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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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viernes, 23 de marzo de 2012

COFRADIA DE NUESTRA SEÑORA DE ARANZAZU DE LIMA 1612-2012

EN LA CULTURA

90 AÑOS

QUE SON NOTICIA

SOY AMIGO hasta donde llegan los límites de mi país…

DON LUIS MIRO QUESADA

90 AÑOS EN 90 MINUTOS

MAÑANA sábado cumple 90 años don Luis Miró Quesada, patricio ejemplar a quien el Perú le debe mucho y periodista de garra, hombre de combate y de pasión, al que –seguramente por estas razones– nos sentimos cariñosamente ligados. Como homenaje de OIGA a su figura patriarcal, van a continuación unos ágiles apuntes de Manuel Jesús Orbegozo. En ellos está retratado el temple, la firme y sobria personalidad de don Luis, un hombre con auténtico valor –que es el moral–, de exquisito trato y terco cariño al Perú y a los suyos, Un hombre joven a sus noventa años.

0 minutos: “Yo sabía que nos iban a atacar y por lo tanto hice la advertencia: Hay que comprar armas, revólveres, tenemos que armarnos. Mi padre no quería exponernos y mi hermano Antonio era enemigo de la violencia, en esos días había perdido un hijo y estaba anonadado. Oscar y Miguel estaban de acuerdo conmigo.

2 minutos: “Aquí tiene usted el té, el azúcar, sírvase. Verá Ud., esto es lo único que me queda de sajón”. Claro, sabemos además, que todo el resto lo tiene de criollo, aunque una vez, cuando le sirvieron un vaso de vino, usted había dicho: “Ustedes saben de mi profundo nacionalismo, pero en materia de vinos –de los que suelo beber un sorbo de tarde en tarde–, bueno, no soy muy nacionalista que digamos”.

7 minutos: Hay que recordar que era setiembre (1919), y en el cielo brillaba la constelación de Virgo. Los gendarmes habían dado otro golpe y la ciudad (acaso 100 mil habitantes) se había conmocionado un poco. La Ley Seca entraba en vigencia en los Estados Unidos bajo los auspicios de “La cosa nostra” y en el cine Alhambra, Olga Petrov hacia su debut, con orquesta. Don José Pardo se cubre con un paletó, se pone sus guantes de previl, toma su sombrero de paño negro y se da preso. Entre gallos y medianoche se lo llevan al Panóptico (todavía no se había inventado El Frontón) y Leguía inicia así el oncenio.

12 minutos: “En el seno de mi familia yo insistía en armarnos, esgrimiendo dos argumentos: A) de orden moral y B) de orden práctico. A, porque eso significa defender nuestra casa, nuestra propiedad, el periódico; y B, porque a ningún gobierno nuevo le conviene un conflicto de esta naturaleza, en pleno centro de la ciudad”.

17 minutos: El coronel Samuel del Alcázar que había hecho la campaña de la Breña con el general Andrés Avelino Cáceres, se decide a atacar Palacio de Gobierno. Cuando llega, Cáceres le sale al frente: “¿Qué va a hacer Ud., coronel?” le dice. El coronel le contesta: “Simplemente voy a hacer lo que Ud. nos ha enseñado, mi general”. Cáceres le replica “¿qué?...” “Bueno –le contesta del Alcázar–, no entiendo bien lo que me dice Ud., mi general”; toma su espada y la quiebra en dos en su rodilla. Se da media vuelta y pasa a formar la legión de los tercos y frustrados defensores de la Ley.

Enérgico poder de decisión

21 minutos: “El 10 de setiembre, una turba ataca las oficinas de “La Prensa”. Las incendia, las apedrea. Entonces, nosotros nos ponemos sobre aviso. A las 7 de la noche estamos en la dirección del periódico, cuando en eso suena el teléfono. Descuelgo el fono y oigo la voz de mi cuñado Alejandro Garland que me llama desde “El Palais Concert”, “Aló, Luis, una poblada va a atacar El Comercio”. No había tiempo que perder: Tú allí, Lizandro; Oscar, Miguel, ustedes allá; Juan, Tomás, rápido, a sus emplazamientos, ustedes también Pedraza, Vega, éramos 17 en total.

26 minutos: “Afuera se oía ulular a la multitud. Gritan desaforadamente, abajo El Comercio, mueran los miro quesadas. Teníamos un punto débil: La puerta de administración, que cedió ante el empuje. Antes de que la turba entrara al hall principal le grito al conserje para que eche llave a la puerta, veo que le tiemblan las manos, corro, le quito las llaves y tranco. Después comprobaríamos que el conserje era un traidor. Desconecté la llave principal de la luz y corrí a parapetarme detrás de cuatro bobinas. Todo había quedado bajo la penumbra y sólo se veía los fogonazos de los disparos. Comprendimos que nos estábamos jugando la vida y contestamos el fuego. Cae un atacante en el hall y la turba frena su embestida. La grita era ensordecedora, Una bala atraviesa el sombrero de Miguel. Vemos que cae otro, otros; pero el fuego no cede, hasta que poco a poco se va apagando, crepitando como una gran hoguera. Había trascurrido más de 30 minutos. Nos habíamos salvado y habíamos salvado El Comercio.

30 minutos: Un sorbo de té, otro sorbo, y otro.

31 minutos: El doctor Oscar Miró Quesada me había dicho una vez: Admiro, en mi hermano Luis, la armonía que guarda entre la rectitud y el sentimiento. También, su nacionalismo total, sin xenofobia, y su gran amor por la justicia social. Pero entre otras cosas, su enérgico poder de decisión. Una vez, Glicerio Tassara iba a lanzar otra edición de “Idea Libre” contra mi padre. Estábamos en un rincón de la universidad cuando Luis dijo: “Vamos a impedir que salga ese ataque”. Recuerdo que con nosotros estaban Pazos Varela y Carlos Zavala. Fuimos a “Idea Libre”. No bien entramos en la dirección, Tassara sacó su revólver y me apuntó. Luis saltó sobre él, pero ya Tassara había disparado. Lo rodeamos para desarmarlo, mientras Pazos Varela estaba agonizando ahí mismo. El tiro le había caído en el corazón. Cosas del destino, pero Luis ha sido así siempre”.

38 minutos: “Me han dado fama de ser un hombre duro, pero no lo soy. Yo trato de llevarme bien con todo el mundo. Lo que pasa es que confunden energía de carácter con dureza. Antes de decidirme yo pienso demasiado y sólo cuando estoy seguro de que tengo razón, ya no doy marcha atrás”.

¿Es eso karate, profesor?...

40 minutos: Había que establecer relaciones entre su cuerpo y su alma. Preguntar si su espíritu es inversamente proporcional a su estatura. Cuando joven, no hubo deporte que dejara de practicar. Ciclismo, atletismo, fútbol, cricket, remo y tal vez karate. Había que imaginarlo escuchando al profesor japonés, las enseñanzas de la doctrina Zen: “El karate no es para usarlo en nuestro propio beneficio sino en defensa de un ideal de justicia. Hay que ser prudente (como él) hasta donde sea posible para evitar todo motivo de fricción. Eso nos lleva a la necesidad de mantener una norma de modestia y corrección (como él) en todas las situaciones de la vida, aún en el hablar, en el comer, en el obrar. / ¿Es eso karate, profesor? /. Sí, eso, pero además, es esperar a que el adversario reflexione y desista y sólo en última instancia que salga el arma de que disponemos como cortando el aire”.

45 minutos: Su rostro, a veces me parece borgiano o ¿será solamente para asociarle esta frase?: Mi cuerpo puede sentir miedo, pero yo no. (Borges).

46 minutos: Luis Miró Quesada de la Guerra, nacido cuando la patria atravesaba los momentos más luctuosos de su historia (1880), ingresó a trabajar en el diario que hasta hoy dirige, en 1903. “Ese año me pusieron en planilla, pero no recuerdo cuál fue mi salario. Creo sí, que fue demasiado poco”. Eran, en realidad, los viejos tiempos de la zarzaparrilla de Bristol, del agua de Melisa y el Cordial Cerebral (remplazado ahora por el gerovital) y se publicaban avisos que decían: “Vendo 2 bueyes y dos vacas lecheras, ofertas en domicilio”; se escribía tejido con g y las noticias policiales aparecían así: “Al subir el Puente de Piedra que está en declive, sucedió que los caballos resbalaron cayendo por el lado izquierdo, rompiéndose los ganchos a que estaban sujetos los caballos, el carro retrocedió y dos personas que iban allí se tuvieron que arrojar llenas de temor”. Ahora, un solo titular causa veinte veces más miedo: “Jet se estrella, mueren 110”.

56 minutos: Eran otros tiempos, y aunque no había Gladys que aparecieran eróticamente, ya la publicidad tenía sus trucos: Arriba, la cara amarga de un fumador que se queja: ¡Demonios, qué cigarro tan malo! Abajo: la misma cara del fumador, pero sonriendo: ¡No os veríais en esos apuros si fumarais cigarrillos El Figaro!, por ejemplo.

Aversión a los reportajes

58 minutos: Cuando me advirtió que ya habíamos conversado algo, me pesó no haber llevado lápiz para tomar alguna nota. "No se preocupe (me dijo él), porque yo no le he concedido una entrevista. Hemos conversado para que Ud. haga una semblanza, si algo tuviera que escribir sobre mí”, agregó. (Después su hija Elvira, inseparable compañera de sus viajes a través del tiempo y de los mares, confirmaría la aversión del ilustre hombre de prensa, a los reportajes. “¿Para qué –contesta él– si tengo un periódico donde puedo verter mis opiniones?”

61 minutos: Los perros me recibieron con ladridos en su residencia, y uno de ellos casi se pasó de leal. A propósito, para el doctor Miró Quesada, nada hay más valorativo en el hombre que la lealtad y la amistad, pero con una advertencia: ‘Soy amigo hasta donde llegan los límites de mi país. Porque entre los intereses de la patria y los de la amistad, a la amistad hay que dejarla de lado”.

66 minutos: En un sofá muy muelle, en su residencia de Javier Prado, delante de unas breves estatuas de mármol, el hombre hace recuerdos infinitos. Su vida llena de anécdotas comienza cuando a los pocos días de nacido, ante la invasión de los chilenos, tiene que ser llevado a Ancón en una caja de vino. Después todo es un ir y venir incesante. De clorificar el agua que bebe Lima, puede pasar o pasa con facilidad a una legación en Suiza; de asfaltar el jirón de La Unión va a representar al país en La Liga de las Naciones. Es alcalde de la ciudad con la misma maestría con que desarrolla su cátedra en San Marcos. Escribe un editorial, dos, cien contra la IPC igual como funda el primer refectorio escolar en el país. “Según una encuesta que mandé hacer, los niños pobres se desmayaban en la primera hora de clase. Resulta que no comían la noche anterior ni tomaban desayuno en la mañana siguiente”. Entonces funda ese refectorio, propone escuelas al aire libre al estilo de Charlottemburgo y pide como allá, para los niños, doble ración de alimento, doble ración de aire puro y media ración de trabajo.

¿Recuerdos imborrables? Los dolorosos.

70 minutos: No se puede dar la vuelta al mundo de una vida de 90 años en 90 minutos, pero resulta hermoso intentarlo aunque sea para titular. Pero, digamos, doctor Luis, ¿podría señalar algunos de sus recuerdos imborrables?. “Los imborrables siempre resultan ser los más dolorosos. El placer es siempre pasajero, el dolor es permanente y a veces, hasta eterno”. Entonces, quiso recordar a su esposa. “Elvira –dijo– fue una mujer sin la cual yo no habría llegado a ser algo en la vida. Ella me daba aliento para toda empresa, Leguía me mandó decir una vez que me daba 15 días para arreglar mis papeles. Yo le mandé decir, primero que averiguara dónde estaba escondido; segundo, que me hiciera detener; y, tercero, que me deportara. En esos días, había una recepción oficial en una embajada. Yo le dije a Elvira, vamos a la recepción. Fuimos y mi presencia causó revuelo singular. Lo recuerdo, perfectamente, todo ahora.

75 minutos: Luis Miró Quesada (Una orquídea y una lágrima, todos los sábados en la tumba de su esposa) ha callado y en sus ojos hay un brillo que podría afirmar, es una lágrima.

78 minutos: Ahora es lunes y estamos bajo el signo de escorpio. Ya regresó el hombre de la Luna y Vietnam todavía está crucificado, pero en un tiempo atrás, el presidente Prado lo hizo llamar con urgencia. Estados Unidos se había dirigido al Perú presionándolo para que retirara sus tropas de la Provincia de El Oro. La comisión consultiva había aceptado por unanimidad que las tropas se retiraran.

—Tenemos que hacerlo— le dijo el presidente.

—No puede ser —contestó Miró Quesada— la provincia de El Oro es la prenda que tiene el Perú para poder arreglar definitivamente sus diferendos con el Ecuador. Las tropas no deben retirarse.

—Es que no nos queda otro camino.

—Entonces, yo escribiré en contra —dijo Miró Quesada.

Hubo más diálogos, otro miembro de la comisión dijo que podríamos ser objeto de humillación. Miró Quesada respondió que humillación sería ceder ante las presiones diplomáticas. “Tal vez podríamos ceder ante el desembarco de tropas norteamericanas en Tumbes”, replicó, y se dio media vuelta. Pero la historia ha dado su versión eterna: El Perú no retiró sus tropas.

85 minutos: “No deseo enturbiar con esos recuerdos esta fecha, pero el gran error del Apra fue matar a mi hermano, cuando yo era quien escribía los editoriales. Haya tenía conocimiento de que iba a cometerse ese crimen y si no lo supo directamente, cuando menos lo sabía en alguna forma. Pero, dejemos esas cosas para otra vez”, porque las sombras han caído sobre los altos árboles y los días. ¡Ya es hora de ir al diario, a ver qué pasa!

89 minutos: Doctor, ¿por qué no escribe Ud. sus memorias'?

—Las memorias sólo deben escribirlas los grandes hombres.

90 minutos: Mañana que cumple 90 años, ¿qué editorial escribirá el Dr. Miró Quesada, en su propio corazón?

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OIGA, 4 de diciembre de 1970 En el Perú, págs. 14, 15, 16 y 17.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Editorial Periodística Oiga S.A. © Jhon Bazán Aguilar, 2012.

martes, 3 de enero de 2012

In Memoriam

Así hablaba

“Creo y no puedo dejar de decirlo que el objetivo principal de la ex-propiación de El Comercio, como de los otros diarios, fue el de terminar con la prensa independiente y liquidar en el Perú la libertad de prensa y con ella la libertad de expresión”.

* * * * * * * *

“Pienso que el general Velasco ha sido un hombre bien intencionado que finalmente resultó mareado por los resentidos, los aduladores y oportunistas, quienes, por intereses políticos y personales, lo convirtieron de jefe de una revolución institucional en otro dictador más de nuestra larga historia”.

* * * * * * * *

“El Perú no lo pienso, lo siento y lo siento hondo en mí. A la vuelta de casi un siglo puedo declarar sin dubitaciones, que todo lo que he hecho, equivocada o correctamente, ha sido pensando en el bien y en la grandeza del Perú”.

* * * * * * * *

“Considero que el término expropiación es equivocado, porque hasta la fecha el caso de los diarios es de confiscación. Nuestro local fue tomado sin mandato judicial y ocupado policialmente, antes de que el Decreto Ley respectivo tuviera vigencia legal. Inclusive se apropiaron indebidamente de una propiedad intelectual más que centenaria. Desde entonces y luego de quince meses no hemos recibido notificación alguna, ni la empresa ha sido valorizada, ni, en mi caso, se ha cumplido con las leyes laborales”.

(Tomado de las declaraciones de don Luis Miró Quesada al semanario Expresión, en octubre de 1975).

In Memoriam

HOMENAJE A DON LUIS

“He creído y sigo creyendo que no es preciso sacrificar la libertad para realizar el progreso; sino que más bien la libre discusión y el respeto a la persona humana, hacen grandes a los pueblos. Es este el progreso que anhelo para mi patria”. (L.M.Q. agosto de 1973).

por FRANCISCO IGARTUA

ATROPELLADO en su ancianidad venerable, despojado, vejado, escarnecido por la fuerza de las armas, ha muerto, cercano a los cien años, Don Luis Miró Quesada.

Murió luchando por reconquistar su trinchera de combate, el puesto desde donde dictó patriotismo a los peruanos y señaló como meta nacional la recuperación de nuestras riquezas y el control de los medios de comunicación y de transporte; haciendo, además, intransferible la capacidad de decisión del Estado peruano sobre su política exterior. Ha muerto, maltratado por los actuales gobernantes del Perú, el máximo combatiente por la reintegración a la Patria de La Brea y Pariñas; el hombre que arriesgó su vida y su patrimonio entero porque el petróleo y todos los minerales de nuestro suelo fueran peruanos; el periodista que persistió casi medio siglo, con admirable tenacidad, en una campaña nacionalista a la que muchos aportaron esporádico entusiasmo y nadie -o casi nadie- siquiera un sueldo. El, que no hizo otra cosa en su vida que periodismo, él, que vivió de su único oficio, escribir, ha muerto despojado de su pluma, amordazado, silenciado por disposiciones tomadas sarcásticamente en nombre de la Libertad de Prensa.

Desde el Perú me dicen que se le han rendido honores oficiales en su sepelio porque fue ministro de Estado o algo así. El hecho me repugna. No merecía semejante escarnio tan insigne patriota. El venerable patriarca del periodismo nacional, el periodista que se enfrentó solo y a cuerpo limpio a la International Petroleum, acarreándose la persecución y el asedio económico del imperialismo petrolero -cuando el imperialismo petrolero era amo del mundo-, no merecía ser ofendido por sus verdugos después de muerto. Más cumplido honor le hicieron al poner en la dirección del diario que le arrebataron a políticos que solo le debían favores y, por último, a quien no tuvo vergüenza en recibir el periódico “Jornada” de manos del dictador Odría y editarlo mientras sus redactores éramos encarcelados, perseguidos o deportados.

Este significativo hecho sirve para borrar el otro: la burla del tatachin de las bandas militares en el cementerio.

Pero no deseo que este breve homenaje, ensombrecido para mí por la obligada nostalgia de la Patria, se limite a los últimos días, cargados de afrentas, de Don Luis Miró Quesada. Quiero que sea de afirmación y de fe en postulados de libertad y en principios de moral periodística que nos unieron fraternalmente, a pesar de la diferencia de edad y de no pocas discrepancias frente al acontecer político y social.

Luis Miró Quesada fue ante todo periodista y un hombre apasionado. Amó y odió con desborde y no cedió un milímetro en la defensa de la libertad de expresión, que es para el periodismo verdadero lo que el agua para el pez.

Fue un intransigente, aunque en descargo de su apasionado temperamento se puede decir que amó sobre todas las cosas al Perú y odió, más que a nadie, a los enemigos tradicionales del Perú. Fue periodista cabal y patriota ejemplar.

Lo conocí años atrás, cuando “El Comercio” me abrió sus puertas para que burlara a la policía de Esparza Zañartu, que me perseguía para hacerme retomar el avión que me conducía de Santiago a Panamá y que yo había abandonado en Lima poniendo fin a mi primer destierro. El comentario de Don Luis Miró Quesada fue corto y elocuente: “Al defenderlo a usted nos estamos defendiendo. No olvide nunca que si no protestamos por cada uno de los atropellos que sufre la libertad en cualquier colega, no podemos reclamar se respete nuestra propia libertad”.

Y aunque en verdad Don Luis Miró Quesada cayó repetidamente en el error de distinguir el periodismo partidario del puro periodismo, siempre fue fiel al lema que he citado cuando se trató de colegas dedicados en exclusiva al periodismo.

Fue por esa razón, como en mil otras y diversas oportunidades, por lealtad principista, que protestamos contra el atropello a la libertad que significó la llamada socialización de la prensa. Además, distinguí en la protesta porque Luis Miró Quesada y su periódico significaban el ejercicio del periodismo como fin y no como medio, porque nunca habían representado intereses ajenos a su opinión de periodistas, no importándome si esa opinión fuera irritante para muchos o discrepante de la mía. Y fue por esa razón -porque no habrá jamás prensa libre mientras no sean libres las prensas para todo aquel que desee ejercer el periodismo en exclusiva- que nos pareció más inicuo que otros el despojo que sufrió Don Luis Miró Quesada cuando un grupo de ambiciosos políticos y arribistas de la pluma ideó la torpe reforma de la prensa que hoy padece el país y que sus infelices gestores apenas pudieron relamer. Sin embargo, no lo mataron. El siguió en la pelea, luchando por reconquistar su trinchera periodística, mientras ellos, como objetos usados, iban siendo barridos a la calle.

¡Que no haya paz en la tumba de Don Luis Miró Quesada! ¡Que su invencible devoción por la libertad de prensa, por el periodismo libre y de combate, jamás deje de florecer sobre su escarnecido y centenario cuerpo!

domingo, 21 de junio de 2009

DON LUIS MIRO QUESADA - 90 AÑOS EN 90 MINUTOS - Oiga 4/11/1970






Oiga – Portada y Págs. 14, 15, 16, 17

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OIGA SEMANARIO DE ACTUALIDADES

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NUMERO 402



AÑO VII



4 DE DICIEMBRE DE 1970

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90 AÑOS



QUE SON NOTICIA

SOY AMIGO hasta donde llegan los límites de mi país…


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DON LUIS MIRO QUESADA



90 AÑOS EN 90 MINUTOS

MAÑANA sábado cumple 90 años don Luis Miró Quesada, patricio ejemplar a quien el Perú le debe mucho y periodista de garra, hombre de combate y de pasión, al que –seguramente por estas razones– nos sentimos cariñosamente ligados. Como homenaje de OIGA a su figura patriarcal, van a continuación unos ágiles apuntes de Manuel Jesús Orbegozo. En ellos está retratado el temple, la firme y sobria personalidad de don Luis, un hombre con auténtico valor –que es el moral–, de exquisito trato y terco cariño al Perú y a los suyos, Un hombre joven a sus noventa años.

0 minutos: “Yo sabía que nos iban a atacar y por lo tanto hice la advertencia: Hay que comprar armas, re­vólveres, tenemos que armarnos. Mi padre no quería exponernos y mi her­mano Antonio era enemigo de la vio­lencia, en esos días había perdido un hijo y estaba anonadado. Oscar y Mi­guel estaban de acuerdo conmigo.

2 minutos: “Aquí tiene usted el té, el azúcar, sírvase. Verá Ud., esto es lo único que me queda de sajón”. Cla­ro, sabemos además, que todo el res­to lo tiene de criollo, aunque una vez, cuando le sirvieron un vaso de vino, usted había dicho: “Ustedes saben de mi profundo nacionalismo, pero en materia de vinos –de los que suelo beber un sorbo de tarde en tarde–, bueno, no soy muy nacionalista que digamos”.

7 minutos: Hay que recordar que era setiembre (1919), y en el cielo bri­llaba la constelación de Virgo. Los gendarmes habían dado otro golpe y la ciudad (acaso 100 mil habitantes) se había conmocionado un poco. La Ley Seca entraba en vigencia en los Estados Unidos bajo los auspicios de “La cosa nostra” y en el cine Alham­bra, Olga Petrov hacia su debut, con orquesta. Don José Pardo se cubre con un paletó, se pone sus guantes de previl, toma su sombrero de paño negro y se da preso. Entre ga­llos y medianoche se lo llevan al Pa­nóptico (todavía no se había inventa­rio El Frontón) y Leguía inicia así el oncenio.

12 minutos: “En el seno de mi fa­milia yo insistía en armarnos, esgri­miendo dos argumentos: A) de orden moral y B) de orden práctico. A, por­que eso significa defender nuestra ca­sa, nuestra propiedad, el periódico; y B, porque a ningún gobierno nuevo le conviene un conflicto de esta natura­leza, en pleno centro de la ciudad”.

17 minutos: El coronel Samuel del Alcázar que había hecho la campaña de la Breña con el general Andrés Avelino Cáceres, se decide a atacar Palacio de Gobierno. Cuando llega, Cáceres le sale al frente: “¿Qué va a hacer Ud., coronel?” le dice. El coro­nel le contesta: “Simplemente voy a hacer lo que Ud. nos ha enseñado, mi general”. Cáceres le replica “¿qué?...” “Bueno –le contesta del Alcázar–, no entiendo bien lo que me dice Ud., mi general”; toma su espada y la quiebra en dos en su rodilla. Se da media vuelta y pasa a formar la le­gión de los tercos y frustrados defen­sores de la Ley.

Enérgico poder de decisión

21 minutos: “El 10 de setiembre, una turba ataca las oficinas de “La Pren­sa”. Las incendia, las apedrea. Enton­ces, nosotros nos ponemos sobre avi­so. A las 7 de la noche estamos en la dirección del periódico, cuando en eso suena el teléfono. Descuelgo el fono y oigo la voz de mi cuñado Alejandro Garland que me llama desde “El Palais Concert”, “Aló, Luis, una poblada va a atacar El Comercio”. No había tiempo que perder: Tú allí, Lizandro; Oscar, Miguel, ustedes allá; Juan, Tomás, rápido, a sus emplazamientos, us­tedes también Pedraza, Vega, éramos 17 en total.

26 minutos: “Afuera se oía ulular a la multitud. Gritan desaforadamente, abajo El Comercio, mueran los miro­quesadas. Teníamos un punto débil: La puerta de administración, que ce­dió ante el empuje. Antes de que la turba entrara al hall principal le gri­to al conserje para que eche llave a la puerta, veo que le tiemblan las ma­nos, corro, le quito las llaves y tran­co. Después comprobaríamos que el conserje era un traidor. Desconecté la llave principal de la luz y corrí a parapetarme detrás de cuatro bobinas. Todo había quedado bajo la penum­bra y sólo se veía los fogonazos de los disparos. Comprendimos que nos estábamos jugando la vida y contes­tamos el fuego. Cae un atacante en el hall y la turba frena su embestida. La grita era ensordecedora, Una ba­la atraviesa el sombrero de Miguel. Vemos que cae otro, otros; pero el fuego no cede, hasta que poco a poco se va apagando, crepitando como una gran hoguera. Había trascurrido más de 30 minutos. Nos habíamos sal­vado y habíamos salvado El Comer­cio.

30 minutos: Un sorbo de té, otro sor­bo, y otro.

31 minutos: El doctor Oscar Miró Quesada me había dicho una vez: Ad­miro, en mi hermano Luis, la armo­nía que guarda entre la rectitud y el sentimiento. También, su nacionalis­mo total, sin xenofobia, y su gran amor por la justicia social. Pero entre otras cosas, su enérgico poder de decisión. Una vez, Glicerio Tassara iba a lanzar otra edición de “Idea Li­bre” contra mi padre. Estábamos en un rincón de la universidad cuando Luis dijo: “Vamos a impedir que sal­ga ese ataque”. Recuerdo que con no­sotros estaban Pazos Varela y Carlos Zavala. Fuimos a “Idea Libre”. No bien entradmos en la dirección, Tassara sa­có su revólver y me apuntó. Luis sal­tó sobre él, pero ya Tassara había dis­parado. Lo rodeamos para desarmar­lo, mientras Pazos Varela estaba ago­nizando ahí mismo. El tiro le había caído en el corazón. Cosas del destino, pero Luis ha sido así siempre”.



38 minutos: “Me han dado fama de ser un hombre duro, pero no lo soy. Yo trato de llevarme bien con todo el mundo. Lo que pasa es que confun­den energía de carácter con dureza. Antes de decidirme yo pienso dema­siado y sólo cuando estoy seguro de que tengo razón, ya no doy marcha atrás”.

¿Es eso karate, profesor?...

40 minutos: Había que establecer re­laciones entre su cuerpo y su alma. Preguntar si su espíritu es inversa­mente proporcional a su estatura. Cuando joven, no hubo deporte que dejara de practicar. Ciclismo, atletis­mo, fútbol, cricket, remo y tal vez ka­rate. Había que imaginarlo escuchando al profesor japonés, las enseñanzas de la doctrina Zen: “El karate no es pa­ra usarlo en nuestro propio beneficio sino en defensa de un ideal de justi­cia. Hay que ser prudente (como él) hasta donde sea posible para evitar todo motivo de fricción. Eso nos lle­va a la necesidad de mantener una norma de modestia y corrección (co­mo él) en todas las situaciones de la vida, aún en el hablar, en el comer, en el obrar. / ¿Es eso karate, profesor? /. Sí, eso, pero además, es esperar a que el adversario reflexione y desista y só­lo en última instancia que salga el ar­ma de que disponemos como cortan­do el aire”.

45 minutos: Su rostro, a veces me parece borgiano o ¿será solamente pa­ra asociarle esta frase?: Mi cuerpo pue­de sentir miedo, pero yo no. (Borges).

46 minutos: Luis Miró Quesada de la Guerra, nacido cuando la patria atra­vesaba los momentos más luctuosos de su historia (1880), ingresó a trabajar en el diario que hasta hoy dirige, en 1903. “Ese año me pusieron en pla­nilla, pero no recuerdo cuál fue mi salario. Creo sí, que fue demasiado poco”. Eran, en realidad, las viejos tiempos de la zarzaparrilla de Bristol, del agua de Melisa y el Cordial Cere­bral (remplazado ahora por el gero­vital) y se publicaban avisos que de­cían: “Vendo 2 bueyes y dos vacas le­cheras, ofertas en domicilio”; se es­cribía tejido con g y las noticias po­liciales aparecían así: “Al subir el Puente de Piedra que está en declive, sucedió que los caballos resbalaron cayendo por el lado izquierdo, rom­piéndose los ganchos a que estaban sujetos los caballos, el carro retroce­dió y dos personas que iban allí se tuvieron que arrojar llenas de temor”. Ahora, un solo titular causa veinte veces más miedo: “Jet se estrella, mue­ren 110”.



56 minutos: Eran otros tiempos, y aunque no había Gladys que aparecieran eróticamente, ya la publicidad te­nía sus trucos: Arriba, la cara amarga de un fumador que se queja: ¡Demo­nios, qué cigarro tan malo! Abajo: la misma cara del fumador, pero son­riendo: ¡No os veriais en esos apuros si fumarais cigarrillos El Figaro!, por ejemplo.

Aversión a los reportajes

58 minutos: Cuando me advirtió que ya habíamos conversado algo, me pe­só no haber llevado lápiz para tomar alguna nota. "No se preocupe (me di­jo él), porque yo no le he concedido una entrevista. Hemos conversado pa­ra que Ud. haga una semblanza, si al­go tuviera que escribir sobre mí”, agre­gó. (Después su hija Elvira, insepara­ble compañera de sus viajes a través del tiempo y de los mares, confirma­ría la aversión del ilustre hombre de prensa, a los reportajes. “¿Para qué –contesta él – si tengo un periódico donde puedo verter mis opiniones?”

61 minutos: Los perros me recibie­ron con ladridos en su residencia, y uno de ellos casi se pasó de leal. A propósito, para el doctor Miró Quesada, nada hay más valorativo en el hombre que la lealtad y la amistad, pero con una advertencia: ‘Soy amigo hasta donde llegan los límites de mi país. Porque entre los intereses de la patria y los de la amistad, a la amis­tad hay que dejarla de lado”.

66 minutos: En un sofá muy muelle, en su residencia de Javier Prado, de­lante de unas breves estatuas de már­mol, el hombre hace recuerdos infini­tos. Su vida llena de anécdotas co­mienza cuando a los pocos días de na­cido, ante la invasión de los chilenos, tiene que ser llevado a Ancón en una caja de vino. Después todo es un ir y venir incesante. De clorificar el agua que bebe Lima, puede pasar o pasa con facilidad a una legación en Suiza; de asfaltar el jirón de La Unión va a re­presentar al país en La Liga de las Na­ciones. Es alcalde de la ciudad con la misma maestría con que desarrolla su cátedra en San Marcos. Escribe un editorial, dos, cien contra la IPC igual como funda el primer refectorio es­colar en el país. “Según una encues­ta que mandé hacer, los niños pobres se desmayaban en la primera hora de clase. Resulta que no comían la no­che anterior ni tomaban desayuno en la mañana siguiente”. Entonces fun­da ese refectorio, propone escuelas al aire libre al estilo de Charlottembur­go y pide como allá, para los niños, doble ración de alimento, doble ra­ción de aire puro y media ración de trabajo.

¿Recuerdos imborrables? Los dolorosos.

70 minutos: No se puede dar la vuel­ta al mundo de una vida de 90 años en 90 minutos, pero resulta hermoso intentarlo aunque sea para titu­lar. Pero, digamos, doctor Luis, ¿po­dría señalar algunos de sus recuerdos imborrables?. “Los imborrables siem­pre resultan ser los más dolorosos. El placer es siempre pasajero, el dolor es permanente y a veces, hasta eterno”. Entonces, quiso recordar a su espo­sa. “Elvira –dijo– fue una mujer sin la cual yo no habría llegado a ser al­go en la vida. Ella me daba aliento para toda empresa, Leguía me man­dó decir una vez que me daba 15 días para arreglar mis papeles. Yo le man­dé decir, primero que averiguara dón­de estaba escondido; segundo, que me hiciera detener; y, tercero, que me de­portara. En esos días, había una re­cepción oficial en una embajada. Yo le dije a Elvira, vamos a la recepción. Fuimos y mi presencia causó revuelo singular. Lo recuerdo, perfectamente, todo ahora.




75 minutos: Luis Miró Quesada (Una orquídea y una lágrima, todos los sá­bados en la tumba de su esposa) ha callado y en sus ojos hay un brillo que podría afirmar, es una lágrima.

78 minutos: Ahora es lunes y esta­mos bajo el signo de escorpio. Ya regresó el hombre de la Luna y Viet­nam todavía está crucificado, pero en un tiempo atrás, el presidente Prado lo hizo llamar con urgencia. Estados Unidos se había dirigido al Perú pre sionándolo para que retirara sus tro­pas de la Provincia de El Oro. La comisión consultiva había aceptado por unanimidad que las tropas se retira­ran.
—Tenemos que hacerlo— le dijo el presidente.
—No puede ser — contestó Miró Quesada— la provincia de El Oro es la prenda que tiene el Perú para po­der arreglar definitivamente sus dife­rendos con el Ecuador. Las tropas no deben retirarse.
—Es que no nos queda otro camino.
—Entonces, yo escribiré en contra —dijo Miró Quesada.

Hubo más diálogos, otro miembro de la comisión dijo que podríamos ser objeto de humillación. Miró Quesada respondió que humillación sería ceder ante las presiones diplomáticas. “Tal vez podríamos ceder ante el desem­barco de tropas norteamericanas en Tumbes”, replicó, y se dio media vuel­ta. Pero la historia ha dado su ver­sión eterna: El Perú no retiró sus tropas.

85 minutos: “No deseo enturbiar con esos recuerdos esta fecha, pero el gran error del Apra fue matar a mi her­mano, cuando yo era quien escribía los editoriales. Haya tenía conocimiento de que iba a cometerse ese cri­men y si no lo supo directamente, cuando menos lo sabía en alguna for­ma. Pero, dejemos esas cosas para otra vez”, porque las sombras han caí­do sobre los altos árboles y los días. ¡Ya es hora de ir al diario, a ver qué pasa!

89 minutos: Doctor, ¿por qué no es­cribe Ud. sus memorias'?
—Las memorias sólo deben escribir­las los grandes hombres.

90 minutos: Mañana que cumple 90 años, ¿qué editorial escribirá el Dr. Miró Quesada, en su propio corazón?