BARRIA FUE REFUGIO DE LOS DEVOTOS DE LA VIRGEN DE EZKIOGA,
CREYENTES EN UNAS APARICIONES QUE FUERON NEGADAS POR LA IGLESIA
FERNANDO SÁNCHEZ ARANAZ - Domingo, 13 de Enero de 2013
BARRIA. ESTA historia comenzó el 29 de junio de 1931 cuando
una niña de once años y un niño de siete, hermanos, naturales y vecinos de
Ezkioga, afirmaron que habían visto a la Virgen María en una arboleda situada
en una colina en las afueras del pueblo. La lechera Antonia Etxezarreta,
enterada del hecho, lo puso en conocimiento del párroco de Zumarraga, quien
inmediatamente tomó cartas en el asunto. Antonio Amundarain era un sacerdote de
ideas integristas, fundador de la asociación femenina Hijas de María, de fuerte
influencia en la sociedad vasca de la época.
La primera vidente, la niña de once años, tuvo dieciséis
visiones a lo largo del mes de julio. En todas ellas dijo ver a la Virgen, pero
no recibió de ella ningún mensaje. Tras aquella experiencia se encerró en un
hermético mutismo, permaneciendo al margen de los acontecimientos que ella
misma había desencadenado. Su hermano, que no hablaba castellano, siguió
experimentando algún tipo de fenómeno durante al menos tres años. A diferencia
de su hermana, que decía ver a la Virgen siempre en el mismo sitio -el que
luego fue el lugar de las apariciones- tuvo sus visiones en distintos lugares.
Estos dos primeros videntes, la hermana mayor por su temprano silencio, el
menor por su carácter arisco y esquivo, además de por su incapacidad para
comunicarse en castellano, perdieron pronto interés para el público y la
prensa.
El antropólogo norteamericano William A. Christian Jr., que
investigó estos hechos en los años ochenta, llegó a la conclusión, tras
entrevistarse con testigos de los acontecimientos, de que estos primeros
videntes eran completamente inocentes de cualquier manejo posterior. Dichos
testigos eran de la opinión de que los presuntos videntes que les sucedieron lo
"estropearon" todo. Estas nuevas visiones tienen lugar en el contexto
de la escenografía organizada por Amundarain, consistente en la localización
del lugar exacto en el que se había aparecido la Virgen por primera vez,
congregando allí a los asistentes, el núcleo de los cuales era convocado por él
mismo, movilizando a sus Hijas de María, y dirigiendo los rosarios y oraciones
que en aquel lugar se rezaban. Estos nuevos videntes comenzaron a declarar que
recibían mensajes de la Virgen, entre los cuales estaba la realización de un
milagro, como demostración de la veracidad de las apariciones.
Una de aquellas primeras videntes que ya en el mes de julio
comenzaron a recibir mensajes fue Ramona Olazábal. Esta muchacha, natural de
Beizama, a veinte kilómetros de Ezkioga, pertenecía a una familia campesina,
pero, como muchas otras muchachas del entorno rural, se había trasladado a San
Sebastián para trabajar como criada. A diferencia de los primeros videntes,
sobre su cultura rural había recibido un importante barniz urbano. El 16 de
julio tuvo su primera visión, seguida por muchas otras a lo largo del verano.
Por aquellas fechas se concentraban en la ladera del monte de Ezkioga hasta
cincuenta mil personas, dirigidas y organizadas por Amundarain.
ESTIGMAS U HOJA DE AFEITAR El día 15 de octubre se habían
reunido entre quince y veinte mil personas. Unos días antes, Ramona Olazábal
había prevenido a sus allegados para que llevasen pañuelos al lugar de las
apariciones, pues afirmaba que la Virgen le había anunciado que iba a ser
estigmatizada. Al llegar Ramona allí, hacia las cinco y cuarto de la tarde,
levantó las manos, pudiendo observar los presentes que de ellas brotaba sangre.
La gente gritaba odola! y los más próximos manchaban pañuelos con su sangre.
Ante la posibilidad de que realmente se hubiera producido un milagro en
Ezkioga, el obispado tomó cartas en el asunto. Tras algunas entrevistas con los
protagonistas, la jerarquía eclesiástica se mostraría escéptica. Un testigo
informó de que había encontrado una hoja de afeitar en el lugar en el que
Ramona sufrió las pretendidas estigmatizaciones. Posteriormente los médicos
corroborarían que las heridas habían sido producidas por la herramienta de
rasurar. De resultas de esos análisis, el obispado prohibió a los sacerdotes
dirigir los rezos en Ezkioga, amonestando especialmente a Antonio Amundarain,
quien disciplinadamente saldría de escena.
Tras la retirada de aquél, otros personajes entraron en
acción, entre ellos, Carmen Medina y Garvey, aristócrata sevillana, soltera, de
unos sesenta años, conservadora, católica y monárquica alfonsina. A partir de
entonces se empezaron a escuchar en Ezkioga vivas a la España católica. Tras
las supuestas estigmatizaciones de Olazábal, los asistentes a las sesiones de
Ezkioga llegaron a los ochenta mil. El 17 de octubre una muchacha de Ataun
mostró un rasguño en una mano, afirmando que se lo había hecho el Niño Jesús
con un puñal. Se construyó un estrado de madera, sobre el que se situaban los
videntes acompañados por sacerdotes y otras personas allegadas. Uno de los que
colaboraron en esa construcción fue Patxi Goikoetxea, de Ataun, quien bien
pronto se distinguió por la transmisión de altisonantes revelaciones, como la
de que los vascos debían prepararse para una guerra civil o que la Virgen le
había comunicado su deseo de que la República fuera derrocada. Pero los
repetidos fracasos de los anuncios de milagros y prodigios realizados por
Patxi, provocaron su caída en desgracia ya a principios de 1932. En octubre de
1932 el gobernador civil de Guipúzcoa le envió al manicomio de Mondragón, donde
permaneció cerca de un mes. Otra de las primeras videntes fue Evarista Galdós,
de Gaviria, quien tenía diecisiete años. Predijo numerosos prodigios y milagros
que nunca se cumplieron. Fue protegida de Carmen Medina, quien en 1934 se la
llevó a Madrid.
A finales de 1931 comenzaron a acercarse a Ezkioga visitantes
procedentes de Cataluña. El obispo de Barcelona, Manuel Irurita Almándoz,
natural del valle de Baztán, estando de vacaciones en su pueblo natal, en julio
de 1931, tuvo noticias de los acontecimientos de Ezkioga, trasladándose allí el
día 21 de ese mes. Irurita era uno de los defensores de las profecías de María
Rafols, quien se encontraba entonces en proceso de beatificación. Ese hecho,
unido a la coincidencia de fondo entre las profecías de la madre Rafols y los
mensajes de la Virgen en Ezkioga, en un momento tan problemático para la Iglesia
como el que se vivía entonces, así como el carácter de monseñor Irurita
proclive a la credulidad en acontecimientos sobrenaturales, favoreció su
participación en ambos hechos. Asombrosamente, el presidente Maciá accedió a
recibir a uno de los videntes, José Garmendia, natural de Segura, de treinta y
ocho años, soltero, trabajador en una fábrica de Legazpia, donde era conocido
por el apodo de Belmonte, así como por su afición al alcohol. Era un hombre
solitario que encontró entre aquellos católicos llegados a Gipuzkoa desde
Cataluña un remedo de familia. José Garmendia siguió teniendo visiones en
Ezkioga hasta 1934, aunque éstas se limitaban a mensajes muy precisos que le
daba la Virgen, normalmente a requerimientos de terceros. Posteriormente afirmó
tener visiones en otros lugares, tales como su casa, la iglesia o la calle.
CULTURA TRADICIONAL La cultura rural tradicional vasca
permanecía casi intacta por aquellos años a pesar de la fuerte
industrialización de Vizcaya y Guipúzcoa. La emigración del campo a la ciudad
había sido importante, pero los nuevos obreros, antiguos campesinos, mantenían
sus lazos culturales con el campo, ayudados por las pequeñas distancias y por
la robustez de los nexos familiares, que tenían sus raíces en la casa del
pueblo. La religión constituía el eje de esta cultura. Por otra parte, las
familias eran numerosas y muchos de los vástagos profesaban como monjas o
sacerdotes. Familia, religión y sociedad, formaban un todo indisoluble en la
cultura tradicional vasca.
El panorama político de la época era complicado. Los antiguos
liberales decimonónicos, en todo su amplio espectro, predominaban en las
ciudades. Había derechistas republicanos y monárquicos, radicales, de Lerroux y
de Martínez Barrio, y socialistas, cuya principal clientela estaba entre los
trabajadores inmigrados. Los nacionalistas eran una fuerza creciente. El mundo
rural se lo repartían carlistas, integristas y nacionalistas. Durante los
comicios de 1901 hasta la llegada de la dictadura de Primo de Rivera, en 1923, el
distrito de Azpeitia, al que pertenecía Ezkioga, había sido un feudo del
integrismo.
El 12 de abril de 1931 se celebraron en toda España
elecciones municipales, en un ambiente de agitación política y social, en el
que la monarquía o, más bien, la figura de Alfonso XIII y el sistema corrupto
que él representaba, se habían cuestionado como nunca. En esas circunstancias,
las fuerzas republicanas habían considerado aquellas elecciones como un
plebiscito. Aún cuando en el cómputo general de votos los republicanos no
ganaron a los monárquicos, en las grandes ciudades la victoria de los primeros
fue aplastante. Un 75% en Madrid y un 80% en Barcelona. Ante tal coyuntura,
Alfonso de Borbón y su camarilla no vieron más salida que la abdicación y el
abandono del país, a lo que siguió la proclamación de la II República.
El 11 de mayo de 1931 se inauguró en Madrid un Círculo
Monárquico, lo que originó unos incidentes que enseguida se propagaron a otras
ciudades. La consecuencia fue la quema de un centenar de iglesias y conventos
ante la pasividad de las autoridades republicanas. Tras estos acontecimientos
se irían sucediendo la expulsión del obispo de Vitoria Mateo Múgica, el 17 de
mayo, y la del cardenal Segura, arzobispo de Toledo, el 16 de junio. Todo ello
culminó con la disolución de la Compañía de Jesús, la retirada de los
crucifijos de las escuelas y la definitiva laicización del Estado, consagrada
en la constitución de 1931. Todos estos acontecimientos convencieron a los
católicos vascos, ya fueran nacionalistas o carlistas, de que la revolución
comunista estaba a la vuelta de la esquina. El mundo rural vasco-navarro de
1931, erigido en sustentador de la cultura propia, de las reivindicaciones
forales, de la tradición y de la religión, se sentía acosado y en retroceso. En
esas circunstancias, será recibido con entusiasmo el apoyo sobrenatural.
LOS VIDENTES, TRAS LA SUBLEVACIÓN A partir de junio de 1934,
cuando la jerarquía católica condenó el culto a la Virgen de Ezkioga, algunos
grupos de creyentes siguieron reuniéndose en la ladera de la colina, pero
también en casas particulares. Durante este periodo surgieron nuevos videntes.
Luis Irurzun, de Irañeta, en abril de 1936 declaró que la Virgen le había
comunicado la inminencia de un alzamiento militar. El 18 de julio de ese año se
encontraba en Urnieta. Estuvo escondido hasta septiembre, cuando, supuestamente
por consejo de la Virgen, decidió pasar a la Sakana por los montes de Ataun.
Fue detenido por los sublevados y estuvo a punto de ser fusilado, pero fue reconocido
por don Mónico Azpilicueta, párroco de Lezaun, quien había estado en Ezkioga,
salvando la vida y alistándose en el ejército del bando nacional, pasando a ser
ayudante del comandante José María Huarte, falangista de Pamplona, cuya familia
era de Irañeta, quien además era devoto de la Virgen de Ezkioga. Posteriormente
Luis Irurzun volvió a estar a punto de ser fusilado, ya que fue detenido por
las autoridades franquistas, que habían iniciado una ofensivas contra videntes
y creyentes de Ezkioga. Uno de ellos, el sacerdote Celestino Onaindia, que era
nacionalista, fue fusilado por los franquistas. Esta represión continuó en la
posguerra, con destierros y deportaciones. En Zaldibia los creyentes fueron
detenidos y multados.
En los años cuarenta los creyentes se reunían en una tienda
de Ordizia y en una casa de Ormaiztegi. Durante estos años surgieron incluso
algunos nuevos videntes. Los creyentes de Ezkioga intentaron obtener la
aprobación del obispo de Vitoria, Carmelo Ballester, pero éste les comunicó que
la Iglesia veía concomitancias con el comunismo y ninguna aparición verdadera.
En 1952, al crearse la nueva diócesis de San Sebastián, los creyentes se
entrevistaron con el obispo, el catalán Jaime Font i Andreu, quien permitió las
oraciones en el lugar de las apariciones, aunque no certificó su veracidad.
Irurzun siguió experimentando supuestas visiones hasta su muerte en 1990. Uno
de los lugares donde se reunían los seguidores de la Virgen de Ezkioga, era el
monasterio de monjas cistercienses de Barria. El promotor de estas reuniones
era Tomás Imaz, un corredor de fincas de Donostia. William A. Christian afirma
en su libro Las Visiones de Ezkioga, que en la zona "se había generalizado
una especie de sentimiento de vergüenza respecto a las visiones", que
"había provocado una especie de amnesia histórica".
En definitiva, en todo este asunto se podrían distinguir
distintos tipos de videntes. Los que realmente experimentaban algún tipo de
fenómeno y sinceramente creían en ello, entre ellos los dos hermanos primeros
videntes, los que estaban convencidos de haber tenido algún tipo de experiencia
mística, aunque realmente no fuera así, y los que directamente fingían sus
visiones. Respecto a estos últimos, hay que tener en cuenta que muchos de estos
farsantes comenzaron perteneciendo a alguno de los dos primeros grupos.
En opinión de Christian, "las visiones de Ezkioga fueron
una empresa colectiva de cientos de miles de personas a la búsqueda de sentido
y rumbo", por lo que los "videntes pusieron voz a la esperanza de la
sociedad".
Noticias de Álava