Después de una larga enfermedad, ayer falleció en Lima el
historiador y presidente de la Academia de la Historia de Perú, Guillermo
Lohmann Villena, autoridad en el Archivo de Indias
16/07/2005
Guillermo Lohmann fue dos veces finalista del premio Príncipe
de Asturias de Humanidades
Diplomático muchos años destinado en España, el historiador
era especialista en el virreinato de Perú
TEXTO: ENRIQUETA - VILA VILAR FOTOS: ABC
|
ABC Saludando a Suárez ante la mirada de Otero Novas, durante
los años setenta
|
Con la emoción y el dolor contenido por una noticia que nunca
hubiera querido oír, escribo estas apresuradas líneas como homenaje a un hombre
ilustre, maestro indiscutible, caballero intachable, amigo del alma. Guillermo
Lohmann es, sin duda, unos de los mejores historiadores del Perú de todos los
tiempos. Su amplísima producción bibliográfica, su trabajo constante y
acuciante, su amor, casi una obsesión, por los archivos, su conocimiento
profundo de los personajes y hechos más importantes de su Lima natal, lo
convierten en una figura relevante entre los hispanistas mundiales. Dos veces
ha quedado finalista del premio Príncipe de Asturias y creo que ha sido la gran
ocasión perdida por ese galardón de reconocer los méritos de un hispano al que
ninguna distinción le debe ser ajena.
De padre alemán y madre limeña, su actitud y su aspecto
físico hacían honor a su apellido. Alto, delgado, pulcro y tranquilo, con un
fino sentido del humor, el tiempo pasó por él sin rozarlo. Casi nonagenario,
mantenía su figura erguida y su porte señorial que siempre le acompañaba. Era
un gran enamorado de España a donde viajaba dos o tres veces al año y cumplía,
como un rito, con su viaje anual a Sevilla para acompañar en su recorrido de
Domingo de Ramos a la Virgen de la Amargura de la que era hermano desde 1945.
Carrera diplomática
Doctor en Historia, Derecho y Ciencias Políticas por la
Universidad Católica del Perú, ingresó en el servicio diplomático en 1943,
destinado a la embajada de Perú en Madrid donde permaneció desde ese año hasta
1950, y desde 1952 a 1962. Allí conoció a la que sería su esposa, Paloma Luca
de Tena Brunet. En 1965 fue destinado a la embajada de Buenos Airesy en 1974
fue nombrado delegado permanente en la Unesco donde coincidió con Pérez de
Cuéllar, futuro presidente de la ONU del que fue muy amigo. En 1979, ya con
rango de embajador, vuelve a Madrid como secretario general de la Oficina de
Educación Iberoamericana, y allí estableció su residencia hasta 1983. Pero su
corazón estaba dividido entre Madrid y Sevilla.
Fue por algún año de la década de los cuarenta cuando hace su
primera incursión a la capital hispalense atraído por el Archivo General de
Indias. De forma continua acudía los fines de semana y se alojaba en la
conocida Casa Seras, residencia entonces del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, desde donde penetró en el círculo de jóvenes
americanistas del momento: José Antonio Calderón Quijano, Antonio Muro Orejón,
Francisco Morales Padrón, Guillermo Céspedes del Castillo, Enrique Sánchez
Pedrote, Fernando de Armas Medina... Todo ello le conecta muy pronto con la
Escuela de Estudios Hispano-Americanos, su casa durante sus estancias en
Sevilla por la que aparecía todas las primaveras. Entonces era frecuente verle
muy temprano a la puerta del Archivo, esperando que abriera para ocupar su
lugar que no abandonaba hasta el término de la jornada. Absolutamente avaro de
su tiempo, este le compensó con una producción casi inabarcable: «El teatro en
Lima», «Las minas de Huancavelica», «Los regidores perpetuos de la Audiencia de
Lima», «Les Espinosa: une famille d´hombres d´affaires en Espagne et aux Indes
a l´époque de la colonisation», «El corregidor de Indios en el Perú bajo los
Austrias», «Los americanos en las órdenes nobiliarias», «La poesía
satírico-política durante el virreinato» y «Las defensas militares de Lima y
Callao»son algunos de sus títulos, clásicos para todo el que quiera penetrar en
la historia del virreinato peruano. Hombre de prosa cuidada y amena era amigo
de utilizar palabras antiguas o poco conocidas. Su último libro, «Plata del
Perú, riqueza de Europa. Los mercaderes peruanos y el comercio con la metrópoli
en el siglo XVII», aparecido hace pocos meses, está lleno de vocablos poco
frecuentes lo cual imprime a sus escritos un atractivo singular.
Sevilla siempre en el corazón
Afincado en Lima desde mediados de los años ochenta, ha
ejercido allí su magisterio de forma continuada desde su cátedra de la
Universidad Católica, desde el Instituto Riva Agüero del que fue director y
miembro de honor, o desde la Academia de la Historia de la que ha sido
presidente. A pesar de la distancia, nunca perdió su vinculación con España,
sobre todo con Sevilla. Tuve ocasión de conocerlo bien en los últimos años por
la coincidencia de intereses en temas similares y ello nos llevó a una aventura
conjunta: estudiar una familia sevillana de la que varios de sus miembros
estuvieron temporadas en Lima. El resultado ha sido la aparición de un libro
titulado «Familia, linajes y negocios entre España y las Indias: Los Almonte»,
en el que tengo el honor de que mi nombre aparezca junto al suyo, una
entrañable y amena correspondencia que guardo como un tesoro y una sincera
amistad de la que me enorgullezco. Amistad acrecentada por nuestra común
devoción a la Virgen de la Amargura que nos hizo pasar ratos imborrables.
Era Caballero de la Orden del Sol de Perú, poseía
condecoraciones en Alemania, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia y
Ecuador, y en el año 1999 recibió la Medalla José de la Riva Agüero a la
creatividad humana.
Verdaderamente, noventa años no son nada si se les compara
con la producción del profesor Lohmann que decía con frecuencia que la vida era
muy corta para perder un instante. Y desde luego, soy testigo de que hacía
honor a su idea. Para poder hablar con él, tenía que calcular la diferencia horaria
para llamarlo antes de las siete de la mañana, hora que salía para el
Archivo General de la Nación. Sólo así se comprende la estela
que ha dejado. Pero toda su producción queda a un lado si se le compara con su
humanidad, con su hombría de bien. Gran padre y orgulloso abuelo, solía decir,
bromeando, que estaba casado con una bisabuela. Su huella será imborrable para
todo el que le haya conocido bien y, estoy segura, siempre será recordado como
un gran maestro y un gran hombre.
ABC.