La figura de Paco, entrando y saliendo de nuestro hogar en La Punta, cuando éramos niños, nos trae muchos y nostálgicos recuerdos. Su presencia no era la de un primo cualquiera, lo sabíamos por el trato especial que mamá le dispensaba y el cariño que, compartido con su hermana Mima y nuestro primo Lucho creció entre nosotros, desde entonces y para siempre.
Había escuchado que Paco y sus hermanos hablan tenido una vida azarosa en la primera parte de su infancia. Hijo de padre vasco y madre peruana descendiente de catalán y genovesa, su lugar de nacimiento había sido el cálido pueblito de Chosica, desde donde su familia, buscando un lugar donde echar raíces, se trasladó a la provincia andina de Aija, en el departamento de Ancash. Allí permanecieron unos años y allí nacieron sus hermanos menores, mientras su padre administraba un rico fundo de la región. Cuando éste falleció víctima de la terrible enfermedad de Carrión (la verruga peruana), se trasladaron a la casa de la abuela materna, en la plaza Grau de El Callao.
Era muy comentado entre la familia, que los chicos lgartua al llegar hablaban fluidamente el quechua entre ellos, a tal punto que el nombre de Laco, uno de sus hermanos, proviene de la palabra 'yacu' que significa agua en nuestro lenguaje vernacular. Como es de suponer, pasaron entonces por una difícil etapa de adaptación a las costumbres costeñas, y a los hábitos del nuevo hogar.
Paco empezó a asistir al colegio de los Hermanos Maristas de El Callao, desde donde regresaba todas las tardes tan sucio y con las ropas tan destrozadas que su madre lo amenazaba con vestirlo con costales y amarrarle a la cintura los útiles escolares para que no los perdiera, como sucedía a menudo. Al parecer, la facha de Paco no era tanto consecuencia de riñas callejeras, que no iban con su carácter, sino de las travesuras de pesca y otras aventureras incursiones que realizaba con su primo Lucho y un grupo de amigos a la boca del río, la parte rural y agreste que aún poseía El Callao de esa época. Los zapatos mojados y el deterioro completo del uniforme eran consecuencia de su paso por los pantanos y matorrales que con su pandilla hacían para llegar al sitio donde muere el milenario río.
A pesar de sus palomilladas, Paco sintió siempre, como hijo mayor que era, el deber de velar por sus hermanos Herminia, Laco y Mima. Un sentimiento que se profundizó, sobre todo, hacia su hermana menor a raíz de la trágica desaparición de su madre, una mujer extraordinaria.
Siendo aún joven estudiante de secundaria decidió hacerse seminarista, respondiendo a lo que él creía era una urgente vocación religiosa. Esta decisión lo llevó a viajar a Chile, de donde tuvo que regresar por problemas de salud y porque ya se habla diluido su juvenil deseo vocacional.
Regresó entonces al colegio de los Hermanos Maristas para culminar sus estudios, reincorporándose también así al seno de sus queridos amigos chalacos y a su inseparable compañero, el primo Lucho Empezaron, entonces, las inquietudes propias de la edad, los paseos por el Malecón, las retretas y los espectáculos de varieté en el Edén cine. Cuando les preguntaban en casa por qué llegaban tan tarde, invariablemente la respuesta era: "Nos encontramos con una fiesta en el camino....”
Al terminar la secundaria ingresó a la Universidad Católica con la intención de estudiar Derecho. Sin embargo, sus marcadas inclinaciones hacia el periodismo (por esa época comenzó a escribir en Jornada y en La Prensa) lo hicieron abandonar la carrera de las leyes para emprender un oficio en el cual encontró su verdadero destino, su propia realización.
De ahí en adelante la vida de Paco es una historia conocida. Pero nosotros guardamos el recuerdo de un Paco juvenil, de muy buen porte, sujetando siempre en su mano un cigarrillo que parecía interminable, dispuesto a dar todo lo que tenía si era necesario. Como también a olvidarse, involuntariamente, de pequeñas cosas como la de llevamos al cine que nos había ofrecido o ira comer la prometida butifarra.
Su mente andaba en otros asuntos, no siempre podíamos contarle, por ejemplo, que teníamos un nuevo patinete, pero eso no impedía que, de vez en cuando, aceptara vestirse de cura para el bautizo' de una de nuestras muñecas o nos enseñara el juego de la pelota vasca. También nos enseñó, desde cuando éramos pequeños, que sostener una idea no sólo consiste en exponerla acaloradamente en una discusión, sino que había que defenderla aunque pudiera costar la libertad y hasta la vida. Esto lo vimos y lo vivimos con angustia en varias ocasiones en que era perseguido por el poderoso de turno. Si bien la tía Juana, entonces, le aconsejaba no meterse en este tipo de problemas, en el fondo lo comprendía y nosotros lo admirábamos, como lo hacemos aún hoy día.
Paco también nos divertía con hechos insólitos. Era muy común que se encontrara de pronto sin dinero en el bolsillo (costumbre que no ha perdido a pesar del tiempo), lo cual lo llevaba muchas veces a tener que pagar la carrera del taxi que lo llevaba a casa con su corbata, su correa e incluso, en ocasiones, con-sus zapatos. (Todo dependía del lugar de dónde venia, y lógicamente La Punta no estaba precisamente muy cerca de Lima, que era su centro de actividades). "¡Imagínate lo que ha hecho este muchacho!", comentaba la tía Juana y nosotros escuchábamos y nos reíamos en silencio, porque en el fondo nos encantaba las cosas que hacia nuestro primo. Su presencia en casa fue siempre sinónimo de vida, de alboroto de Inquietud intelectual y sensibilidad artística contagiantes. Además, cuando se metía en la cocina preparaba unos platos deliciosos. Mi mamá y Paco eran, todo un binomio en el arte culinario familiar, afición que ha mantenido y enriquecido con los años.
No puedo dejar de recordar su agitación el día que llevó a casa una lista de posibles nombres para una revista que fundaría días más tarde con su compañera de ese momento, Doris Gibson. Al final el nombre elegido fue Caretas y en ella volcó, entonces, todo su genio creador y varios años de intensa vida bohemia y de periodismo.
Esta es, en síntesis, la imagen que guardo de mi primo Paco, una imagen de otra época que ha cambiado muy poco En esencia, para nosotros, es el mismo un hombre único que va dejando una huella muy clara de su capacidad en el oficio (él nunca acepta que el periodismo pueda ser una profesión), de la claridad de sus ideas y principios, de ser como hombre y como periodista En tres palabras, un primo excepcional. (Nini Ghislieri)
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