LAS regiones andinas, en cambio, han emitido un hombre de acelerada inteligencia y cuya sensibilidad fue como herida sin venda. Nacido en uno de los puntos en que la sierra se inclina sobre el océano, pudo confrontar panorámicamente el problema. Amador instintivo de la justicia y timonel que presintió y no siempre siguió la ruta de la belleza, supo de la animadversión inconciliable que artistas y políticos hallarán siempre -aunque no la enuncien- entre Manco Ccapahg y Francisco Pizarro. No fue, por desgracia, Abelardo Gamarra, a quien nos referimos, el artista redondo y facetado, limpio y fulgente, el cabal hombre de letras que se necesita. El amor a un regionalismo idiomático a ratos parecido, a modo dialectal y el haber intentado la fusión de las tendencias lingüísticas de la sierra y la costa maridaje imposible, unión contra natura impidiéronle hablamos con la armoniosa dignidad con la que lo habría hecho González Prada si llega a tener la inquietud terriblemente arcangélica y la multiplicidad aceradamente seráfica de Gamarra.
Y sin embargo, el lenguaje de Gamarra encierra los matices e inflexiones de un estilo completo. Posee la gracia sensual y truhanesca de las tierras costeñas y la mordiente acidez y el grave ritmo de la voz serrana. Gamarra conoció las virtudes y los vicios de su tierra; fue dueño de sentido político, de orientación social y de perspicacia psicológica. Tuvo del artista la facultad de excitarse; del maestro, la aptitud de comunicar su entusiasmo; del hombre de lucha y práctico, el don de abrir los ojos dentro de la realidad y ver la infraestructura de los hechos como los buzos de la flora submarina. Supo aprehender espacio y tiempo, captarlos como conjuntos históricos, relacionarlos y reducirlos a fórmulas. Comprendió las sugestiones oscuras de la geografía y la herencia, de la educación y el instinto. Su estilo es donairoso y ágil, incisivo y vívido. Hombre equilibrado y férvido, sereno y tumultuoso, vivió una existencia fragosa y aligarrada sin que el vivirla le desposeyera de candor, de ingenuidad infantil, de esa pureza de alma en que, desde los místicos y los iluminados, fúndase la televisión y que constituye la esencia del hondo poder intuitivo de los líricos nórdicos.
El secreto racial
Gamarra atisbó que el Perú sin incas no es nada. Gamarra no ignoró que el coloniaje no es una civilización, ni puede ser base de una cultura. Apenas si es un episodio histórico que significa para el Perú lo que no podría significar para Francia la invasión inglesa de la guerra de los cien años. Quienes sostienen que el Perú se funda en el Coloniaje, reniegan del origen puro e ilustre de la nacionalidad y se empeñan en convertir en título la bastardía. Lo que se llama propiamente el Coloniaje, es el conjunto de hechos luctuosos, galantes y frívolos que se desarrollan entre 1620 y 1820 y cuya inercia es la república hasta hoy. Quienes creen que el Coloniaje representa el máximo dominio del españolismo puro, están en un error. Mientras en el antiguo imperio actuaron los españoles puros y mientras el clima no condicionó a las gentes, Lima no fue el centro del poder político ni del reparto económico. El afianzamiento político de Lima comienza con don Pedro de la Gasca que es el que da forma administrativa duradera a la obra de Francisco Pizarro. Empieza el Coloniaje una vez' que en Lima se forma una casta plutocrática y oligárquica, con su herencia y educación e inoculada con un clima que es un virus. El error inicial es de Pizarro que no mantuvo la capital en el Cuzco. Dícese que Pizarro no podía prever tanto. Sin embargo, Hernán Cortés no cambió la capital en Méjico; pero Cortés, hombre culto y sagaz, valía más. España influye en el Perú mediante la conquista -1535- 1620- y es entonces cuando siembra. El Coloniaje en el Perú es un hecho limeño.
Lo cierto es que, alrededor de 1620 -a los 85 años de fundada Lima- ya existía, con la filiación pre-indicada, una casta directora. Esa casta, da forma a la vida de todo el virreynato. Es el coloniaje. Conservadorismo sórdido, sensualidad irrefrenable, desdén por la inteligencia, matriarcado encubierto. Eso no es español. Tampoco es queshua. Eso es lo que crean, bajo un clima incubador de sátiros y ninfas, hombres en cuyas venas se confunden las sangres del chino, del negro, del indio y del español. Es el coloniaje.
Colonia, para el caso que dilucidamos, quiere decir África. En las castas dominantes durante el Coloniaje limeño -cuya prolongación es la República Peruana como organismo oficial- domina el elemento andaluz obliterado por selección regresiva en la que el chino y el negro, clavan su raíz espuria. Verbosidad y movilidad turdetanas. Arquitectura de línea mudéjar. Los Incas vienen de Asia. En la historia no hay contraposición tan enérgica como la que existe entre Asia y África. Asia es la meditación; África la voluptuosidad.
Muchos sostienen que, antropológicamente, las poblaciones suramericanas del Pacífico son de origen asiático, No está probado el aserto. Tampoco está probado lo contrario. La forma de gobierno y la liturgia, la situación social y espiritual de la mujer y la interpretación de la naturaleza, el sentimiento de lo eterno y la filosofía de lo pasajero, son cuestiones que el Perú incaico encara de modo asiático, un poco thibetano. No poseemos documentación al respecto porque de Asia conocemos la historia y el Perú de los incas es por esencia prehistórico. De ahí que nos empeñemos en traducir el espíritu de hoy y en recoger y aplicar las insinuaciones prácticas de la tradición. La cultura del Perú imperial llega a nosotros sólo a través de una tradición invertebrada. Muchos eruditos han pretendido, a base de Garcilaso de la Vega y de algún fantaseador más, consumar estudios definitivos sobre esa cultura. Nadie ha acertado. Probablemente no acertará sino el que se vaya a vivir algunos años a los valles del Cuzco y al altiplano andino y que, tras recoger las voces dispersas y no siempre fieles de lo que parece tradición, proceda a seleccionarlas y a reseñar, sin más armas que sensibilidad e intuición, los aspectos sustantivos y formales de la cultura del Perú imperial.
Algo muy asiático es la tendencia de los peruanos incaicos -los de la región panqueshua y cuyo tipo tuvo un representativo en Gamarra- a traducir sus pensamientos y emociones mediante versículos y parábolas y a dar, envueltos en forma literaria y a veces con rígida trascendencia religiosa, consejos higiénicos, sociales, políticos y domésticos. En Asia, lo mismo que entre los incas, la tendencia individualista se salva de la presión despótica de los gobiernos autócratas y a veces colectivistas. En Asia, lo mismo que entre los Incas, predomina la afición a cultivar las disciplinas morales y a perfeccionar el yo: a enseñar al hombre a ser siempre superior a sí mismo en el más puro orden espiritual y con desdeñosa prescindencia de los falaces goces materiales. Las literaturas de Occidente, hijas de Grecia y Roma, han aspirado siempre a embellecer al joven y la juventud es para ellas la más hermosa representación de la vida. En cambio, los orientales -y algo de esto supieron los Griegos- aspiran a presentar, el más bello espécimen de vida, al hombre en plena madurez, al hombre en quien un vago anticipo de la ancianidad y un reflejo melancólico de la juventud son finos troqueles de virtudes amables. También entre los Incas hubo algo de esto y lo hay entre sus herederos, a pesar de que el Cristianismo y el Occidente nos han modificado de modo que apenas somos lo que sin duda fueron nuestros padres.
Entre los panperuanos, no es el amor lo más hermoso de la vida. Tampoco es la guerra lo más intenso. El madrigal y la oda heroica son cosas de la Edad Media europea. Entre los panperuanos, como entre los asiáticos, lo más bello, lo más completo de la vida, es la paz interior. El amor y la guerra -tú lo sabías Ollanta y también tú, bella princesa, que adoraste al guerrero infatigable- duran un minuto y su resabio es amargo.
En cambio, el hombre que, desde sus primeros pasos en la vida, se ocupa en adquirir paz interior y en deslizar su espíritu de las fuerzas sensuales, al fin llega a divisar el horizonte de la Perfección Tierra Prometida del alma-, a hacer de su vida una obra de arte y a labrar con su muerte un pórtico digno de lo que está más allá de la vida.
Abelardo Gamarra mantuvo en su espíritu los matices esenciales del ancestro asiático y se dejó influir generosamente por el Cristianismo y por la cultura occidental. Tampoco desdeñó lo que el Coloniaje atesoraba de culto por la elegancia, de afición a las bellas palabras, a la emoción madrigalesca del amor y al sentido pecaminoso de la voluptuosidad. Quizá el mayor mérito de Gamarra consiste en haber hospedado, dentro de su alma activa y absolutamente peruana, panqueshua, las corrientes de la cultura europea y el curso africano de la vida colonial. Gamarra así, resulta el escritor mestizo por excelencia. Un mestizo que no olvida nunca el respeto debido a la justicia y a los homenajes que merece todo aquello en que se expresa algo ideal. Un mestizo en el cual no hubo sangre africana y en el que la sangre española fue la necesaria para dosificar el raudal queshua. Nacido en tierra que los incas conocieron, en tierra andina y bajo él encanto rural de las tradiciones de la raza. Gamarra vivió en Lima porque a todos los peruanos que se dedican al trabajo de la inteligencia sedúceles la capital burocrática donde el puesto público puede darle al escritor la suma de ocio que necesita para ahondar en sus pensamientos y sus emociones y para buscar sus palabras a través de lo que vive o a través de lo que lee. En Lima, Gamarra dedicóse al periodismo y algo a la política de la que tuvo que alejarse a fin de no corromperse. Espíritu demasiado libre, no quiso nunca aceptar cargos en los diarios grandes y fundó su periódico, su hoja altiva y señera, cuyo nombre es un programa. "Integridad" titulábase aquel periódico y Gamarra lo sostuvo heroicamente durante años y en él se dio el gusto de decir la verdad de su pensamiento y de formular sin restos las ansias y las tributaciones de su patriotismo.
Recopiló sus artículos en libros y esos libros figuran entre los más sonados éxitos que recuerdan las librerías del Perú. La vida provinciana, la política caciquil: la dictadura del párroco, el gobernador y el juez de paz -todo eso apareció graciosamente realzado en los libros de Gamarra. Lo que en González Prada fue doctrina severa o arte verbal de austero y elegante aliño, en Gamarra fue vida desnuda y vibrante, diagrama de las auscultaciones de una sociedad poliforme. El cholo y el zambo, el político pueblerino y el oligarca vanidoso; la mujer directora de voluntades, el militar fanfarrón, analfabeto y calavera; el cura gordo y olvidado de sus latines, el abogadete, el escritorcillo, todos esos engendros de la selección a la inversa, aparecieron, en reidora y dolorosa sátira. Gamarra no es un literato en el sentido vital. Es un artista en el sentido vital. Y un escritor, si por escritor se entiende al hombre que, mediante el lenguaje, sabe comunicarles a sus semejantes el calor de las emociones o la presión de los pensamientos.
González Prada era el europeísmo puro. Ricardo Palma el africanismo colonial: en los esguinces de su léxico el lector adivina el ceceo; Abelardo Gamarra es el iniciador de la literatura de los mestizos; de la literatura que un día será la de los occidentalizados e hispanizados herederos de los queshuas. Sin pedantería, sin citas abundantes, sin recursos académicos, sin ostentaciones de políglota, Abelardo Gamarra dijo, en el lenguaje del pueblo los dolores y los ensueños del pueblo. Al pueblo le habló del pasado, del presente y del futuro.
Fue un historiador por sus evocaciones, un humorista, militante por sus críticas, un animador por sus esperanzas y por su gentil optimismo.
"El Tunante" era su seudónimo y lo popularizó gallardamente. Cargado de años y de luchas, la juventud reconoció en él a uno de sus maestros y él supo llevar el peso del magisterio con el mismo desgaire con que llevó el peso de su vivir largo, fecundo y nutrido. Trabajó incansablemente y hasta sus últimas horas mantuvo el fervor literario, la exaltación patriótica y la fe en los destinos de su país cuyas calamidades y grandezas conoció con tanta exactitud y describió con tan sobresaltada y pintoresca destreza.
El ejercicio del gobierno, para el cual no tenían ni preparación ni idoneidad, ha envilecido a las gentes de la costa peruana, a los herederos de Francisco Pizarro. La historia, como el agua, tiende a recuperar su nivel y, por eso, esas gentes marchan, quizá sin saberlo ni sentirlo ellas mismas, hacia la servidumbre. En cambio, cuatro siglos de sojuzgamiento y de infortunio; cuatro siglos de miseria y de lucha, han redimido a los serranos, a los herederos de Manco Ccapahg, los han purificado de las taras que en ellos dejara la teocracia, y hoy se hallan listos para' el ejercicio del gobierno.
Y mañana
Gamarra, que intuyó todo esto no podrá verlo. Todavía su obra permanece entre la niebla que es antesala de la gloria. Todavía el sol de los muertos no ha caído sobre su figura tan moderna y afirmativamente panperuana. Poco a poco, sus paisanos irán comprendiéndolo y no tardará mucho el día en que sientan y concreten esta realidad: Gamarra es uno de los más felices y encendidos precursores del panperuanismo integral. Su pensamiento y emoción gravitarán sobre todas las conciencias. Y mientras de González Prada quedará sólo el ritmo cadencioso y de Ricardo Palma la risilla chocarrera, de Gamarra quedará el sentimiento vital. El Perú empezará a conocerse a través de Gamarra.
y como éste fue tan caluroso admirador de González Prada, el Perú de mañana conocerá al retórico, al meticuloso y límpido orfebre de las palabras, a través de aquel mestizo que no vio en las palabras sino el contenido emocional, la célula animadora, la posibilidad dinámica.
El primer monumento total y jugosa, mente peruano que eleve el Cuzco, será, naturalmente después del que erija a la legendaria reminiscencia del Inca primario, el que dedique a la melancólica, ilustre y deliciosa memoria de Abelardo Gamarra, "El Tunante". Será un monumento sencillo: un bloque informe de granito incaico y, desprendiéndose del bloque en un nacimiento rodiniano y andino, la actitud de un hombre que, cara al Sol, Padre Antiguo, lleve en sus músculos la inquietud trémula de la libertad y en sus ojos la pátina espejeante de la tradición.
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