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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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martes, 27 de enero de 2009

RESPONSO EN LA TUMBA DE MI NODRIZA por Federico More


ESTOY seguro, Mama; de que tu última visión fue la imagen de tu Niño; de éste a quien criaste, que te quiso y que te quiere tanto y que tanto cariño te inspiró. Durante algo como sesenta años tú asidua hacendosidad estuvo al servicio de Mi Casa. Cuando recuerdo lo fiel que fuiste, creo que tengo derecho para escribir: Mi Casa. Así, con mayúsculas, como los Borbón y como los Habsburgo. No sabías ni leer ni escribir. Sólo sabías, con el abecedario de la pasión, arrullar niños; y me arrullaste hasta el final de mi juventud. Arrullaste a algunos de mis hijos. Los hijos de tus hijos, Mama, debieron arrullarte y no te arrullaron. Fuiste en la juventud de mi Madre, servidora de Mi Casa. No has muerto a mi lado ni envuelta por mi cariño, ni adormecida por mi protección. Falleciste en un hospicio. En un asilo de ancianos. Y eso sucedió, porque yo, tu Niño, no estuve a tu lado, Mama Inocencia, pura y comprometedora como tu nombre, Mama Inocencia. Te atormentó el despotismo de quienes nacieron lejos de tu tierra familiar. Mujeres recogidas en ciudades extrañas no te conocieron y te aprovecharon. Bajo el techo de Mi Casa, fuiste fámula de advenedizos. Tú, Mama; que eras Nodriza y a quien, los que no te amaban, convirtieron en servidumbre. Tu infinita ancianidad te alejó del amor de los dioses. Has muerto vieja como los Profetas. A causa de tu muerte ya no soy joven. Joven era yo cuando tú vivías y, cuando a tu lado, me era posible decirte:

-Mama.

Tú me decías:

-Niño.

Ahora, cerca de tu sepulcro soy viejo. ¿Quién me dirá: Niño?

¿A quién le diré Mama?

Conociste a las novias y a las enamoradas de mis veinte años. A alguna, le llevastes flores. Compartiste, con risueña, experimentada y consoladora alegría, mis disparatados amores. Fuiste mi Nodriza, sobre todo cuando, sin saberlo, educaste mi corazón y le infundiste piedad a mi sentimiento.

Tú nombre; tu nombre, Mama, ha sido, es y será, Dios mediante, remanso y consuelo de mi locura y de mi vida; de esta vida tejida con el hilo de mis sueños y de mi dichosa insensatez.

Mama Inocencia, vieja como la vida y que siempre fuiste la vieja Inocencia. Yo ya no tengo ni juventud ni infancia que ofrecerte. Nadie como tú entendió mi señorío. Para los demás, tu boca se abría, orgullosamente, hablando del Señor, del Niño que siempre fue tu Señor. De este Señor que siempre fue tu Niño. Sabías desvestirme y hacerme dormir. Tú, para mí, como yo para ti, logramos un amor exento de la inmundicia física. Estoy seguro de que en la tumba de mi Mama Inocencia suena la voz engreída del Niño. ¿La oyes, Mama? Era preciso que murieras sin verme y que yo no te viera morir. Así te has poetizado hasta impersonalizarte.

A mis hijas, a las que no conociste, les enseño a decir:

-Mama… Mama Inocencia.

Y la palabras infantiles, Mama, esas palabras tan semejantes a las mías, a las de tu niño, serán las margaritas de tu sepulcro. A manera de flores sobre la tierra, donde duermes, rondarán los sagrados balbuceos de las bocas de la niñez. Y dirán:

-Mama… Mama Inocencia.

Y el eco repetirá:

-Inocencia.

FEDERICO MORE - 1859 - 1955 - 1989 - CENTENARIO DE UN REVOLTOSO - por Francisco Igartua


EN el número anterior hemos dado una visión panorámica de la obra de Federico More, el periodista peruano de mayor resonancia en este siglo; uno de los pensadores políticos más lúcidos de su generación, la titulada por él "Generación infortunada", a la que pertenecen hombres de la talla de Valdelomar y Mariátegui; hombre que soñó, poética e inútilmente, con una libre discrepancia dentro de una honesta convivencia; prosista elegante y definitivo; alma de poeta; bohemio impenitente, consciente de su "dichosa insensatez". La selección, aunque muy reducida, da una idea del hombre y de su pensamiento, de su talento excepcional. Sin embargo, no faltaron algunos fallos lamentables, como el de no señalar, por ejemplo, que lo publicado no es el Canto completo al Illimani, sino sólo fragmentos, y, no colocar en cada artículo una pequeña historia de cuándo lo escribió More y con qué motivo.

En esta edición continuamos publicando la crítica sobre la literatura peruana, iniciada la semana pasada; una crónica, lección magistral de crónica periodística, en torno a la desaparición de la república aristocrática; y una de sus más brillantes notas necrológicas, la dedicada a don Antonio Miró Quesada y su señora, doña María Laos de Miró Quesada.

ANDANZAS DE FEDERICO MORE - Prologo - por Francisco Igartua

Federico More

UNA inteligencia despierta, vivaz, a la vez que desbordante, indisciplinada y bohemia, aunque muy bien cultivada, como fue la de Federico More, no es de extrañar que, inútilmente, hubiera intentado muchas veces sistematizar su pensamiento en una obra orgánica, en un libro cumbre, en una suma que redondeara sus ideas, siempre un tanto atrevidas, sobre la vida, el mundo, el hombre peruano y su porvenir, sobre el buen ordenamiento de la sociedad, sobre la poesía del atardecer y la suciedad de la política. No lo logró, porque sistematizarse hubiera sido negarse a él mismo: un anarquista del pensamiento. Pero hombre de trabajo, dentro del desorden de su azarosa existencia, escribió y escribió angustiosamente, con apuro, dejando impreso un reguero desparramado de artículos, folletos, libros, ensayos, prólogos... Con algunos de ellos, que son los más representativos de su obra, en un resumen que, como toda tarea humana, es cien por cien subjetiva, he formado estas Andanzas de Federico More. Son las Andanzas por las tierras del Perú, de América y de la literatura universal de un espíritu excepcionalmente dotado para pensar y juzgar, para exhibir inteligencia, para jugar con las palabras y entregarse al devaneo de las ideas, para coger la lanza y lanzarse locamente, desbocadamente, al campo abierto de la polémica sin cuartel.

Las Andanzas de Federico More están llenas de pasión y desbordes como su espíritu; y su obra es variada, muchas veces luminosa como el sol de mediodía y, otras, embellecida por ocasos y auroras con reminiscencias paganas. Enceguecido por la luz de la diosa actualidad, More no pudo aquietar el potro desbocado que llevaba dentro y no dejó -repito- un trabajo orgánico, meditado, hecho con el sosiego de los que ven pasar el tiempo pensando en el mañana.

Federico More vivió escribió, apasionadamente, al día. Fue ante todo y sobre todo periodista, aunque pienso que nunca dejó de amar a las musas de su juventud, que jamás perdió el regusto por la poesía, esa diosa que le hizo captar su cuna puneña, el Ande, con singularísima sensibilidad. Esas alturas cercanas a las estrellas a las que les dedicó esta frase precisa y bellísima -cito de memoria-: «Aquí nació el silencio, aquí se siente el olor de un cuerpo en celo». No recuerdo los versos anteriores ni los que siguen y me ha sido imposible hallar la poesía completa en la selva de periódicos donde he estado siguiendo la huella de Federico More, periodista insigne de quien, sin embargo, los peruanos de menos de cuarenta años poco o nada conocen. La obra del periodista, como él lo dijo, «tiene fama frágil y dura apenas horas»... Salvo excepciones. Naturalmente. Una de ellas resonante, singular y variada es la de Federico More. Y aquí está justamente este libro para confirmar la excepción.

En uno de los capítulos que siguen hallará el lector un ensayo de More que sonará algo extraño y que años atrás pocos habrán entendido: es la visión premonitoria de lo que sería el periodismo del futuro, el de hoy, ese periodismo chato, sin aliento orientador, sin calidad ni ánimo literario, algo similar a la comida masticada, a las píldoras alimenticias de los astronautas. More lo describe como un inmenso archivo donde se puede hallar la tarjeta correspondiente a una boda fastuosa, a un robo al escape, a una intervención parlamentaria sobre educación física o sobre defensa ecológica de un río o de la ciudad capital. Todo estará allí ya redactado. Sólo quedará por hacer el trabajo de colocar los nombres de las personas y lugares del hecho recién ocurrido.

En otras palabras, Federico More prevé la muerte pronta del periodismo que él amó y realizó con extrema calidad, ese arte y oficio íntimamente relacionado con la literatura y con la política entendida como sacerdocio cívico —esa prensa que brilló como lucero esplendente en el siglo pasado y la primera mitad de éste—, vislumbrando a la vez el periodismo de nuestros días: transformado en un negocio que puede confundirse con la fabricación de salchichas o zapatillas, si no fuera porque los medios de comunicación masiva —ya no se dice simplemente «prensa»— dan cierto lustre político y son instrumentos de poder que pueden auxiliar a otros negocios; sin perder su propio valor cotizado en bolsa. El periodismo en sí, aquel del bien decir, defensor de valores morales y cívicos, importa menos o nada. Por lo que si hay interés es por las «primicias», porque ellas significan mayor «rating», aumento, en el precio bursátil de las acciones de la empresa. Y esas primicias hay que conseguirlas por encima de todo, hasta de la propia honra o del prestigio patrio. El resto de la edición sale de los anaqueles que describe More, aunque anaqueles cada vez más sofisticados por la computación y la apabullarte tecnología electrónica, siempre con una novedad en la mano.

Me parece que el periodismo escrito, en el que pasó su vida More y nos sigue interesando a unos pocos periodistas —cada vez menos—, tendrá un mañana distinto, quién sabe salvador de ese arte y oficio que hoy está desapareciendo. Creo que en cada una de las ciudades de la geografía mundial sobrevivirá un diario, un periódico de servicios, de información local, de especializaciones. Por lo general, aquellos que han sabido sobrevivir amparados en una tradición familiar. Y me parece que el antiguo oficio de hacer arte con la actualidad, la tribuna de los comentarios agudos, orientadores, placer de los lectores, el periodismo de a verdad independiente, encontrará boya de salvataje en periódicos bisemanales, de pocas páginas y bajo costo, sin los lujos de las revistas y sin la carga de los servicios que debe ofrecer el diarismo moderno.

¿Será ilusión lo que escribo, será nostalgia de los años que acompañé a Federico More en esas pequeñas imprentas que eran refugio de bohemios? ¿Estaré hablando de un futuro cierto?

Aquí queda la idea, la propuesta, para la reanimación de un pasado en agonía —no en el sentido de la agonía unamuniana— que algunos quisiéramos reviviera.

More, como ya he dicho, fue poeta, literato de altísimo nivel, ensayista luminoso. Fue, según César Vallejo, el prosista de su generación. Usó con fiabilidad extrema el robusto idioma de Cervantes y Quevedo y no dejó de ser admirado, como crítico literario, por José Carlos Mariátegui, el más respetado de sus amigos de la «generación Infortunada» como tituló More a su generación. «La generación que se abre, cronológicamente, con hombres de la edad de Leónidas Yerovi y se cierra con hombres de la edad de José Carlos Mariátegui... Basta escribir o pronunciar estos dos nombres para comprender el inmenso infortunio, el signo adverso que pesa sobre aquella generación, la más brillante que ha producido el Perú, la más literaria, la de más completa sensibilidad; y la única que no ha logrado, ni a medias, decir su secreto de cultura, de emoción y de inquietud... Si juntos los nombres de Leónidas Yerovi y de José Carlos Mariátegui escribimos el de Abraham Valdelomar, la evocación dolorosa se completa»... Son éstos, párrafos del artículo escrito por More a la muerte de Mariátegui, quien había descalificado a More para la política llamándola «aristócrata de la inteligencia», distante de las multitudes. Definición acertada, que a More no le mortificó, porque se sentía tan ajeno a los honores y glorias oficiales como a las inquietudes de las masas. Aunque sí le preocupó -y muchísimo- la política; de la que fue apasionado seguidor, aunque no como aspirante a presidente, ministro o diputado, sino como observador comprometido, como orientador de la opinión pública, como periodista, y no como conductor de multitudes, a las que, sin duda, detestó y a las que diferenció magistralmente del pueblo en su libro «Una multitud contra un pueblo». Sus mejores prosas son políticas y políticos son la mayoría de sus ensayos. Sus inquietudes están trazadas precisamente en ese bello artículo de adiós a Mariátegui. «En el entierro va a hablar Ezequiel Balarezo Pinillos, Gastón Roger, que es uno de los pocos sobrevivientes de esa generación, la generación infortunada, la que expresa, mejor que cualquiera otra de las formas de la vida nacional, el hondo y grave fracaso de nuestro espíritu en la marcha hacia la cultura y en el sacrificio por una norma de puro y eficaz idealismo. Estoy seguro que Balarezo sabrá evocar, ante la tumba precoz de Mariátegui, el dolor de todos nosotros, el dolor de él mismo, el vasto dolor de cuantos sabemos todo lo que pudimos realizar y todo lo que una sociedad inerte e injusta no nos permitió cumplir».

Discípulo ferviente de Manuel González Piada -con quien mantuvo estrecha relación durante años-, fue en su juventud un iconoclasta, casi un incendiario; y lo siguió siendo en la mocedad, cuando no se le llamaba señor More o don Federico, sino el «Loco More», según cuenta Adán Felipe Mejía, «El Corregidor», en una sabrosa crónica de recuerdo sobre los encuentros bohemios de Yerovi y Moro, cuando éste, junto a Valdelomar, era portandarte de los colónidos, aquellos hombres que soñaron con cambiar al Perú modernizando el pensamiento de su clase intelectual. Su devoción por González Prada llegó en un momento al delirio, pero fue asordinándose con el tiempo hasta llegar a afirmar que el ídolo de su niñez y juventud no pasó, ideológicamente, de ser un ingenuo comecuras. Siempre, sin embargo, lo siguió admirando como literato.

Con esa afirmación y sólo una parte de su antigua devoción a González Prada, además de un odio concentrado a la Lima voluptuosa y virreynal, sede de una plutocracia sensualizada e inepta, incapaz de dirigir al país, sale More al destierro en época de Pardo. Son doce años de peregrinación por América Latina, haciendo periodismo, escribiendo ensayos, viviendo de su pluma. Nueve de esos años los pasó en Buenos Aires, donde logró una expectable situación en la prensa argentina. Dejó allí, sobre todo en «La Razón» y en la «Crítica» de Natalio Botana, muy en alto el nombre de Federico More.

Allí también lo siguió su pasión más persistente, la que, cosa curiosa, nunca lo abandonó, a pesar de su sobresaltada vida periodística: la poesía. En Buenos Aires, entre 1922 y 1923, Federico More dedica buena parte de su tiempo a poner en contacto a los lectores hispanos con la poesía alemana que va de Vogelweide a Rilke. Este trabajo lo realiza con la ayuda del doctor Alberto Haas, quien le entregaba unas traducciones muy literales, a las que More les daba «versión rítmica española». Algunas de las traducciones de Rilke no llegan a publicarse en Buenos Aires y la «Canción del amor y de la muerte del corneta Cristóbal Rilke» recién aparece en «La Revista Semanal», en Lima, en 1931. El artículo de More titulado «Noticias críticas sobre poesía germánica -Meyes y Storm, dos poemas terminales anunciadores», publicado en «La Razón», en julio de 1923, es considerado según Estuardo Núñez como uno de los mejores comentarios hechos en lengua castellano sobre dichos escritores y poetas.

Pero la atracción de la patria, de «La única tierra cuyo contacto nos fortalece», no lo abandona. Y pasa a Bolivia para estar más cerca del retorno al Perú. En esa época aparece un libro, «El tirano en la jaula», cuyo prólogo lleva la firma de Federico More. Un prólogo que, sin duda, es uno de los panfletos mejor escritos y más virulentos de la turbulenta historia política peruana. Pero el leguiísmo ve la mano de More no sólo en las tremebundas imprecaciones del prólogo. También le achaca -posiblemente sin equivocarse- el título del libro y algunas acciones conspirativas. El hecho retarda su regreso a la tierra patria.

Estamos en La Paz, ciudad a la que Federico More siente como suya, tan próxima a su Puno natal como a su sensibilidad humana. Allí, presentado por el gran novelista boliviano Alcides Arguedas, More, triunfador de los Juegos Florales, tuvo la satisfacción de leer ante una multitud su «Canto al Illimani», el monte tutelar de la capital boliviana:

En una mañana de rosas, transparente,
le nacieron orillas al Mar... y fue la Tierra
y en el temblor violeta de las arenas grises…
Viento y Luz, nupcialmente,
dieron vida a la Nieve y a la Sierra,
árbitros de fantásticos países.


Su retorno al Perú es apenas anterior al huracán que irrumpe con la revolución victoriosa de Arequipa (agosto de 1930). More llega a Lima en noviembre de 1929 y en «Mundial», la revista que junto a «Variedades» acapara la lectura de los peruanos, deja estampada su personalidad periodística. Es el (colónido), que vuelve lanza en ristre, luego de doce años de exilio, aunque con el ánimo político un tanto apaciguado:

«Excesiva cortesía la de «Mundial» cuando, olvidando mi condición de periodista militante, quiso hacerme un reportaje Un periodista no es un ser periodístico y, por lo tanto, no es sujeto entrevistable. Como que el creador no puede resignarse a convertirse en su propia criatura.

-Pero -me dice, con fina amabilidad de antiguo camarada, Andresito Aramburú- es preciso que sepamos qué opina usted de su patria después de tan larga ausencia, después de estos doce años en los cuales han pasado tantas cosas.

-Está bien -le respondo-. Haré algo así como un auto reportaje. Siempre, para decir mis propias cosas, yo mismo he de resultar más eficaz y exacto que el más agudo de los reporteros. Escribiré un artículo que sea un conjunto de respuestas. Después de todo, en un reportaje, la pregunta es lo que menos vale, porque, cuando vale algo, se queda sin respuesta. ¿Acepta usted mi fórmula?

La fórmula es aceptada y aquí está el artículo. Cuando vengo a entregarlo, encuentro que, en la casa de «Mundial» aún vaga, por fortuna, la sombra gentil y sonriente, sagaz y benévola de don Andrés Avelino Aramburu que enseñó a tantos escritores a ser periodistas y a tantos periodistas a ser escritores. Aún subsiste aquel ambiente que supo crear don Andrés Avelino, aquel ambiente en que la charla y el trabajo, una laboriosa negligencia y una holgazana actividad se juntaban con rara elegancia, Aquel ambiente que era obra tanto del dandy como del escritor. Aquel ambiente que aún se perfuma con el epigrama y el ramo de violetas, los dos signos con los cuales el maestro dio discreta expresión a su ingenio y a su persona irreprochable. Pero ¿Y el Perú que he hallado al cabo de doce años de accidentada ausencia?
»

……………………………………………………………………………………


«Todo aquel que, al cabo de una larga ausencia -más larga cuanto más dolida- pisa tierra de su tierra, siente que dentro de su personalidad nace un nuevo mundo, tanto más encantado cuanto más se parece al mundo antiguo, a ese que, a cierta altura de la vida, expresamos en estas dos maravillosas e indefinibles palabras: infancia, juventud. Después de todo, la vida está fabricada con tela de nuestro propio sueño. Cuando se ha vivido un poco, el sueño se asemeja mucho al recuerdo.

En realidad, doce años no son no los que quiere que sean su coeficiente de intensidad. Para un tuberculoso, doce años no valen lo mismo que para un artrítico. El político no tiene sobre el tema el mismo concepto que el comerciante.

En estos últimos doce años, no sé si el Perú ha vivido doce o cien: no importa el caso saberlo. Lo que sé es que ha vivido mucho. Hace tiempo que vengo trabajando en un libro que me parece será lo fundamental de todo mi obra literaria y se titula «Historia Política del Perú». Lamento no tener aquí mis apuntes y los capítulos ya escritos, a fin de releerlos y terminar de comprender hasta qué punto nos hemos transformado. A pesar de todo, voy a intentar una exposición rápida y sintética de mis impresiones sobre la actualidad. Debo decir que no guardo ni un rencor ni un odio. Ni siquiera un resentimiento. Casi no conozco a las personas y estoy fuera del mundo de los intereses. Procedo con objetividad intachable».

Su análisis, no siempre objetivo -nunca la pasión deja de desbordarse en More-, luego de puntualizar lúcidamente que «es incuestionable que la era preconstitucional del Perú no ha terminado, es decir que aún no hemos encontrado la forma de gobierno y el institucionaje que quedan convenirnos exactamente» y luego de historiar en apretada síntesis los períodos civiles y militares, se lanza furibundo, como en sus vehementes años juveniles, contra el civilismo: «Cuando se dice que Manuel Pardo fundó el civilismo y le dio vida, se dice algo pueril: Manuel Pardo lo único que hizo fue producir la guerra del Pacífico y dejarle la sucesión a un militar: dos hechos perfectamente anticiviles». Para More, no sin razón, «el civilismo se levanta, se funda y se engrandece gracias a la oligarquía». Esos oligarcas «miopes y vanidosos, mataron a Manuel González Prado y a Abraham Valdelomar; inmolaron a José Balta y esterilizaron a Nicolás de Piérola; entristecieron la juventud de Germán Leguía y Martínez y de Abelardo Gamarra; y se encogieron de hombros ante el singular ingenio de Florentino Alcorta, que tuvo que penalizarse —yo conocí el dolor de aquella vida— para no perecer. Mi generación, la generación infortunada por antonomasia, fue íntegramente disuelta en las hogueras inquisitoriales de la oligarquía».

Dice More en ese artículo o autoentrevista -de noviembre de 1929- que ha venido a la patria por pocos días. «No pasaré en Lima, quizás ni en otro sitio del Perú, la próxima semana. Ignoro cuando volveré». Lo cierto es que su anunció no se cumplió y se quedó aquí, en un país que ya vivía la agonía del oncenio leguiísta. Muy pronto el Comandante Luís M. Sánchez Cerro entraría victorioso a Lima, sin que muchos advirtieran, muy cerca del militar revolucionario, la presencia de José Luís Bustamante y Rivero, años atrás compañero de More en las tertulia literarias de Arequipa, aquellas que siguieron a la expulsión de More, embrión de periodista, de la Escuela Militar de Chorrillos, donde fundó un periódico para criticar al alto mando de la Escuela. Pero Bustamante no logró que el periodista se acercara al rebelde de Arequipa ni pudo él mismo mantenerse en la proximidad del poder. Fue un ministro fugaz, que regreso a su provincia espantado por lo que vio venir; mientras que More terminó por calificar a la época que siguió al triunfo revolucionario de «Zoocracia y Canibalismo», de ambiente incompatible con la inteligencia. Fueron tiempos revueltos, de disolución y oprobio, y él volvió a probar el amargo pan del exilio.

Federico More se sumergió en la vorágine nacional de aquellos años. Luego de su deportación a Chile, nunca más salió del Perú, como no fuera una visita accidental, como delegado de prensa, a Santiago o Buenos Aires. Aquí, en la Lima sensualizada que ayer odió y que entonces comenzó a adorar, se prodigó escribiendo contra esto y aquello. Pero ya estamos en los comienzos de la historia de nuestros días, agudamente vi seccionada por More en memorables notas editoriales y afilados ensayos, citados más de una vez por Jorge Basadre en su «Historia de la República».

Son escritos que van apareciendo en «El hombre de la calle», en «El Universal», en «La Revista Semanal», y en otras publicaciones de la época. Pero, sobre todo, en «Cascabel», su semanario, su aventura empresarial. Su «casa propia», que administró con el desorden bohemio en el que siempre vivió. Cuando sobraba dinero había que gastarlo en una gran farra, que se iniciaba con un almuerzo de mantel largo y servilletas grandes, de tela fina, que podía concluir dos o tres días después; y, cuando no había sino centavos, también alcanzaba algo para gastar, para vivir alocadamente sin pensar en el mañana. Era como si More advirtiera el futuro peruano con claridad de profeta y, desesperado, se entregara a vaticinarlo en sus fatigosas horas de trabajo en la redacción y a destruir su vida en los descansos: para no sufrir lo que vendrá, para rehuir de ese mañana sin honesta discrepancia ni pacífica convivencia, aspiración por la que bregó cada día con menos esperanza.

Es en esos años que aparece, juvenil y arrogante, el Apra de Haya de la Torre. Pronto advierte More el percal de engaño que hay en el Partido «de los asnitos» y se convierte, para siempre, en abanderado contra la mediocridad aprista. Cambia la dirección de sus dardos, aunque jamás olvida a su viejo enemigo: «En el Perú hay dos fuerzas que se oponen a la cristalización de las corrientes modernas y universales: el Civilismo y el Apra. El primero, carente de técnica y de espíritu de empresa, es un obstáculo en la marcha hacia el capitalismo. El segundo, imbricación rara de fascismo y de marxismo, es una rémora para el espíritu revolucionario. Vivimos dos etapas distintas y alejadas. Unos se encuentran como se encontraban los nobles, antes de la Revolución Francesa, sin reconocer los derechos del hombre; otros consideran que están en un estado comunista, sin percatarse que no hay aquí nada que revolucionar, sino mucho que organizar. Estamos entre dos fuerzas opuestas y, probablemente, iguales: la prueba de ello es que no caminamos».

¿Pueden ser más actuales las frases anteriores? Pero adentrémonos en More, leyendo a More en las diversas etapas de su vida y en las distintas facetas de su obra; sigamos en sus textos los pasos del siempre renovado pensamiento de More, hombre al que conocí y traté íntimamente en las postrimerías de su existencia terrenal. Personaje que dejó en mí una imborrable impresión por su inteligencia, su agudeza mental, sus conocimientos más íntimos vericuetos de la vida, por su amor a todo lo humano y a lo que fue más que su arte y oficio, su razón de ser, el periodismo.

Así despedí los restos mortales del maestro, del eximio orfebre en las artes de manejar el idioma, de captar la actualidad, de juguetear con las andanzas de la vida. Hoy no cambiaría una palabra de lo que ese día dije en el cementerio de Lima:

«Nada más doloroso que renunciar a alguien. Y henos aquí devolviéndole a la tierra el cuerpo del ingenioso y agresivo prosista que llenara, desde su mocedad hasta ayer, el lugar más destacado y bullicioso del periodismo peruano. Sólo para el mañana -señalando por campo toda América Hispana- ha dejado Federico More la tarea, demasiado ambiciosa, de poderlo igualar. Le gustó ser primero. Y lo fue siempre. Nadie usó de la pluma con la habilidad de él, nadie supo hacerse odiar y temer como él y ninguno habrá que haya gozado de la amistad más que él. Caballo desbocado, tuvo ideas demasiado emotivas sobre la realidad social y política; pero, asumió con desenfreno lo que creyó justo. Pasó la vida entreteniéndose en decir que lo que más amaba era un crepúsculo frente al mar, o el silencio infinito de su puna. Lo que siempre hizo fue vivir apasionadamente, buscando sin cesar una trinchera de combate, queriendo -en el mundo de las ideas- unir la luna con la tierra. Fue poeta, en lucha constante por hacer vivir a los hombres dentro de una libre y divertida discrepancia. Y por poeta, quiso ser político. Lo vencieron la poesía y el humorismo. Ese sutilísimo humorismo sajón que permite llorar bajo la risa. Vivió entre sueños encantados y chispeantes; que no le impidieron, sin embargo, que muy a menudo coincidiera, en su trágica angustia por su pueblo, con las multitudes, a las que detestó con convicción de aristócrata de la inteligencia. More no entendió la vida sin pelea... y ha caído peleando. Honra a la revista que fundé y dirijo el haber sido su última trinchera. Los que hemos estado hasta el fin a su lado, sabemos que no lo mató la muerte. Federico se dejó morir. En un país donde cada día es menos valorada la inteligencia; en momentos en que se han perdido hasta las buenas maneras -de las que él gustó tanto-; y cuando las posibilidades de rehacer la fe de su pueblo, a base del respeto a la discrepancia, se transforman en seguro temor de tener que continuar en obligada con vivencia, no creyó adecuado encontrar otro camino que el de dejarse morir. ¿Qué hacía él, eterno discrepante, en un mundo de silencio? Como sus amigos, los viejos griegos, se fue sonriéndole a la vida. Junto a Federico enterramos otra esperanza maltratada».

Pero los hombres que crearon belleza, que sembraron ideas, sobreviven a su envoltura terrena. Son como los gatos -animal al que More adoraba-; tienen varias vidas, las vidas que nacen de las lecturas que dejan.

Los invito a leer a Federico More.


Francisco Igartua




ANDANZAS DE FEDERICO MORE – Prologo y Recopilación por Francisco Igartua Rovira - págs. 5 al 14.

SUS ANDANZAS PUBLICADAS – MORE – LO MEJOR DE SU OBRA – Oiga 06/11/89


Federico More


DE las características que lo hicieron el inspirado poeta, crítico literario de aguda percepción, encendido panfletario, cronista de nota, versado ensayista y maestro de periodismo que todos reconocemos en él, su inteligencia se erige luminosa entre las brumas de nuestros recuerdos para dibujamos la inconfundible silueta de uno de los personajes que mejor prestigia a las letras peruanas: Federico More.

Y son, precisamente, los mejores frutos de esa inteligencia feraz e inagotable los que Francisco Igartua, director OIGA, acaba de publicar en una sustantiva (y voluminosa) antología: Andanzas de Federico More, bajo el sello de Editorial Navarrete, bajo el sello de Editorial Navarrete.

La selección de artículos, aparecidos en publicaciones del Perú y del extranjero, proporciona en 286 páginas una visión integral de los temas por los que More paseó pluma e ingenio. Aparecen, así, los mejores textos desde su época en "Colónida", con Abraham Valdelomar, Alfredo González Prada, Augusto Aguirre Morales y Roberto Badán, hasta sus interesantes, sabrosos y temidos artículos políticos que sentaron cátedra, sobre todo, en los años 30. Sobre ese período, Jorge Luis Recavarren dice: "More era inconfundible en el periodismo político de los 30. Era algo así como Manolete de su tiempo: ahí estaban Luis Miguel, Arruza, Armillita, Rovira, etc. Sin embargo, Manolete era Manolete. ¡Lo que hubiera sido More si hubiera cuidado más la línea, si se hubiera atrincherado en una firme concepción valorativa!".

Estampa de una vocación Federico More había nacido en Puno el 21 de enero de 1889 -Andanzas aparece como parte de las celebraciones de su centenario-. Era descendiente de John Moore, escocés emprendedor que buscó asentarse en el altiplano para beber de su belleza sin par. En la Hacienda de sus padres transcurrieron su infancia y adolescencia. En cierta oportunidad recordó: "He puesto en el periodismo la seriedad que los niños ponen en sus juegos".

More pasó luego a estudiar al Colegio de los Jesuitas en Arequipa y la secundaria en el Colegio Nacional San Carlos, donde dejaría sus primeras líneas periodísticas en “EI Fuete". En 1906 publica poemas aurorales en "El Lucero"; cuatro años más tarde es llevado a Lima por los universitarios y pronuncia un encendido discurso sobre la juventud. "La Crónica" se convierte en una nueva tribuna y dese allí, como Stylo, escribiría: “La originalidad y la fuerza del decir no tienen más origen que la fuerza y originalidad del pensar". En el 15 funda y dirige "Lléveme usted" y "Cómo está Ud.” Luego viene la etapa "Colónida” y funda, también, "Don Lunes". En 1920 viaja a Buenos Aires y escribe en "La Razón", "La Crítica" y "Caras y Caretas". El 28 está en Bolivia, donde gana un premio de poesía. En el 30 lanza "El hombre de la calle", el 32 "Todo el mundo", "La calle" y "Cascabel". Ese año polemiza con Chocano por el asunto de los derechos peruanos sobre Leticia, en litigio con Colombia. En 1950 escribe en "El Comercio" y en "Caretas", entonces dirigida por F. Igartua, donde nació entre ambos una amistad que terminaría el 8 de febrero de 1955, con la muerte de More.


Todo More

El minucioso trabajo de selección efectuado por Igartua asegura al lector iniciado una fresca aventura de recreación y memoria con el estilo riguroso pero claro, versado y ameno, pero siempre fino, irónico, desbordante de More. Para quien recién lo conocerá, además de todo lo anterior, Andanzas le brindará la oportunidad de una cita con información de primera línea en lo histórico, político, literario y periodístico, y con lo mejor de la prosa castellana, bajo la firma de una de las mentes más lúcidas de las letras hispanoamericanas.

FEDERICO MORE





FEDERICO MORE


FEDERICO MORE


FEDERICO MORE


FEDERICO MORE


FEDERICO MORE


FEDERICO MORE


FEDERICO MORE


FEDERICO MORE


FEDERICO MORE

Federico More

FEDERICO MORE

Federico More

domingo, 18 de enero de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ALAN GARCÍA CONTRA EL PERÚ

Francisco Igartua
CUANDO oía, el viernes, entre desconcertado y sorprendido, los malabares retóricos del presidente Alan García, me vino a la mente la descripción que de él me hace, en reciente carta, un lector de esta revista. Las palabras libertad y democracia, maravillosamente conjugadas en el siempre fluido lenguaje presidencial, me sonaban imperceptiblemente a falsas, a tener signifi­cado contrario a lo que el presidente decía. Hablaba con indiscutible elocuencia e impecable hilación lógica de continuidad democrática, de elecciones limpias, de plenas garantías electorales y, a la vez, de inmediato, engañosamente, convocaba a elecciones regionales en la mitad del territorio nacional, a pesar de que todo el mundo sabe, según propia confesión del premiar Luís Alberto Sánchez, que, en las circunstancias actuales, las elecciones regionales no son sino una trampa, destinada a confundir, enturbiar, desestabilizar las elecciones generales. Tan así se veían que el premier Sánchez juró y rejuró que no serían convocadas; luego dejó entrever que no estaría mal ensayarlas en una región piloto; y hace poco el APRA aseguró que en sólo dos regiones habría elecciones. Hoy, la convocatoria ya llega a cuatro. Con qué precisión describe en su carta al presidente García este lector amigo:

“Nadie puede acusarlo de incapacidad para adaptarse a los constantes cambios de la coyuntura política. Nadie como él percibe las oportunidades que las situaciones más adversas le ofrecen. Tiene, políticamente hablando, más vidas que un gato, mayor habilidad que el felino más ágil para caer siempre de pie. Adivina siempre muy bien cuál es el punto más vulnerable del país en un momento dado, y sabe dónde aplicar el golpe más certero para dañamos, como no, lo haría el más consumado karateca... Nadie sabe mejor que él cómo tender una nube de 'palabras para disfrazar sus propósitos' y engañar a los incautos. Nadie como él se las entiende para explotar la ingenuidad imperdonable -según él- de nuestros políticos, los de su propio partido y los contrarios".

“Alan García contra el Perú” es el título de la carta que voy a seguir transcribiendo. Y cómo le da la razón a este título el espectacular discurso del viernes!...

No pudo ser más cierta y encendida, más racional y convincente, la defensa que hizo el presidente García de la regionalización. Sin embargo, más allá de la inoportunidad y precipitación de la regionalización aprista, hubo también un fuertísimo y desagradable sinsabor en la palabra presidencial: El sabio doctor Alan García ha constatado -según dijo- que la organización política actual -la que consagran nuestras leyes- está hecha para que usufructúen del sistema sólo los poderosos. Y para destruir el sistema, no para darle continuidad y vida, es que se necesita la regionalización. Para Alan García, el meollo de la cuestión está siempre no en la unión y el consenso sino en el enfrentamiento, en el odio y la revancha; aunque use, para engañar, las palabras al revés. Los gobiernos regionales, en el esquema mental del presidente García, no deben nacer para integrar más a esta República unitaria sino para desintegrarla, para enfrentar a las regiones con el gobierno central, para dividir a los peruanos entre buenos y malos, entre pueblo y dirigentes, entre miserables y triunfadores. La regionalización en manos de Alan García no es arma para realizaciones fecundas, es semilla de maldad, de rencores y enfrentamientos que espera le estallen en la cara al próximo gobierno.

A pesar del país de maravillas que, con desbordante imaginación e infinidad de cifras y datos falsos, nos presentó como futuro y presente del Perú; a pesar de descubrir tardíamente que son necesarios los tribunales militares para poder combatir con eficacia al terrorismo -tardíamente porque sabe que para lograr tal propuesta se requiere una reforma constitucional o la declaratoria del estado de sitio-; a pesar de su deslumbrante retórica, el presidente Alan García es, como dice el amigo lector de OIGA, el enemigo número uno del Perú:

"Con frecuencia se discute -escribe mi amigo- cuál es el mayor enemigo que el Perú enfrenta en nuestros días, si la inflación o el terrorismo. Es una discusión académica e inútil. El mayor enemigo que enfrenta el Perú en estos momentos es Alan García. Lo es porque ninguno de esos gravísimos problemas, ni tampoco el narcotráfico, habrían alcanzado las dimensiones a que han llegado si no fuera por Alan García.

"En realidad la crisis económica ha sido provocada, no involuntariamente sino a sabiendas, por Alan García. Y el terrorismo no habría crecido en la forma como lo ha hecho de no haber sido por la colaboración pasiva de Alan García”.

"Alan García ha arruinado económicamente al Perú con su negativa a adoptar una política coherente frente a la crisis que sus propias directivas de gobierno han provocado; con su negativa a nombrar un ministro de Economía capaz, que estuviera a la altura de las circunstancias. Ya los mediocres que ha llamado al Gabinete no los ha dejado siquiera aplicar las medidas que ellos hubieran deseado, sino que les ha impuesto sus propias y aberrantes ideas”.

"Alan García no ha hecho del Perú un país de maravillas, como él dice; lo que ha hecho es empobrecer a la población en una magnitud inverosímil -él que se decía defensor de los pobres- y la va a seguir arruinando con la gigantesca emisión monetaria que se acaba de aprobar, y con las emisiones sucesivas que seguirán inevitablemente”.

"Alan García ha dejado que el terrorismo avance en nuestras serranías, cope extensas zonas de la selva y empiece a cercar Lima y otras ciudades de la costa. Lo ha dejado porque conviene a sus propósitos”.

"Nadie puede acusar a Alan García de no saber lo que hace o de cometer errores a pesar suyo. El sabe muy bien qué es lo que busca, aunque los 'blancos que persigue sean cambiantes y con frecuencia contradictorios”.

"Pero ¿qué persigue Alan García? ¿Hay algún propósito definido detrás de tanta incoherencia? Si hacemos un recuento de sus metas temporales no será difícil descubrir la lógica megalómana y demencial que se oculta detrás de tantas contradicciones...”. "Su primer propósito -negado por él pero voceado hasta desde las azoteas por sus partidarios – fue el de ser reelegido. Fracasó.
“Enseguida trató de preparar el terreno para la victoria electoral de una coalición encabezada por un aliado de otra tienda partidaria, que preparara su regreso triunfal en 1995. Fracasó”.

“Incapaz de influir decisivamente el resultado de las próximas elecciones presidenciales, se propuso boicotear esos comicios, haciendo que su realización fuera imposible en amplias zonas del país. Al no tener las elecciones resultados constitucionalmente inequívocos e incontrastables podría intentar que un Parlamento sumiso le prolongara su mandato. El avance de la subversión en áreas extensas del país contribuía muy bien a sus propósitos”.

"Aparentemente ha abandonado esos planes porque la opinión pública y la presión castrense lo han obligado a dejar que las Fuerzas Armadas actúen con energía frente a la insurgencia, y porque se ha dado cuenta de que el país no aceptaría ese fraude”.

"Ante el surgimiento de una candidatura de la oposición que encarna las esperanzas de un pueblo malherido, y cuya victoria arrolladora ya se avizora en el horizonte, Alan García se propone ahora dejarle un país catastróficamente arruinado, ingobernable por las tensiones sociales acumuladas y las nuevas tensiones regionales que él está creando, un país a punto de estallar. Se ha propuesto asegurar el fracaso de Mario Vargas Llosa aun antes de que se ciña la banda presidencial”.

"Alan García le ha declarado la guerra al país. Como una amante despechada, puñal en mano, Alan García le grita al Perú: Si no eres mío no serás de nadie".

Esta es la realidad que vive el Perú, esta es la verdad que conoce el pueblo que acude a los mercados para parar la olla. Esa “extraordinaria bonanza" que nos trajo el gobierno aprista, con la interrupción -según él- de un pequeño bache que ya estamos superando, sólo existe en la elegante retórica del doctor Alan García, en su mágica manipulación de las palabras.

domingo, 28 de diciembre de 2008

El PERU Y SU DESTINO por Francisco Igartua - Revista IDEELE - Instituto de Defensa Legal


Me pide ideele que responda un largo rosario de preguntas en cuatro o cinco cuartillas. O sea, me pide un milagro; no sólo por el cúmulo de interrogantes, sino por el tema que éstas abordan: razón de ser y destino del Perú. Una tarea que le costó toda una vida a Jorge Basadre, debo yo concretarla, a la carrera, en unos cuantos párrafos... Y como a la inconsciencia le está permitida todo, acepto el reto. Comenzaré por el nacimiento del Perú como república.

Se dice con suficiencia doctoral que la pobre existencia del Perú y de los demás países latinoamericanos se debe a que no fuimos colonizados por los sajones protestantes sino por los católicos españoles. De ahí –afirman estos sabios profesores universitarios nórdicos–, de ese punto de partida, resultamos siendo lo que somos: países margi­nales.

Y el hecho es irrefutable si no se entra al meollo del asunto. Es cierto que Inglaterra y el protestantismo colonizaron los Estados Unidos y que su costa atlántica fue refugio del excedente poblacional del otro lado del océano. También es verdad que esos colonos con nivel cultural relativamente alto gozaron de reglas económicas liberales y que Inglaterra tuvo a los Estados Unidos como una especie de extensión de las islas británicas, donde se invertía y donde se permitía el intercambio comercial con el mundo.

Pero ocurre, a la vista de cualquier observador desapasionado, que la comparación es impertinente y racista. Por lo tanto, España no colonizó América: la conquistó y la convirtió en territorios productores de riqueza para la metrópoli. A América no se trasladaron colonos sino soldados y funcionarios españoles. España no tenía entonces, luego de guerras sin fin, y con sus tercios ocupando Europa, excedente para exportar. El único proyecto colonizador que hubo en la América española es el de las misiones jesuitas en Paraguay, una colonización no hecha por blancos que desplazaban a los indígenas sino por indígenas guiados por unos cuantos frailes.


La presencia de España y Portugal en América no fue colonizadora –en el sentido que le estoy dando a la palabra–; fue parecida a la de Inglaterra en la India y África... ¿Y qué es lo que vemos ante nuestros ojos? ¿Qué queda en limpio de la presencia inglesa en esas tierras?... En este terreno, colocados así en situaciones similares, es que cabría hacer la comparación; y no será España, por supuesto, ni el moreno mundo latino, los que salgan mal parados de ella.

Producto de ese sistema virreinal español es el Perú republicano, y de ese Perú es del que debemos dar cuenta los peruanos, los habitantes de una república que nació con la independencia, pues nuestro pasado precolombino se quedó olvidado y escondido en las inmensidades del Ande y nunca tuvo –ni tiene ahora que va bajando de las alturas– arte ni parte, como no sea derramar su sangre en los muchos desastres y pocos aciertos del Perú republicano. Este Perú que va en camino de hacerse nación y cuya razón de ser, paradojalmente, más tiene que ver con su pospuesto pasado indígena que con la Lima virreinal. Un pasado que sí pesará en el Perú de mañana.

¿Qué tenía el Perú al nacer y qué tiene ahora?... Es la primera pregunta que me hago, recordando una nota de prensa que da cuenta del descubrimiento, en el fondo del mar, de un galeón hispano en las cercanías de Guayaquil. Ese galeón, contaba el cable, había estado cargado con barricas de vino, con peroles de cobre, con vasijas de aceite y gran cantidad de monedas de oro y plata. El galeón, construido en América, había ido cargando la mercadería en los puertos de la costa peruana y había naufragado al tomar rumbo a Panamá. Corría el siglo XVIII.

¿Qué hicimos los peruanos con esa economía que heredábamos del virreinato español?... Ese galeón, salido de astilleros peruanos, llevaba mosto transformado en vino, olivas convertidas en aceite, cobre hecho peroles y monedas de oro y plata acuñadas en el Perú. O sea, en ese entonces nuestra riqueza salía con valor agregado por una industria no tan incipiente para la época.

¿Por qué no continuamos los peruanos por esa ruta? ¿Por qué echamos por la borda esa oportunidad y nos transformamos en exportadores de materia prima?
El hecho, sin embargo, tiene alguna explicación: mientras en el norte de América no había mayores trabas para el intercambio comercial, en los virreinatos españoles todo estaba sometido a una estructura comercial sumamente rígida y centralizada. Nada podía intercambiarse, ni siquiera de un virreinato a otro, sin la intervención de la metrópoli. Una metrópoli que, además, en el siglo XIX se encontraba en la más absoluta decadencia y no podía siquiera seguir siendo mercado para América.

La situación del Perú de esos años podríamos compararla con lo que ocurre hoy en las naciones del Pacto de Varsovia, luego del derrumbe del comunismo soviético. A la mayoría de éstas el cataclismo sufrido las ha dejado convulsionadas, y la misma poderosa Alemania no logra todavía absorber la crisis de su lado oriental... Y se me ocurre que el derrumbe del imperio español, también centralista y dogmático, debió parecerse a la caída del Muro de Berlín.

Lo que sí no tiene explicación son los yerros de la república peruana posteriores a las anárquicas pugnas entre nuestros anacrónicos caudillos de los primeros años, que fueron sin duda producto del trauma que significó para los peruanos en general nuestra inesperada independencia y, también, de la inmadurez criolla, abanderada de ese alzamiento libertario.

Por lo tanto, ¿por qué han fracasado siempre, lastimosamente, los intentos por institucionalizarnos, y por qué hemos aceptado complacidos a los muchos mandones que han sobrepuesto su voluntad a la ley?...

No pienso que sea indispensable copiar a los Estados Unidos, que quedaron institucionalizados con su inamovible acta de fundación, pero sí creo que los países latinoamericanos han actuado irracionalmente y en su perjuicio al no comprender que cualquier conjunto social –sea nación, club, congregación religiosa o sindicato– no puede vivir armónica y continuadamente sin instituciones válidas y respetables, que estén por encima de los apetitos personales y de los intereses de grupo.

Esta es la gran falla que persiste en el curso de nuestra historia, plagada de rivalidades personales insustanciales, de ridículas vanidades y de envidias y rencores menudos. Sin este lastre, posiblemente el Perú habría podido retomar el camino del desarrollo que muestran los restos de ese galeón construido en las costas peruanas y naufragado con su cargamento de "valores agregados" en las cercanías de Guayaquil en algún año del siglo XVIII.

¿No tienen, pues, futuro el Perú ni América Latina?... Sin duda que no, si nos dedicamos a fundar "Patrias Nuevas" cada vez que les venga en gana a los mandones de turno, como Porfirio Díaz o Augusto B. Leguía en el pasado y hoy Chávez en Venezuela, copiando al peruano Fujimori.

Pero sí habrá futuro, aunque no fácil, si nos decidimos a corregir los yerros del pasado y a institucionalizarnos. No será fácil porque, en su tiempo, no supimos evitar ser marginados del concierto de las naciones punteras –nos independizamos pero no nos desligamos de España–, y hoy será tarea titánica romper la cortina de acero que, a través de un intercambio comercial manipulado, separa a los países del primer mundo del resto de la humanidad. Cuando, por ejemplo, los dirigentes socialistas del mundo entero, reunidos hace pocas semanas en París, proclaman que el mercado debe estar al servicio del hombre, lanzan un bello eslogan y esconden que los Blair, Jospin y Cía. cuidarán de que ese hombre sea europeo. Porque a eso los obligan los votos que los han colocado en el poder, así como también los votos obligan al gobernante de los Estados Unidos a cuidar del hombre norteamericano. Ese es el orden mundial del día. Y es un orden lógico.

Sin embargo, la historia es larga y más previsible de lo que muchos creen. Mientras tanto, grande es la tarea que tenemos por delante para que a la hora del cambio de guardia la historia no nos vuelva a coger desprevenidos como en los días de la independencia. Tenemos que comenzar por integrarnos, lo que significa un tremendo esfuerzo educativo; por añadir valor agregado a nuestra producción e inducir al ahorro nacional; por seguir acrecentando la infraestructura del país y devolver a las provincias el rango que han perdido; y, ante todo, debemos lograr que la ley, la institucionalidad, impere sobre el poder.

Para dejar de ser republiquetas, miradas con indiferencia o menosprecio por el primer mundo –declaraciones sueltas de funcionarios europeos recién ingresados al desarrollo dicen más que las muestras oficiales de respeto que se nos hacen–, los países latinoamericanos debemos apurar el paso para convertirnos en las repúblicas que aún no somos. Debemos hacerlo sin complejo alguno de inferioridad, pues si los Estados Unidos y más aún Europa gozan de poder y bienestar desde hace siglos, salvo hambrunas que América Latina en más de una oportunidad alivió, no nos sirven de ejemplo a seguir en asuntos de moral, justicia, humanismo y respeto a la vida. Las atrocidades y despotismos europeos jamás se han producido en estas tierras, excluidas del club de los privilegiados pero no ajenas a la elite mundial de la cultura. No estamos condenados a cadena perpetua.

Fuente: Revista IDEELE - Instituto de Defensa Legal.

jueves, 25 de diciembre de 2008

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ¿SE PUEDE HABLAR DE LIBERTAD DE PRENSA EN EL PERÚ?

Francisco Igartua
No hay libertad más respetada -de la boca para afuera- que la libertad de prensa y en algunas declaraciones oficiales, o sea públicas, de ciertas dictaduras encubiertas, como la peruana, se llega hasta la veneración por ella. Sin embargo, en la realidad, en los hechos concretos, no hay libertad más maltratada -y maltratada por unos y por otros- que la libertad de prensa. Ni siquiera es vista con beneplácito por los mismos gobiernos democráticos y ninguna otra libertad es más aborrecida por todos los que ejercen o aspiran a ejercer un gobierno autocrático o absoluto.

Contra la libertad de prensa, por ejemplo, reaccionó violentamente, la semana pasada, Sendero Luminoso, cuando hizo estallar una bomba criminal en la casa de un periodista, Patricio Ricketts. A las ilusiones verbales -mejor dicho escritas- de este tropical arequipeño, que describía a Fujimori como a César bajo el arco de sus triunfos milita­res, escoltado por una procesión de vencidos senderistas, respondió el terrorismo con dinamita, al bárbaro estilo de los que creen que matando pueden imponer sus ideas.

Pero no sólo a dinamitazos se actúa contra el periodismo. Hay maneras más taimadas y más eficaces para destruirlo o silenciario. Al atentado criminal se responde casi siempre como ha respondido Ricketts: con un valeroso y desafiante "no me rindo", que produce instantánea admiración, aplausos, solidaridad y hasta un ligero roce con la gloria y la fama. La reacción en este caso es parecida a la que muchos tienen frente a las dictaduras abiertas, acostumbradas a castigar las rebeldías con clausura del periódico, cárcel y destierro. Pero a la hipócrita hostilidad de un gobierno no se le puede contestar con un desplante heroico, más si la agresión se limita a una o dos empresas periodísticas. La prudencia en estas situaciones aconseja, más bien, callar; pues es muy improbable encontrar apoyo para las protestas, ni siquiera entre los colegas. En estos casos no queda sino el silencio y seguir adelante, como lo ha hecho OIGA hasta hoy.

Este tema fue abordado por la Sociedad Interamericana de Prensa en su reciente reunión de México, aunque apenas de soslayo, ya que la declaración de la cita mexicana puso énfasis en el meollo principista de la libertad de prensa como columna vertebral de la democracia. Le faltó a la SIP la precisión de la Unión Mundial de la Prensa que, en setiembre pasado, en Berlín, se pronunció así: "El actual mayor acoso contra la libertad de expresión son los impuestos, que elevan el precio de los periódicos a niveles que los alejan del público".

¿Con cuánto mayor calor se hubiera expresado la Unión Mundial de la Prensa si en otros países el impuesto a la venta de periódicos y revistas llegara al 18% del precio de tapa, como ocurre en el Perú? Se trata de una cifra inimaginable en cualquier nación civilizada, donde, por lo general, la prensa, igual que los libros, las medicinas y los alimentos básicos no pagan impuestos o pagan porcentajes mínimos. Tampoco tiene cargas tributarias la educación, única excepción aceptada hoy en el Perú, quién sabe -piensan los maliciosos- porque dirigentes de negocios educativos han sido o son ministros de Estado. ¿Por qué se exceptúa la educación y no los libros, los periódicos, las revistas, con los que se educa tanto como con las escuelas? Pueblo que no lee, es pueblo que no piensa, que no medita, que no logrará mejorar su cultura cívica. Es un pueblo disminuido. Y con pueblos culturalmente lisiados es imposible forjar una nación. La televisión, por lo menos hasta hoy, no puede reemplazar a la lectura. La voz y las imágenes son óptimas para informar y hasta para enardecer el ánimo de las multitudes. No impulsan la meditación de los ciudadanos. Y ciudadanos cabales es lo que la República requiere para que hagamos de este país con raíces profundas una nación de futuro.

¿Por qué las ventas de revistas y periódicos -también de libros- deben ser castigadas con 18% de IGV, mientras que la TV distribuye su información y sus mensajes libre de impuestos? ¿Por qué esta discriminación en contra de la lectura?

Más aún, en el caso específico de OIGA: ¿por qué esta revista fue la única publicación presionada con amenazas de cierre y embargos para que no se retrasara en el pago de impuestos, discriminándola : ¿poniéndola al borde de la quiebra? (Hoy esa presión ha amenguado no por respeto a la libertad de prensa sino porque hubiera sido monstruoso que a OIGA se le siguiera acogotando mientras se arregla la falta de pago con el resto de la prensa nacional, a la que nunca se le exigió, como a OIGA, estar al día en sus cuentas, bajo amenaza de embargo).

Pero la enmascarada dictadura militar presidida por Fujimori no sólo echa mano a los impuestos para agobiar y destruir a la prensa de oposición. También utiliza el sabotaje publicitario: ni un solo aviso estatal -ni siquiera por equivocación- se publica en las revistas que son portaestandartes de las críticas al régimen. Y a este sabotaje se unen las empresas privadas; unas -la mayoría­ por directa presión del gobierno y otras -los fenicios de siempre- por inveterada disposición a cobijarse bajo el manto del poder de turno.

El cerco sobre la prensa independiente, sobre el periodismo que se resiste a la autocensura -que es la cómoda censura propiciada por el régimen-, se va cerrando en todos los frentes. Uno de éstos es el de la información. Tampoco una sola foto, una sola entrevista o una sola noticia del gobierno es proporcionada a las publicaciones opositoras. A ellas no se les abre una sola fuente de información oficial.

Valga el siguiente ejemplo para mayor ilustración sobre los maltratos que sufre la prensa opositora en este país:

Hace pocos días se iniciaba la visita del señor Fujimori a Chile, con ocasión de la transmisión de mando en ese país. Patricio Aylwin entregaba la posta democrática a Eduardo Frei. Como de costumbre, la prensa de 'oposición no estaba invitada para acompañar en el viaje al jefe de Estado. Teníamos que bailar con nuestro pañuelo -reducido ya a la nada- y la importancia del suceso obligaba a bailar. Acudimos, pues, a una empresa de transporte y le ofrecimos, como es costumbre, cambiar un pasaje para nuestro enviado con menciones a la compañía en las crónicas de Santiago... Obtuvimos, claro está, el pasaje ­no son tantos los fenicios-, pero con este angustioso ruego: "No nos mencionen absolutamente para nada, que no quede huella de un solo vinculo de nosotros con OIGA".

¿Se puede hablar de libertad de prensa en el Perú?

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - UN HUAICO CONTRA LA LIBERTAD DE PRENSA

Francisco Igartua
En los últimos meses la atención de todas las administraciones de las empresas periodísticas -todas, salvo excepciones contadísimas que confirman la situación general han estado y están obsesionadas con el IGV, impuesto a las ventas que, en el caso de la prensa escrita, tiene como intermediarios con el público -que es al que va dirigido el IGV- a los canillitas, a los puesteros, a los más informales de los trabajadores informales, en realidad vendedores volátiles, nómadas de la ciudad, a los que es imposible trasladarles el cobro del impuesto y que, además, por su trabajo, cobran un porcentaje sobre el precio de tapa, no sobre la factura -que no hay ni pueda haberla- de la empresa.

Como se ve, no hay impuesto más antitécnico que el IGV a la venta de diarios y revistas. Son el único producto que llega al público no por medio de un tendero sino por la mágica y nada técnica alfombra de los canillitas. ¿Cómo hacer para introducir en el mundo de la facturación a estas mágicas alfombras sin cara conocida, de padres imprecisos, pero con la fuerza suficiente para hacer valer su contrato (no escrito) de porcentaje sobre el precio de tapa? Sin canillitas no hay venta de periódicos ni revistas. (En los países muy desarrollados las máquinas los reemplazan y sus sistemas de producción le han quitado encanto a este arte y oficio que es el periodismo, transformándolo en fábrica de noticias y comentarios. Nosotros, por fortuna en estos casos, todavía no somos desarrollados y aún pueblan nuestras calles esos simpáticos personajes trashumantes que llamamos canillitas).

Pero no sólo antitécnico es el IGV a la venta de periódicos, también es una aberración, porque contra lo que piensan los ortodoxos, los fanáticos, los poseídos por el liberalismo, todas las reglas hechas por el hombre -y la ciencia económica es humana, además de inexacta- tiene excepciones que, precisamente, confirman la regla. En este caso, la regla de que no debe haber excepciones en materia de impuestos. Regla correcta, justa, ordenadora. Sin embargo, siendo el IGV un impuesto que va dirigido al consumidor y que, por lo tanto, aumenta directamente el precio de los productos ¿por qué no será posible, como mínimo gesto de solidaridad humana y más cuando el IGV es del 18% como es en el Perú, que se haga excepción con las medicinas? Dirán los fanáticos, que así también se beneficia a los ricos. Pero ¿cuántos son los ricos y en cuánto se benefician con un descuento del 18% en las medicinas? Porcentaje que sí muchísimos pobres no pueden cubrir y por lo que no podrán tomar la medicina que los libre de la enfermedad y de la muerte.

Pero no quiero hacer de esta nota un lamento fúnebre. Volveré, pues, al inicio de estas líneas y aclararé que las circunstancias me obligan en estos días a ocuparme de los menesteres administrativos de la empresa, a pesar de lo que muchas veces he dicho: que a mí me administran, que siempre me han administrado. Lo que es cierto. Aunque sin que haya podido librarme de ingresar algunas veces a estos enredosos terrenos.

Fue esta la razón por la que la semana pasada tuve que asistir a una reunión con el señor Alfredo Jalilie, el hombre del Tesoro, en la que estuvieron presentes y participaron los representantes de todos los medios de prensa, salvo dos o tres excepciones que uno de los asistentes explicó puntualizando que esos diarios, igual que la TV, reciben de la Sunat suficientes avisos pagados para luego cubrir sus cargas tributarias, sin verse, como todos los demás, en situación de quiebra.

Para que no hubiera malentendidos en la reunión y para que estos asuntos sean transparentes, escribí unos apuntes que ahí, en el Ministerio de Economía, leí y que aquí reproduzco:

Para que no se me escape la lengua, para no caer en desatinos y exabruptos por mi torpeza para hablar, voy leer estas notas, escritas a vuela lápiz:

Por lo que parece -aparte de una anterior a la que asistió nuestra gerente- ha habido reuniones previas en otros lugares que no es éste, para llegar acuerdos que no conozco, porque a esas reuniones OIGA no fue invitada.

Me veo obligado, por lo tanto, a señalar, en primer lugar, que el impuesto del IGV es injusto, antitécnico, absurdo. Ya esto lo habrán planteado todos mis colegas.

Si el Estado quiere contribuir a la enseñanza popular -se habla de que editemos libros escolares-, si desea formar ciudadanos con educación cívica, lo primero que debe hacer es propiciar y no entorpecer con impuestos la difusión de la lectura, de los periódicos, que son los libros elementales de la actualidad y más en países embrionarios como el nuestro.

Por algo la Unión Mundial de la Prensa ha declarado, en setiembre, en Berlín, que' "el actual mayor acoso contra la libertad de expresión son los impuestos, que elevan el precio de los periódicos a niveles que los aleja del público".

El tema no es, pues, local. Es más amplio. Sin embargo, en Alemania el IGV o IVA para la prensa es 6%, en España 3%, algo parecido ocurre en Italia... Mientras que en Francia, Holanda, Dinamarca y otros países nórdicos el IGV no sólo no existe sino que los periódicos tienen subvención estatal.

Ningún otro país en el mundo, a excepción del Chile de Pinochet, se carga con 18% la cuenta de periódicos y revistas; o sea la difusión de la lectura. (Un reciente intento de hacer lo mismo en Bulgaria ha concluido con el rechazo en pleno de la prensa búlgara). Por algo están comenzando las protestas en el Chile democrático. A pesar que los periódicos en Chile, como en la generalidad de los países europeos y en los de América del Norte, están libres -repito- están libres de impuestos de aduana, que aquí son altos y en un momento fueron mayores sólo para las revistas. Chile -hay que recordarlo- es productor de papel periódico. En el Perú el papel nacional es de caña. Un asesino de las rotativas. Eso lo sabe bien el presidente del Congreso, el señor Yoshiyama.

El 18% de IGV es una carga más que injusta, es discriminatoria si nos comparamos con la televisión o la radio, que difunden sus mensajes y sus informaciones sin pagar IGV. ¿Por qué ocurre tamaño despropósito? ¿Por qué esa misma difusión, libre de impuestos en la TV, ha de pagar 18% de IGV cuando se hace por escrito y alienta la lectura del pueblo?

Al estar aquí presente quiero, sin quejarme de nada ni de nadie, puntualizar que la situación de OIGA, al tener una deuda bastante más pequeña que la de otros, ya que sus atrasos en los pagos son muchos menores, no le permite asociarse al entusiasmo por imprimir separatas y menos libros que -lo digo de paso- serán distribuidos como donación personal por el candidato del gobierno. OIGA está limitada a pagar su deuda -deuda injusta y absurda, repito- por medio de avisaje que, por lo que parece, es una de las opciones que se habrían acordado en reuniones a las que no he sido invitado.

Y, algo más: Esa deuda debe ser cancelada a la firma del contrato publicitario, porque, de no ser así, las multas y las moras podrían aplastarnos como bola de nieve... la bola de nieve o, mejor dicho, en peruano, el huaico de piedras y barro que es el IGV contra la libertad de prensa.

La buena voluntad expresada por el señor Jalilie y otros representantes del gobierno, hacen pensar que habrá solución a esta injustísima situación.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - CUANDO LAS PALABRAS NADA SIGNIFICAN

Francisco Igartua
"Ahora ya nadie pondrá en tela de juicio la limpieza, la transparencia de las elecciones; el gobierno ha aceptado las reglas de juego de la oposición". Esto es, más o menos, lo que ha dicho Fujimori, respaldando la resolución casi unánime del CCD, dándole fuerza de ley al proyecto electoral del Colegio de Abogados de Lima. Y lo dicho por el jefe de Estado -repetido tontamente por muchos opositores que hablaban de fraude por inercia y no por reflexión- no corresponde a la realidad. No es cierto que la ley electoral sea, ella misma, garantía de pureza electoral. Lo que esa ley significa es otra cosa. Significa que no será prorrogado el mandato de Fujimori, que no serán postergadas las elecciones. Porque a eso, a su postergación -no al fraude- apuntaban las tardanzas en el debate y la insistencia en que se cumplieran las reglas de la Constitución cecedista. Lo dice 'El Comercio', el ponderado decano de la prensa nacional, al titular su editorial del viernes con esta frase contundente: "Cambio de actitud (del gobierno) hace viable el proceso electoral". Quiere decir que 'El Comercio', aunque con reservada prudencia, coincidía con OIGA en que las elecciones eran inviables -que no se producirían- si el gobierno se empecinaba en sus planes. No había que ser zahorí para advertir que las trabas y demoras en el debate electoral, así como el abierto propósito de ajustarse a la nueva Constitución, no tenían otra salida, por la imposibilidad material de cumplir con los plazos, que la postergación de las elecciones. El plan que el gobierno exhibía era evidente: hacer inviable, por fuerza mayor, el proceso electoral y tener así que verse 'obligado' a autoprorrogarse en el poder.

Poner fin a esos planes continuistas, a la reelección sin ánforas, es lo que significa la aceptación de la propuesta del Colegio de Abogados. Decir, pues, que la nueva ley hará limpias las elecciones no es cierto. Las hace posible, que es distinto. Corta por lo sano unos planes que no por burdos y torpes dejaban de estar respaldados por los dichos y hechos del régimen. No eran imaginación las demoras abusivas del debate electoral -corno no es producto de la imaginación la ley Cantuta-, ni cesaban las declaraciones concretas de Fujimori exigiendo se cumplieran las normas electorales de la nueva Constitución, orden que fue obedecida por su hombre de las dos torres y otros de sus cecedistas hasta minutos antes del sorprendente cambiazo... Lo que ha ocurrido es una calculada variación de táctica ejecutada por sorpresa, maniobra en la que son duchos los militares, sobre todo los de inteligencia, y que ya han empleado en varios ocasiones con este régimen. ¿Cuál será la nueva táctica para llegar al objetivo estratégico: la permanencia en el poder por veinte años? Ya se irá descubriendo poco a poco.

La pureza o suciedad del proceso electoral dependerá de la calidad personal de los miembros del Jurado Nacional que sean elegidos. A ellos corresponderá observar los recursos ilegales que se empleen en el proceso y dar curso a la acusación correspondiente ante los Tribunales de Justicia. Desgraciadamente, estas nominaciones comienzan con el de la Corte Suprema, donde el gran elector de quien presidirá el Jurado Electoral será don Luis Serpa, magistrado acusado por Fujimori de haber declarado inocente a Abimael Guzmán y luego, después del autogolpe, elegido imperialmente, por tres años, presidente de la Corte Suprema. El comienzo, como se ve, tiene mal olor y es casi seguro que los múltiples actos irregulares que mancharon los últimos procesos electorales se volverán a repetir, sin que se produzcan las obligadas acusaciones del Jurado ante la Fiscalía, salvo voces aisladas de protesta, como las del doctor Chávez Molina. Por lo pronto, ya se están volviendo a repetir los atropellos a la ley electoral, tanto con el respaldo político que le ha dado al gobierno el alto mando militar, que legalmente no puede ser deliberante en asuntos civiles, como con los repartos que militares uniformados hacen de millones de almanaques a todo color -¿quién los paga?- con la efigie de Alberto Fujimori, candidato a la reelección. O ¿no es verdad, como dijo en el hemiciclo un cecedista de la mayoría, que sólo un caído del palto no se daba cuenta que la Constituyente no tenia otro objetivo que hacer posible la reelección del convocante?

Lo que Fujimori ni sus militares adictos, ni siquiera el Jurado Nacional de Elecciones, podrán variar es el resultado del recuento de los votos, siempre y cuando este recuento se haga en mesa, sea irrevisable y asistan al acto personeros de los candidatos, a quienes se les extenderán actas firmadas por los miembros de la mesa y cuyos resultados serán inmediatamente trasmitidos por computadora del colegio electoral a los centros acopiadores de datos. A una potente candidatura, con personeros calificados en todas las mesas y computadoras en los centros de votación, no hay posibilidad de hacerle fraude con los votos. Los atropellos a la ley electoral, que abundarán esta vez, serán concentrados en la presión que la Fuerza Armada obediente al régimen, los prefectos y el propio presidente-candidato hagan sobre la población. Presión que sin embargo, en algunos casos podría resultarles contraproducente... Porque eso de recibir regalos y votar contra el regalador que nos cae antipático no es ajeno al espíritu criollo, a la picardía nacional, hija de la pobreza y el desamparo.

Todo, sin embargo, hasta lo más estrafalario, puede ocurrir en un país donde las palabras, las promesas, las mismas disposiciones tomadas pueden significar una cosa ahora y mañana otra distinta, o no valer nada. ¿Cómo entender las frases de Fujimori alegando, con su media sonrisa, que la nueva disposición electoral es garantía de transparencia? ¿Hay alguna seriedad en la declaración del ministro del Interior explicando que Fujimori visita y se saluda amablemente con los presos senderistas de Puno porque "el presidente se preocupa y vigila que se respeten los derechos humanos"? Aunque más llama la atención que a nadie haya repugnado tan cínico desparpajo. ¿Será que estamos saturados de espanto? Nada nos conmueve ni nos indigna. Hasta hay quienes toman en serio y le creen al general Nicola di Bari cuando, olvidándose de todas las mentiras que le estallaron en la cara al descubrirse los horrores de La Cantuta, alega que en el Huallaga no ha habido faItamiento a los derechos humanos. Cuando lo único serio que se puede hacer en este caso, antes de negar los hechos, es investigar imparcialmente el volumen de esos crímenes -que han sido filmados y fotografiados-, pare saber si la victoria sobre Sendero -que hasta ahora está por comprobarse- no ha sido opacada por los excesos o errores de los combatientes.