El Misionerismo y la presencia religiosa
vasca en América (1931-1940): Dificultades y emigraciones forzosas
Óscar Álvarez Gila
—1→
0. Introducción
El decenio que abarca, de una manera aproximada, los años 30
del presente siglo, va a suponer una dislocación en el proceso constante y
constantemente ascendente que la presencia religiosa vasca en Hispanoamérica, y
en general en otros continentes, estaba experimentando desde 1880.
La segunda Guerra Carlista marcó, de hecho, el final de las
grandes ofensivas anticlericales del siglo XIX, materializadas de manera
especial en las dos exclaustraciones vividas en 1835 y 1868. Algunos de los
religiosos (y sacerdotes) más decididamente carlistas marcharon a América; los
que se quedaron, a pesar de algunas reticencias iniciales para permitir la
apertura de conventos «en el norte», pronto pudieron volver a la normalidad de
la vida religiosa regular en el País Vasco.
A partir de ese momento, las órdenes religiosas conocieron
medio siglo de relaciones más que aceptables entre la Iglesia y el nuevo
régimen de la Restauración. Esta pax romana les permitió, no sólo su
recomposición y desarrollo por España, sino también realizar el que para muchas
de ellas era su primer salto ultramarino y establecimiento en los diversos
países americanos de habla hispana. Si en 1880 tenemos allí localizados una
cifra de 100 religiosos vascos, para 1900 ya eran 403, 756 en 1920 y 913 en
19191.
En 1931 se produce un corte en la regularidad del envío
existente hasta ese momento. Desde ese año, y hasta 1940, la presencia
religiosa vasca en América va a experimentar momentos de un gran auge, por una
afluencia masiva de personal desde Europa, separados por años de práctica
congelación en los envíos a destinos ultramarinos.
El primero de los momentos corresponde a un problema general
a toda España, el temor que produce en ciertos sectores de la Iglesia la
llegada de la Segunda República. El otro, en cambio, es un hecho
específicamente vasco, y que afecta además sólo a un determinado sector de su
clero: la situación del llamado «clero vasco»2, en especial tras la toma de
Bilbao en junio de 1937, en plena Guerra Civil.
—2→
1. El primer momento. Mayo-diciembre, 1931
Casi desde el mismo momento en que se proclamó, el 14 de mayo
de 1931, la Segunda República, la Iglesia católica española (entendida como su
jerarquía) dejó patente su desconfianza hacia el nuevo régimen.
Sin haberse llegado a una simbiosis oficial, era un hecho que
Iglesia y Estado habían logrado una entente, plenamente satisfactoria para
ambas, durante los años de la Restauración borbónica. Es muy significativo que
esta jerarquía no pronunciase su público acatamiento al nuevo poder, hasta que
así se le ordenase expresamente desde el Vaticano3; el decreto de libertad
religiosa, que sancionaba la aconfesionalidad y el librecultismo de la nueva
República y desplazaba a la Iglesia católica de su anterior posición de
primacía, no hizo sino acrecentar la prevención eclesiástica. Las quemas de
conventos, el victimismo encarnado en la huida del cardenal Segura, la
confusión entre política y religión en medios católicos y no católicos, eran
otros tantos signos de un desentendimiento cuyo máximo exponente sería la
primera expulsión del obispo de Vitoria, el integrista y monárquico Mateo
Múgica, al exilio francés.
1.1. Dificultades para el misionerismo vasco
Es el movimiento misional diocesano uno de los aspectos en los
que se puede observar de forma más directa los efectos de esta nueva y difícil
situación en la vida de la Iglesia vasca, y más concretamente de los aspectos
no directamente relacionados con las tan estudiadas jerarquías.
El periodo 1918-1930 había sido los años dorados de la
propaganda misional en España. Las misiones se habían convertido en el «gran
tema» en el que convergían gran parte de las actividades de la Iglesia
española. Surgieron durante esos años diferentes asociaciones, colectas y otras
muchas iniciativas con el denominador común de informar sobre y recaudar apoyo
para las misiones católicas.
Nos encontramos ante un movimiento que se hallaba en gran
medida encabezado por vascos. En el triángulo Vitoria-Pamplona-Burgos surgieron
y tuvieron sus primeras sedes centrales españolas las tres grandes asociaciones
propagandísticas católicas, las Organizaciones Misionales Pontificias4. Las
diócesis de Vitoria y Pamplona pugnaban por el primer puesto de toda España en
sus recaudaciones misionales.
En Vitoria, además, la creación en 1922 de un «Secretariado
de Misiones»5, cuyo fin era constituirse en el centro activo de la propaganda
misional por la diócesis, supuso un hecho clave. Al año siguiente las
recaudaciones se doblaron: se organizaron
—3→ «días misionales» (a los que
acudían propagandistas preparados por el secretariado) y dos grandes semanas en
Bilbao y San Sebastián.
Entre los primeros colaboradores del secretariado, y que en
1926 pasaría a ser su director, se hallaba el sacerdote José de Ariztimuño. Su
trabajo en este organismo le llevó, además de a implantar progresivamente el
modelo de propaganda parroquial que había observado en Italia, a dirigir y
escribir periódicamente para su revista Gure Mixiolaria / Nuestro Misionero.
Estrictamente bilingüe, fue en ella donde comenzó Ariztimuño a escribir en
vasco, animado por Manuel de Lekuona (encargado de la traducción euskérica de
los artículos) y a utilizar el sobrenombre por el que es conocido, Aitzol.
Aitzol abandona el secretariado a inicios de la década de los
treinta, para dedicarse más de lleno a otras actividades, entre ellas la
literatura vasca para la que ha sido ganado. Desde Gure Mixiolaria, realizando
un resumen de los diez años precedentes, se rezumaba optimismo para el futuro:
«No dudamos que la década que empezamos ha de ser verdaderamente consoladora
para [...] salvación de los pobres sin fe»6.
No fue así. Por una parte, las recaudaciones iniciaron un
rápido descenso, en buena medida debido a la crisis económica. Pero más
gravedad revistieron las cortapisas que la nueva situación política ponía al
tradicional modo de hacerse la propaganda misional. La imposibilidad de
celebrar los anteriores y multitudinarios actos públicos cerró todo camino a
los alardes en los que se habían basado los «días» y «semanas» misionales. En
1931, la asamblea de propagandistas de Vitoria recomendaba que «allí donde no
convenga o no sea posible la procesión misional, se organice una velada u otro
acto público, interesando en su celebración al mayor número de personas
posibles»7. Los días habían quedado reducidos a «sermones, pláticas y
conferencias»8.
Cuando en marzo de 1933 se pudieron reanudar las semanas
misionales, en San Sebastián, eran evidentes los cambios producidos respecto a
la última celebración. Seguía presentando los actos puramente religiosos, como
triduos o misas, y las conferencias y veladas teatrales en el Gran Kursaal;
pero ya no había actos callejeros, ni se contaba con la participación de las
autoridades civiles.
1.2. Las primeras emigraciones forzosas
El estado de prevención originado entre los religiosos por
todas estas dificultades, vino a culminar en alarma tras la aprobación de la
Constitución, en noviembre de 1931.
—4→
No sólo se declaraba, en su artículo 26, la absoluta separación
entre Iglesias y Estado. Se añadía además una cláusula, que no era sino un
ataque directo a la Compañía de Jesús:
Quedan disueltas aquellas Órdenes religiosas que
estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de
obediencia a una autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán
nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes.
Siguiendo el mandato constitucional, el 24 de enero de 1932
la Gaceta de Madrid publicaba la orden de disolución de la Compañía.
Esta disolución nunca fue continuada por decreto
exclaustrador general alguno. Su fin era servir de equilibrio entre los más
radicales, a los que se contentaba actuando con firmeza contra la tradicional
«bestia negra» católica, y el pragmatismo que desaconsejaba realizar cualquier
acto que pudiera descalificar a la joven república.
Sin embargo, sí provocó en el resto de las órdenes el
convencimiento de que tal medida exclaustradora podría ser tomada en cualquier
momento. El mismo artículo 26 dejaba abierta la posibilidad de disolución de
una congregación religiosa de manera discrecional por el Estado. Como escribía
el provincial franciscano de Cantabria a su correspondiente de la provincia
francesa de Saint-Denis:
C'est avec une confiance franciscaine que je m'adresse a
Vous, pour vous proposer une question que me préoccupe. Vous étés au courant
des événements politiques de l'Espagne et quand la loi d'Assotiations soi
publié peut être nous serons au risque d'être exilés9.
La reacción fue la búsqueda, en un plazo corto de tiempo, de
refugios en el extranjero, para el caso de que ocurriera tal eventualidad y
hubieran de partir al exilio, como ya lo habían hecho los jesuitas a Bélgica.
Los países preferidos para esto eran los europeos, especialmente la vecina
Francia; la cercanía a España era considerada como la principal de las
características exigibles al posible refugio, por lo que parece que en ningún
momento se planteó un exilio definitivo, sino una simple marcha con la mirada
puesta en la vuelta a España.
Las gestiones no se hicieron esperar. Hubo algunos casos en
los que se contactó con las provincias francesas de cada orden religiosa, como
los antes mencionados franciscanos de Cantabria:
C'est pour quoi en cas de cet évenement malheureux, je me
permets vous demander, si vous sériez prêt a admettre dans les couvents de
votre Province Seraphique quelques Pères et Frères [...]10.
Sin embargo, en prácticamente todos los casos se optó
finalmente por establecer una residencia propia, en el caso vasco por lo
general localizada en el País Vasco francés, o a lo sumo en la Aquitania, en un
arco de Burdeos a Pau. Así, los franciscanos vascos acaban instalándose en
Saint-Palais, en la Baja Navarra;
—5→ los carmelitas de la provincia
de «San Joaquín de Navarra» en Dax y Agen; los pasionistas, cuya curia radicaba
en Deusto, en el pueblo labortano de Ascain, a escasos kilómetros de la
frontera guipuzcoana. Sólo los agustinos recoletos, entre cuyas filas eran muy
numerosos los navarros de la Ribera, prefieren establecerse en Inglaterra11.
Sin embargo, y antes incluso de que comenzaran a hacerse
estas gestiones, las jerarquías de las órdenes religiosas ya habían realizado,
de un modo inmediato en el mismo 1931, el traspaso de ciertos de sus miembros
más «débiles» al extranjero: su personal en formación. El movimiento es de tal
magnitud, que en tan sólo tres meses el Secretariado de Misiones de Vitoria
contabiliza la partida de alrededor de cincuenta religiosos de ambos sexos a
misiones en general, de los cuales significativamente destaca que «envían de
todo, desde misioneros ya formados hasta jóvenes coristas»12; lo cual indica el
carácter anormal del envío de estos últimos.
El destino preferente de estos religiosos es América: es el
único lugar donde las órdenes religiosas, por lo general, tienen casas formadas
propias (es decir, dependientes de los mismos superiores que en España). Es,
por lo tanto, donde más rápido acomodo pueden encontrar los neoprofesos y
coristas, y donde con más garantías van a poder continuar su proceso de
formación sin excesivas rupturas.
Como se observa en el cuadro número 1, los religiosos vascos
presentes en Hispanoamérica aumentan, de finales de 1930 a finales de 1932, en
76 (cuando la media de los años precedentes, que pueden ser considerados
todavía dentro del boom que esta presencia vive desde 1918, es de 15 anuales).
El mismo año 1931 conoce la mayor cifra de primeros envíos a América13 de todo
el periodo 1820-1960, 86 religiosos, de los cuales nada menos que 39 son
coristas.
Cuadro n.º 1: Número de religiosos vascos presentes en
Hispanoamérica. Elaboración propia.
AÑO-NÚMERO-AÑO-NÚMERO
1930-0924-1936-1000
1931-0980-1937-1006
1932-1000-1938-1037
1933-0996-1939-1047
1934-1003-1940-1061
1935-1000
Así, los carmelitas descalzos vascos envían sus estudiantes a
los conventos que poseían, desde 1899 y 1911 en Chile, Perú y —6→
Colombia14, en clara contradicción con su práctica habitual hasta ese
momento, que consistía en enviar sus misioneros jóvenes sólo (e inmediatamente)
después de haber sido ordenados.
Los agustinos recoletos de la provincia de San Nicolás de
Tolentino o «Filipina», con curia en Marcilla (Navarra), llegan a realizar un
envío a su misión venezolana, inaugurada en 1898, compuesto por un sacerdote y
sus diez alumnos coristas, de ellos cuatro navarros.
Sólo los jesuitas, por razones obvias, envían a ese mismo
país una mayoría de personal ya formado.
1.3. Compás de espera
Los cuatro años siguientes supusieron, para la presencia
religiosa vasca en América, la primera paralización de su ritmo ascendente. Por
primera vez desde 1840, se producían sendos saldos negativos, en 1933 y 1935
(cuadro n.º 1). A mediados de 1936 encontramos en Hispanoamérica no sólo el
mismo número de misioneros vascos que había cinco años antes, sino que además
éstos eran prácticamente las mismas personas. Todo el proceso de envío y vuelta
de las casas americanas a las europeas, si no se había paralizado, por lo menos
sí que había sufrido una ralentización.
La nueva situación política, pero sobre todo la ofensiva que
ante ella lanzó la Iglesia, y que necesitaba del concurso de todas las fuerzas
católicas, fue posiblemente el principal de los factores que hizo que se
retuvieran a este lado del océano a los que, en condiciones normales, hubieran
acabado ocupando destinos en América.
2. El segundo momento. Julio, 1936-enero, 1940
2.1. El «clero vasco» tras la Guerra Civil
Una de las más importantes diferencias entre las generaciones
de eclesiásticos (especialmente las más jóvenes) que componían el cuerpo
religioso vasco en 1936, y sus inmediatas antecesoras se hallaba en la
política. El nacionalismo iba ganando terreno en estos sectores del clero, en
detrimento de la atracción afectiva que aún sentía la generación anterior por
carlismo e integrismo15, como era el caso del obispo Mateo Múgica.
La relación entre este filonacionalismo clerical y las
jerarquías se estableció, por lo general, a caballo entre la represión y el
pragmatismo, con tendencia a incidir en lo primero16. La —7→
misma jerarquía que admitía la participación de sacerdotes en actos
políticos carlistas o tradicionalistas17, atacaba duramente, bajo la acusación
genérica de hacer política, a los que mostraban simpatías nacionalistas.
Dentro de las mismas órdenes religiosas, llegaron
instrucciones tendentes a cortar los brotes que pudieran haber surgido. En
1933, el general franciscano en Roma envió instrucciones al provincial de
Cantabria al respecto:
[...] han llegado a la Santa Sede quejas contra algunos
religiosos que, atendiendo a intereses personales y regionales, desoyen la voz
y los mandatos de los Prelados diocesanos que procuran la unión de todos los Católicos
a fin de conseguir el triunfo de la causa católica [...]. Por lo mismo exhorto
y mando a todos nuestros religiosos, Superiores y súbditos, que depongan todas
las afecciones particulares de partido y de región [...]18.
En esta situación, llegó a considerarse dentro de dichas
«afecciones de región» cualquier participación activa en el desarrollo de la
cultura o la lengua vasca. Incluso la predicación en euskera, impuesta por la
simple necesidad de hacer entender el mensaje cristiano al pueblo que se quería
adoctrinar, podía tomarse como un signo de apoyo a las tesis separatistas.
Reaparecían los fantasmas que había lanzado el abad de La Calzada, en su
protesta contra la creación de la diócesis de Vitoria en 186219: el hecho de
establecerse en el Seminario vitoriano unas clases de antropología (a cargo de
José Miguel de Barandiarán), unido a las exiguas clases de vasco que ya se
impartían, hizo que se recibieran denuncias sobre la infiltración del
nacionalismo en el centro20. Y el mismo Secretariado de Misiones vitoriano fue
objeto de parecidas acusaciones.
La Guerra Civil, y sobre todo la conquista, en 1937, del
último territorio vasco por las tropas insurrectas, van a suponer el inicio de
una persecución sistemática contra estos sectores del clero. No sólo afectó a
los que realmente defendían ideas nacionalistas de palabra u obra, sino también
a aquellos que no habían apoyado incondicionalmente el alzamiento desde su
inicio, culpables por omisión. Y no hay que olvidar que, por otro lado, fueron
muchos los sacerdotes y religiosos que colaboraron con el nuevo régimen.
Aunque en los primeros días de la guerra, los obispos de
Vitoria y Pamplona sólo condenaban la «alianza antinatural entre católicos y
enemigos de la religión»21, tras la toma de Bilbao es el propio ideario
nacionalista el que recibe los ataques:
Para siempre (todo hay que decirlo) desaparecerá también de
nuestra tierra ese clérigo secular, o regular, que daba durante los últimos
años el lamentable espectáculo de la traición a la Patria desde las gradas
sacrosantas del altar o —8→ desde las alturas doctorales del púlpito. La
gran vergüenza del clero separatista, ese también se acabó para siempre22.
Se ha publicado mucho sobre la depuración que se realizó
entonces contra el clero secular, tanto en la diócesis de Vitoria como en la de
Pamplona. Tras la alarma de los primeros fusilamientos de sacerdotes, en
Vitoria la represión quedó confiada a las manos eclesiásticas del «hombre que
hablaría de Dios hablando de España», el administrador apostólico Javier
Lauzurica. Mateo Múgica, nuevamente, había partido al exilio. En Navarra se
dieron casos de confinamientos, sanciones e incluso algún fusilamiento23.
Se incoaron procesos canónicos, alejando de los cargos de
responsabilidad a las personas que no habían demostrado claramente una
consonancia con los ideales de la cruzada. Más de 800 sacerdotes sufrieron
algún tipo de represión24.
Pero también en el clero regular se dieron denuncias25; las
curias de las diversas provincias vieron cómo eran relegados de cargos de
responsabilidad los más sospechosos:
Puedo afirmar que Padres muy dignos fueron excluidos de
cargos de importancia, porque la prudencia exigía en las actuales
circunstancias su exclusión por parecer inclinados a la política vasquista, que
tampoco debe confundirse con el separatismo26.
Incluso se intentó hacer desaparecer alguna de las provincias
vascas ya formadas. Entre los pasionistas, se propuso «la simple anexión de las
casas de Bilbao, Irún, Angosto y Tafalla a la provincia de Castilla, dejando
para la Provincia del Norte tan sólo las casas de Gabiria y Villarreal de
Urrechu»27.
2.2. El exilio: modos, vías
A pesar de todo, la medida que afectó a más personas fue el
alejamiento, forzado o aconsejado, del País Vasco. Existían ya antecedentes de
haber utilizado este recurso al extrañamiento, en concreto a las misiones de
Hispanoamérica, de religiosos sospechosos de nacionalismo vasco; así había
ocurrido entre los capuchinos de Navarra-Cantabria-Aragón hacia los años
1910-191528.
—9→
Hubo algunos casos en los que es la propia autoridad pública
la que ordena toda una serie de deportaciones, confinamientos e incluso
encarcelamientos de religiosos, lejos de Euskalerria. Ya al poco de tomar
Guipúzcoa, los jefes militares habían dictado algunas expulsiones de la
provincia29; lo propio hará el mando militar competente al ocupar Bilbao30. En
Navarra la comandancia de Pamplona contaba con listas de aquellos que debían ir
al destierro, entre ellos el provincial de los escolapios31.
Pero, en otros muchos casos, fue la prudencia la que aconsejó
estos alejamientos. Y en este caso, no bastaba con salir a regiones españolas más
o menos alejadas del País Vasco. Como se quejaba Mateo Múgica, respecto a los
sacerdotes diocesanos de Vitoria:
[...] unos antes y otros después, salieron muchos de mis
sacerdotes al extranjero, o a otras diócesis de España [...] huyeron a
Inglaterra, a Bélgica, a Francia, a las Américas32.
Y en aquellas órdenes con una presencia misionera en otro
continente, el dar destino para esos lugares a los más implicados era una
solución, convertida en la casi única posible después de que los conventos
franceses hubiesen dejado de ser seguros, tras el inicio de la Segunda Guerra
Mundial33. Nuevamente, América se convertía en un lugar de refugio para los
exiliados, como señalaba el provincial franciscano de Cantabria, en 1939:
Por esta prudencia previsora, sin que ninguna autoridad ni
civil ni militar nos obligara, destinamos en los primeros días de mi gobierno
-agosto de 1937- a la Misiones de Cuba y del Paraguay a unos cuantos
Religiosos, que en tiempos pasados se habían distinguido algo por sus aficiones
políticas34.
No sólo los franciscanos aplicaron esta política de
prudencia35. El provincial capuchino, además de dar obedientias simulatas36 a
Chile y otras misiones, aprovechó la coyuntura para dar los primeros pasos en
la creación del comisariato ecuatoriano,
—10→ intentando responder a las
primeras peticiones de personal que desde Ecuador se le hacían, con religiosos
residentes en el exilio de los conventos franceses, en 1938.
No obstante, el caso más espectacular fue el de los jesuitas.
Aquellos que no serían bien recibidos en la nueva España no volvieron del
exilio belga, y desde su refugio coyuntural de Europa dieron el salto
definitivo a América37. Se produjo así un aumento notable de personal vasco en
las residencias venezolanas; pero sobre todo en las centroamericanas. En los
catálogos de esos años de la provincia de Castilla38 se puede comprobar el
increíble aumento de personal que tiene la recién creada (1937) «viceprovincia
Centroamericana». De los 17 jesuitas que había en 1937, se pasa al año siguiente
a nada menos que 5539.
De esta manera, tras los años de paralización republicana
antes mencionados, los tres últimos de la década van a conocer, aunque a menor
escala que lo visto en 1931, un aumento de la presencia de religiosos vascos en
Hispanoamérica (cfr. cuadro n.º 1). Este aumento se vuelve más significativo,
al comprobar su carácter coyuntural por el hecho de ser un fenómeno aislado:
los años siguientes se seguirá produciendo un estancamiento en la presencia,
que no volverá a crecer hasta pasada una década.
Pero el aumento producido entre 1937 y 1940 también presenta
diferencias cualitativas con la huida de 1931: se trata de una emigración de
personal ya formado, y en muchos casos con una anterior experiencia americana.
Encontramos numerosos misioneros que parten a América a una edad
desacostumbrada, atendiendo a la manera de proceder anterior de las mismas
órdenes religiosas.
En los capuchinos toda una serie de religiosos son enviados a
Argentina o Chile veinte años más tarde que sus compañeros de generación40. La
media de edad de los envíos de carmelitas descalzos a Chile se sitúa, entre
1937 y 1938, en alrededor de 48 años41. En ambas órdenes también observamos
personas que, habiendo cumplido ya sus años misioneros, han de volver a cruzar el
Atlántico.
Un caso singular va a ser el escolapio, en el que la
persecución va a incidir de un modo especial. Quizá debido a la voluntad férrea
que atribuye Julen Rentería a sus superiores42, el hecho es que en los primeros
años de régimen franquista no enviaron a América a los religiosos considerados
más peligrosos por las autoridades, aunque sí dejaron a muchos oscurecidos en
cargos inferiores —11→ a su capacidad, como simples maestros en los
colegios de la orden. No será hasta los años cincuenta cuando saquen del
ostracismo a tres de estos escolapios, que serán los que pongan las bases de la
presencia de la provincia de Vasconia en Venezuela, Brasil y Japón43.
2.3. Diferenciaciones regionales y entre institutos
Esta última emigración forzosa que conoce el decenio, por su
carácter selectivo, no va a afectar por igual a todas las órdenes, puesto que
va a mostrar grandes diferencias atendiendo al lugar de nacimiento de los
religiosos.
Desde 1820, es ésta la primera ocasión en la que la evolución
general que se observa para el conjunto de Euskalerria no tiene un reflejo más
o menos fiel en las evoluciones parciales de las diferentes provincias.
Observando la variación de religiosos presentes en América (cuadro 2), entre
1935 y 1940, diferenciados por el origen geográfico, obtendremos las siguientes
cifras:
Cuadro 2: Evolución del número de religiosos vascos en
Hispanoamérica, de 1935 a 1940, por provincias44. Elaboración propia.
GUIPÚZCOA-VIZCAYA-ÁLAVA-NAVARRA
1935-256-197-107-426
1940-273-228-103 -425
Dos zonas se perfilan claramente: por una parte la
Euskalerria costera, donde se experimenta en gran medida la situación ya
descrita de persecución y huida; y por otra parte Navarra y Álava, con una
situación más compleja, sobre todo en la primera de ellas.
Se pueden encontrar dos causas para explicar esta evidente
singularización regional de las regiones del interior. Por una parte, el clero
de ambas provincias estaba considerado menos sospechoso, e incluso más proclive
a la colaboración. En Álava, y especialmente en Navarra, el apoyo al
levantamiento estaba muy extendido, y en general su «clero diocesano fue el
pilar de la insurrección»45.
La segunda causa reside en la falta de clero, que al menos
tenemos comprobada en Navarra, motivada por los efectos de la guerra. El obispo
de Pamplona, el baracaldés Marcelino Olaechea, en su pastoral sobre el día del
Seminario de 1939, escribía:
—12→
¡En Navarra escasean también los sacerdotes! y esa escasez
durará años y será más intensa en los que vamos a vivir. Hemos tenido cerca de
ochenta parroquias sin cura [...]46.
Dada esta situación de necesidad, un envío masivo de
eclesiásticos al exterior corría el peligro de ser interpretado de un modo
negativo. En este sentido, tenemos constatados incluso casos de sacerdotes
diocesanos, que retornan en este momento tras una estancia americana. El
ejemplo más destacado, por la relevancia que alcanzó a su vuelta, es
paradójicamente un vizcaíno: Zacarías Vizcarra, residente desde 1912 en Buenos
Aires, que pasa a ser nombrado nuevo director de la Unión Misional del Clero en
España, el año 193847.
Navarra es, como hemos indicado, el caso más complejo. La
aparente situación estacionaria que parecen indicar las cifras (cuadro n.º 2),
oculta en realidad unas muy grandes divergencias entre las diferentes órdenes
religiosas: mientras algunas ven aumentar espectacularmente su personal navarro
en América en esos cinco años, otras experimentan un descenso de idénticas
características, que llegan a neutralizarse mutuamente. Capuchinos y jesuitas
fueron los que sufrieron el mayor exilio en Navarra, mientras que la orden
agustina recoleta tenía en 1940 tres religiosos menos en América que diez años
antes.
Esta diferenciación entre órdenes, a pesar de todo, sólo es
atribuible al origen geográfico del que cada una de ellas extrae
mayoritariamente sus vocaciones. Por ejemplo, los agustinos recoletos provienen
fundamentalmente de pueblos del sur de la merindad de Olite, o de la de Tudela.
Su descenso en número se halla así relacionado con el hecho de ser éste el
único momento en el que los tradicionales focos misioneros navarros (Pamplona y
la ribera de Tudela) ceden su puesto a otras zonas, que nunca habían destacado
ni destacarían después en este aspecto, por ejemplo al valle del río Araquil, o
al de Larraun (mapa n.º 1)48.
2.4. Una emigración vasquista
La característica diferencial de esta emigración forzada, es
que se trata de un grupo de religiosos unidos, además de por la religión, por
una vinculación especial y activa hacia Euskalerria y lo vasco; ya fuera desde
unos planteamientos culturales, ya fuera desde una ideología nacionalista. Los
núcleos que se van a formar en los diversos países sudamericanos donde
finalmente se instalen, van a reflejar esta vinculación.
—13→
En el campo estrictamente cultural, se puede afirmar que fue
el de estos religiosos uno de los grupos más activos, especialmente en los
primeros años y en el terreno específico de la lengua vasca y todo lo
relacionado con ella.
Nombres más o menos conocidos se distribuyen por todo el
continente. En Cuba encontramos a Imanol Berriatua, o al antes citado Basilio
de Guerra, ambos franciscanos. El grupo de jesuitas centroamericano,
capitaneado por Jokin Zaitegi y su Euzko-Gogoa y entre los cuales encontramos,
entre otros, a estudiosos como Jorge de Aguirre o José María Estefanía, llega a
tener ramificaciones entre sus compañeros de orden, igualmente vascos, de
Venezuela, donde trabaja activamente un Luis María Arrizabalaga. En Chile,
hallamos en los conventos carmelitas a Pedro Ormaechea Aldama, o al poeta
zornotzarra Santiago Onaindia. En Argentina, por su parte, un importante núcleo
de capuchinos (así como algunos sacramentinos, trinitarios o canónigos
regulares de Letrán) se integra en las iniciativas vascas surgidas en el país,
que habían tomado un nuevo impulso debido al mismo exilio. Bonifacio de Ataun
será, así, el primer director del Boletín del Instituto Americano de Estudios
Vascos, donde, entre otros, colaborará Jorge de Riezu.
Pero la colaboración de estos religiosos con la comunidad
vasca de la diáspora no acabó ahí. En Argentina, en Venezuela, en Uruguay, los
religiosos vascos forman auténticos grupos de presión para lograr el apoyo a
los refugiados vascos. En los dos primeros países, el apoyo se llegará a materializar
en sendos decretos favorecedores de la inmigración de vascos, dirigidos
específicamente a la recepción de los exiliados que comenzaban, en 1940 en
Francia, a sufrir los problemas de la recién comenzada Segunda Guerra Mundial.
Fuente:
Fondo Editorial Revista Oiga
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu
de Lima
Ilustre Cofradía Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu de
Perú