Francisco Igartua - Editorial – Alan García contra el Perú - 10/04/1990
CUANDO oía, el viernes, entre desconcertado y sorprendido, los malabares retóricos del presidente Alan García, me vino a la mente la descripción que de él me hace, en reciente carta, un lector de esta revista. Las palabras libertad y democracia, maravillosamente conjugadas en el siempre fluido lenguaje presidencial, me sonaban imperceptiblemente a falsas, a tener significado contrario a lo que el presidente decía. Hablaba con indiscutible elocuencia e impecable hilación lógica de continuidad democrática, de elecciones limpias, de plenas garantías electorales y, a la vez, de inmediato, engañosamente, convocaba a elecciones regionales en la mitad del territorio nacional, a pesar de que todo el mundo sabe, según propia confesión del premiar Luís Alberto Sánchez, que, en las circunstancias actuales, las elecciones regionales no son sino una trampa, destinada a confundir, enturbiar, desestabilizar las elecciones generales. Tan así se veían que el premier Sánchez juró y rejuró que no serían convocadas; luego dejó entrever que no estaría mal ensayarlas en una región piloto; y hace poco el APRA aseguró que en sólo dos regiones habría elecciones. Hoy, la convocatoria ya llega a cuatro. Con qué precisión describe en su carta al presidente García este lector amigo:
“Nadie puede acusarlo de incapacidad para adaptarse a los constantes cambios de la coyuntura política. Nadie como él percibe las oportunidades que las situaciones más adversas le ofrecen. Tiene, políticamente hablando, más vidas que un gato, mayor habilidad que el felino más ágil para caer siempre de pie. Adivina siempre muy bien cuál es el punto más vulnerable del país en un momento dado, y sabe dónde aplicar el golpe más certero para dañamos, como no, lo haría el más consumado karateca... Nadie sabe mejor que él cómo tender una nube de 'palabras para disfrazar sus propósitos' y engañar a los incautos. Nadie como él se las entiende para explotar la ingenuidad imperdonable -según él- de nuestros políticos, los de su propio partido y los contrarios".
“Alan García contra el Perú” es el título de la carta que voy a seguir transcribiendo. Y cómo le da la razón a este título el espectacular discurso del viernes!...
No pudo ser más cierta y encendida, más racional y convincente, la defensa que hizo el presidente García de la regionalización. Sin embargo, más allá de la inoportunidad y precipitación de la regionalización aprista, hubo también un fuertísimo y desagradable sinsabor en la palabra presidencial: El sabio doctor Alan García ha constatado -según dijo- que la organización política actual -la que consagran nuestras leyes- está hecha para que usufructúen del sistema sólo los poderosos. Y para destruir el sistema, no para darle continuidad y vida, es que se necesita la regionalización. Para Alan García, el meollo de la cuestión está siempre no en la unión y el consenso sino en el enfrentamiento, en el odio y la revancha; aunque use, para engañar, las palabras al revés. Los gobiernos regionales, en el esquema mental del presidente García, no deben nacer para integrar más a esta República unitaria sino para desintegrarla, para enfrentar a las regiones con el gobierno central, para dividir a los peruanos entre buenos y malos, entre pueblo y dirigentes, entre miserables y triunfadores. La regionalización en manos de Alan García no es arma para realizaciones fecundas, es semilla de maldad, de rencores y enfrentamientos que espera le estallen en la cara al próximo gobierno.
A pesar del país de maravillas que, con desbordante imaginación e infinidad de cifras y datos falsos, nos presentó como futuro y presente del Perú; a pesar de descubrir tardíamente que son necesarios los tribunales militares para poder combatir con eficacia al terrorismo -tardíamente porque sabe que para lograr tal propuesta se requiere una reforma constitucional o la declaratoria del estado de sitio-; a pesar de su deslumbrante retórica, el presidente Alan García es, como dice el amigo lector de OIGA, el enemigo número uno del Perú:
"Con frecuencia se discute -escribe mi amigo- cuál es el mayor enemigo que el Perú enfrenta en nuestros días, si la inflación o el terrorismo. Es una discusión académica e inútil. El mayor enemigo que enfrenta el Perú en estos momentos es Alan García. Lo es porque ninguno de esos gravísimos problemas, ni tampoco el narcotráfico, habrían alcanzado las dimensiones a que han llegado si no fuera por Alan García.
"En realidad la crisis económica ha sido provocada, no involuntariamente sino a sabiendas, por Alan García. Y el terrorismo no habría crecido en la forma como lo ha hecho de no haber sido por la colaboración pasiva de Alan García”.
"Alan García ha arruinado económicamente al Perú con su negativa a adoptar una política coherente frente a la crisis que sus propias directivas de gobierno han provocado; con su negativa a nombrar un ministro de Economía capaz, que estuviera a la altura de las circunstancias. Ya los mediocres que ha llamado al Gabinete no los ha dejado siquiera aplicar las medidas que ellos hubieran deseado, sino que les ha impuesto sus propias y aberrantes ideas”.
"Alan García no ha hecho del Perú un país de maravillas, como él dice; lo que ha hecho es empobrecer a la población en una magnitud inverosímil -él que se decía defensor de los pobres- y la va a seguir arruinando con la gigantesca emisión monetaria que se acaba de aprobar, y con las emisiones sucesivas que seguirán inevitablemente”.
"Alan García ha dejado que el terrorismo avance en nuestras serranías, cope extensas zonas de la selva y empiece a cercar Lima y otras ciudades de la costa. Lo ha dejado porque conviene a sus propósitos”.
"Nadie puede acusar a Alan García de no saber lo que hace o de cometer errores a pesar suyo. El sabe muy bien qué es lo que busca, aunque los 'blancos que persigue sean cambiantes y con frecuencia contradictorios”.
"Pero ¿qué persigue Alan García? ¿Hay algún propósito definido detrás de tanta incoherencia? Si hacemos un recuento de sus metas temporales no será difícil descubrir la lógica megalómana y demencial que se oculta detrás de tantas contradicciones...”. "Su primer propósito -negado por él pero voceado hasta desde las azoteas por sus partidarios – fue el de ser reelegido. Fracasó.
“Enseguida trató de preparar el terreno para la victoria electoral de una coalición encabezada por un aliado de otra tienda partidaria, que preparara su regreso triunfal en 1995. Fracasó”.
“Incapaz de influir decisivamente el resultado de las próximas elecciones presidenciales, se propuso boicotear esos comicios, haciendo que su realización fuera imposible en amplias zonas del país. Al no tener las elecciones resultados constitucionalmente inequívocos e incontrastables podría intentar que un Parlamento sumiso le prolongara su mandato. El avance de la subversión en áreas extensas del país contribuía muy bien a sus propósitos”.
"Aparentemente ha abandonado esos planes porque la opinión pública y la presión castrense lo han obligado a dejar que las Fuerzas Armadas actúen con energía frente a la insurgencia, y porque se ha dado cuenta de que el país no aceptaría ese fraude”.
"Ante el surgimiento de una candidatura de la oposición que encarna las esperanzas de un pueblo malherido, y cuya victoria arrolladora ya se avizora en el horizonte, Alan García se propone ahora dejarle un país catastróficamente arruinado, ingobernable por las tensiones sociales acumuladas y las nuevas tensiones regionales que él está creando, un país a punto de estallar. Se ha propuesto asegurar el fracaso de Mario Vargas Llosa aun antes de que se ciña la banda presidencial”.
"Alan García le ha declarado la guerra al país. Como una amante despechada, puñal en mano, Alan García le grita al Perú: Si no eres mío no serás de nadie".
Esta es la realidad que vive el Perú, esta es la verdad que conoce el pueblo que acude a los mercados para parar la olla. Esa “extraordinaria bonanza" que nos trajo el gobierno aprista, con la interrupción -según él- de un pequeño bache que ya estamos superando, sólo existe en la elegante retórica del doctor Alan García, en su mágica manipulación de las palabras.