La primera cofradía en América
Francisco Igartua
"Antes paisano que Dios", frase con tufillo blasfemo, fue común entre los vascos de aquellas épocas y es frase que sintetiza el ánimo de los vascos que participaron en la Conquista y en la fundación de la institucionalidad colonial americana. Un hecho, repetido en todo el Nuevo Mundo, que se explica por el carácter cerrado del euskaldun (desconfiado de los "otros") y por la diferenciación que nacía del idioma. El euskera los unía y les permitía mantener secretos sin necesidad de pasar a la clandestinidad.
La conjunción de estos dos elementos (idioma y desconfianza) hizo que los vascos siempre andaran en grupo, grupos que algunas veces pactaron por lo bajo entre ellos, aunque las más de las veces se enfrentaron por fidelidad al bando con el que se habían comprometido. Lo que no quiere decir que no hubiera excepciones y de gruesa envergadura, algunas más que vergonzosas. Y también confabulaciones de abierta picardía.
Esta tendencia a la diferenciación, a sentirse distintos, a ser comunidad con caracteres propios, otra nación, hizo que muy pronto los vascos de América comenzaran a congregarse en reuniones exclusivas que fueron tomando forma institucional. La más antigua información sobre el tema, es la referida a los vascos de Potosí (Alto Perú), importante ciudad que creció al lado de la mítica montaña de plata que deslumbró por siglos a la imaginación europea y en la cual los vascos se hicieron ricos y poderosos, gracias a su entrega al trabajo y su habilidad para los negocios. Al finalizar el siglo XVI, la comunidad vasca de Potosí, que controlaba las fábricas mineras (el ochenta por ciento de las 132 fábricas eran de vascos en 1580), que tenía mayoría en el municipio (de los doce regidores seis eran vascos) y dominaba el mercadeo de la plata (de doce mercaderes ocho eran vascos), se constituyó en Hermandad de ayuda mutua en el templo de los agustinos del lugar, aunque no se oficializaron los estatutos. Y lo mismo ocurrió por aquellos años en la Ciudad de los Reyes (Lima), donde algunos vascos se reunían, con fines iguales y la misma informalidad de los de Potosí, en el convento de San Agustín.
Pero la primera hermandad vascongada que se organiza y se oficializa en América, es la fundada en Lima el trece de febrero de 1612. En esa fecha, formalmente, importantes comerciantes vascongados de la capital del Virreynato de Nueva Castilla se reunieron para dar poder a los siguientes "caballeros hijosdalgo de la nación vascongada" (Olarte, Cortabarría, Urdanibia, Urrutia, Arrona y Rezola) encargándoles adquirir una capilla en la "iglesia de Santo San Francisco" con el propósito de dedicarla al culto de nuestra Señora de Aranzazu. Una capilla que tendría por objeto ser punto de reunión de la Hermandad Vascongada, más conocida luego como Cofradía de la Virgen de Aranzazu, reservándose la cripta para el entierro exclusivo de los miembros de la Hermandad y sus descendientes. El 27 de diciembre de ese mismo año, concluidos los trámites de la compra, se convocó a una reunión para elegir mayordomos y redactar estatutos; estatutos que rigieron durante más de dos siglos la Hermandad limeña, y que son muy parecidos a los redactados años después en México, Santiago de Chile y otras ciudades con el mismo fin: poner en funcionamiento una Cofradía de la Virgen de Aranzazu, que congregara en exclusiva a los vascos, probándose así que lo ocurrido en Lima no fue un hecho aislado, circunscrito a esa ciudad, sino un propósito compartido por todos los vascos de América, deseosos de diferenciarse y hacer causa común entre ellos. Por algo todas estas hermandades o cofradías se organizaron bajo la advocación de Nuestra Señora de Aranzazu, el máximo símbolo religioso de los vascos, identificándolo con "nuestra nación", como dice la constitución de la primera de estas Cofradías, la fundada en la Ciudad de los Reyes en 1612.
Fueron ciento cinco hermanos los fundadores de esa primera Cofradía (35 de Quipuzcoa, 49 de Vizcaya, 9 de Navarra, 7 de Alava y 5 de las Cuatro Villas) y se conserva el nombre de ellos porque dejaron estampada su firma en el libro de elecciones de la Hermandad. Los que dieron poder para la compra de la capilla fueron Garro, Gordejuela, Echegaray, Munibe (Lope de), Munibe (Miguel de), Ortiz de Bedia, Mallea, Zabala, Ormaechea, Arcaya, Urasandi. Todos importantes comerciantes de la ciudad, lo que es otra muestra de la dedicación a los negocios de los vascos en América. Aunque en Potosí, donde en realidad se inician informalmente estas asociaciones, hay que añadir a los hombres de empresa los numerosos técnicos que dirigían en las minas la amalgama del mercurio con la plata, los azogueros.
El ánimo nacionalista de los cofrades está claro en el texto de los estatutos de la "Congregación y Hermandad que tienen fundada los Caballeros hijosdalgo que residen en esta Ciudad de los Reyes del Perú... con el fin de ejercitar entre si y con los de su nación obras de misericordia y caridad, así en vida como en muerte... y porque la nobleza y limpieza de sangre es don de Dios... ayuda mucho a la virtud y buenas obras al ser hijos y descendientes de buenos, se ordena para mayor decoro de la Congregación que todos los que hubieren de ser recibidos en ella sean originarios de las partes y lugares sus referidos o sus descendientes... En la capilla y bóvedas de ella tienen entierro propio los hermanos y viudas de ellos, pero si éstas se casaren con personas que no lo sean pierden este derecho... también lo tienen los hijos legítimos y naturales de tales Caballeros hijosdalgo que son o hubieren sido de dicha hermandad y las mujeres que se casaren con ellos, advirtiendo que los naturales no tengan raza indígena...".
Desde el inicio, como vemos, se señala en los estatutos que la congregación está estrictamente reservada a los vascos, indicándose con claridad el territorio ("Quipuzcoa, Señorío de Vizcaya, Alava y Navarra", con una extensión precisa a "las Cuatro Villas de la costa de la Montaña que son Laredo, Castro Urdiales, Santander y San Vicente de la Barquera").
También se recogen las viejas costumbres de los euskaldunes señalándose que la igualdad debe ser respetada hasta en la muerte, por lo que "para que se eviten quejas y haya igualdad en todos los hermanos que es madre de la paz y conformidad cristiana, a ningún hermano ni hermana de cualquier condición, oficio y calidad que sea se le de o pueda dar asiento, ni entierro particular en la capilla". Ni asiento ni sepultura que diferencie a unos de otros y, más aún, "esto ha de ser de tal manera indispensable" que no hay autoridad alguna que pueda "innovar o dispensar" esta disposición. Igualdad que se extiende hasta el caso de "personas pobres originarias de dichas provincias y descendientes de ellas (fallecidas en la ciudad), las cuales o por descuido o por falta de noticia no hayan sido registradas... se ordena que los tales se hayan de enterrar y se entierren en la capilla a costa de la Hermandad...."
La voluntad de singularizarse, de tener identidad propia, es la que anima a este y otros estatutos (México, Santiago de Chile); aunque sin llegar a desatinos. Por ejemplo, los mayordomos limeños que deciden el nombramiento de Capellanes para las capellanías que la Cofradía sostiene, deben cuidarse de que los aspirantes demuestren primero que nada solvencia moral, capacidad intelectual, don de gentes y sólo en último término están obligados a preferir a originarios de euskalherría o vascos americanos.
La Cofradía de Lima tuvo vida ininterrumpida hasta el siglo XIX y en 1857, proclamada ya la independencia peruana y establecida la República, eran 278 sus miembros, cifra significativa en la Lima de ese entonces. Sólo en 1865 entra en disolución y es absorbida por la Beneficiencia Pública de la ciudad.
Sin embargo, nunca dejaron los vascos de Lima tener contacto entre ellos como hermandad vascongada y, comenzado el siglo XX, se van sucediendo algunas peñas de charla, mus y vino. Hasta que, el día 30 de Diciembre de 1950, en forma solemne, se reúne un grupo de personalidades, distinguidas por su resonancia económica y social o por la importante función pública que desempeñaban, y queda establecido el Centro Vasco de Lima. La ceremonia se realizó en un espléndido local, el Country Club, una especie de hotel rodeado de hermosos jardines que era el punto de reunión más exclusivo de la ciudad, con restaurantes y grandes salones útiles para bodas y desfiles de moda. La razón de que se diera esta extravagante amalgama de gran mundo y sociedad vasca ocurrió porque la idea de fundar el Centro partió de las conversaciones entre Jean Magnet Hiriart, vasco de Iparralde, que era el gerente general del sitio, con el encargado de los restaurantes, el bilbaino Juancho Gonzalez Sasía, gudari que partió para América luego de la caída de Bilbao en la Guerra Civil. Participaban de estas inquietudes parroquianos del lugar, sobre todo Germán Aguirre, motor del empresariado peruano, y Abel Corriquirí, también destacada personalidad de los negocios. Ambos, nacidos en el Perú, tenían honda devoción por sus raíces vascas y se dedicaron a convocar a los amigos. Las reuniones en el Country Club eran esporádicas con dos fechas obligatorias, el Aberri Eguna y el día de San Ignacio.
Fue este Centro el precursor de la actual Euskaletxea y participaron en él Martín Iñurritegui, Germán Aguirre, Rafael de Orbegozo, Abel Carriquirí, Eduardo Ibarra, Jean Magnet Hiriart, Alejandro Esparza Zañartu, Andrés Aramburu Menchaca, Germán Ortiz Montori, Dionisio Bollar, Eduardo Olano, Rodrigo Aranguena, Fermín Berasategui, Juan José Gonzales de Sasía y otros más.
Duró el Centro, siempre limitado al tiempo libre de sus importantísimos socios, lo que duró la salud y la vida de los más entusiastas.
En los años ochenta, entre los sobrevivientes o libres de achaques, se contaban Gonzalez Sasía y Berasategui, quienes se encargaron de revivir esos entusiasmos y dieron origen, el 4 de Marzo de 1986, a la Euskaletxea de la que Pedro Aramburu fue su primer presidente y que, curiosamente, ha volteado la tortilla de aquel empingorotado centro del Country Club. La Euskaletxea de hoy es un recogido y simpático local similar a las sociedades de Euskalherria, con actividades más amplias que las habituales de las de allá (viene a resultar una especie de consulado) y que se convierte los martes, al medio día, en lugar de reunión de la crema y nata de políticos, ministros y embajadores de distintas naciones designados al lugar.
Euskonews & Media 189.zbk (2002 / 11 / 22-29)
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