La producción literaria de los jesuitas vascos expulsados:
(1767-1815) / Jesús Sanjosé del Campo
La producción literaria de los jesuitas vascos expulsados
(1767-1815)1
Jesús Sanjosé del Campo
La importancia del estudio de los jesuitas vascos del siglo
XVIII reside en que sus tesis, como ha apuntado recientemente Martín Almagro
Gorbea, «mantenidas de manera más o menos consciente, pero siempre con
contumacia, han constituido las bases para los modelos interpretativos de la
Prehistoria del País Vasco desde sus inicios, en el siglo XIX, hasta la
actualidad. Además, dicha visión fue asimilada al ideario político del
tradicionalismo carlista, del que pasó al nacionalista vasco».
Dos aspectos relevantes quedan claros desde la introducción:
el sentido en el que se utiliza el término literatura y el de la escasa
producción literaria de los jesuitas vascos en el exilio. Sobre el primero,
afirma el autor que entiende por «literatura», en su acepción más amplia,
cualquier tipo de escrito y de cualquier materia, como se interpretaba en el
siglo XVIII, a saber, «todo lo que pertenece a las letras, ciencias o
estudios», como se recoge en el Diccionario académico de 1780. Sobre el
segundo, mantiene que la productividad de los jesuitas vascos en el exilio fue
escasa, con lo que el prometedor movimiento literario euskaldún, que había sido
liderado por el P. Manuel de Larramendi, se corta de raíz desde el momento en
el que estos hombres son arrancados de los valles y montañas en los que habían
nacido.
Justifica además el trabajo, afirmando que la presencia
literaria y científica de los jesuitas vascos en Italia en la segunda mitad del
siglo XVIII, constituye un fenómeno que todavía no ha sido estudiado en sus
verdaderas dimensiones. A pesar de la creciente bibliografía sobre el
jesuitismo expulso, poco se ha investigado hasta el momento sobre los
seguidores vascos de Ignacio de Loyola en los Estados Pontificios, durante la
etapa más crítica de toda la larga vida de la Compañía de Jesús, la que va
desde 1767 hasta 1815, que, al mismo tiempo, es el primer exilio político (no
religioso o racial) masivo de la España Moderna2.
Tres áreas literarias diferentes
El estudio comienza definiendo tres áreas literarias
diferentes de investigación. La primera, que denomina literatura de
expatriación, abarcaría toda la problemática de las causas que motivaron la
decisión real de privar de la nacionalidad a los seguidores de Ignacio de
Loyola y de excluirlos de los territorios del imperio hispano. Como es natural,
deja de lado el estudio de esta parte, ya que su temática desborda los límites
fijados para el presente trabajo.
La segunda, que califica de literatura de expulsión,
abarcaría las obras en las que los jesuitas expulsados dejan sus propios
testimonios sobre los momentos pasados, la intimación a la que se vieron
sometidos y el penoso viaje que tuvieron que emprender camino del destierro. Algunos
aludieron a esa triste etapa de su vida en el marco de relatos más amplios,
como el alavés Manuel Joaquín Uriarte, misionero en la provincia de Quito, cuya
cuarta y última parte de su Diario de un misionero de Maynas, relata los
pormenores de la expulsión y su llegada a Rávena, después de dos años de
peripecias. Otros escribieron relatos específicos sobre la expulsión, como el
guipuzcoano José Yarza, misionero en Nuevo Reino de Granada, quien entretuvo su
largo destierro en Gubbio con un relato en latín, Iter exilium Jesuitarum in
Italiam (1773), conservado inédito en el Archivo Romano de la Compañía de
Jesús. Incluso el polígrafo Esteban Terreros parece que escribió «tres diarios
de sus caminos y aventuras», según su propia confesión. A juzgar por estos
testimonios, los jesuitas residentes en colegios de Euskadi fueron tratados con
corrección durante el arresto, a lo que contribuyó la habilidad de los
superiores jesuíticos, muchos de ellos vascos.
Un panorama distinto nos ofrece la literatura del exilio,
tercer apartado, según la clasificación del autor, y objeto principal del
estudio. Precisamente la escasez de producción en este tercer apartado es lo
que lleva a Astorgano a indagar en las biografías de los vascos expulsos para
conocer en qué empleaban su tiempo libre, al parecer, más que abundante. Con
ello, se sale del marco estrictamente literario, dibujando un panorama mucho
más amplio.
Una producción escasa y poco rentable
Dentro de las circunstancias penosas que conlleva todo
destierro, los jesuitas vascos, casi todos radicados en Bolonia, llevaron allí
una vida cómoda, facilitada por alivios o socorros de todo tipo que les
facilitaban sus eficaces redes familiares desde España.
A juicio de Astorgano, uno de los estímulos más poderosos que
movió a escribir a los jesuitas de otras provincias, sobre todo a partir de
1778, fue el de tratar de conseguir la recompensa de un aumento de pensión por
parte del Gobierno madrileño, a partir de la toma de posesión del Conde de
Floridablanca. No ocurrió esto con los jesuitas vasco-navarros, que aunque
alguna vez solicitaron aumento en sus pensiones, no perseguían con ello esa
recompensa económica, manteniendo una producción escasa y siempre dedicada a
los temas que les apetecía, especialmente a algunos tan poco valorados por los
regalistas como la historia eclesiástica.
Simplificando, podemos decir que el período de mayor
esplendor de la producción literaria jesuítica en general, globalmente considerada,
fructificó en el período 1778-1789, mientras que la de los jesuitas vascos se
dio en el primer y más difícil período del exilio 1767-1777, no aprovechándose
de las ventajas y «mayor apertura» facilitadas a los jesuitas expulsos por el
nuevo primer ministro, Conde de Floridablanca, cosa que sí hicieron los de
otras provincias, como las de Aragón o México.
Da la impresión de que los jesuitas vasco-navarros no
superaron la primera etapa del exilio y continuaron absortos en el mundo
anterior a la expulsión. Cuando se relacionaban con el Gobierno español no lo
hacían con la sumisión del mecenazgo literario, es decir, del escritor que
escribe al hilo de la actualidad halagando al poderoso de turno, sino para
reclamar sus derechos anteriores (caso de Terreros respecto a los derechos de
autor de su famoso Diccionario Quadrilingüe).
Jesuitas con nombres propios
La obra de Astorgano está estructurada en once capítulos,
seguidos de unas conclusiones y de un apéndice con una treintena de semblanzas
de escritores jesuitas expulsos vascos.
Tras el capítulo segundo, dedicado a esclarecer las fuentes
para conocer la literatura del exilio de los jesuitas vascos, el tercero
afronta el tema de los antecedentes. En cuanto a los números, afirma el autor
que el total del colectivo jesuítico expulsado, entre España y América, rondaba
en torno a las 6.000 personas; dentro de ellos unos 600 eran literatos3,
escribían, y de ellos 80 procedían de la Provincia jesuítica de Castilla, a la
que pertenecía el País Vasco y Navarra.
Dentro de ellos, destaca Astorgano a los PP. Larramendi,
Calatayud, Cardaveraz, Mendiburu e Idiáquez, «amigos entre sí, destacados
escritores y líderes respetados no sólo en Euskadi, sino también dentro de la
Provincia jesuítica de Castilla». Todos ellos escribieron sobre religión,
moral, cultura, euskera y letras, antes del exilio. Fueron al destierro,
igualmente, algunos jesuitas vascos que eran profesores en la Universidad, como
los bilbaínos Miguel Ignacio de Ordeñana y Gabriel del Barco, o en el colegio
de Salamanca, donde impartían diversas cátedras, entre otros, el famoso P.
Francisco Xavier de Idiáquez, o Antonio Eusebio Samaniego, hermano del
fabulista.
Relevancia social
El capítulo cuarto está destinado a dar señal de las noticias
sobre los provinciales vascos expulsos, personas que además de tener un relieve
dentro de la Orden, lo tenían también dentro de la sociedad. El pamplonés
Francisco Javier de Idiáquez, «humanista, provincial y líder de los jesuitas de
la Provincia de Castilla, vizconde de Zolina como primogénito de los duques de
Granada de Ega», que trató de detener la expulsión valiéndose de su influencia
en la Corte sin éxito. El vizcaíno Lorenzo de Uriarte, profesor en varios
colegios y rector de alguno, más tarde provincial de Castilla. El guipuzcoano
Manuel Balzátegui, provincial en el Nuevo Reino de Granada (actuales Colombia y
Venezuela), autor de varias obras filosóficas y científicas de uso en la
Universidad Javeriana de Bogotá, que durante su exilio, siguió escribiendo en
italiano. El guerniqués Bernardo Pazuengos, provincial en las Filipinas.
Que va desapareciendo de forma paulatina
En el capítulo quinto estudia Astorgano la «Permanencia del
jesuitismo después de la expulsión entre 1767 y 1773». Afirma el autor que los
jesuitas, que antes de la expulsión tenían una gran influencia en la sociedad
rural vasca, comienzan a perderla no sólo por efecto de su ausencia física,
sino por las campañas laicistas del gobierno ilustrado que llega incluso a
prohibir la correspondencia entre los expulsados y sus amigos que permanecen en
el País Vasco, aunque unos y otros encuentren maneras para burlar esta
prohibición.
Relata, también, cómo existían en el interior de Euskadi
algunos reductos de ex-novicios que nunca ocultaron su filiación a la Compañía,
o sacerdotes seculares que manifiestan su condición a favor de los jesuitas de
forma abierta, exponiéndose a menudo a sufrir los castigos del regalismo
gobernante. Además, dedica una parte a estudiar el desarrollo de dos colegios
emblemáticos relacionados con la Real Sociedad Bascongada: el de Loyola y el de
Azkoitia. El primero, de una relevancia especial para la Orden al haber nacido
allí San Ignacio, que albergaba antes de la expulsión un buen archivo y una
magnífica biblioteca, abandonados ambos hasta que entre 1798 y 1806 se refugian
allí los monjes premonstratenses del monasterio de Urdax (Navarra), tras el
saqueo de su monasterio. El segundo, en el que si bien las relaciones de los
jesuitas con la Bascongada fueron correctas, pero no amistosas, famoso por los
ilustres profesores que enseñaron en él, los PP. Cardaveraz, el filólogo José
de Beovide o Juan Bautista Iriarte, que era director en el momento de la
expulsión.
Y se recrea literariamente
Resultan especialmente entrañables los capítulos siguientes.
En el sexto, bajo el título «La atracción del "paraíso" vascongado»,
muestra Astorgano a «los jesuitas vascos que se quedaron en Euskadi, los que
debieron quedarse y los que intentaron librarse del destierro». Manifiesta en él
el conocimiento profundo que posee sobre el jesuita Hervás, pues siguiendo esta
fuente, y otras, recrea las incidencias sentimentales de los exiliados vascos,
que recordaban su tierra como un lugar idílico. Enriquece todo ello con una
amplia nómina de los jesuitas que amaban tanto a su tierra, que, a pesar del
peligro que suponía, se asentaron en Francia con el único interés de vivir lo
más cerca de la frontera española.
En el séptimo, titulado «La vida cotidiana de un jesuita
desterrado vasco», recuerda que, al principio, pasaron muchas penalidades
físicas, intelectuales y religiosas, según los lugares de residencia, pero,
«con el tiempo, mejorarán esas circunstancias y los jesuitas más pudientes,
como Antonio Samaniego o el P. Idiáquez, irán solicitando permiso para tener
sus oratorios privados en sus respectivos domicilios, como se puede comprobar
en los archivos episcopales de las ciudades en las que residieron, como Bolonia
o Ferrara».
Y es que, después de la supresión de la Compañía en 1773, los
jesuitas, al convertirse en clérigos seculares, sin votos que los aten, cambian
y diversifican la vida uniforme que habían mantenido hasta el momento, según
anota el estricto P. Luengo, que seguía defendiendo las esencias jesuíticas de
la vida en común. Además, los socorros recibidos por los exiliados variarán
notablemente según los bienes de las familias de las que dependían en el
destierro, pues si eran nobles y tenían bienes era más fácil recibir ayuda.
Concluye Astorgano que la casuística respecto a este punto fue muy variada, lo
mismo que sobre la conservación de las costumbres y hábitos ignacianos y sobre
las profesiones que tuvieron que adoptar para sobrevivir en el exilio.
Sobre los escritos
Descrito el contexto social de la nueva vida de los jesuitas,
se introduce el autor en el meollo de la obra: la producción literaria misma.
El capítulo octavo, titulado «Hacia una periodización de la literatura del
exilio de los jesuitas vascos expulsos», comienza introduciendo al lector en la
polémica acerca de si la periodización se debe hacer por géneros o por etapas
cronológicas. Astorgano se muestra partidario de esto último4, estableciendo
cuatro etapas.
La primera en la que figuran los jesuitas escritores vascos
que murieron antes de 1777. Es la literatura de la expatriación y extinción de
los jesuitas, en una época caracterizada por la mayor persecución por parte del
regalismo madrileño, pero en la que aparecen obras importantes de expulsos
vascos, como José Cardiel o Manuel Uriarte, Esteban Terreros, Miguel Ignacio de
Ordeñana, Patricio Meagher...
La segunda, que denomina «período de esplendor», en la que
figuran los jesuitas escritores vascos que murieron entre 1778 y 1789. Se
producen en esta época los principales trabajos de Llampillas, Hervás, Juan
Andrés, Vicente Requeno, Juan Francisco Masdeu, Antonio Eximeno, Juan Ignacio
Molina, Esteban de Arteaga, segoviano de origen vasco, y entre los euscaldunes
José Cardiel, Manuel Uriarte, Lorenzo Echave, Sebastián Mendiburu, Juan
Hermenegildo Aguirre, Blas Miner...
La tercera, que caracteriza como «período de contracción en
la producción literaria», comprende a los jesuitas vascos que fructificaron
entre 1789 y 1798, y coincide con la Revolución francesa y el mayor control por
el Estado de la producción literaria en general, incluida la de los jesuitas.
En esta etapa sólo se pueden recordar algunos autores vasco-navarros, como
Roque Menchaca y Domingo de Zuloaga, organizados en torno a una academia de Historia
eclesiástica en Bolonia.
La cuarta, que denomina como «período de descontrol y de
decadencia de la producción literaria de los ex jesuitas», integrada por los
jesuitas vascos que murieron después de 1798. Se trata de una época durante la
cual algunos jesuitas vascos retornaron a España para fallecer en Euskadi, como
Francisco de Bazterrica, Manuel Uriarte o José de Beobide; otros «fueron
obligados a emprender un segundo destierro en Italia y se reintegraron a la
Compañía», como Joaquín Solano y Roque Menchaca, y otros vivieron libres y
aislados en Italia.
El trabajo de esta última parte resulta especialmente valioso
por la gran dificultad que ha tenido que superar el autor para reconstruir la
vida de los literatos jesuitas de origen vasco en unos años tan revueltos
política y bélicamente para poder ofrecernos datos creíbles acerca de los
mismos.
Dedica el autor el capítulo noveno a hacer un minucioso
estudio con el fin de encuadrar a cada jesuita escritor en su provincia
geográfica de origen. Para ello, comienza aclarando al lector que la extensión
de las obras de la Compañía de Jesús en cada una de ellas era muy desigual. En
Guipúzcoa la Compañía atendía seis colegios, en Vizcaya tres y en Álava uno.
A pesar de tan escasa presencia en Álava, de esta provincia
eran oriundos algunos eminentes literatos como José Cardiel, Adrián Antonio de
Croce, Roque Menchaca y Manuel Joaquín Uriarte Rodríguez de Baquedano. En el
caso de Guipúzcoa, que tenía más colegios y mayor número de jesuitas, y a pesar
de que la labor de algunos de ellos en defensa del euskera, fue destacada en
época temprana y anterior al exilio con la obra de Larramendi, Cardaveraz y
Mendiburu, más adelante no aparecieron literatos tan relevantes, porque apenas
si hallamos alguno que escribiera algo interesante, o en caso de que lo
hicieran, su literatura no ha llegado a nosotros. En el caso de Vizcaya, los
jesuitas fueron más relevantes como superiores que como literatos, produciendo
escritores de menor relevancia literaria, como Miguel Ignacio Ordeñana, Joaquín
Láriz y Martín Xarabeitia.
Eso sí, se da el caso de que «el príncipe de los escritores
jesuitas vizcaínos expulsos fue el lexicógrafo Esteban Terreros, que estuvo
toda su vida adscrito a la Provincia de Toledo», en cuyo espacio geográfico se debe
estudiar... No olvida Astorgano pasar revista a los jesuitas de origen vasco
que estaban destinados en las colonias, como las provincias de Nueva Granada,
Nueva España y Filipinas, agrupando noticias hasta ahora ignoradas sobre ellos.
Cierra el conjunto con dos capítulos destinado uno a «La
producción literaria de los coadjutores vascos expulsos», anotando que muchos
de los que se encontraban en esta situación o bien abrazaron el sacerdocio o
bien se casaron. Entre todos ellos hubo pocos que realizaran labores
intelectuales y literarias. En «Los jesuitas que no escribieron nada en el
destierro, a pesar de sus cualidades», reúne a un grupo de jesuitas que tenían
habilidades intelectuales, pero que no redactaron nada en el exilio, como se
observa en los casos de José Aztina o de Joaquín Solano.
En resumen
En las conclusiones, Astorgano recuerda que escritores tan
eminentes como Juan Andrés, Esteban de Arteaga, Lorenzo Hervás, Pedro
Montengón, José de Isla o Esteban Terreros escribieron en las difíciles
circunstancias del exilio, y llama la atención hacia el hecho de que redactaron
sus trabajos de investigación no sobre las manidas obras sacras, sino que se
acercaron innovadoramente a la cultura y a las ciencias de su época a la luz de
la Ilustración cristiana. Por el contrario, «prácticamente ningún jesuita
expulso vasco manifestó su deseo de penetrar en los nuevos campos que la
ciencia y la erudición les abrían, no sintiendo la necesidad de conciliar la
tradición y la novedad», donde, salvo el caso de Terreros, apenas se pueden
citar algunos nombres y títulos relevantes.
El libro se completa con un apéndice titulado «Semblanzas de
escritores jesuitas expulsos vascos», en el que en 163 páginas incluye un
listado con explicaciones básicas de la vida y las obras de 28 de estos autores
y una bibliografía que avala la hondura de la investigación.
En resumen, dos son los valores que, a mi juicio, merece la
pena destacar, uno de tipo extensivo y otro de tipo intensivo. En cuanto al
primero, por la cantidad de trabajo que cualquier lector puede advertir a
simple vista: no hay duda de que es un libro bien documentado, se han removido
archivos, consultado fuentes, comparado documentos... En cuanto al segundo,
porque detrás de todo este trabajo de archivo hay una mente con una magnífica
capacidad de sistematización que ayuda al lector no especializado a hacerse una
idea cabal de lo que se trata.
Es notable que tras este libro hay más de veinte años de
trabajo y muchas otras publicaciones al respecto.
Fuente:
Fondo Editorial Revista Oiga
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu
de Lima
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu
de Perú
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