Cartas de P. Lettre 22/81
(Recibida) Ayacucho,
setiembre 29/81
Lima, setiembre 21 de 1881
Excmo. señor don Nicolás de
Piérola
Mi distinguido amigo:
Esta mañana recibí su muy
estimable del 24 de agosto. Correos y telegramas, en nuestra tierra como en
España, van a paso de tortuga.
La gran novedad de la
semana es la insigne bellaquería del ministro yankee. Sobre ella hablo
largamente a Aurelio García en la que, abiertamente, le incluyo, rogando a
usted que la lea, pues así me evita repetirle lo mismo en esta.
No sé si habrá llegado ya a
manos de usted una que le dirigí hará quince días, y en la cual le relataba un
romance. Pues, amigo mío, el romance pica en historia. He leído algo como
memorándum que Hurlbut le pasa a Lynch. Consigna allí exactamente las mismas
declaraciones de que habla el romance: esto es, que los Estados Unidos no
consentirán un tratado con desmembración de territorio. No me ha sido posible
conseguir copia de ese memorándum; pero no desespero de obtenerla en breve para
remitírsela a usted.
El hecho en que usted y yo
y todos los peruanos hemos vivido hasta aquí en la errada creencia de que el
Perú era nación independiente y soberana. Pues, señor mío, tenemos tutor y ¡qué
tutor! mr. Hurlbut es el encargado para ponernos las peras a cuarto y hacernos
entrar en vereda.
Tiene usted razón de sobra
cuando me habla en su carta de la escasez de hombres útiles. Tuvimos como
representante del Perú en Washington a un pazguato que, a las primeras de
cambio, desertó de su puesto; y a esa deserción debemos en mucho el
reconocimiento que hizo Christiancy, y el nombramiento de Hurlbut, y las
dificultades con que lucha Cabrera, y Dios sabe todo lo que la conducta vergonzante
de nuestro encargado de negocios tiene aún que dar motivo.
Con el advenimiento al
poder de Santa María y su ministro Balmaceda, veo que la situación se complica
desventajosamente para nosotros. Chile embromará todo lo que pueda para no
ceder a la presión norteamericana, pero, al fin, tiene que adoptar un partido.
¿Será este eliminar a García Calderón para decir que no tiene en Lima gobierno
con quién entenderse? Empiezo a dudarlo. ¿Por qué? Mi respuesta va a ser
digresión.
Don José María Químper
escribió hace dos meses una carta a Salita María, de quien es amigo personal,
desde la dictadura de Prado en 1865, diciéndole que con motivo del Manifiesto
estaba seguro de ser perseguido por usted, que pensaba realizar sus bienes e
irse al extranjero, y que le pedía consejo. Santa María le contestó que
estuviese tranquilo, que nada vendiese, que la paz se haría y que ayudase a
Calderón. Químper no hace un misterio de esta carta y la muestra a todo el
mundo. Yo no la he leído, pues desde 1866 no cambio ni un saludo con ese señor;
pero encargué a un amigo que averiguase la verdad y ella es la que refiero a
usted.
Excepcionalísimo pueblo es
el nuestro. En cualquiera otro la carta de Hurlbut habría sublevado no diré el
espíritu de nacionalismo sino el amor propio. Aquí hay una mayoría de necios,
que no ven más allá de sus narices, y que dan a esa carta libelo una
significación e importancia que, debo yo ser un burro de albarda, pues no
alcanzo a encontrársela. Deducen esos pobres de alcances que García Calderón
está de plácemes, y nosotros de capa caída. Y lo grave es que, con la
perspectiva de paz, van los magdalenos conquistando prosélitos en Lima.
Hoy somos mayoría y mayoría
inmensa, abrumadora. Pero tan voltario es el pueblo, se enfría tan fácilmente
su entusiasmo, y es tan hacedero corromper hombres, que si no procedemos con
actividad cerremos el peligro de dar triunfo definitivo a la argolla.
No me creo competente para
dar a usted un consejo; pero no tome usted como tal lo que voy a decirle sino
como ideas de un extravagante, que ama a su patria y que es leal y abnegado
amigo de usted tanto como execrador de la infame argolla.
Me gustan mucho los golpes
de teatro, acaso por lo que tuve o tengo aún de soñador y poeta. No sé los
elementos de que usted dispone, ni si cuenta con ejército suficiente para
emprender, sin pérdida de minuto, campaña sobre Lima; pero campaña rápida,
activísima y que, si Dios no sigue abandonándonos, le permita a usted estar en
la capital antes de un mes. La fracción anarquista liaría bártulos y Chile,
fatigado ya de la lucha, no tendría más que hacer que pensar seriamente en la
paz. Repito que ignoro si dispone usted de lo preciso para batir los siete u
ocho mil hombres que, a mediados de octubre, podrían presentar los chilenos en
línea de batalla.
Si Santa María decide, como
lo aconseja la prensa de Valparaíso, la ocupación indefinida de Lima, se hace
indispensable destruir el pequeño ejército de hoy antes de que él pueda enviar
refuerzos. Paréceme que hay indiscutible conveniencia en tentar por nuestra
parte un golpe de fortuna, pronto, muy pronto, en todo octubre. Una victoria,
cueste lo que costare, y el porvenir es nuestro. El éxito inmediato aniquilará
por completo la pretenciosa soberbia del yankee, y dará a usted envidiable
popularidad. Lo que no podamos obtener en octubre, tengo por dificilísimo que
lo logremos más tarde.
No sé si me he explicado
con claridad; pero usted no necesita que le pongan los puntos sobre las íes.
Apunto una idea, toca a usted comentarla. O me equivoco mucho o una acción de
guerra, antes de que Chile haya podido entrar en negociaciones con los de Magdalena
sería para estos el golpe de gracia. Basta sobre este tema.
Veo por la carta de usted
que, probablemente, algunas de las mías han sufrido extravío y no han llegado a
su poder. Sólo así puedo explicarme las palabras de usted relativas a mi
diputación por una de las provincias de Loreto. Por abril o mayo escribí a
usted diciéndole que algunos amigos pensaban en exhibir mi candidatura; pero
que yo no quería exponerme a una derrota ridícula y que aceptaba en caso de ser
mi candidatura la oficial. En consecuencia pedí a usted que, si le convenía el
que yo fuera miembro de la asamblea, me recomendaría al prefecto. Pasaron los
meses y cuando yo descansaba en la seguridad del triunfo, esperando sólo las
actas (haciendo sacrificios a pesar de lo estrecho de mis finanzas en la
actualidad) para encaminarme a Ayacucho, recibí cartas en que participaban mis
amigos que conforme a mis instrucciones, no me habían exhibido porque los
candidatos oficiales eran los señores Secada y Astete (hoy comensal asiduo de
Químper). A usted le constaba que estos señores fueron calificados por la
asamblea y que, por consiguiente, no tenía yo actas con qué presentarme. Por
eso me explico menos que, como usted me lo dice, se hubiera opuesto cuando se
trató de darme lugar en una de las representaciones vacantes. No era
ciertamente razón la de que no me hallaba presente para concurrir en el acto a
las sesiones; pues pasan de diez los propietarios que en la asamblea fueron
remplazados por los suplentes. Al ser llamado, indudablemente que habría
emprendido el viaje. Todos los hombres tenemos un lado pantorrillesco y el mío
es la altivez. Por eso cuando Peña, Pastor y otros amigos me preguntaron en
Lima el por qué no iba con ellos a la asamblea, les contesté que porque mi
candidatura no era la oficial y porque repugnaba a mi carácter ir a hacer el
papel de mendigo de diputación.
Si he tocado este punto, en
que el amigo se queja francamente del amigo, es porque consagra usted a él un
acápite en su carta. Yo, mi querido don Nicolás, soy amigo barato. A usted le
consta que durante la dictadura sólo pretendí un título colorado, el de
subdirector de la biblioteca, que lo pretendí hasta cierto punto por razones de
amor propio, que el señor don Federico Panizo me desairó como Inepto o algo
peor, que yo retiré la pretensión para evitarle un desacuerdo, por ligero que
este fuese, con su secretario de instrucción, que, al fin, como resultado del
encuentro casual que en Miraflores vivimos, llegó a hacerme el nombramiento en
noviembre de 1880, esto es, tres meses antes de la batalla. Perdone usted que
haya gastado tinta hablándole de mi persona y de quisquillas que usted sabrá
calificar como arranques de dignidad o como frutos de exagerado amor propio.
Quiero que usted se persuada de que, entre sus amigos, seré siempre uno de los
más leales y, ainda mais, el más barato. Pelillos al agua.
El 18 de setiembre, contra
lo que se esperaba, ha pasado sin que los chilenos den escándalo grave. Lo han
festejado encerrados en sus cuarteles.
En cuanto a los 40 millones
billetes, nada se sabe de cierto. Dicen que mr. Brent trajo por valor de ocho
millones; pero a mí se me antoja no creerlo. Tengo motivos para presumir que si
vienen sería por el primer vapor de octubre, y entrarán en Lima como de
contrabando. De otra manera, Lynch les echaría la zarpa encima.
Largo he plumeado esta
noche, y pongo punto hasta próxima oportunidad.
Siempre muy suyo.
PALMA
Por el vapor de mañana
enviaré la de usted a Polo. Me alegro de que le haya usted escrito. Eso le dará
bríos, pues adquirirá la certidumbre de que sus esfuerzos son apreciados por
usted. El Canal sigue vigoroso.
Manuel Irigoyen, emisario
enviado por G. Calderón cerca de Montero a Cajamarca, está ya de regreso. Nada
ha conseguido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario