarias ni partidarias. El pueblo, según esta peregrina y nada nove­dosa tesis, debe comunicarse directamen­te con el líder, sin intermediaciones institu­cionales y menos de los partidos, de la despectivamente llamada partidocracia. Esta es la nueva democracia que el presi­dente Fujimori viene predicando al mun­do. Una nueva democracia que, el mundo entero lo sabe, no es democracia sino fascismo.

Democracia, hay que repetirlo y repe­tirlo una y mil veces, es equilibrio de poderes, es pluralismo partidario, es res­peto a las minorías, es el imperio a la ley sobre gobernantes y gobernados. Y en este punto no sólo andan despistados los habitantes de este territorio de descon­certadas gentes. También desbarran so­bre el tema algunos periodistas europeos que se extrañan por la resistencia a la reelección presidencial existente en Amé­rica Latina. Según ellos, desconocedores de nuestros presidencialismos, debería­mos admitir como algo normal la reelección de los gobernantes “porque así es en Europa y en los Estados Unidos”. Una conclusión, al parecer, correcta, pero ig­norante de que todas estas repúblicas, incluido Chile, que es el país más insti­tucionalizado de la región, son de un presidencialismo muy agudo y fuerte­mente consolidado, por lo que, en toda la región, el equilibrio de poderes es casi una ficción; más todavía cuando el Ejérci­to -otro de los poderes del Estado en nuestros países- se pone al servicio del Jefe Supremo, el presidente de la Repú­blica. En Europa, los jefes de Estado, cuando no son reyes hereditarios, son presidentes que no tienen la responsabi­lidad del gobierno, salvo el de Francia, que es reelegible y tiene ingerencia en la conducción de los asuntos estatales, pero que está severamente limitado por el Parlamento, al que le corresponde nomi­nar al primer ministro. De allí fue que surgió lo de la cohabitación francesa o sea presidente de un partido y gobierno de otro color. En Europa no son reelegi­dos a título personal los jefes o presi­dentes de gobierno, sino que resultan permaneciendo en el cargo como conse­cuencia de las elecciones parlamentarias. En España, por ejemplo, hace varios meses no fue reelegido Felipe González. Fue una coalición parlamentaria salida de las urnas la que lo ratificó en el cargo y la que lo sostiene en él. Está colgado de ese hilo, pues roto el pacto tiene que dejar el puesto. Afirmar, pues, que es comparable la reelección de los presi­dentes americanos -que son jefes de Es­tado- con los presidentes de gobiernos europeos -que no son jefes de Estado- es lo mismo que pretender hacer una suma de panes y cebollas. En aquellos países hay instituciones firmes, hay equilibrio de poderes y hay respeto a las minorías. Por eso, no porque sean ricos o pobres, es que son democracias. Y a ello han llegado cultivando su cultura, aprendiendo a amar la libertad, luchando por ella cuando los taumaturgos de las patrias milenarias han interrumpido ese incesante aprendizaje que es la democracia, para establecer los contactos directos del caudillo con las masas, los autoritarismos fascistas o co­munistas, los totalitarios que tan patéticas huellas han dejado en la historia universal.
Eso ocurre, aquí y en todas partes, cuando se acepta que cualquier medio es bueno para alcanzar los grandes fines de grandeza nacional que trazan las buenas intenciones. Porque, a la corta o a la larga, si esos medios son inescrupulosos, sin principios, sin va­lor moral, se transformarán en fines. Así, de este mismo modo, comenzaron todas las grandes tragedias del hombre sobre la tierra.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – ¡Viva la Democracia! – Revista Oiga 17/04/1995


Sigue dando que hablar la apabullante victoria electoral del presidente Alberto Fujimori. Y no es para menos. Pocas veces en los últimos 50 años se ha dado un resultado similar: tres cuartas partes de los electores le han dado su voto, legitimando el mandato presidencial, y ha sido borrada del mapa la totalidad de los partidos políticos tradicionales -en esta oportunidad bien empleado el término-. No es, pues, fácil interpretar el hecho. ¿Cómo explicar que un hombre solo, haciendo alarde de su soledad en el mando y empleando la arbitrariedad, el engaño y la mentira, sin escatimar las dosis, haya podido derrotar a todos los partidos y a la candidatura de uno de los peruanos más ilustres de este siglo?

Habrá que comenzar por advertir, si hacemos algo larga la memoria, que la novedad es más aparente que real. La aparición y desaparición de los partidos es un fenómeno bastante frecuente en el Perú y en algunos otros países latinoamericanos, todavía asidos al magnetismo de los caudillos. (Los tiempos históricos son mucho más dilatados que el recuerdo de las personas).

En nuestros días han muerto los partidos de turno -han muerto y bien harían los partidarios sobrevivientes en darles apacible sepultura para que no hiedan los cadáveres-, van dando el último suspiro de la misma manera como murieron los partidos Demócrata, Liberal y Constitucionalista cuando, al terminar la segunda década de este siglo, emergió la figura enérgica y solitaria de don Augusto B. Leguía, el nuevo y electrizante caudillo que ofrecía, con su mirada de ave de rapiña, una Patria Nueva esplendorosa, basada en el pragmatismo, la modernidad y la esperanza. Junto a aquellas organizaciones políticas, con las que por al­gún tiempo jugó Leguía como con eti­quetas de circo, también arrió bande­ras el Partido Civil, pero el civilismo no murió, quedó agazapado en las depen­dencias públicas y en los salones de los saraos leguiístas, mientras sus figuras históricas fueron languideciendo en el destierro. El espíritu de la vieja Lima virreynal, que eso es el civilismo, so­brevivió a esa catástrofe y fiel a ese espíritu, siempre acomodado a las cir­cunstancias y cambiando sin remilgos de personajes -no necesariamente limeños de nacimiento-, estuvo presen­te en los círculos próximos a Sánchez Cerro y Benavides; retornó al poder con Prado y Odría; merodeó Palacio con los “carlistas” en época de Belaún­de y con los “Doce Apóstoles” en el quinquenio de Alan García; y hoy aplaude al presidente Fujimori. Es el partido que, después de muerto, sigue reinando. Las demás tiendas políticas, igual las de hoy que las de ayer, dejaron en un momento de sincronizar con la sensibilidad de las mayorías y finiquita­ron.

El Partido Civil sobrevivió a su muer­te porque no representa las ideas, el ánimo, la imagen carismática de un hombre, sino el espíritu conservador. Los civilistas peruanos son los conservadores de otros países, que aquí han preferido la sibilina infiltración en todos los gobiernos a mantener viva la organización de un partido político, sujeto a los vaivenes del humor electo­ral.

El Apra ha muerto porque nunca llegó a ser la social-democracia con la que se etiquetó en los ambientes inter­nacionales. Fue el pensamiento un tan­to errático de Haya de la Torre. Un poco marxista, otro poco fascista y un tanto tahuantinsuyano. En resumen: el Apra fue la persona de Haya de la Torre con su inmenso magnetismo ver­bal, sus poses heroicas y el martirolo­gio de sus seguidores. Un gran caudal político, pero ligado a la personalidad del líder como la piel al cuerpo. Muerto Haya era difícil que sus ingeniosas y contradictorias ideas siguieran encan­dilando a las multitudes.

Alan García quiso reorientar a su partido por la senda de la social demo­cracia, pero su conducta lo perdió. No sus errores, porque los errores se corri­gen. Y no ha habido ni hay otro líder que pueda resucitar al difunto.

Ha muerto Acción Popular porque el peso de los años ha retirado de la actividad política a su jefe y fundador, el presidente Belaúnde; cuyas ideas, enraizadas en la emoción telúrica del país, se entremezclan con sentimien­tos socialdemócratas y socialcristianos y son indesligables de su liderazgo, más apegado a la construcción de infraes­tructura en el país desde el gobierno que a la prédica doctrinal desde el lla­no.

Las distintas izquierdas -incluido Sendero- han muerto con la caída del Muro de Berlín y con la debacle de la Unión Soviética y sus satélites de la Europa Oriental. Lo que no quiere de­cir que, con el tiempo, las ideas de solidaridad con los oprimidos y de re­beldía ante el abuso del poder y los poderosos no vuelvan, con otros pos­tulados, a conmover y a movilizar a las masas.

La muerte del Partido Popular Cris­tiano es particularmente triste, porque no es que se haya extinguido el pensa­miento socialcristiano y no es que Luis Bedoya Reyes no sea un alto, lúcido y muy embebido exponente de esta ten­dencia ideológica, sino que la praxis del partido, su irrefrenable afán pactis­ta, lo ha llevado al suicidio. También porque Luis Bedoya no halló reempla­zo a su liderazgo.

¿Explica, sin embargo, la defunción de los partidos la resonante victoria electoral del presidente Fujimori y su rutilante ascenso al estrellato de la po­pularidad en el Perú?

En parte sí. El declive de los partidos -que no se hacía demasiado evidente por los resultados de las elecciones municipales y por el éxito del NO en el referéndum- permitió, sin duda, que Fujimori se fuera afianzando en el lide­razgo nacional. Pero el mayor e inne­gable mérito del actual y ya legitimado presidente ha sido el saber captar el humor del país -aparte de estar iden­tificado, por su origen, con las necesi­dades populares- y el haber tenido ha­bilidad para ganarse el aliento civilista y el apoyo de los círculos financieros internacionales.

Los partidos políticos, base esencial de la democracia, nacen, se constitu­yen, cuando un grupo más o menos numeroso de ciudadanos concuerda con unas cuantas ideas básicas o en una serie de postulados; y, luego de discutir y de rumiar lo planteado, deci­de organizarse, nominando a un líder, sea por la confianza depositada en el elegido o por el carisma que éste haya irradiado. Estos son los partidos doctri­narios -basados en ideas universales y en postulados específicos locales-, son los partidos tradicionales de las nacio­nes civilizadas, adscritas a la cultura occidental.

En los países en formación -y de vez en cuando también en los desarrolla­dos- la muerte y resurrección de los partidos se produce conjuntamente o después de un acontecimiento que ha conmovido a la sociedad, que la ha desgarrado hasta los huesos y la ha hecho perder orientación y guía. De esos sucesos tremendos es que surgen las personalidades que se alzan sobre la tempestad. Y casi siempre, por la natu­raleza del pensamiento humano, son dos o tres esas figuras, representativas de las dos o tres interpretaciones que afloran del suceso conmovedor. Son las ideas surgidas en ese trance y quie­nes las han lanzado al aire los que dan forma a los partidos políticos que na­cen de esas emergencias.

Pero como las ideas siempre son varias -si no fuese así el mundo sería un espantoso y monocorde funeral- el par­tido único viene a resultar una aberra­ción. De allí que no haya democracia sin pluralidad partidaria. Como tam­poco habrá democracia sin división de poderes -cuya antítesis es el fascista contacto directo del líder con la masa­, y sin instituciones sólidas, sin contro­les reales, sin Estado de derecho o sea sin que impere la ley sobre gobernan­tes y gobernados.

Esta concepción de la democracia, que es por la que ha levantado bande­ras en estos días Javier Pérez de Cué­llar y por la que lucharon a contraco­rriente en las últimas décadas Busta­mante y Rivero, Basadre, Belaúnde y otros, no se parece mucho al sistema escogido por el presidente Fujimori para dirigir al país. Por lo menos esto es lo que se desprende de sus declara­ciones, actitudes y disposiciones de gobierno –“si alguno de mis parlamentarios sufre alguna metamor­fosis, lo mocho”–; esto es lo que se deduce de la “democracia directa” pre­gonada por Fujimori, más cercana al modo de gobernar de las autocracias orientales que a los ideales democráti­cos de occidente. “Democracia direc­ta” también próxima al fascismo, siste­ma en el cual, como desea el pre­sidente Fujimori, el pueblo se comuni­ca con el líder sin intermediación de nadie.

Y aquí viene la gran pregunta: ¿Pue­de adaptarse al Perú la concepción autocrática de los gobiernos orienta­les, que es en el fondo fascismo puro, ya que nada hay absolutamente origi­nal bajo el sol? ¿Será cierto que alguna vez en este país se gritó ¡vivan las cadenas!? O, más bien, ¿no han sido frecuentes los alzamientos populares reclamando libertad? ¿Y no dicen las encuestas que las mayorías reclaman democracia?

Lo único que puedo decir es que esta revista, desde siempre, con algu­nos errores en el camino, luchó porque alguna vez esta patria que me duele tanto entrara en razón y comprendiera que el camino al desarrollo, a la estabi­lidad, a la justicia social está en la de­mocracia pluralista, con instituciones fuertes -no con hombres fuertes- en la que la ley impere sobre gobernantes y gobernados. Y OIGA no va a cambiar. No encuentra razón para dar marcha atrás en su posición crítica al régimen, salvo que éste se enmiende, ahora que ha logrado una votación legitimadora.

Con paciencia seguiré esperando que el presidente Fujimori comprenda que la democracia que él anhela no es democracia sino autoritarismo oriental o fascismo. Esperaré un nuevo amane­cer, aún cuando jamás en el Perú haya­mos podido gozar un solo día pleno de democracia. Sólo hemos tenido unos pocos amaneceres y muchas, muchas patrias nuevas, restauraciones, recons­trucciones y manos duras. Demasia­das. ¡Viva, pues, la democracia!, un sistema lleno de errores, pero, hasta ahora, el mejor de los ideados por el hombre.