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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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viernes, 13 de mayo de 2011

Oiga

Lima, 7 de junio de 1935

Señor don Víctor Raúl Haya de la Torre.

Hoy, Día del Ejército, Día de Arica, día de gloria entre los días peruanos más gloriosos, no debiera ser el más indicado para escribirle a usted que no ama nuestras proezas militares y que piensa en el «compañero soldado» sólo para incitarlo a la rebelión. Pero los acontecimientos, la dolorosa ironía de los acontecimientos, han querido que hoy me toque escribirle a usted esta carta.

Se la escribo, para decirle a usted, una vez más -deseo que no sea la última vez- cuán graves daños le ha causado usted al Perú. No se figure usted que voy a hablarle de la sandez doctrinaria del Apra, ni de la inmoralidad de sus dirigentes, ni de la inconsciencia de sus prosélitos multitudinarios. No. Todo eso lo callarnos por sabido.

Le escribo para decirle que sobre la acción pública de usted, tan breve y tan luctuosa, tan efímera y tan infortunada, pesan dos cargos mortales. Ha suprimido usted a los rebeldes y ha creado asesinos. A los grupos de hombres libres y activos los ha reemplaza­do usted con bandas de fascinerosos. La lucha política la ha conver­tido usted en una pavorosa aventura judicial. Ya en el Perú no hay gobiernistas y opositores. Hay delincuentes y víctimas. Ignoro si usted y sus amigos se dan cuenta del horror de este estado de cosas.

Si, por fortuna nuestra, no estuviera, hoy, a la cabeza del gobierno y al frente de los destinos del Perú un hombre sereno y respetable, un hombre honesto y respetuoso, un hombre tranquilo y firme como el presidente Benavides, nos mataríamos en las calles. Todos, compañero, andaríamos o con el puñal al cinto o con la carabina al hombro. Y de esto, es usted el único responsable.

Si hubiese usted logrado corromper a los hombres y convertir en asesinos a varones de treinta años, acaso le perdonásemos su actuación. Es decir, no se la perdonaríamos; pero la comprendería­mos. Por lo menos, se trataría de crímenes de hombres. Pero ha corrompido usted a los niños. Es usted un violador de conciencias adolescentes. Observe usted lo pavoroso que es todo esto.

Para desgracia del Perú, frente a usted surgieron, en época felizmente concluida, otros tan violentos, tan sanguinarios y tan inconscientes como usted. Y el Perú estuvo a punto de convertirse en una batahola de matarifes dentro de un camal. Esto fue muy breve, porque la inmensa mayoría de las conciencias honradas y de los corazones tranquilos, pudo más que la epilepsia creada por usted. Y concluyó la beligerancia que usted produjo.

Pero después de que el presidente Benavides vino a darnos orden y paz, usted y los suyos fueron los primeros en aprovechar los beneficios de la paz y el orden, usted y los suyos insistieron en el asesinato. Es su método político. En usted, la actividad criminal es congénita.

A la cabeza de sus hordas, ha destruido las tradiciones jurídicas del país, ha pisoteado sus recuerdos heroicos, se ha chingado usted en su dignidad civil, ha roto usted su equilibrio político, ha ensuciado usted su nobleza democrática. Nos ha dejado usted, cívica y espiritualmente calatos y sucios.

Si Leguía destruyó el respeto por la función pública y convirtió en portapliegos a los más altos dignatarios del Estado, usted le ha quitado majestad al pueblo, le ha quitado valor a la masa, ha envilecido usted a la multitud.

Y, por reacción inevitable, ha producido usted el encumbramiento de los ricos necios. En el Perú, ya había muerto el becerro de oro, ese animal hediondo y voraz que tanto prosperó con Leguía. Por obra de las artes criminales de usted y de los suyos, el becerro de oro vuelve a lanzar sus balidos mefíticos y otra vez lo vemos en la prensa y en el parlamento, empeñado en asumir la dirección de los espíritus. Dichosamente, oh, compañero, jamás la animalidad se sobrepuso al espíritu.

Por culpa de usted, tenemos que guardar patriótico silencio los que siempre alzamos, bien alta, nuestra voz patriótica. Entre los ricos necios y los asesinos sin hombría, tenemos que quedarnos con los ricos necios. Son cargantes y fastidiosos; pero no atentan contra la vida de nadie. Nos entorpecerán un poco; nos harán un poco grasos y un poco sórdidos; pero no nos envilecerán nunca. Son gentes digestivas a quienes, a la larga, el cerebro les gana la batalla.

A mí, créalo usted, me da mucha pena ver que, por culpa del APRA, es imprescindible que transijamos con la tontería. Pero entre un tonto y un bandido, no duda ningún hombre de bien. Quién sabe si, por culpa de usted, nos sea preciso terminar hasta en algodoneros.

Acaso concluyamos fundando una casa de préstamos. Triste destino para quienes iniciamos nuestra vida pública oyendo voces patricias.

Yo, joven capitán de niños delincuentes, me formé en la política, escuchando al verbo espiritual de Víctor Maúrtua, las leccio­nes de Javier Prado, la obra de Manuel Augusto Olaechea, ese artista del Derecho Civil. Oí la voz de Nicolás de Piérola y le escuché a don Andrés Avelino Cáceres relatar las campañas de la Breña. Yo, joven capitán de niños delincuentes, conversé, durante siete años, casi todos los días, con Manuel González Prada. Los primeros elogios que escuché en mi vida los escribió la pluma magistral y austerísima de Abelardo Gamarra. Mis compañeros de juventud fueron Abraham Valdelomar, Leonidas Yerovi, Julio Málaga Grenet, José Carlos Mariátegui, César Falcón. Conspiré junto a Augusto Durand y fui testigo de las tumultuosas campañas cívicas de Guillermo Billinghurst, ese hombre tan saturado de pueblo. Lo implacable de la política lo aprendí en Germán Leguía y Martínez, la circunspección distinguida la vi en Melitón Porras, el empuje audaz e inteligente en Arturo Osores, la caballerosidad y el dandismo en José Carlos Bernales. Yo lo conocí a don Ricardo Palma cuando torcía un cigarrillo de la marca «Perú». Yo he bebido en la fuente del ingenio profundo, sutil, encantador de ese maestro de estadistas y de pensadores que es José Balta.

En el extranjero traté a muchas gentes de igual alcurnia mental. Y ahora, cuando mi juventud termina, llego a mi patria, joven capataz de niños asesinos, a presenciar el horrendo espectáculo del crimen convertido en costumbre. Nunca le perdonaré a usted todo esto. Cuando Piérola hacía sus revoluciones, las hacía con una gallardía, con un empuje, con un romanticismo, con una virilidad que sus mismos adversarios admiraban. Era el Caballero Andante de nuestra política.

Quizá habría sido preferible que nunca lo tomáramos a usted en serio. Pero como usted es megalómano y quiere que lo tomen en serio, se ha convertido en gangster y lo ha conseguido. Ya lo tomamos en serio. Todo lo que cae dentro de las extremas disposi­ciones del Código Penal, es muy serio.

Por culpa de usted, José de la Riva Agüero, ese historiador tan distinguido y erudito, tan heráldico, es personaje político. Por culpa de usted es personaje político don Carlos Arenas Loayza, ese Mefistófeles sin Fausto y que del infierno sólo tiene el color.

Carece usted de heroicidad y de grandeza. Carece usted de aristocracia mental y sicológica. El problema del orden público, siempre tan grave en el Perú, hoy es, ante el crimen, el único problema grave. Ya no podemos ocuparnos en mejorar las institucio­nes y las leyes, las costumbres públicas y los hábitos privados. Apenas nos deja usted tiempo para evitar que nos asesinen. Por culpa de usted se ha creado el conflicto religioso y ha desaparecido la universidad.

Usted podrá creer que un hombre que ha producido tantas calamidades tiene grandeza. Y esto es mentira. Tiene dramaticidad, como la tienen un incendio, un ciclón o un naufragio. Es usted deplorable y dramático como un terremoto. A usted, el Perú nunca podrá darle el poder. Es imposible, así como es imposible que la naturaleza le conceda al huracán la dirección del mundo.

Por culpa de usted, nuestras gentes le han perdido el respeto al Poder Judicial y quieren que retornemos a los amargos y remotísimos tiempos en que los hombres se hacían justicia por su propia mano. Y los que aún respetarnos, Ilusos, al Poder Judicial nada podemos decir. Quizá, también, nos llegue la hora de hacernos la justicia por nuestra propia mano.

Por culpa de usted, uno de los mandatarios más austeros, más correctos -en el buen inglés de la palabra-, más bien intencio­nados que ha tenido el Perú, pasa por el injusto e incalificable trance de estar sometido a amargas y apasionadas disputas. Por culpa de usted, le hemos perdido el respeto a lo respetable. Nos ha envilecido usted en grado verdaderamente aprista.

Cuando pienso en la obra consumada por el aprismo, casi me alegro de que estén bajo tierra los grandes amigos de mi juventud y que duerman el sueño eterno mis grandes maestros. Y me da pena que vivan Manuel Augusto Olaechea, Víctor Maúrtua, Manuel Vicen­te Villarán, Arturo Osores, Melitón Porras. Ha encenegado usted a los niños, ha pervertido usted a los adolescentes, ha entristecido usted a los jóvenes, ha desconsolado usted a los hombres maduros y ha ensombrecido usted los últimos años de los viejos.

Ha detenido usted el progreso democrático y el avance liberal y ha prostituido usted, con perversidad infantil, el sentido marxista. Es usted un andrógino de la política, un indiferenciado de la vida pública. Es usted responsable de que vayamos perdiendo el amor a la justicia, ese amor que fue base de la grandeza de Roma y es base de la grandeza de Inglaterra.

Lo único que le falta a usted es inficionar los espermatozoides a fin de conseguir que de los hijos de nuestros hijos nazcan unos fascinerosos. A la mujer, la ha embarcado usted en aventuras varoniles de conspiración y de tramoya pública. Quizá llegue usted a destruir los ovarios de las madres peruanas.

Usted tiene la culpa de que no nos haya sido totalmente posible aplicar la patriótica política financiera del Presidente del Perú. La hemos aplicado nada más que en buena parte. Pero si usted y sus muchachos asesinos no actuasen, los ricos necios no habrían alzado, tan insolentemente, sus voces para oponerse a esa política financiera tan justa y tan exacta y para impedir, felizmente nada más que en parte, su feliz aplicación. Por culpa de usted estamos a punto de que desaparezca la justicia común y la clase media, esas dos grandes conquistas de la civilización en dos mil años de marcha. Cuando la justicia se llama común es porque es para el común de las gentes, porque es justicia de la comunidad; justicia en la cual se refunden los viejos conceptos de la justicia distributiva y de la justicia conmutativa. Cuando la clase se llama media, es porque se ha conseguido el equilibrio de las clases y se ha logrado ese punto fiel donde todos los hombres igualan sus aspiraciones y sus posibilidades. Por culpa de usted, resurgen la plutocracia roñosa y la justicia no igualitaria, es decir, no común.

Mire usted cuantos daños ha producido. Por culpa de usted, yo no puedo decir ahora las tremendas verdades que tanto necesita el Perú. Usted adulteraría esas verdaderas y las convertiría en mentiras. Haría de ellas un vil acto publicitario. Y yo no puedo ni debo ser su colaborador. Mi indignación contra usted llega a este punto: antes que ser su amigo, prefiero ser oligarca. Como no puedo mentir, me callo la boca. Que caigan sobre usted las desdichas provenientes del súbito engreimiento de los tontos y de la repentina prepotencia de los criminales.

Nosotros haremos cuanto esté en nuestras manos para evitar que la tontería y el delito destruyan al Perú. Al Perú, que vale mas que usted, aunque solo sea por la razón de que usted es el Perú con signo negativo. Si es verdad que lo inmanente se cumple, morirá usted en manos de un niño.

Federico More

jueves, 21 de abril de 2011

Oiga

El alma vasca de Paco Igartua

Por Jhon Bazán Aguilar

Francisco Igartua Rovira, periodista peruano de raíces vacas, es más conocido por su aporte fundacional al periodismo de opinión peruano –como que fundó las dos revistas medulares de la vida política del siglo 20 aún proyectándose al siglo 21: Oiga y Caretas, esta última siguiendo aún sus lineamientos editoriales-; pero su aporte a la unidad vasca no es tan conocido y merece ser también resaltado.

Igartua se reconoció vasco tempranamente, y se imbuyó en las preocupaciones de la nacionalidad lejana que le legó su padre, al punto que –ya muerto este- viajó hasta su pueblo natal, encontró a los familiares que aún vivían, y luego hizo casi un ritual del peregrinaje a Oñate, el pueblo de donde salió su progenitor en busca de su destino, y más precisamente al caserío Berotegui del barrio Goribar donde estuvo su casa paterna.

En Lima fue uno de los más activos reactivantes de la unidad vasca y de su vínculo con el gobierno vasco que luchaba por reconquistar una presencia autónoma; y fue él, precisamente, quien exhumó la verdad de la unidad vasca en América estableciendo que fue en Lima que se fundó la primera cofradía vasca de que se tenga noticia, alrededor de la Virgen de Aranzazu, propiciada por la Hermandad Vascongada.

Estuvo en dos congresos mundiales de las colectividades vascas y todas las personas con las que he conversado señalan sus aportes y su espíritu conciliador cuando surgían las discrepancias.

Josu Legarreta, quien por años tuvo a su cargo los contactos del gobierno vasco con los centros vascos de ultramar, recuerda a Igartua como un gran conversador. En un artículo inédito que ha escrito en forma de carta a Paco Igartua dice: “Pero no sólo hablábamos de Euskadi. Perú era también uno de nuestros temas preferidos. Y correspondiste más que sobradamente a mis curiosidades sobre la situación socio-política de este gran país: de sus Partidos Políticos, de los diversos Gobierno, de la situación económica, del Sendero Luminoso, de las poblaciones marginales, de los sectores indígenas, de tu vida de destierro en Chile, México y Panamá, de tus relaciones con Fidel Castro, con Vargas Llosa, etc, etc. Tu actitud de respuesta me resultó sumamente agradable e interesante. Si me permites proseguir con mi confesión de recuerdos, hablaré de todo ello, aunque en primer lugar quiero resaltar en qué medida me afectaron tus comentarios sobre las formas de vida de las poblaciones marginales”.

Y al recordar la intervención de Igartua en el Congreso Mundial de las Colectividades Vascas de 1995 dice: He vuelto a releer el texto de tu intervención. He visto en él a mi amigo Paco con su eterna actitud de renuncia al autohalago: dices que habías “sido invitado al Congreso como acompañante de la delegación del Perú”. Pero ésta no es la verdad: tú fuiste invitado por el propio Lehendakari (Presidente vasco)”

Es que así era Igartua: desprendido y abierto, preocupado por los demás, por el país, por la democracia, por la cultura y en el fondo de todo ello, preocupado también por el mundo vasco que supo apreciar porque lo llevaba en la sangre.

lunes, 11 de abril de 2011

Oiga

Francisco Igartua - Editorial – Alan García contra el Perú - 10/04/1990

CUANDO oía, el viernes, entre desconcertado y sorprendido, los malabares retóricos del presidente Alan García, me vino a la mente la descripción que de él me hace, en reciente carta, un lector de esta revista. Las palabras libertad y democracia, maravillosamente conjugadas en el siempre fluido lenguaje presidencial, me sonaban imperceptiblemente a falsas, a tener significado contrario a lo que el presidente decía. Hablaba con indiscutible elocuencia e impecable hilación lógica de continuidad democrática, de elecciones limpias, de plenas garantías electorales y, a la vez, de inmediato, engañosamente, convocaba a elecciones regionales en la mitad del territorio nacional, a pesar de que todo el mundo sabe, según propia confesión del premiar Luís Alberto Sánchez, que, en las circunstancias actuales, las elecciones regionales no son sino una trampa, destinada a confundir, enturbiar, desestabilizar las elecciones generales. Tan así se veían que el premier Sánchez juró y rejuró que no serían convocadas; luego dejó entrever que no estaría mal ensayarlas en una región piloto; y hace poco el APRA aseguró que en sólo dos regiones habría elecciones. Hoy, la convocatoria ya llega a cuatro. Con qué precisión describe en su carta al presidente García este lector amigo:

“Nadie puede acusarlo de incapacidad para adaptarse a los constantes cambios de la coyuntura política. Nadie como él percibe las oportunidades que las situaciones más adversas le ofrecen. Tiene, políticamente hablando, más vidas que un gato, mayor habilidad que el felino más ágil para caer siempre de pie. Adivina siempre muy bien cuál es el punto más vulnerable del país en un momento dado, y sabe dónde aplicar el golpe más certero para dañamos, como no, lo haría el más consumado karateca... Nadie sabe mejor que él cómo tender una nube de 'palabras para disfrazar sus propósitos' y engañar a los incautos. Nadie como él se las entiende para explotar la ingenuidad imperdonable -según él- de nuestros políticos, los de su propio partido y los contrarios".

“Alan García contra el Perú” es el título de la carta que voy a seguir transcribiendo. Y cómo le da la razón a este título el espectacular discurso del viernes!...

No pudo ser más cierta y encendida, más racional y convincente, la defensa que hizo el presidente García de la regionalización. Sin embargo, más allá de la inoportunidad y precipitación de la regionalización aprista, hubo también un fuertísimo y desagradable sinsabor en la palabra presidencial: El sabio doctor Alan García ha constatado -según dijo- que la organización política actual -la que consagran nuestras leyes- está hecha para que usufructúen del sistema sólo los poderosos. Y para destruir el sistema, no para darle continuidad y vida, es que se necesita la regionalización. Para Alan García, el meollo de la cuestión está siempre no en la unión y el consenso sino en el enfrentamiento, en el odio y la revancha; aunque use, para engañar, las palabras al revés. Los gobiernos regionales, en el esquema mental del presidente García, no deben nacer para integrar más a esta República unitaria sino para desintegrarla, para enfrentar a las regiones con el gobierno central, para dividir a los peruanos entre buenos y malos, entre pueblo y dirigentes, entre miserables y triunfadores. La regionalización en manos de Alan García no es arma para realizaciones fecundas, es semilla de maldad, de rencores y enfrentamientos que espera le estallen en la cara al próximo gobierno.

A pesar del país de maravillas que, con desbordante imaginación e infinidad de cifras y datos falsos, nos presentó como futuro y presente del Perú; a pesar de descubrir tardíamente que son necesarios los tribunales militares para poder combatir con eficacia al terrorismo -tardíamente porque sabe que para lograr tal propuesta se requiere una reforma constitucional o la declaratoria del estado de sitio-; a pesar de su deslumbrante retórica, el presidente Alan García es, como dice el amigo lector de OIGA, el enemigo número uno del Perú:

"Con frecuencia se discute -escribe mi amigo- cuál es el mayor enemigo que el Perú enfrenta en nuestros días, si la inflación o el terrorismo. Es una discusión académica e inútil. El mayor enemigo que enfrenta el Perú en estos momentos es Alan García. Lo es porque ninguno de esos gravísimos problemas, ni tampoco el narcotráfico, habrían alcanzado las dimensiones a que han llegado si no fuera por Alan García.

"En realidad la crisis económica ha sido provocada, no involuntariamente sino a sabiendas, por Alan García. Y el terrorismo no habría crecido en la forma como lo ha hecho de no haber sido por la colaboración pasiva de Alan García”.

"Alan García ha arruinado económicamente al Perú con su negativa a adoptar una política coherente frente a la crisis que sus propias directivas de gobierno han provocado; con su negativa a nombrar un ministro de Economía capaz, que estuviera a la altura de las circunstancias. Ya los mediocres que ha llamado al Gabinete no los ha dejado siquiera aplicar las medidas que ellos hubieran deseado, sino que les ha impuesto sus propias y aberrantes ideas”.

"Alan García no ha hecho del Perú un país de maravillas, como él dice; lo que ha hecho es empobrecer a la población en una magnitud inverosímil -él que se decía defensor de los pobres- y la va a seguir arruinando con la gigantesca emisión monetaria que se acaba de aprobar, y con las emisiones sucesivas que seguirán inevitablemente”.

"Alan García ha dejado que el terrorismo avance en nuestras serranías, cope extensas zonas de la selva y empiece a cercar Lima y otras ciudades de la costa. Lo ha dejado porque conviene a sus propósitos”.

"Nadie puede acusar a Alan García de no saber lo que hace o de cometer errores a pesar suyo. El sabe muy bien qué es lo que busca, aunque los 'blancos que persigue sean cambiantes y con frecuencia contradictorios”.

"Pero ¿qué persigue Alan García? ¿Hay algún propósito definido detrás de tanta incoherencia? Si hacemos un recuento de sus metas temporales no será difícil descubrir la lógica megalómana y demencial que se oculta detrás de tantas contradicciones...”. "Su primer propósito -negado por él pero voceado hasta desde las azoteas por sus partidarios – fue el de ser reelegido. Fracasó.

“Enseguida trató de preparar el terreno para la victoria electoral de una coalición encabezada por un aliado de otra tienda partidaria, que preparara su regreso triunfal en 1995. Fracasó”.

“Incapaz de influir decisivamente el resultado de las próximas elecciones presidenciales, se propuso boicotear esos comicios, haciendo que su realización fuera imposible en amplias zonas del país. Al no tener las elecciones resultados constitucionalmente inequívocos e incontrastables podría intentar que un Parlamento sumiso le prolongara su mandato. El avance de la subversión en áreas extensas del país contribuía muy bien a sus propósitos”.

"Aparentemente ha abandonado esos planes porque la opinión pública y la presión castrense lo han obligado a dejar que las Fuerzas Armadas actúen con energía frente a la insurgencia, y porque se ha dado cuenta de que el país no aceptaría ese fraude”.

"Ante el surgimiento de una candidatura de la oposición que encarna las esperanzas de un pueblo malherido, y cuya victoria arrolladora ya se avizora en el horizonte, Alan García se propone ahora dejarle un país catastróficamente arruinado, ingobernable por las tensiones sociales acumuladas y las nuevas tensiones regionales que él está creando, un país a punto de estallar. Se ha propuesto asegurar el fracaso de Mario Vargas Llosa aun antes de que se ciña la banda presidencial”.

"Alan García le ha declarado la guerra al país. Como una amante despechada, puñal en mano, Alan García le grita al Perú: Si no eres mío no serás de nadie".

Esta es la realidad que vive el Perú, esta es la verdad que conoce el pueblo que acude a los mercados para parar la olla. Esa “extraordinaria bonanza" que nos trajo el gobierno aprista, con la interrupción -según él- de un pequeño bache que ya estamos superando, sólo existe en la elegante retórica del doctor Alan García, en su mágica manipulación de las palabras.

viernes, 25 de marzo de 2011

Igartua

Instituyen premio nacional en el Perú

En memoria de periodista Igartua

Con el nombre de uno de sus periodistas más talentosos de los últimos tiempos, el Perú le rinde homenaje estableciendo el premio “Francisco Igartua Rovira” que se otorgará anualmente a quien mejor represente una conducta moral en defensa de los valores democráticos.

Francisco Igartua, nacido en el Perú de padre vasco, falleció hace siete años luego de una brillante trayectoria en lo periodístico, cuyo clímax fue la fundación de “Oiga” y “Caretas” las dos más importantes revistas políticas y de interés general del Perú, y de la cual le sobrevive la última, aun conservando sus lineamientos fundacionales.

Igartua visitó España repetidas veces, y en especial a Oñate, el pueblo de donde salió su progenitor en busca de su destino, y más precisamente al caserío Berotegui del barrio Goribar donde estuvo su casa paterna.

Y es que el periodista Igartua se reconoció vasco tempranamente, y se imbuyó en las preocupaciones de la nacionalidad lejana que le legó su padre, al punto que –ya muerto este– viajó hasta su pueblo natal, encontró a los familiares que aún vivían, y luego hizo casi un ritual del peregrinaje a ese lugar.

En Lima fue uno de los más activos reactivantes de la unidad vasca y de su vínculo con el gobierno vasco que luchaba por reconquistar una presencia autónoma; y fue él, precisamente, quien exhumó la verdad de la unidad vasca en América estableciendo que fue en Lima que se fundó la primera cofradía vasca de que se tenga noticia, alrededor de la Virgen de Aranzazu, propiciada por la Hermandad Vascongada.

Estuvo en dos congresos mundiales de las colectividades vascas y todas las personas con las que he conversado señalan sus aportes y su espíritu conciliador cuando surgían las discrepancias.

El “Premio Francisco Igartua”, que se crea a iniciativa de sus amigos mas cercanos, tiene como principal misión “alentar y dar relieve a la defensa y sustento de los principios democráticos y ciudadanos, en correspondencia con el pensamiento y la trayectoria del ilustre periodista de la cual toma el nombre, quien hizo de esos principios un compromiso y un ejemplo a seguir”.

Su principal actividad anual será la concesión del “Premio Francisco Igartua”, que conlleva la entrega de 10 mil dólares americanos, que se otorgará a personas e instituciones destacadas que destaquen en ese lapso por su aporte y conducta moral.

El jueves 24 de este mes en Lima los amigos y colegas de Igartua rindieron homenaje a su memoria en una misa oficiada en su honor en la Iglesia Santa María Reina del distrito de San Isidro, en la ciudad de Lima, Perú.

Lima, Marzo 2010.

martes, 7 de diciembre de 2010

Oiga

FRANCISCO IGARTUA – “SIEMPRE UN EXTRAÑO - ¡Tú crees que con dos millones de dólares yo me iba a quedar aquí!

A la hora del aseo diario, en algún momento, sea en la ducha, frente al espejo o sentado en el wáter, a Francisco siempre le asaltan imágenes, ideas, recuerdos, saudales, proyectos en el aire. En su hora de divagar sin ataduras, a pesar, en los últimos meses, de la insistencia autoritaria de Gustavo:

“Tienes que escribir un libro que sea historia de los últimos cincuenta años vividos por ti”.

“No fuiste objetivo con Alan García. A él no lo trataste tan finamente como a Prado. No le distes el beneficio de la duda. Lo atacaste desde el comienzo. Antes de su primer mensaje al país. Antes de asumir la presidencia el 28 de julio de mil novecientos ochenta y cinco”.

Lo que pasa –replica en sus divagaciones Francisco – es que detrás de lo escrito, de todo lo documentado, de lo que se llama historia, hay una superficie más íntima, un otro lado escondido, muchas veces más esclarecedor que el documento escrito, algo que se quedo sin escribir.

No fue arbitraria la oposición que mantuvo Francisco –desde el arranque– contra el presidente Alan García. No fue producto de su pésima opinión sobre el APRA, que venía de años atrás. Fue por un hecho muy objetivo, mejor dicho por una expresión sumamente reveladora, que Francisco tomó partido, desde el inicio, contra Alan García. Lo hizo como director de Oiga, el semanario que refundó al dejar Caretas. Ocurrió en un desayuno, en casa del poderoso empresario pesquero Isaac Galsky, a pedido –según cree Francisco- de Alan García, en esos momentos presidente electo, o sea poco antes de asumir el mando, de cruzarse la banda presidencial en el pecho y recibir el titulo de Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, cargo que daba la impresión de subyugarlo tanto como la presidencia. Fue un desayuno íntimo, al que asistió, además del esplendido y bondadoso anfitrión, el doctor Jorge Pastor, eficaz consejero legal de Galsky. Fue un desayuno con manjares tan especiales que sólo al acaudalado y solícito Isaac Galsky se le ocurre ofrecer. También fue largo ese desayuno. Se habló de todo y Francisco aprovechó la ocasión para insistir en dos puntos: en señalar que el problema número uno en el Perú era el terrorismo, principalmente el de Sendero y en la necesidad de licenciar a toda la policía para crear otra nueva, totalmente distinta, con asesoramiento extranjero y con una moral remozada. –Lo que no quiere decir que vayas a aprovechar la ocasión para hacerla aprista. Alan García era muy aficionado al tú—, por eso te insisto en que la nueva organización sea conducida por una misión extranjera, la que evaluaría al personal con limpia foja de servicios, los únicos que tendrían opción para reintegrarse a la nueva institución. La mayoría de la actual policía esta corrompida hasta el tuétano y no sirve para nada, ni siquiera para ser reformada. Y es la policía, con su servicio de inteligencia, la que debe combatir al terrorismo.

Alan García le dio la razón a Francisco, aunque le hizo un chiste sobre la apristización de la policía, por lo que Francisco interpreto que eso –aprovechar a la policía para su partido– era lo que pensaba hacer. Sobre el terrorismo García fue tajante y lanzó una frase tremenda: –Los voy a liquidar como sea. No voy a tener piedad. Francisco no se imagino las masacres en las cárceles que ocurrían no mucho después. Matanzas que alegraron las estrechas mentes de mucha gente de derecha, porque tontamente creyeron que con esos asesinatos quedarían aniquilados los comandos de Sendero. (Todavía no había caído el muro de Berlín y el marxismo estaba vivo en las universidades, canteras de nuevos cuadros senderistas).

No sólo se habló de política. Alan García es hombre ameno, de simpatía desbordante, conversador ágil, amigo de hacer bromas. Por ejemplo, de pronto se volteó y le dijo a Galsky: - Si te llaman, no contestes el teléfono. No quiero cadáveres en la mesa. Se refería a la tarea que cumple en la comunidad judía el audaz pesquero. Galsky estaba encargado de una misión nobilísima, aunque nada agradable: se ocupa de lavar a los muertos. Apenas muere un miembro de la comunidad judía, sea rico, pobre ó mendigo, Galsky sale como bombero al recibir el aviso. Abandona cualquier reunión, por importante que sea, y acude a la casa del fallecido para cumplir con el rito del lavado. Un gesto que muestra los afanes espirituales, el alma delicada, de un hombre que se apasiona haciendo negocios: -yo soy industrial por las circunstancias. Mi vocación es comprar y vender, es el comercio. Alega también no ser político. Su política, dice, es “ayudar a los gobiernos para que los peruanos podamos hacer buenos negocios”.

La conversación que era cordial y distendida, cambió de un momento a otro gracias a Alan. Bruscamente se enfrentó a Francisco: - Ustedes los periodistas están acostumbrados a calumniar y que no les pase nada. Ahora las cosas van a cambiar. Tú, por ejemplo, has dicho e insistido en Oiga que Corea del Norte me dio dos millones de dólares en una caja de zapatos. ¡Eso es una calumnia! Por lo pronto, allí no entran dos millones de dólares. ¿Sabes qué venia en esa caja? – ¿Sólo cien mil?– Alan García se puso más colérico: -Había una paloma de cerámica y se ve en las fotos que tomaron dentro de la embajada. (En esos momentos Corea del Norte no tenia embajada sino una delegación comercial, que se convirtió en embajada durante el gobierno aprista). –Bueno, seria paloma, pero los rumores hablaban de dólares y nosotros recogimos esos rumores… de fuentes muy confiables, que nos merece fe. Y aquí, alzando la voz, Alan García replico con una frase que dejo frío a Francisco y desconcertó a Galsky y a Pastor. – ¡Tú crees que con dos millones de dólares yo me iba a quedar aquí!

Era una confesión que lo desnudo. En aquellos momentos era presidente electo y se pronunciaba como el estudiante bohemio que había sido en Europa y nunca dejaría de serlo en sus entretelas íntimas. Francisco nada le contestó. Se quedó mudo unos minutos, anonadado por lo que acababa de escuchar. Fue Alan el que reanudó la charla en torno amable, sin tomar en cuenta ni sospechar lo que había dicho. Volvió la cordialidad en la misma forma exabrupta con la que inició sus violentas quejas por el rumor hecho público de la caja de zapatos, “con una paloma de cerámica dentro, no con dos millones de dólares”. Cuando acabo el desayuno y se despidió Alan, amigable y palomilla como le gustaba ser, Francisco le comentó a Galsky:

-¿Cómo se puede apoyar a un irresponsable, que ha dicho lo que ha dicho? ¡Que con dos millones de dólares no se queda en el Perú! Y ya Alan es nada menos que el presidente de este país. Galsky le rogó a Francisco que no fuera a escribir sobre el tema. El hecho había ocurrido en su casa y él había invitado al amigo a una reunión informal, no al periodista. Naturalmente que Francisco no reveló la frase de Alan García, pero su opinión sobre el flamante presidente ya la tenía formada. Con esas pocas palabras Alan García se había desnudado moralmente ante él.

Por ello el primer editorial sobre prado, aunque escéptico, no tenía la dureza con la que Francisco trató al presidente García desde el mismo 28 de julio de mil novecientos ochenta y cinco. Sin dejar de añadir excesivos elogios a su elocuencia indiscutible.

Había diferencia entre los dos presidentes, aunque en algo se parecían. En la frivolidades. También se parecían en la afición de los disfraces militares, pero en dirección inversa. Alan García, que venía de abajo, prefería el titulo y las insignias del Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, mientras que don Manuel Prado, que venía de arriba y le encantaban las condecoraciones en el frac, prefería el uniforme de teniente del ejército, sin una sola medalla. Teniente era el grado que se entregaba a los universitarios al acabar sus estudios. Y es seguro que a Prado le debió fascinar el apodo que la chispa limeña le coloco: el de “Teniente Seductor”.

Francisco Igartua Rovira – “Siempre Un Extraño” – Editorial Santillana S.A. – págs. 276 a 279.

Oiga




martes, 30 de noviembre de 2010

A modo de introducción



Introducción

Como señalan quienes lo conocieron —y varios de esos testimonios los hallará el lector en este volumen— Francisco Igartua fue un espíritu que sorprendió a amigos y enemigos por la lucidez —a veces cercana a la premonición— de su visión política, por su impecable conducta moral —que en él tuvo como consecuencia manifiesta el compromiso cívico— y por su pasión por el arte del periodismo. Nada de lo anterior impidió que fuera también un hombre elegante, un gourmet y, cosa rara hoy en el periodismo, un apasionado lector. Un hombre que amaba el buen vivir y la buena amistad y, por qué no, una buena pelea en nombre de sus ideales, de su compromiso con sus lectores. Fue asimismo un cálido conversador que de manera natural llevaba a que uno rápidamente pasara de llamarlo Francisco al más familiar uso de Paco.



Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesca

En las páginas que siguen el lector tendrá oportunidad de acceder directamente a una muestra —fatalmente parcial, como toda selección— de la obra de Paco Igartua y al recuerdo que de él tienen algunos de sus colaboradores y amigos. Los ensayos de Igartua sobre el periodismo, entendido “como arte y como oficio” (al decir de su maestro Federico More), jamás como profesión burocrática o comercio vil, son manifiestos de validez permanente, material de enseñanza imprescindible en cualquier moderna facultad de comunicaciones. De su posición política y su lectura de la historia nacional dan cuenta los escritos reunidos en la sección siguiente, que muestran a un caballero de la vieja escuela, un seguidor del demócrata Bustamante y un defensor de las reivindicaciones de los más débiles. Lo extraño, lo asombroso, es que, como verá el lector, Igartua acierta, se equivoca, se corrige y asume las consecuencias, pero una y otra vez —al retorno de la cárcel, de los destierros, de las clausuras de OIGA— vuelve siempre con la nítida voluntad de construir una nación y de eludir, como a Escila y Caribdis, los extremismos preconizados por sus enemigos, aquellos que falsamente lo acusaron de comunista y de fascista. Igartua, cosa excepcional en la política, jamás se resignó al uso de la demagogia.

Para este periodista cuya prosa era una invitación a un diálogo, si bien apasionado, inteligente, la conversación era una práctica natural y centrada; aquí presentamos tres entrevistas elocuentes. Sus interlocutores más próximos lo retratan en vida o lo recuerdan luego de su muerte en otra sección, y siendo OIGA la obra mayor de Paco Igartua hemos recogido opiniones, testimonios y textos varios —como la dramática carta, lo último que escribió, que le dirige Arguedas justo antes del fin— vinculados a esta revista que ya hace mucho pertenece a la historia del periodismo peruano.

Cuatro anexos ofrecemos como complemento acaso necesario y por cierto pertinente: el ensayo sobre la naturaleza del quehacer periodístico de Federico More, mentor de Paco; el rescate de los números de la primera etapa de OIGA (1948), por primera vez publicados en versión facsimilar; una muestra de las columnas publicadas por Igartua luego de que OIGA le fuera arrebatada inicuamente; y el célebre informe sobre el Plan Verde, joya del periodismo de investigación, que haría de Francisco Igartua uno de los enemigos más peligrosos y temidos del régimen de entonces.



Francisco Igartua, el periodista

Discípulo dilecto de Federico More, Paco se formó como periodista en la doble convicción de que este oficio es un género literario y su ejercicio supone una posición privilegiada del ciudadano que ama y protege su “polis”. Porque la política, desde Aristóteles y aun antes, no es más que la dimensión social de la persona ética. Esta visión del periodismo exige una libertad irrestricta. Por eso Paco abomina de la colegiatura, por eso se separa del proceso velasquista, por eso fue ejemplo viviente —demasiado incómodo para algunos— de que para publicar un diario o una revista se precisa un coraje viril.

No menos importante es su interés profesional en la elaboración del producto a ofrecer. Paco nos habla en sus textos de formatos, tamaños, uso de fotografías, principios de diseño gráfico, tipografía y otros elementos vitales para la producción de un medio escrito. Este cuidado profesional nunca rebajó la labor de Paco a la de un mercader de entretenimiento o un artífice de complacencias. Y no lo amedrentó el surgimiento de la tecnología digital. Previó, con justicia, que la rapidez y la variedad de la información devolvería al lector al espacio mental propicio para las revistas semanales, su manera pausada de ponderar la noticia y los artículos de profundidad, escritos con pretensiones literarias, es decir, un periodismo destinado a la biblioteca y no al desecho inmediato. Hoy, en pleno imperio de la informática, vemos el cumplimiento de esta previsión, por ejemplo, en el éxito de las crónicas y perfiles de Jon Lee Anderson en The New Yorker.

Dirigir un semanario es fungir de capitán de un navío cuya tripulación, aunque consciente de los riesgos del viaje, debe ser protegida. Paco, en ese sentido, fue un ejemplo de responsabilidad empresarial; ante la inminencia del destierro o del cierre forzado, este hombre que se jactaba de ser mal administrador jamás abandonó a sus empleados y veló por que fuesen tratados con justicia y recibieran las compensaciones que les correspondían. En retribución, sus trabajadores le profesaron una lealtad que llegó a hacer de OIGA una cofradía del periodismo. Un día de 1995, luego de pagarles la indemnización debida, el periodista empresario se encontraba en su oficina y se preguntaba con angustia cómo podría subvencionar las liquidaciones en caso de que lo acusen de despedir a sus trabajadores. De pronto lo sacó de sus cavilaciones un golpe en la puerta y apareció un empleado con su carta de renuncia. Luego llegó otro y otro y otro. Setenta empleados entregaron por iniciativa propia setenta renuncias.



Francisco Igartua, el Quijote de Unamuno

Paco, que fue peruanísimo, fue también un buen vasco y un hijo de España. Figuras simbólicas como la de Don Quijote y la del Cid Ruy Díaz de Vivar rondarán su destino. Estudiante de teología y luego de derecho en la Universidad Católica, rápidamente Paco se une a jóvenes intelectuales como Blanca Varela y Fernando de Szyszlo con quienes comparte inquietudes, pero no será hasta su ingreso al semanario Jornada cuando le será revelada su vocación. El trabajo con Federico More será decisivo en su formación como periodista y en la voluntad de tener voz en la política nacional.

Más tarde, con Doris Gibson, fundará OIGA, conocerá la cárcel y reincidirá con la fundación de Caretas para finalmente volver a lanzar OIGA en 1962 y que a través de dictaduras y regímenes más o menos democráticos sobrevivirá a cierres tiránicos hasta 1995, año de su cierre definitivo por la dictadura fujimorista. Nada, sin embargo, hará callar al ya viejo columnista y, recibido con hospitalidad por Correo y Expreso, seguirá haciéndose escuchar en su columna “Canta Claro”, durante una etapa final de su vida que mi amigo Carlos Sotomayor ha llamado con acierto “Oiga después de Oiga”.

Muchos se han preguntado a qué tienda política pertenecía Paco Igartua. Antes que nada se consideró un discípulo de don José Luis Bustamante y Rivero, pero cuando las circunstancias internacionales llevaron a que el mundo tomara partido por una u otra potencia durante la Guerra Fría esa definición parecía insuficiente. Con humor pero también con firme claridad, él mismo recordaba una anécdota familiar: sus primos y él debatían una vez cuál era la posición más justa, la derecha o la izquierda; consultado sobre el tema de la disputa, el tío más viejo y respetado del clan respondió, como Jesús, con una parábola: “Con la mano derecha trabajo, pero trabajo mejor con las dos manos”. Paco apoyó al general Velasco en la nacionalización del petróleo, lo cual era parte de la agenda generacional compartida, entonces, por todas las tendencias, y cabe recordar que incluso Acción Popular le retiró su apoyo al presidente Belaunde por su mal manejo del tema. Paco combatió al general Velasco cuando este confiscó la prensa. ¿Era el director de OIGA un izquierdista que se volvió de derecha cuando su propia gente estaba en el poder? Absurdo. Simplemente —incomprensiblemente, para muchos— era un hombre honesto. Y no le faltaron riñones para oponerse a los delirios de sus propios amigos cuando fue necesario.

Paco repudió el dogmatismo infantil y asesino de la extrema izquierda. (Cabe sospechar que esa opción no sólo le resultó repugnante a su ideología demócrata, a su fe en las instituciones y a su respeto por la vida humana, sino también a su buen gusto.) Paco repudió las mezquinas ambiciones de la oligarquía civilista y sus herederos. (Ya don José de la Riva Agüero había deplorado que en el Perú no hubiese derecha, sólo había fenicios.) Paco repudió, naturalmente, la mediocre voluntad acomodaticia de los que, como en la canción de Los Prisioneros, nunca quedan mal con nadie.

Advirtió la necesidad urgente de hacer en democracia las transformaciones sociales que el general Velasco realizó en su gobierno de facto. Advirtió a los ingenuos voluntarios —¡qué pesado este Igartua, ave de mal agüero!— el desastre al que había de llevarnos la demagogia aprista que triunfó en 1985. Advirtió el miserable despotismo —nada ilustrado— que impusieron los violadores de la Constitución un negro 5 de abril. Sería un facilismo pesimista comparar aquí a Paco Igartua con Casandra, la princesa troyana condenada a ver las catástrofes del futuro y a no ser oída por quienes serían sus víctimas. Por el contrario, consideramos que la palabra apasionada y elegante de Paco no fue voz que predica en el desierto. En la vida social como en la privada —y esto lo entendió cabalmente el psicoanálisis— verbalizar algo es en sí mismo un acto valioso por sí mismo, necesario, testimonio y luz para la historia del presente y la posible nación del futuro.

Pensador de horizontes amplios, se interesó en la historia latinoamericana y entendió, como Octavio Paz en El laberinto de la soledad, que Perú y Bolivia eran por naturaleza y tradición una unidad nacional, escindida por el resentimiento de Bolívar, y que la derrota de la Confederación fue un claro triunfo para Chile. De acuerdo con esta lectura, Ramón Castilla le hizo un flaco favor a la nación cuando, ayudado por el gobierno chileno, destruyó el sueño de unir los Andes y la Costa. El intelectual aséptico no existe, de allí que las preferencias literarias de Paco lo hayan llevado al extremo (por una vez) de agarrarse a puñetazos con Sebastián Salazar Bondy, luego uno de sus más entrañables amigos y colaboradores. La ya mencionada carta de despedida de José María Arguedas es otra prueba de esa fraternidad con el mundo de los artistas, así como su amistad con Fernando de Szyszlo, con Alfredo Bryce Echenique, con Blanca Varela… Los ejemplos de este tipo podrían continuar sin fin.

Hemos dicho que Paco se hizo conocer como un buen vasco y un buen lector. Acaso por ambas vocaciones don Miguel de Unamuno se convirtió en su ideal literario, ético y filosófico —¿cuántos periodistas tienen hoy un ideal filosófico, ya sea en el Perú o en el extranjero?—, tal como Bustamante y Rivero lo fue en lo político. Buenas muestras de esto son los sendos ensayos dedicados a ambos personajes que recogemos en este libro.

Como a Cervantes, a Paco le tocó la amargura de ser testigo de una falsa versión de su obra: así como, luego de la primera parte publicada en 1605, apareció el Quijote apócrifo de Avellaneda, los enemigos de Paco lanzaron un OIGA igualmente apócrifo que desató la indignación de su creador y como testimonio de ello publicó la carta que aquí reeditamos. A Paco le gustaba recordar la idea de Unamuno de que los procesos son círculos que en algún momento deben cerrarse de modo definitivo. Para tranquilidad de Paco y de quienes construyeron y mantuvieron viva su revista, hoy podemos asegurar que, en su memoria y como propietarios legítimos del logotipo, cerramos aquí otro circulo más en la azarosa historia de OIGA y de su fundador.

Como en el Caballero de la Triste Figura, podríamos ver en la voluntad de Paco por defender la sensatez y la honestidad en la política un fracaso honroso, una inútil lucha contra molinos de viento. Es cierto que la suya fue una pasión quijotesca. Pero sería injusto proponer su imagen como la de un romántico perdido en un mundo que no comprendió. Paco fue, a su manera, un campeador, un hombre de acción y reflexión que participó directamente, por más de medio siglo, en la historia nacional, para desesperación de tiranos y demagogos, y allí reconocemos la figura triunfante del Cid. Y como la imagen del Cid a través de la historia hispana, las páginas que este volumen ofrece son una presencia viva y significante, pensamiento actual, una interpelación cuando no un cordial aviso, memoria de otras voces y voz de la memoria, y esperamos que así las reciban los lectores.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesca


Francisco Igartua, Oiga y una pasión quijotesca


Para mi madre Dina Olga Aguilar Millan Galarza de Bazan y para mi hija
Natalia Marie Christine Bazan Coronado


Un especial agradecimiento a las personas que contribuyeron en las diversas etapas de la realización de este libro: Carlos Montori Alfaro, Fernando de Szyszlo, Francisco Miro Quesada Cantuarias, Jorge Salmón, Ángel Hermoza, Ana Wissar Mungi, Jesús Reyes, Domingo Tamariz Lucar, Alejandro Sakuda, Orazio Potesta, Tulio Arevalo, Luis Alberto Guerrero, Oswaldo Sagastegui, Chalo Guillen, Lidia Sanchez, Gloria Fernandez, Lino Bolaños, Enrique T. Limaymanta, Carlos Bedoya Bazan, Mario Sanchez, Estefania Chumpitaz Cevallos, Miguel Rivas, Milagros Llontop y Milko Urbano. También a Pedro Planas, Enrique Moncloa, Percy Buzaglo Terry, Guillermo Rey Terry y Jose Reyes ausentes hoy físicamente, pero presentes en el corazón de esta obra.

Francisco Igartua y el caso Gongora Perea






viernes, 19 de noviembre de 2010

Euskonews

FONDO EDITORIAL REVISTA OIGA
Francisco Igartua, Oiga y una pasión Quijotesca

Egilea:  Jhon Bazan Aguilar
Argitaletxea: Fauno Editores, 2010
Orrialde kopurua: 330
Ezaugarriak: Este libro es el resultado de un trabajo exhaustivo por parte de un equipo conformado por amigos de Francisco Igartua, que deseaban rendirle de este modo un testimonio de su aprecio y una relevancia a su destacada presencia en el periodismo peruano.

Fernando de Szyszlo, quien fue amigo personal de Igartua, es quien encabeza la distinguida lista de aportantes a este quehacer colectivo, el primero que se hace en el Perú en memoria y homenaje de un periodista. El compilador de la obra, y director del equipo de edición, ha sido Jhon Bazán Aguilar, quien durante la última década no solo coordinó esta obra, sino que además, cumpliendo una promesa al propio Igartua, rescató el logotipo de “Oiga” y lo puso nuevamente en manos seguras.
Entre quienes suscriben notas en el libro figuran:
Alfredo Bryce Echenique, Francisco Miró Quesada Cantuarias, Luis García Miró, Alfredo Barnechea, Francisco Belaunde Terry, Jorge Luis Recavarren, Abelardo Sánchez León y Frederick Cooper Llosa entre otros.
Francisco Igartua fue también un distinguido y destaco miembro fundador de la Euskal Etxea de Lima, Perú, y participó en los dos primeros congresos de Colectividades Vascas. Sus artículos y ensayos sobre los orígenes y diaspora del pueblo vasco en América, son material de consulta para todos los estudiosos.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Expreso


Un periodista de verdad
Luis García Miró Elguera
Acaba de presentarse el libro Francisco Igartua, Oiga y una Pasión Quijotesca, en homenaje a un periodista superior como Paco Igartua Rovira, quien dejó huella señera en este complejo y apasionante oficio. Es, a juicio de este escriba, un reconocimiento válido aunque insuficiente para un informador de tantas luces como él. Es decir, la trascendencia del trabajo gacetillero de Paco merece el agradecimiento de toda la colectividad a la que sirvió desapasionadamente durante seis décadas, ofreciéndole no sólo información sino, por encima de todo, opinión para comprender la realidad y alertarla ante el dictado de tanto gobernante que –a lo largo del siglo pasado– capturó el poder para ejecutar sus caprichos e imponer sus intereses. Al municipio de Lima –que representa a la ciudadanía a la que Igartua entregó su prolífica vida profesional– le toca dedicar un espacio destacado para rendir homenaje a este grande del periodismo.
Siendo autodidacta, desde sus inicios –en la revista Jornada– Igartua ejerció una potente labor periodística. Lo hizo inspirado en sus dos grandes paradigmas: Miguel de Unamuno y Federico More. Este último escribió lo que Igartua comprendió y ejecutó como dogma en su carrera: “En el periodismo el silencio es la peor forma de la mentira (…) Creo conocer el oficio periodístico. Pero aquí surge la duda: ¿existe un oficio periodístico? Creo que más que carrera y más que profesión el periodismo es oficio. Y cuando se depura y ennoblece, cuando llega a las alturas un poco irrespirables de la imaginación, se convierte en arte (…) El periodismo es antiacadémico y antiuniversitario por su naturaleza misma. Los grandes periodistas siempre han escrito mal. Están llenos de neologismos, de giros populares, de excesiva tendencia a la síntesis, de prisa en la composición (…). El periodismo es de naturaleza profundamente nacionalista. No puede funcionar sino dentro de un idioma y dentro de una sensibilidad. Y aún dentro del mismo idioma existen las diferencias nacionales. Un periodista uruguayo jamás alcanzará el desarrollo total de su personalidad en Venezuela o en México, y así sucesivamente.”

Ya hastiado de tanto manoseo al oficio, el 2001 Igartua escribió con puntería: “El periodismo como arte y oficio de informar y comentar sobre los hechos que conmueven a la sociedad está siendo desvirtuado hoy por mercaderes metidos a periodistas (…). Aunque en toda actividad hay excepciones, sería aconsejable que, como primera medida reformista, las direcciones de todos los diarios fueran ocupadas por periodistas conscientes de su responsabilidad legal y de sus obligaciones éticas (…). El periodismo no está por encima de la ley; al contrario, los delitos se hacen muchísimo más graves cuando se cometen a través de los medios de comunicación.”

Paco Igartua fundó Oiga en 1948 y dos años después Caretas. Fue un activo a la vez que muy ameno comunicador. Pero sobre todo, a lo largo de sesenta y tantos años –transitados entre papel y tinta– Igartua Rovira ha sido, en este país, el hombre de prensa con mayor lucidez y olfato. Más aún –como reza el título de este libro bien compilado por su ex colaborador, Jhon Bazán Aguilar– fue un auténtico Quijote del periodismo. Enfrentó a dictaduras sólo con su pluma, y publicó la revista Oiga hasta que el fujimontesinismo lo ahogó financieramente inventándole obligaciones tributarias sujetas a moras siderales y a tasas de interés agiotistas, que es como suelen silenciar a la prensa incómoda todos los regímenes dictatoriales; incluso algunos que en su momento se hicieron llamar democráticos. La pluma perspicaz de Paco hace demasiada falta en estos tiempos tormentosos por los que atraviesa la prensa peruana.