—Los libros están carísimos y los mercados también. Yo hago la plaza. No hablo de los restaurantes, porque baratos no son en ninguna parte.
De lo que se olvida mi viejo amigo es de las enfermedades. El siempre está sano. Y, por lo tanto, no puede añadir, a las prohibiciones halladas por él, la de enfermarse.
—Sólo falta —añadía yo— que el gobierno escuche el reclamo editorial de ‘Expreso’ del martes 27 e imponga a la educación el 18% de IGV. Seríamos el país más feliz de la tierra. La Albania del liberalismo. Sin una sola exoneración tributaria, como quiere ‘Expreso’. ¿No sería algo maravilloso que los recibos que nos lleguen de los colegios, institutos y universidades vengan con 18% por IGV?
—No me hagas reír.
Pero así es. Así está escrito en ‘Expreso’ del 27: ‘No a las exoneraciones’. Y en tono fundamentalista, de Ayatolas olímpicos, insiste en su credo de que la ley (la única verdadera naturalmente) y las reglas económicas deben ser iguales para todos y “ningún sector o empresa debe gozar de exoneraciones o privilegios de ninguna naturaleza. Los regímenes especiales crean distorsiones en el sistema de precios que hacen ineficiente el mercado”...
¿Con que a subir 18% los recibos de los colegios y universidades, no es cierto?... Y es claro que piensan así y les gustaría probar si camina el experimento. Porque así está escrito. Eso dice la ley, la única, la infalible... Pero ocurre que siempre pesan los intereses, en este caso los intereses políticos del gobierno de Fujimori, y ‘Expreso’ se olvida que el sector educación está exonerado. No lo nombra. Sabe que, si se tocan los recibos escolares y universitarios, los votos se les escaparán al señor Fujimori como hojas de otoño en vendaval.
Aunque también pueda ser que ese olvido se deba a que ‘Expreso’ haya comenzado a entender que las excepciones son casi consustanciales a las reglas. Sabe ‘Expreso’, por ejemplo, que las reglas del idioma son severas, pero no tanto para obligarnos a decir cabió en lugar del excepcional cupo. Y lo mismo puede y debe ocurrir con las normas del mercado. Es bueno, es saludable que no haya exoneraciones. Es lo sensato, es lo lógico. Y ojala no hubiera necesidad de una sola excepción. Pero la realidad nos indica que la pureza total es imposible, salvo la de los santos y santas, aunque sólo cuando ya llegaron al cielo, no mientras estuviéronles rondando las tentaciones terrenales.
Y que ‘Expreso’, al parecer, está advirtiendo que las excepciones no son el diablo con cuernos y rabo —siempre, por supuesto, que sean absolutamente razonables-; lo insinúa ese mismo editorial cuando, por primera vez, reconoce “que hay muchos países en los que los periódicos y revistas, por esas razones, están exonerados del IGV”. No dice que todos esos países que quebrantan la sacrosanta ley del mercado sin exoneraciones son los más civilizados, los más democráticos, los más estables, los más desarrollados del orbe. Los más institucionalizados. No revela que en esos países tampoco se paga IGV por la compra de alimentos básicos, medicinas y libros. En esos países —que ya están desarrollados y muchos de ellos integrados por una sociedad satisfecha—se cuida la salud, la educación, la cultura, las bases del desarrollo. Saben cómo fue alcanzado y por dónde puede perderse. Además, ‘Expreso’ afirma —y no es exacto— que esa exoneración existe en ‘muchos países’ sólo porque la TV no paga por la información y los comentarios que emite y porque “a los periódicos y revistas les es difícil (en el Perú es imposible) trasladar el IGV a los vendedores”. No sólo por esas razones. La principal es otra y la enfocó con precisión el Congreso Mundial de Prensa realizado en Berlín dos años atrás: la presión tributaria aleja a los lectores de los periódicos. Es en la actualidad, sentenció ese Congreso, el mayor obstáculo para la libertad de prensa.
La prensa es libre cuando depende únicamente de sus lectores. Y con 18% de IGV eso es imposible de toda imposibilidad. La prueba está en ‘Expreso’ mismo. En los últimos años —como muchos otros medios— por su imposibilidad matemática de asumir ese 18% de IGV, acumuló una gigantesca deuda tributaria, que ahora pagará con avisaje del Estado. O sea el Estado te da avisos y con esos avisos le pagas al Estado. Una solución absolutamente disparatada, aunque también OIGA se haya visto obligada a pasar como carnero por el ‘arreglo’. Porque, ¿qué pasa si el Estado encuentra pretextos para seguir saboteando publicitariamente a los medios que lo critican?
La única solución justa y razonable para la prensa es la exoneración del IGV, un impuesto absurdo, que atenta directamente contra la libertad de expresión y que impide al periodismo refugiarse, cuando es perseguido por el sabotaje del Estado o de los poderosos, en el favor del público, el único soberano en una democracia.
Pero no sólo es aberrante el IGV en el caso de la prensa. Quién sabe más lo es cuando se trata de medicinas, de libros y de alimentos básicos. Y, por supuesto, de educación. Por fortuna todavía exonerada del 18% del IGV.