A pesar de la extraña confusión que se está observando en los cómputos electorales, nadie duda ni discute que la tendencia de la voluntad popular ha sido reelegir al presidente Fujimori y elegir un Parlamento que le sea dócil al líder ante el que se ha doblegado el país. Además, está a la vista, aunque no haya habido entusiasmo ni grandes celebraciones de masas, que la corriente ciudadana en este sentido ha sido abrumadora. Por lo que resultará llorar sobre leche derramada el recordar que el origen del fenómeno político que vive la República fue un golpe de Estado contra el sistema democrático y que su basamento legal es una Constitución reeleccionista elaborada por un Congreso hechizo, de diminuta representatividad, prohijado por el ánimo bomberil de la OEA y las habilidades florentinas del delegado norteamericano ante esa organización, Luigi Einaudi. Recordar la leche derramada será adentramos en el terreno de los principios, de la escala de valores, en los vericuetos del orden moral y de la educación cívica, aspectos de la convivencia humana que, también sin duda alguna y para nuestra vergüenza histórica, han sido repudiados por el electorado, deseoso de recibir dádivas y ver resultados tangibles; dispuesto a dejarse encandilar, sin reflexión ni análisis, por la nueva ideología del pragmatismo y la globalización económica, por el fundamentalismo liberal.
A este estado de ánimo contribuyen hechos positivos como la eficacia de la construcción de infraestructura, el ordenamiento de la economía y la extinción del terrorismo. Cuyos frutos se han visto en varias privatizaciones -no en todas- del año pasado y hoy en la exitosa venta del Banco Continental. Celebrable no sólo por la importancia mundial del Banco Bilbao Vizcaya sino por la participación peruana en la operación. Los hermanos Brescia no son socios simbólicos del Bilbao Vizcaya, sino parte medular de la nueva y, se supone, modernísima y competitiva entidad bancaria que surgirá del viejo Continental.
Pero así como no es oro todo lo que brilla en la política económica del régimen, tampoco viene resultando tan aplastante la victoria electoral del presidente Fujimori, empañada por un altísimo ausentismo, mientras que la elección parlamentaria se ha transformado en un embrollo gigantesco, previsto desde estas páginas hace meses, cuando OIGA denunciaba inútilmente, con pruebas documentales y gráficas, la irregularidad que significaba entregar el control de la computación electoral a la fantasmal empresa OTEPSA del señor Carlos Kahayagawa Sato.
Es tal el enredo de la votación parlamentaria que el Jurado Nacional de Elecciones tendrá que usar artes mágicas para explicar cómo pueden haberse producido totales tan disparatados en las sumas de los votos para el Congreso y por qué no ha podido cumplir con los plazos que se trazó para dar resultados completos y veraces. Sólo la magia podría aclarar los errores matemáticos que se han producido en la elección.
Enredos aritméticos que, sin embargo, no cambian la convicción de que el electorado ha querido expresar su apoyo a la continuidad del régimen fujimorista. Un gobierno que él mismo, hasta hoy, se calificaba oficialmente de pragmático y técnico. Nada más. Y que, de victoria, oscurecida por graves fallas técnicas de computación, viene definiéndose como una nueva democracia, de alcances tan extravagantes que ha despertado suspicacias aún dentro de los periodistas más obsecuentes al presidente Fujimori, como son los columnistas de Expreso. Hasta para estos curtidos aplaudidores del pragmatismo fujimorista, vienen resultando preocupantes las declaraciones post electorales del jefe de Estado a la prensa extranjera. Y en verdad que lo son. No porque ahora sean dichas ante la opinión pública internacional, sino porque confirman y ratifican un peligrosísimo criterio muchas veces expresado como gran descubrimiento filosofal propio por el presidente Fujimori ante auditorios populares del país: que para hacer eficaz a un gobierno es preciso que el gobernante no tenga trabas, ni parlamentarias ni partidarias. El pueblo, según esta peregrina y nada novedosa tesis, debe comunicarse directamente con el líder, sin intermediaciones institucionales y menos de los partidos, de la despectivamente llamada partidocracia. Esta es la nueva democracia que el presidente Fujimori viene predicando al mundo. Una nueva democracia que, el mundo entero lo sabe, no es democracia sino fascismo.
Democracia, hay que repetirlo y repetirlo una y mil veces, es equilibrio de poderes, es pluralismo partidario, es respeto a las minorías, es el imperio a la ley sobre gobernantes y gobernados. Y en este punto no sólo andan despistados los habitantes de este territorio de desconcertadas gentes. También desbarran sobre el tema algunos periodistas europeos que se extrañan por la resistencia a la reelección presidencial existente en América Latina. Según ellos, desconocedores de nuestros presidencialismos, deberíamos admitir como algo normal la reelección de los gobernantes “porque así es en Europa y en los Estados Unidos”. Una conclusión, al parecer, correcta, pero ignorante de que todas estas repúblicas, incluido Chile, que es el país más institucionalizado de la región, son de un presidencialismo muy agudo y fuertemente consolidado, por lo que, en toda la región, el equilibrio de poderes es casi una ficción; más todavía cuando el Ejército -otro de los poderes del Estado en nuestros países- se pone al servicio del Jefe Supremo, el presidente de la República. En Europa, los jefes de Estado, cuando no son reyes hereditarios, son presidentes que no tienen la responsabilidad del gobierno, salvo el de Francia, que es reelegible y tiene ingerencia en la conducción de los asuntos estatales, pero que está severamente limitado por el Parlamento, al que le corresponde nominar al primer ministro. De allí fue que surgió lo de la cohabitación francesa o sea presidente de un partido y gobierno de otro color. En Europa no son reelegidos a título personal los jefes o presidentes de gobierno, sino que resultan permaneciendo en el cargo como consecuencia de las elecciones parlamentarias. En España, por ejemplo, hace varios meses no fue reelegido Felipe González. Fue una coalición parlamentaria salida de las urnas la que lo ratificó en el cargo y la que lo sostiene en él. Está colgado de ese hilo, pues roto el pacto tiene que dejar el puesto. Afirmar, pues, que es comparable la reelección de los presidentes americanos -que son jefes de Estado- con los presidentes de gobiernos europeos -que no son jefes de Estado- es lo mismo que pretender hacer una suma de panes y cebollas. En aquellos países hay instituciones firmes, hay equilibrio de poderes y hay respeto a las minorías. Por eso, no porque sean ricos o pobres, es que son democracias. Y a ello han llegado cultivando su cultura, aprendiendo a amar la libertad, luchando por ella cuando los taumaturgos de las patrias milenarias han interrumpido ese incesante aprendizaje que es la democracia, para establecer los contactos directos del caudillo con las masas, los autoritarismos fascistas o comunistas, los totalitarios que tan patéticas huellas han dejado en la historia universal.
Eso ocurre, aquí y en todas partes, cuando se acepta que cualquier medio es bueno para alcanzar los grandes fines de grandeza nacional que trazan las buenas intenciones. Porque, a la corta o a la larga, si esos medios son inescrupulosos, sin principios, sin valor moral, se transformarán en fines. Así, de este mismo modo, comenzaron todas las grandes tragedias del hombre sobre la tierra.
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