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Pedro Gerardo Beltrán Espantoso |
¿Y ahora, qué?
Pedro Gerardo Beltrán Espantoso
Al terminar diciembre de 1978, según el balance del Banco
Central de Reserva', el total de dinero en circulación y depósitos -es decir,
los billetes fabricados por la famosa “maquinita”- alcanzó la cifra de 149 mil
446 millones de soles. Digamos, para redondear, 150 mil millones.
Casi todo ese dinero es de fabricación reciente. A fines de
setiembre de 1968, en vísperas del golpe del 3 de octubre, que inició el
régimen actual de dictadura, el total de billetes era de 13 mil millones de
soles. Casi 137 mil millones han salido de la maquinita desde entonces. Cuando
la dictadura se ufana de “haber hecho más en diez años que en casi 150 años
anteriores de República”, como alguna vez se ha dicho, hay que darle la razón
en cuanto se refiere a la fabricación de billetes. De cada cien soles que
circulan hoy, noventiún soles con treinta centavos deben su existencia a la
dictadura, sólo ocho soles con setenta centavos existían antes.
Aunque hay ahora once veces y media más dinero que en 1968,
los peruanos no vivimos hoy once veces y media mejor que entonces. Ni siquiera
-tomando en cuenta el aumento en la población- vivimos hoy ocho y media veces
mejor que en 1968. Ni cuatro veces; ni dos veces; ni una vez y media. Ni
siquiera vivimos igual que antes; vivimos peor que antes de la “revolución”.
Hace poco, en un cursillo dictado para empresarios en ESAN,
funcionarios del Banco Central exhibieron cifras que demuestran que, aunque los
sueldos y salarios se han elevado nominalmente varias veces en los últimos
años; es decir, en la cantidad que indican los billetes que el trabajador
retira de la ventanilla, esos mismos sueldos y salarios han disminuido
considerablemente en esos mismos diez años en su valor real, es decir, en la
cantidad de cosas que pueden comprar en el mercado. Los precios han subido
mucho más rápidamente.
La razón es muy sencilla. Ha aumentado la fabricación de
billetes, pero no ha aumentado la producción de las cosas ni de los servicios
que pueden comprarse con esos billetes. Hay más dinero para comprar menos
cosas: entonces cada cosa cuesta más. Los únicos “servicios” que han aumentado
enormemente en estos últimos diez años, aun los que nadie pide ni necesita pero
todos pagan a la fuerza, son los “servicios” del Gobierno. Y esa es la razón de
que se haya fabricado tanto billete.
Tal vez en algunos países más desarrollados las complejidades
de la economía permitan a los economistas y políticos entretenerse en
discusiones sobre si hay otra causa de inflación aparte de los gastos excesivos
del Gobierno. No es probable que la encuentren, pero es un lujo que se pueden
dar allá. No en el Perú. En nuestro país hay que ser o demasiado tonto o
demasiado vivo para pretender que la inflación pueda tener causa diferente a
los déficit gubernamentales. Si alguien pudo tener una duda, la experiencia de
los presupuestos “revolucionarios” de los últimos diez años debe habérsela
quitado.
Se comenzó con los “déficit de apertura”: con los déficit
“manejables”. Después los déficit se desbocaron y ni las voces de mando de la
dictadura sirven ya para detener su carrera. En la época en que el Perú tenía
gobierno democrático un déficit de mil millones de soles era suficiente para
hacer caer al Ministro de Hacienda, cuando no a todo el Gabinete, y hasta ponía
a prueba la supervivencia del régimen. Hoy oímos hablar con toda tranquilidad
de un “déficit de apertura” de muchas decenas de miles de millones de soles, y
hasta se insinúa que debemos dar las gracias por los sacrificios que se impone
el Gobierno para no “abrir” el presupuesto con cien mil millones de déficit. (Y
cerrarlo sabe Dios con cuántos miles de millones más).
Por eso, hoy en el Perú, hasta el Ministro de Economía y
Finanzas y el Presidente del Banco Central de Reserva tienen que empezar por
reconocer como han hecho en sus últimos discursos y exposiciones, que el
encarecimiento pavoroso que vivimos -la “inflación maldita”, como la ha
denominado uno de ellos- es obra del déficit presupuestal, de los gastos
excesivos del Gobierno.
Efectivamente, en los últimos diez años la dictadura ha
dispuesto para sus gastos de varios cientos de miles de millones de soles,
financiados en gran parte con los billetes de la “maquinita”, es decir, con el
más cruel de los impuestos: el que castiga más al que menos tiene.
Ahora bien, a mediados de 1978, cuando asume la cartera el
actual Ministro de Economía y Finanzas, el total de circulación y depósitos
había sido de 117 mil millones de soles, nueve veces más que al comenzar la
dictadura. Cinco meses después, este total había ya subido a 130 mil millones,
diez veces más que al 3 de octubre de 1968. Que en diciembre último haya
llegado a casi 150 mil millones -once y media veces más que a fines del último
gobierno democrático-, indica que aun los bomberos de la economía siguen
echando fuego a la hoguera inflacionaria. Y a qué velocidad. Cinco meses les
bastaron para imprimir tantos billetes como había impreso la República hasta el
3 de octubre de 1968. Un solo mes ha sido suficiente para fabricar una vez y
media esa misma cantidad.
Pero no sólo de la “maquinita” ha estado obteniendo recursos
el Gobierno para su política de derroche en estos últimos diez años. Después de
largos silencios, y de algunos juegos de cifras, hemos terminado por saber,
sólo por reciente exposición al país del actual Ministro de Economía y Finanzas,
que el endeudamiento externo alcanza a casi 9 mil millones de dólares. Aun con
el tipo oficial, oficial que, está varios puntos por debajo del mercado, eso
significa que la deuda externa alcanza actualmente a 1 billón y 800 mil
millones de soles; 1,8 millones de millones de soles. Si se quiere imaginar
cuánto es 1.8 billones de algo, calcúlese la cantidad de segundos que entran en
58,400 años.
¿Cómo se ha podido llegar a endeudar al Perú hasta ese
extremo? Cuando se produjo el golpe de 1968, la dictadura encontró una deuda
muchísimo menor. Sin embargo, no era una deuda diminuta; y tan no lo era, que
uno de los pretextos esgrimidos para derrocar al Gobierno democrático fue
precisamente el monto a que alcanzó la deuda externa bajo ese Gobierno.
La dictadura encontró muy pronto otra circunstancia
favorable. Nuestros productos de exportación comenzaron a alcanzar precios
elevados en los mercados mundiales, y se sostuvieron a tales niveles durante
considerable tiempo. Ello significaba mayores ingresos para el país en general
y holgura para los gastos del Gobierno. Esa riqueza, tanto la del país como la
del Estado, debió haberse sembrado en el desarrollo del país, que lo necesitaba
en todos los órdenes: aumento en el área y el rendimiento de las tierras de
cultivo, ampliación de la base industrial, puesta en explotación de los
recursos minerales, vías rápidas y eficientes de comunicación, líneas
suficientes y oportunas de crédito y, ciertamente, fortalecimiento en todos los
puntos críticos de las necesidades sociales de la población: alimento, salud,
educación, vivienda.
Todo ello debió haberse hecho con audacia y prudencia al
mismo tiempo; con sentido de futuro: para asegurar que lo que se gastara en
época de abundancia estuviera tan bien empleado que su rendimiento sirviera
para contrarrestar las penurias de la previsible época de escasez siguiente.
Desde tiempos bíblicos se sabe que los ciclos de las vacas gordas se turnan con
los ciclos de las vacas flacas; y que la mejor política es destinar los excedentes
de hoy a reproducirse para crear las reservas que habrá que usar mañana.
Nada de eso hizo la dictadura; increíblemente utilizó la
holgura no en gastos reproductivos sino en experimentos destructivos de nuestra
economía nacional; y en vez de crear reservas con los excedentes, los disipó
hasta convertirlos en deudas, que no otra cosa son las “reservas negativas” de
las que nos ha hablado el propio Ministro de Economía.
Los bancos y los proveedores extranjeros no perdieron tiempo
en seducir con facilidades de crédito a la dictadura. Esta desarrolló un
apetito tan voraz por el gasto extravagante que no moderó el endeudamiento ni
siquiera cuando los precios de nuestros productos dejaron de subir en los
mercados mundiales e iniciaron su declinación.
Había llegado la época ae las vacas flacas. En vez de
fortalecer las bases de la economía nacional, la dictadura se había dedicado a
socavarlas con su derroche de recursos, cuando no francamente a demolerlas, so
pretexto de “reforma de estructuras”. Entre los modelos propuestos por la
fábula, la dictadura había despreciado la previsión callada y laboriosa de la
hormiga y optado, en cambio, por el desenfado estentóreo e ineficaz de la
cigarra. Y, como la cigarra, naturalmente, se quedó sin más reservas que las
“negativas”: y para sobrevivir no se le ocurría otra cosa que pedir préstamos a
quienes, como la hormiga, sí habían sabido trabajar y ahorrar.
Como deudor, la dictadura ofrecía algunos atractivos
ilusorios que, por un tiempo, podían distraer a los prestamistas y proveedores.
Por lo pronto, la fuerza de la costumbre: la holgura inmediatamente anterior,
aunque ya inexistente, había creado una confianza en que la bonanza persistiría
a pesar de la baja de los precios de Tos productos peruanos de exportación.
Por otro lado, las reformas “estructurales” de la dictadura
fueron presentadas por su propia propaganda, y así lo repetía buena parte de la
crédula prensa izquierdista o “progresista” del mundo, como capaces de hacer
casi instantáneamente todos los imaginables y deseables milagros económicos y
sociales: la reforma agraria; la comunidad laboral y la propiedad social; la
estatización de los recursos naturales, de las industrias básicas y los
servicios públicos; la “socialización” de los diarios y la “concientización”
educativa bastarían para convertir al Perú en el mejor de los mundos; y no sólo
haría moralmente mal sino que perdería económicamente, oportunidades de buenos
negocios, quien no colaborase con la dictadura “humanista”...
El otro factor que aprovechó la dictadura para ilusionar a
sus acreedores, era la buena reputación como deudor, pagador puntual de sus
obligaciones, que merecidamente había alcanzado el Perú bajo los gobiernos
precedentes. Así, cada nuevo empréstito era una nueva satisfacción, tanto para
el Gobierno, que disponía cada vez de más recursos para gastar, cuanto para los
banqueros y proveedores internacionales, que confiaban haber encontrado un gran
cliente y un filón duradero de excelentes negocios.
Ambos, pese a la caída de los precios internacionales,
esperaban seguir indefinidamente por ese camino. Mientras tanto, la opinión
pública no recibía informaciones fidedignas sobre las cifras de la deuda externa.
Es típico de las dictaduras mantener en secreto los asuntos públicos. Y,
ciertamente, los diarios confiscados guardaban silencio sobre éstos y otros
asuntos públicos; pues, si no, ¿para qué los habría confiscado la dictadura?
Cuando por primera vez un Ministro de Economía, el ingeniero
Piazza, se propuso decir la verdad al país (y para ello trató antes de
averiguarla él mismo, pues confesó paladinamente que no disponía de esa
información completa), encontró tantas dificultades que tuvo que renunciar. Y
la dictadura volvió a embarcarse en el plan de grandes gastos, deudas, y
“maquinazos” más o menos ocultos. Hasta que la crisis se hizo incontenible,
inocultable; y el actual Ministro de Economía reveló el monto de casi nueve mil
millones de dólares de la deuda externa.
Es increíble cómo se pudo llegar a tal endeudamiento, sin
tratar siquiera de evitar que coincidieran las fechas de vencimiento de las
obligaciones de pago de capital e intereses. Esos vencimientos se acumularon
peligrosamente, colocando al Gobierno en la imposibilidad material de atender a
sus pagos en los términos previstos originariamente, los que tuvieron que ser
renegociados.
Los banqueros y proveedores, a regañadientes, se vieron
precisados a conceder la prórroga que se les pedía para no tener que aceptar
una pérdida por “malas deudas” o el alarmante precedente de un país en
moratoria. Pero para conceder la prórroga hicieron, con el respaldo de la
autoridad monetaria internacional, exigencias severas para asegurar el
cumplimiento.
Por último, el Gobierno del Perú, también a regañadientes,
protestando contra la incomprensión y el egoísmo de los prestamistas y de las
autoridades monetarias, no tuvo otro remedio que aceptar esos términos. Sería,
en efecto, muy difícil que un país que no cumpliera sus compromisos de pago
internacionales volviera a recibir nuevos créditos.
En esos términos se ha podido despejar, por un tiempo, el
problema de tesorería, de falta de liquidez en nuestra balanza de pagos. Las
obligaciones más apremiantes han sido diferidas algunos años, de modo que el
peso financiero de las deudas de esta dictadura sea cargado sustancialmente
sobre los hombros del gobierno que exista en el país entonces, y que todos
esperamos sea un gobierno democrático.
Tal ha sido el resultado de los esfuerzos hechos por el
actual equipo dirigente del Ministerio de Economía y del Banco de Reserva
frente al agudísimo problema de tesorería que encontraron al asumir su gestión.
Lo cierto es que el Perú no tenía un solo centavo. Aun sin considerar las
obligaciones acumuladas por los grandes empréstitos, sólo las deudas líquidas corrientes
-lo que podría llamarse los “sobregiros” de la banca peruana frente a la banca
extranjera- ascendían a más de mil millones de dólares. Era, pues,
indispensable buscar recursos donde se pudiera, como se pudiera.
El Fondo Monetario Internacional ha extendido un crédito de
300 millones de dólares para sacar al Perú de sus apuros más urgentes. Antes se
había obtenido préstamos de Venezuela, de otros países sudamericanos y de
España, por ochentitantos millones de dólares, y aun del Fondo Andino de Reservas
del Acuerdo de Cartagena por treintisiete millones y medio de dólares
adicionales.
Estas y otras partidas semejantes representan nuevas
obligaciones que ha asumido el Perú “por el momento”, para llamarlo de algún
modo; es decir, como un fondo para hacer frente a las contingencias temporales;
pero que deben devolverse a corto plazo, pues no pueden agregarse al enorme
peso del endeudamiento ya contraído por la dictadura y que, mediante la
renegociación reciente, se ha convertido en una carga para el futuro gobierno
democrático: “El que venga atrás, que arree”, según reza el dicho.
Pero eso no quiere decir que el problema económico haya sido
resuelto, ni muchísimo menos, o que se haya empezado siquiera a resolverlo.
Tampoco quiere decir que el problema financiero sea llevadero aun durante el
tiempo que resta a la gestión de la dictadura. Ni quiere decir que no se deban
al país explicaciones sobre cómo y para qué se lo llevó a ese grado excesivo y
extremado de endeudamiento.
El jefe de la dictadura, el General Morales Bermudez, sería
la persona apropiada para proporcionar al país esa explicación, mediante una
exposición completa de cómo y para qué se ha endeudado al país en los últimos
diez años, ya que, desde comienzos de 1969 hasta el final de 1973, él fue el
Ministro de Economía y Finanzas de la “primera fase”. Y, luego, su Primer
Ministro por seis meses, en tanto que ahora lleva cuatro años y medio de
conductor de la “segunda fase”. Nadie en mejor posición que él para conocer
todos los antecedentes y detalles de este grave problema.
¿Y qué se ha hecho con el dinero que ha gastado la dictadura
durante todos esos años, tanto con billetes de la “maquinita” como con los
impuestos extraídos al país y con los recursos obtenidos en préstamos de bancos
y proveedores extranjeros? ¿En qué se han ido los millones de millones de
soles?
Es elemental el derecho que tienen los peruanos para obtener
una respuesta. ¿Qué proporción se ha derrochado en “elefantes blancos” del
tipo, por ejemplo, del famoso puerto pesquero en el departamento de Piura, que
ha costado miles de millones, y que nadie utiliza porque para nada sirve? ¿Y
cuántos otros casos hay por el estilo?
Mientras la dictadura encontró en 1968 sólo 18 empresas
estatales, ahora hay 174, con un total de 120 mil empleados, sin considerar el
personal obrero. ¿Cuál es el monto total de las pérdidas de cada una de estas
nuevas empresas, con sus pomposos organigramas, sus enormes planillas de
empleados y sus balances en rojo, ahí donde, muchas veces, las empresas
privadas que fueron expropiadas para crear esos monstruos burocráticos, ganaban
dinero y pagaban suculentos tributos al Fisco con una organización sencilla y
un personal eficiente?
El Perú, como bien sabemos, está muy lejos de ser un país
desarrollado. Grandes inversiones se requieren para movilizar creadoramente sus
recursos humanos y naturales en las empresas que hagan posible el desarrollo,
sin el cual no habrá el nivel de vida satisfactorio a que cada peruano tiene
derecho a aspirar.
¡Cuánto pudo haberse hecho en estos diez afros, para ampliar
los horizontes del país; para que los peruanos, cuyo número crece cada día
también, tuvieran mayores oportunidades y mayor campo de acción! Basta pensar
en las riquísimas zonas del Oriente, inaccesibles hasta ahora para el
desarrollo del país, por falta de vías de comunicación.
Nuestra capacidad para financiar, en los centros bancarios
mundiales, los recursos necesarios para las obras de desarrollo de efectiva
envergadura nacional y social que tanto necesitamos, fue agotada por la
dictadura. Y fue agotada en financiar “elefantes blancos” y en pagar, a los
extranjeros, la expropiación de las empresas que ya habían creado en el país,
con su propio dinero y a su propio riesgo. Así se dilapidó el dinero, en lo que
no servía y en lo que, sirviendo, ya estaba hecho y no necesitaba realmente
gasto alguno del país; y en cambio se omitieron las obras que sí habrían
servido para dar trabajo eficaz a miles y miles de desocupados.
La población peruana no sólo aumenta aceleradamente en la
capital y las demás zonas relativamente desarrolladas del país, sino que crece
también a todo lo largo y ancho de nuestro territorio. Cada afro hay alrededor
de medio millón de bocas nuevas que alimentar. Hay también trescientas mil
personas que llegan a la edad de necesitar y de buscar trabajo; trabajo éste
que debe ser productivo y para cuya creación se requieren inversiones.” Este es
el gran reto que enfrenta el país, y esa debería haber sido también la
preocupación número uno del gobierno. Pero la dictadura nunca ha pensado en
ello.
Ha ignorado así la lección que nos dan los campesinos indios
que dejan las serranías, donde ya no alcanza la escasa tierra aprovechable,
para abrirse camino hacia la selva alta, donde se han instalado como han podido
en nuevas tierras que, con sus propias manos, han arrebatado al monte. Y la
tierra ha respondido generosamente a sus esfuerzos.
Con apoyo gubernamental, con vías y programas de
colonización, con crédito y asistencia técnica, se podría multiplicar y
perfeccionar esa lección en toda la fertilísima región de la selva alta.
Trabajar esas tierras significaría abastecer a todo el país de alimentos que
actualmente se tienen que traer del extranjero. Los colonizadores y las
poblaciones formadas por ellos se convertirían en nuevos mercados para la
producción y el comercio del resto del país. Surgirían nuevas industrias, se
crearía demanda para toda clase de nuevos servicios.
Para poner un ejemplo, el transporte daría ocupación a mucha
gente, ya desde el primer momento con los trabajos iniciales para habilitar las
carreteras, ya con la atención creciente de las necesidades de intercambio de
ida y vuelta. Y así cabría citar muchos otros casos.
Basta indicar que es así como los países nuevos, o rezagados,
han encontrado el camino de su desarrollo y su bienestar: dando oportunidad a
la gente con iniciativa, emprendedora, para que en plena libertad, pueda forjar
su porvenir, sin la interferencia “fiscalizadora” de funcionarios que todo lo reglamentan,
todo lo traban y todo lo encarecen.
Lo cierto es que, sin beneficio alguno para el país, se ha
creado la inmensa deuda que ahora nos agobia, y se ha encarecido la vida con la
frenética impresión de billetes para hacer frente al enorme desequilibrio
fiscal, fruto del derroche del gobierno, agravado por las pérdidas originadas
por el funcionamiento de las empresas expropiadas, que antes fueron prósperas.
El gobierno democrático, que todos esperamos tener pronto,
tendrá que hacer las cosas de otro moda. No podrá mantener la indiferencia de
la dictadura para con la inflación, que encarece todos los precios, y,
literalmente, arrebata la comida de la boca de los peruanos más pobres. Ni
podrá tener la complacencia de la dictadura para con la “maquinita” impresora
de billetes, que es el enemigo mayor de los peruanos, precisamente porque causa
carestía y empobrecimiento. Tendrá que arrojar la maquinita al muladar, como se
hizo en 1959, cuando realmente se preocupó el Gobierno por detener el
encarecimiento, estabilizar los precios y hacer del sol peruano una moneda
firme.
Y, ¿cuándo podrá el futuro gobierno democrático estar en
condiciones de abordar la gran empresa colectiva del desarrollo del país, de la
que depende el futuro? Antes tendría que concentrar sus esfuerzos en el pago,
en moneda extranjera, de los intereses y amortizaciones de la deuda contraída
por la dictadura. No sólo el costo del servicio de estas deudas limitará la
capacidad nacional para contraer nuevas obligaciones, sino que el crédito
futuro del Perú ya está de hecho afectado por la actual crisis que ha dañado
seriamente nuestra reputación en los círculos financieros mundiales.
Por todo ello, es indispensable y urgente poner punto final a
la política económica que ha llevado al país a la triste situación en que hoy
se encuentra, abrumado de deudas, con un encarecimiento agudo de la vida y con
más y más desocupados cada vez.
Y hay que poner término definitivo a la inflación, pero no en
un futuro lejano, ni mucho menos mediante “paquetes” sucesivos -que sólo la
prolongan y que hasta la agravan-, sino poniendo manos a la obra ahora mismo.
No es posible seguir con alzas y más alzas de precios. ¡Basta
ya!, dicen todos los peruanos. Y tienen razón. La vida encarece porque el
Gobierno no pone freno eficaz al dispendio, ni renuncia a gastar por encima de
lo que rinden los impuestos, ni se resuelve a prescindir de los billetes de la
“maquinita”. Pero, ¿acaso no es más importante que muchos de esos gastos, el
bienestar del pueblo, la salud de la gente modesta, la alimentación de los
pobres que a duras penas pueden mantenerse con vida y para quienes cada nueva
alza de precios es una funesta angustia?
¡Cuánto gasta el Gobierno en obras, grandes o pequeñas,
convenientes o inútiles, pero que en todo caso se pueden dejar para más tarde!
¿No es lo más juicioso comenzar por el principio, es decir, contener la
inflación, sacar al país del marasmo en que se encuentra y reactivar la
economía? Así, sólo así, aumentarán la producción, el trabajo y el nivel de
vida; y sólo así habrá -sin imprimir billetes, sin agobiamos de deudas- más
recursos efectivos en manos del Gobierno para efectuar, entonces sí, obras más
abundantes, más necesarias, de más envergadura y más eficaces para nuestro
desarrollo.
El actual Ministro de Economía y Finanzas ha hecho un
llamamiento público a los inversionistas extranjeros, asegurándoles que “tienen
las puertas abiertas”. Para que ese llamamiento tenga posibilidades de ser
escuchado, tendrán que cambiar antes radicalmente muchas cosas; porque, de otro
modo y en las actuales circunstancias, la invitación que se hace a los
inversionistas equivaldría a la eficacia de un cartel que avisa que es gratis
el ingreso al campo de trabajos forzados.
Debe ponerse punto final a la desastrosa política económica
seguida durante diez años por la dictadura; política que ha fracaso
rotundamente y que nos ha traído a la crisis más aguda de toda nuestra
historia. Los hombres que la pusieron en práctica se anunciaban como portadores
de un programa nuevo, “revolucionario”, que traería bonanza para el país,
aumento de la producción y elevación del nivel de vida, especialmente de los
peruanos de situación económica más afligida. Al oírlos, arrogantes y
ensoberbecidos, acusar de falta de patriotismo a todo el que osara discutir sus
propósitos u oponerse a sus políticas, se creería que habían dado con una
fórmula infalible para resolver de una vez todos los problemas del Perú.
Cuando implantaron la intervención estatal en todos los
órdenes de la vida nacional, se apreció que sus nuevas fórmulas revolucionarias
no eran sino las ideas que, décadas atrás, se habían puesto de moda entre los
teóricos y políticos de muchos países, pero que ya se habían desprestigiado
completamente por su rotundo fracaso dondequiera fueron puestas en práctica. La
caída de la producción, el estancamiento general, los cientos de miles de
peruanos que no encuentran trabajo, el alza incesante de los precios, toda la
experiencia, en suma, de estos diez años lamentables, demuestran que también
aquí esas ideas han dado exactamente el mismo deplorable resultado.
Mientras se mantenga la intervención burocrática de toda la
actividad económica, mientras no haya libertad de prensa ni independencia
efectiva del poder judicial, mientras no se devuelva ni se pague a los
empresarios nacionales las instalaciones productivas que les han sido
arbitrariamente despojadas (y se tenga el desparpajo de sostener, hasta en los
tribunales, que adueñarse de lo ajeno sin pagar un centavo y violando todas las
leyes, como se ha hecho con el cemento, con la pesca, con la televisión, con
los propios diarios, es una “expropiación” legal), ¿quién va a confiar, quién
va a arriesgar su dinero, quién va a pasar por las “puertas abiertas” que se
ofrecen, sin cambiar mientras tanto de política?
Y esta falta de garantías no es cosa del pasado, ni ha
ocurrido sólo en la primera fase. Con motivo del juicio que se sigue, sobre la
llamada expropiación del cemento, entre el Gobierno y los propietarios
despojados, ante la sentencia del juez que reconocía el derecho de propiedad
que la Constitución ampara, este régimen, el de la segunda fase, en el mes de
enero de 1979, desplegó toda la maquinaria publicitaria de la prensa cautiva en
apoyo de la apelación con que el Gobierno insiste en sus inaceptables
argumentos.
Mientras no desaparezca efectivamente, y de una vez por
todas, la amenaza de la funesta política económica seguida en los últimos diez
años -aunque se, trate de los rezagos de ella-, no puede contarse ni siquiera
con la ilusión de recuperar la confianza; factor indispensable para reactivar
nuestra economía y crear el necesario ambiente para atraer las inversiones
movilizadoras de la producción y del trabajo.
El país está estancado por falta de inversiones, porque nadie
corre riesgos cuando desconfía. No podemos esperar recuperación mientras no
desaparezca definitivamente el foco de alarma creado por diez años de
dictadura. La desconfianza es general. Todo está “fiscalizado”. Nada puede
hacerse sin tropezar con controladores que no hacen sino crear dificultades. Ya
sabemos que el control trae el peligro de la corrupción de los que controlan y
el desaliento de los controlados.
Basta ir al Ecuador, a Bolivia, a Venezuela, donde se
encuentra uno con peruanos a cada paso, y a casi cualquier otro país, para
darse cuenta de cuántos de nuestros compatriotas han dejado el Perú en busca de
las oportunidades que aquí se les niegan. Su misma presencia masiva en el extranjero
es un testimonio ante el mundo de lo mal que marchan las cosas entre nosotros.
Burócratas de las oficinas del Gobierno intervienen, entre
otras cosas, en la venta de los productos de exportación. Ellos deciden cómo se
hace cada venta; ellos son también los que reciben el dinero de esas ventas y
lo entregan a los exportadores, cuando se les ocurre y en las cantidades que,
según su criterio, les corresponden. Nada de esto puede ayudar, en forma
alguna, a las actividades productivas.
La estatización del Comercio Exterior -una de las llamadas
grandes “reformas estructurales” del decenio revolucionario- sólo ha servido
hasta ahora para que las cosas sean manejadas por gente que (a) no está
directamente interesada en el éxito de las transacciones y (b) que no tiene,
por lo demás, la menor experiencia en estos asuntos.
Los burócratas son nombrados, como se acostumbra hacer con
los funcionarios del Gobierno, por razones políticas, cuando no personales; no
por razones de capacidad técnica, y menos con la vocación de aumentar la
producción y favorecer a los productores.
Necesitamos, pues, un viraje completo y definitivo. Se
requiere que vayan al Gobierno hombres que crean en la libertad de acción de la
gente emprendedora, como única manera de lograr el desarrollo del país en todos
los planos, sin la amenaza de la intervención oficial y sus funestas
consecuencias.
Cuando el comercio exterior no estaba estatizado, los
compradores competían los unos con los otros, enviando al Perú representantes y
abriendo oficinas para tratar directamente con los propios interesados. Ahora
les basta con entenderse con los bucrócratas. ¿Qué ventaja sacan los
productores y el país con que esto sea hecho paternalistamente por los
burócratas nombrados por el Gobierno? Los países que han progresado, a los que
acudimos para que nos presten, se basan en la libre competencia para organizar
su comercio exterior, porque, sin duda, resulta ser la solución más eficaz.
La iniciativa particular parece haber muerto en el Perú. La
política de intervención y controles, que la dictadura impuso y mantiene,
obliga a permisos y procedimientos interminables y agobiantes. Para hacer algo,
poner un negocio, salir del país, ampliar una fábrica, exportar o importar, es
preciso llenar tantos requisitos y hablar con tantos funcionarios que, las más
de las veces, los empresarios, inversionistas o negociantes terminan por
desanimarse y “tirar la esponja”.
Es preciso crear una corriente de aliento a la iniciativa
creadora, un ambiente general en favor del desarrollo e industrialización del
país, como única manera de elevar el nivel de vida y de crear trabajo para los
hoy desocupados.
Esta situación recuerda la que describe el notable economista
Milton Friedman, Premio Nóbel de Economía, en uno de sus estudios (“Dólares y
Déficit”), al referirse a Alemania de postguerra, bajo la ocupación militar de
los países vencedores. Fue entonces, en 1948, cuando el Ministro de Economía
alemán, Ludwig Erhard, aprovechando la circunstancia de un domingo en que
descansaban los controladores, se atrevió a dar el paso histórico de echar por
tierra todo el edificio de intervención y control que se había implantado y que
estaba hundiendo al país.
Los militares no se atrevieron a oponérsele: “La abolición
del control de precios en Alemania por Ludwig Erhard una tarde de domingo en
1948” dice Friedman “fue todo lo que se necesitó para liberar a Alemania de las
cadenas que estaban causando el estancamiento de la producción a la mitad del
nivel de antes de la guerra, y para hacer posible que ocurriera el milagro
alemán”.
En otro lugar del mismo libro, Friedman había indicado: “Como
se sabe, el llamado milagro alemán empezó en 1948. No fue una cosa muy
complicada. Se redujo a introducir una reforma monetaria, eliminando el control
de precios, y permitiendo funcionar el sistema de precios libres. La
extraordinaria alza en la producción alemana en los años que siguieron a esta
reforma no se debió a milagro alguno del ingenio o la habilidad de los
alemanes, ni a nada por el estilo. Fue el resultado simple y natural de
permitir la operación de la técnica más eficiente que se haya encontrado hasta
ahora para organizar los recursos, en vez de impedir su operación tratando de
fijar los precios aquí, allá y dondequiera”.
Fue una verdadera lección que hizo ver a todo el mundo cómo
un país, que había perdido la guerra y que se hundía en la intervención
estatal, sólo necesitó ser liberado de ésta para rehacerse y adquirir en poco
tiempo la situación prominente que ha alcanzado en la economía mundial. Y todo
ello, por cierto, sin imponer al pueblo alemán el encarecimiento de la vida que
acarrean el dispendio fiscal y la inflación.
Por eso, los peruanos no podemos esperar el equivalente de un
“milagro” económico en nuestro país, mientras no se rompan “las cadenas” del
intervencionismo y el derroche con que la dictadura nos ha inmovilizado estos
diez años.
Lo vital y urgente para el Perú es el abandono total de esa
política funesta, que no sólo nos ha estancado sino que nos ha hecho ir para
atrás, al producir menos, al eliminar plazas de trabajo productivo y al
encarecer la vida. Lo vital y urgente es dejar atrás todas esas directivas
absurdas y contraproducentes de la dictadura, y dedicamos por entero a forjar
una política de libertad y de estímulo que traiga efectivo bienestar a los
peruanos.
NOTAS
1. Balance publicado en el diario oficial El Peruano del 31
de enero de 1979.
2. He aquí, por ejemplo, cómo han bajado los ingresos reales
de la población trabajadora:
(Según los textos mimeografiados distribuidos a los
participantes de las Jornadas de Trabajo "El Perú: Realidad Actual y sus
Implicaciones Futuras", ESAN, 18 y 19 de enero de 1979. Los autores del
presente trabajo se han limitado a añadir las columnas sobre la base real 100
para 1970, a fin de facilitar la apreciación de las tendencias porcentuales).
3. El índice oficial del costo de vida, como se podrá
apreciar, ha subido considerablemente desde 1968. En relación con el cuadro
anterior, es evidente que se han tomado criterios diferentes para elaborarlos.
4. Cada vez más, los déficit del Gobierno representan una
parte mayor de todo lo que produce el país (PBI), tal como lo demuestra el
siguiente cuadro:
5. Es ilustrativa al respecto la siguiente cita del General
Francisco Morales Bermúdez, cuando era Ministro de Economía y Finanzas y
responsable, por tanto, de la conducción económica del país:
"La idea de ajustar los gastos a los exactos ingresos
fiscales y recurrir sólo excepcionalmente a la utilización de otros ingresos,
ha dejado ya de corresponder a nuestra realidad. Los empréstitos y los recursos
de tesorería han entrado a jugar, y de hecho juegan, un papel permanente y
preponderante en el financiamiento de los necesarios gastos públicos".
(Exposición del Ministro de Economía y Finanzas, General
Francisco Morales Bermúdez, del día 12 de diciembre de 1973, publicada en la
edición del 21 de diciembre de ese mismo año del diario oficial El Peruano).
6. Para ser más exactos, 8,863.9 millones de dólares según lo
expresado en las Jornadas de Trabajo El Perú: Realidad Actual y sus
Implicancias Futuras, ESAN jueves 18 y viernes 19 de enero de 1979.
7. De acuerdo a la exposición del Ministro de Hacienda del 25
de noviembre de 1968, la deuda que encontró la dictadura fue de 742.2 millones
de dólares; es decir, una deuda 7.2 veces menor que la que, a diciembre de
1978, ha acumulado desde entonces el régimen revolucionario.
8. La progresión que muestra el siguiente cuadro revela cómo,
a pesar de la holgura, concluimos al final con "reservas negativas",
es decir, con deudas:
9. En su exposición al país, el 26 de noviembre de 1978 el
Ministro de Economía y Finanzas, Javier Silva Ruete, dio a conocer el
calendario dedos pagos que debía efectuar el Perú para atender la deuda
contraída por la dictadura. Llega hasta 1987, correspondiendo sus montos
mayores a los primeros años del posible régimen civil. Esto, de hecho,
inmoviliza al país para contraer préstamos de desarrollo, al margen del
optimismo con que el Ministro ve el crecimiento de la fuente (exportaciones)
para respaldar los desembolsos.
El siguiente cuadro es -eliminadas las cifras de amortización
e intereses- el que presentara el señor Ministro en esa ocasión:
10. El siguiente cuadro muestra cómo esas empresas públicas,
creadas en la euforia de las "reformas estructurales", han ido
progresivamente aumentando sus déficit y en qué proporción han contribuido,
conjuntamente con el Gobierno Central, a incrementar el déficit total del
sector público, que ha sido la causa principal de la inflación que azota a la
economía y al pueblo del Perú:
11. El costo de inversión actual de cada plaza se estima en
el sector manufacturero en alrededor de US$ 10,000, lo que significa, al cambio
de estos días, la cantidad de S/. 2'040,000; cantidad que, multiplicada por los
cientos de miles de plazas anuales requeridas, arroja un total que sólo puede
ser atendido -dada la escasa rentabilidad de las empresas del sector- con
nuevas inversiones.
12. Tomando como base el comportamiento de nuestras
exportaciones entre 1969 y 1977 -es decir un período de 9 años, suficiente y
reciente-, el siguiente cuadro, que proyecta el servicio de la deuda sobre
bases históricas, muestra que los cálculos del Ministro Silva Ruete -que hemos
reproducido en la nota (9)- son inconvenientemente optimistas:
13. La siguiente cita del General Velasco Alvarado muestra
-especialmente si comprobamos la dolorosa realidad de esos últimos años- esa
arrogancia y esa soberbia que le cultivaban no sólo sus áulicos sino también
sus infiltrados: "Nuestra revolución es auténticamente peruana y con ella
se inicia la segunda emancipación... Recuperando a plenitud nuestra soberanía,
el Gobierno Revolucionario ha roto la sujeción de otros años y ha iniciado la
gesta de la definitiva emancipación económica de nuestra patria... Con ella se
inició una etapa de la vida republicana y, a su término, viviremos en una
sociedad nueva, distinta y justiciera".
Discurso pronunciado el 28 de julio de 1969, publicado en El
Peruano del 30 de julio de ese mismo año.