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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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miércoles, 17 de julio de 2013

LA TERCERA: Pedro Gerardo Beltrán Espantoso


Pedro Gerardo Beltrán Espantoso
¿Y ahora, qué?
Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Al terminar diciembre de 1978, según el balance del Banco Central de Reserva', el total de dinero en circulación y depósitos -es decir, los billetes fabricados por la famosa “maquinita”- alcanzó la cifra de 149 mil 446 millones de soles. Digamos, para redondear, 150 mil millones.


Casi todo ese dinero es de fabricación reciente. A fines de setiembre de 1968, en vísperas del golpe del 3 de octubre, que inició el régimen actual de dictadura, el total de billetes era de 13 mil millones de soles. Casi 137 mil millones han salido de la maquinita desde entonces. Cuando la dictadura se ufana de “haber hecho más en diez años que en casi 150 años anteriores de República”, como alguna vez se ha dicho, hay que darle la razón en cuanto se refiere a la fabricación de billetes. De cada cien soles que circulan hoy, noventiún soles con treinta centavos deben su existencia a la dictadura, sólo ocho soles con setenta centavos existían antes.


Aunque hay ahora once veces y media más dinero que en 1968, los peruanos no vivimos hoy once veces y media mejor que entonces. Ni siquiera -tomando en cuenta el aumento en la población- vivimos hoy ocho y media veces mejor que en 1968. Ni cuatro veces; ni dos veces; ni una vez y media. Ni siquiera vivimos igual que antes; vivimos peor que antes de la “revolución”.


Hace poco, en un cursillo dictado para empresarios en ESAN, funcionarios del Banco Central exhibieron cifras que demuestran que, aunque los sueldos y salarios se han elevado nominalmente varias veces en los últimos años; es decir, en la cantidad que indican los billetes que el trabajador retira de la ventanilla, esos mismos sueldos y salarios han disminuido considerablemente en esos mismos diez años en su valor real, es decir, en la cantidad de cosas que pueden comprar en el mercado. Los precios han subido mucho más rápidamente.


La razón es muy sencilla. Ha aumentado la fabricación de billetes, pero no ha aumentado la producción de las cosas ni de los servicios que pueden comprarse con esos billetes. Hay más dinero para comprar menos cosas: entonces cada cosa cuesta más. Los únicos “servicios” que han aumentado enormemente en estos últimos diez años, aun los que nadie pide ni necesita pero todos pagan a la fuerza, son los “servicios” del Gobierno. Y esa es la razón de que se haya fabricado tanto billete.


Tal vez en algunos países más desarrollados las complejidades de la economía permitan a los economistas y políticos entretenerse en discusiones sobre si hay otra causa de inflación aparte de los gastos excesivos del Gobierno. No es probable que la encuentren, pero es un lujo que se pueden dar allá. No en el Perú. En nuestro país hay que ser o demasiado tonto o demasiado vivo para pretender que la inflación pueda tener causa diferente a los déficit gubernamentales. Si alguien pudo tener una duda, la experiencia de los presupuestos “revolucionarios” de los últimos diez años debe habérsela quitado.

Se comenzó con los “déficit de apertura”: con los déficit “manejables”. Después los déficit se desbocaron y ni las voces de mando de la dictadura sirven ya para detener su carrera. En la época en que el Perú tenía gobierno democrático un déficit de mil millones de soles era suficiente para hacer caer al Ministro de Hacienda, cuando no a todo el Gabinete, y hasta ponía a prueba la supervivencia del régimen. Hoy oímos hablar con toda tranquilidad de un “déficit de apertura” de muchas decenas de miles de millones de soles, y hasta se insinúa que debemos dar las gracias por los sacrificios que se impone el Gobierno para no “abrir” el presupuesto con cien mil millones de déficit. (Y cerrarlo sabe Dios con cuántos miles de millones más).


Por eso, hoy en el Perú, hasta el Ministro de Economía y Finanzas y el Presidente del Banco Central de Reserva tienen que empezar por reconocer como han hecho en sus últimos discursos y exposiciones, que el encarecimiento pavoroso que vivimos -la “inflación maldita”, como la ha denominado uno de ellos- es obra del déficit presupuestal, de los gastos excesivos del Gobierno.


Efectivamente, en los últimos diez años la dictadura ha dispuesto para sus gastos de varios cientos de miles de millones de soles, financiados en gran parte con los billetes de la “maquinita”, es decir, con el más cruel de los impuestos: el que castiga más al que menos tiene.


Ahora bien, a mediados de 1978, cuando asume la cartera el actual Ministro de Economía y Finanzas, el total de circulación y depósitos había sido de 117 mil millones de soles, nueve veces más que al comenzar la dictadura. Cinco meses después, este total había ya subido a 130 mil millones, diez veces más que al 3 de octubre de 1968. Que en diciembre último haya llegado a casi 150 mil millones -once y media veces más que a fines del último gobierno democrático-, indica que aun los bomberos de la economía siguen echando fuego a la hoguera inflacionaria. Y a qué velocidad. Cinco meses les bastaron para imprimir tantos billetes como había impreso la República hasta el 3 de octubre de 1968. Un solo mes ha sido suficiente para fabricar una vez y media esa misma cantidad.


Pero no sólo de la “maquinita” ha estado obteniendo recursos el Gobierno para su política de derroche en estos últimos diez años. Después de largos silencios, y de algunos juegos de cifras, hemos terminado por saber, sólo por reciente exposición al país del actual Ministro de Economía y Finanzas, que el endeudamiento externo alcanza a casi 9 mil millones de dólares. Aun con el tipo oficial, oficial que, está varios puntos por debajo del mercado, eso significa que la deuda externa alcanza actualmente a 1 billón y 800 mil millones de soles; 1,8 millones de millones de soles. Si se quiere imaginar cuánto es 1.8 billones de algo, calcúlese la cantidad de segundos que entran en 58,400 años.


¿Cómo se ha podido llegar a endeudar al Perú hasta ese extremo? Cuando se produjo el golpe de 1968, la dictadura encontró una deuda muchísimo menor. Sin embargo, no era una deuda diminuta; y tan no lo era, que uno de los pretextos esgrimidos para derrocar al Gobierno democrático fue precisamente el monto a que alcanzó la deuda externa bajo ese Gobierno.


La dictadura encontró muy pronto otra circunstancia favorable. Nuestros productos de exportación comenzaron a alcanzar precios elevados en los mercados mundiales, y se sostuvieron a tales niveles durante considerable tiempo. Ello significaba mayores ingresos para el país en general y holgura para los gastos del Gobierno. Esa riqueza, tanto la del país como la del Estado, debió haberse sembrado en el desarrollo del país, que lo necesitaba en todos los órdenes: aumento en el área y el rendimiento de las tierras de cultivo, ampliación de la base industrial, puesta en explotación de los recursos minerales, vías rápidas y eficientes de comunicación, líneas suficientes y oportunas de crédito y, ciertamente, fortalecimiento en todos los puntos críticos de las necesidades sociales de la población: alimento, salud, educación, vivienda.


Todo ello debió haberse hecho con audacia y prudencia al mismo tiempo; con sentido de futuro: para asegurar que lo que se gastara en época de abundancia estuviera tan bien empleado que su rendimiento sirviera para contrarrestar las penurias de la previsible época de escasez siguiente. Desde tiempos bíblicos se sabe que los ciclos de las vacas gordas se turnan con los ciclos de las vacas flacas; y que la mejor política es destinar los excedentes de hoy a reproducirse para crear las reservas que habrá que usar mañana.


Nada de eso hizo la dictadura; increíblemente utilizó la holgura no en gastos reproductivos sino en experimentos destructivos de nuestra economía nacional; y en vez de crear reservas con los excedentes, los disipó hasta convertirlos en deudas, que no otra cosa son las “reservas negativas” de las que nos ha hablado el propio Ministro de Economía.


Los bancos y los proveedores extranjeros no perdieron tiempo en seducir con facilidades de crédito a la dictadura. Esta desarrolló un apetito tan voraz por el gasto extravagante que no moderó el endeudamiento ni siquiera cuando los precios de nuestros productos dejaron de subir en los mercados mundiales e iniciaron su declinación.


Había llegado la época ae las vacas flacas. En vez de fortalecer las bases de la economía nacional, la dictadura se había dedicado a socavarlas con su derroche de recursos, cuando no francamente a demolerlas, so pretexto de “reforma de estructuras”. Entre los modelos propuestos por la fábula, la dictadura había despreciado la previsión callada y laboriosa de la hormiga y optado, en cambio, por el desenfado estentóreo e ineficaz de la cigarra. Y, como la cigarra, naturalmente, se quedó sin más reservas que las “negativas”: y para sobrevivir no se le ocurría otra cosa que pedir préstamos a quienes, como la hormiga, sí habían sabido trabajar y ahorrar.


Como deudor, la dictadura ofrecía algunos atractivos ilusorios que, por un tiempo, podían distraer a los prestamistas y proveedores. Por lo pronto, la fuerza de la costumbre: la holgura inmediatamente anterior, aunque ya inexistente, había creado una confianza en que la bonanza persistiría a pesar de la baja de los precios de Tos productos peruanos de exportación.


Por otro lado, las reformas “estructurales” de la dictadura fueron presentadas por su propia propaganda, y así lo repetía buena parte de la crédula prensa izquierdista o “progresista” del mundo, como capaces de hacer casi instantáneamente todos los imaginables y deseables milagros económicos y sociales: la reforma agraria; la comunidad laboral y la propiedad social; la estatización de los recursos naturales, de las industrias básicas y los servicios públicos; la “socialización” de los diarios y la “concientización” educativa bastarían para convertir al Perú en el mejor de los mundos; y no sólo haría moralmente mal sino que perdería económicamente, oportunidades de buenos negocios, quien no colaborase con la dictadura “humanista”...


El otro factor que aprovechó la dictadura para ilusionar a sus acreedores, era la buena reputación como deudor, pagador puntual de sus obligaciones, que merecidamente había alcanzado el Perú bajo los gobiernos precedentes. Así, cada nuevo empréstito era una nueva satisfacción, tanto para el Gobierno, que disponía cada vez de más recursos para gastar, cuanto para los banqueros y proveedores internacionales, que confiaban haber encontrado un gran cliente y un filón duradero de excelentes negocios.


Ambos, pese a la caída de los precios internacionales, esperaban seguir indefinidamente por ese camino. Mientras tanto, la opinión pública no recibía informaciones fidedignas sobre las cifras de la deuda externa. Es típico de las dictaduras mantener en secreto los asuntos públicos. Y, ciertamente, los diarios confiscados guardaban silencio sobre éstos y otros asuntos públicos; pues, si no, ¿para qué los habría confiscado la dictadura?


Cuando por primera vez un Ministro de Economía, el ingeniero Piazza, se propuso decir la verdad al país (y para ello trató antes de averiguarla él mismo, pues confesó paladinamente que no disponía de esa información completa), encontró tantas dificultades que tuvo que renunciar. Y la dictadura volvió a embarcarse en el plan de grandes gastos, deudas, y “maquinazos” más o menos ocultos. Hasta que la crisis se hizo incontenible, inocultable; y el actual Ministro de Economía reveló el monto de casi nueve mil millones de dólares de la deuda externa.


Es increíble cómo se pudo llegar a tal endeudamiento, sin tratar siquiera de evitar que coincidieran las fechas de vencimiento de las obligaciones de pago de capital e intereses. Esos vencimientos se acumularon peligrosamente, colocando al Gobierno en la imposibilidad material de atender a sus pagos en los términos previstos originariamente, los que tuvieron que ser renegociados.


Los banqueros y proveedores, a regañadientes, se vieron precisados a conceder la prórroga que se les pedía para no tener que aceptar una pérdida por “malas deudas” o el alarmante precedente de un país en moratoria. Pero para conceder la prórroga hicieron, con el respaldo de la autoridad monetaria internacional, exigencias severas para asegurar el cumplimiento.


Por último, el Gobierno del Perú, también a regañadientes, protestando contra la incomprensión y el egoísmo de los prestamistas y de las autoridades monetarias, no tuvo otro remedio que aceptar esos términos. Sería, en efecto, muy difícil que un país que no cumpliera sus compromisos de pago internacionales volviera a recibir nuevos créditos.


En esos términos se ha podido despejar, por un tiempo, el problema de tesorería, de falta de liquidez en nuestra balanza de pagos. Las obligaciones más apremiantes han sido diferidas algunos años, de modo que el peso financiero de las deudas de esta dictadura sea cargado sustancialmente sobre los hombros del gobierno que exista en el país entonces, y que todos esperamos sea un gobierno democrático.


Tal ha sido el resultado de los esfuerzos hechos por el actual equipo dirigente del Ministerio de Economía y del Banco de Reserva frente al agudísimo problema de tesorería que encontraron al asumir su gestión. Lo cierto es que el Perú no tenía un solo centavo. Aun sin considerar las obligaciones acumuladas por los grandes empréstitos, sólo las deudas líquidas corrientes -lo que podría llamarse los “sobregiros” de la banca peruana frente a la banca extranjera- ascendían a más de mil millones de dólares. Era, pues, indispensable buscar recursos donde se pudiera, como se pudiera.


El Fondo Monetario Internacional ha extendido un crédito de 300 millones de dólares para sacar al Perú de sus apuros más urgentes. Antes se había obtenido préstamos de Venezuela, de otros países sudamericanos y de España, por ochentitantos millones de dólares, y aun del Fondo Andino de Reservas del Acuerdo de Cartagena por treintisiete millones y medio de dólares adicionales.

Estas y otras partidas semejantes representan nuevas obligaciones que ha asumido el Perú “por el momento”, para llamarlo de algún modo; es decir, como un fondo para hacer frente a las contingencias temporales; pero que deben devolverse a corto plazo, pues no pueden agregarse al enorme peso del endeudamiento ya contraído por la dictadura y que, mediante la renegociación reciente, se ha convertido en una carga para el futuro gobierno democrático: “El que venga atrás, que arree”, según reza el dicho.


Pero eso no quiere decir que el problema económico haya sido resuelto, ni muchísimo menos, o que se haya empezado siquiera a resolverlo. Tampoco quiere decir que el problema financiero sea llevadero aun durante el tiempo que resta a la gestión de la dictadura. Ni quiere decir que no se deban al país explicaciones sobre cómo y para qué se lo llevó a ese grado excesivo y extremado de endeudamiento.


El jefe de la dictadura, el General Morales Bermudez, sería la persona apropiada para proporcionar al país esa explicación, mediante una exposición completa de cómo y para qué se ha endeudado al país en los últimos diez años, ya que, desde comienzos de 1969 hasta el final de 1973, él fue el Ministro de Economía y Finanzas de la “primera fase”. Y, luego, su Primer Ministro por seis meses, en tanto que ahora lleva cuatro años y medio de conductor de la “segunda fase”. Nadie en mejor posición que él para conocer todos los antecedentes y detalles de este grave problema.


¿Y qué se ha hecho con el dinero que ha gastado la dictadura durante todos esos años, tanto con billetes de la “maquinita” como con los impuestos extraídos al país y con los recursos obtenidos en préstamos de bancos y proveedores extranjeros? ¿En qué se han ido los millones de millones de soles?


Es elemental el derecho que tienen los peruanos para obtener una respuesta. ¿Qué proporción se ha derrochado en “elefantes blancos” del tipo, por ejemplo, del famoso puerto pesquero en el departamento de Piura, que ha costado miles de millones, y que nadie utiliza porque para nada sirve? ¿Y cuántos otros casos hay por el estilo?


Mientras la dictadura encontró en 1968 sólo 18 empresas estatales, ahora hay 174, con un total de 120 mil empleados, sin considerar el personal obrero. ¿Cuál es el monto total de las pérdidas de cada una de estas nuevas empresas, con sus pomposos organigramas, sus enormes planillas de empleados y sus balances en rojo, ahí donde, muchas veces, las empresas privadas que fueron expropiadas para crear esos monstruos burocráticos, ganaban dinero y pagaban suculentos tributos al Fisco con una organización sencilla y un personal eficiente?


El Perú, como bien sabemos, está muy lejos de ser un país desarrollado. Grandes inversiones se requieren para movilizar creadoramente sus recursos humanos y naturales en las empresas que hagan posible el desarrollo, sin el cual no habrá el nivel de vida satisfactorio a que cada peruano tiene derecho a aspirar.


¡Cuánto pudo haberse hecho en estos diez afros, para ampliar los horizontes del país; para que los peruanos, cuyo número crece cada día también, tuvieran mayores oportunidades y mayor campo de acción! Basta pensar en las riquísimas zonas del Oriente, inaccesibles hasta ahora para el desarrollo del país, por falta de vías de comunicación.


Nuestra capacidad para financiar, en los centros bancarios mundiales, los recursos necesarios para las obras de desarrollo de efectiva envergadura nacional y social que tanto necesitamos, fue agotada por la dictadura. Y fue agotada en financiar “elefantes blancos” y en pagar, a los extranjeros, la expropiación de las empresas que ya habían creado en el país, con su propio dinero y a su propio riesgo. Así se dilapidó el dinero, en lo que no servía y en lo que, sirviendo, ya estaba hecho y no necesitaba realmente gasto alguno del país; y en cambio se omitieron las obras que sí habrían servido para dar trabajo eficaz a miles y miles de desocupados.


La población peruana no sólo aumenta aceleradamente en la capital y las demás zonas relativamente desarrolladas del país, sino que crece también a todo lo largo y ancho de nuestro territorio. Cada afro hay alrededor de medio millón de bocas nuevas que alimentar. Hay también trescientas mil personas que llegan a la edad de necesitar y de buscar trabajo; trabajo éste que debe ser productivo y para cuya creación se requieren inversiones.” Este es el gran reto que enfrenta el país, y esa debería haber sido también la preocupación número uno del gobierno. Pero la dictadura nunca ha pensado en ello.


Ha ignorado así la lección que nos dan los campesinos indios que dejan las serranías, donde ya no alcanza la escasa tierra aprovechable, para abrirse camino hacia la selva alta, donde se han instalado como han podido en nuevas tierras que, con sus propias manos, han arrebatado al monte. Y la tierra ha respondido generosamente a sus esfuerzos.


Con apoyo gubernamental, con vías y programas de colonización, con crédito y asistencia técnica, se podría multiplicar y perfeccionar esa lección en toda la fertilísima región de la selva alta. Trabajar esas tierras significaría abastecer a todo el país de alimentos que actualmente se tienen que traer del extranjero. Los colonizadores y las poblaciones formadas por ellos se convertirían en nuevos mercados para la producción y el comercio del resto del país. Surgirían nuevas industrias, se crearía demanda para toda clase de nuevos servicios.


Para poner un ejemplo, el transporte daría ocupación a mucha gente, ya desde el primer momento con los trabajos iniciales para habilitar las carreteras, ya con la atención creciente de las necesidades de intercambio de ida y vuelta. Y así cabría citar muchos otros casos.


Basta indicar que es así como los países nuevos, o rezagados, han encontrado el camino de su desarrollo y su bienestar: dando oportunidad a la gente con iniciativa, emprendedora, para que en plena libertad, pueda forjar su porvenir, sin la interferencia “fiscalizadora” de funcionarios que todo lo reglamentan, todo lo traban y todo lo encarecen.


Lo cierto es que, sin beneficio alguno para el país, se ha creado la inmensa deuda que ahora nos agobia, y se ha encarecido la vida con la frenética impresión de billetes para hacer frente al enorme desequilibrio fiscal, fruto del derroche del gobierno, agravado por las pérdidas originadas por el funcionamiento de las empresas expropiadas, que antes fueron prósperas.


El gobierno democrático, que todos esperamos tener pronto, tendrá que hacer las cosas de otro moda. No podrá mantener la indiferencia de la dictadura para con la inflación, que encarece todos los precios, y, literalmente, arrebata la comida de la boca de los peruanos más pobres. Ni podrá tener la complacencia de la dictadura para con la “maquinita” impresora de billetes, que es el enemigo mayor de los peruanos, precisamente porque causa carestía y empobrecimiento. Tendrá que arrojar la maquinita al muladar, como se hizo en 1959, cuando realmente se preocupó el Gobierno por detener el encarecimiento, estabilizar los precios y hacer del sol peruano una moneda firme.


Y, ¿cuándo podrá el futuro gobierno democrático estar en condiciones de abordar la gran empresa colectiva del desarrollo del país, de la que depende el futuro? Antes tendría que concentrar sus esfuerzos en el pago, en moneda extranjera, de los intereses y amortizaciones de la deuda contraída por la dictadura. No sólo el costo del servicio de estas deudas limitará la capacidad nacional para contraer nuevas obligaciones, sino que el crédito futuro del Perú ya está de hecho afectado por la actual crisis que ha dañado seriamente nuestra reputación en los círculos financieros mundiales.


Por todo ello, es indispensable y urgente poner punto final a la política económica que ha llevado al país a la triste situación en que hoy se encuentra, abrumado de deudas, con un encarecimiento agudo de la vida y con más y más desocupados cada vez.


Y hay que poner término definitivo a la inflación, pero no en un futuro lejano, ni mucho menos mediante “paquetes” sucesivos -que sólo la prolongan y que hasta la agravan-, sino poniendo manos a la obra ahora mismo.


No es posible seguir con alzas y más alzas de precios. ¡Basta ya!, dicen todos los peruanos. Y tienen razón. La vida encarece porque el Gobierno no pone freno eficaz al dispendio, ni renuncia a gastar por encima de lo que rinden los impuestos, ni se resuelve a prescindir de los billetes de la “maquinita”. Pero, ¿acaso no es más importante que muchos de esos gastos, el bienestar del pueblo, la salud de la gente modesta, la alimentación de los pobres que a duras penas pueden mantenerse con vida y para quienes cada nueva alza de precios es una funesta angustia?


¡Cuánto gasta el Gobierno en obras, grandes o pequeñas, convenientes o inútiles, pero que en todo caso se pueden dejar para más tarde! ¿No es lo más juicioso comenzar por el principio, es decir, contener la inflación, sacar al país del marasmo en que se encuentra y reactivar la economía? Así, sólo así, aumentarán la producción, el trabajo y el nivel de vida; y sólo así habrá -sin imprimir billetes, sin agobiamos de deudas- más recursos efectivos en manos del Gobierno para efectuar, entonces sí, obras más abundantes, más necesarias, de más envergadura y más eficaces para nuestro desarrollo.

El actual Ministro de Economía y Finanzas ha hecho un llamamiento público a los inversionistas extranjeros, asegurándoles que “tienen las puertas abiertas”. Para que ese llamamiento tenga posibilidades de ser escuchado, tendrán que cambiar antes radicalmente muchas cosas; porque, de otro modo y en las actuales circunstancias, la invitación que se hace a los inversionistas equivaldría a la eficacia de un cartel que avisa que es gratis el ingreso al campo de trabajos forzados.


Debe ponerse punto final a la desastrosa política económica seguida durante diez años por la dictadura; política que ha fracaso rotundamente y que nos ha traído a la crisis más aguda de toda nuestra historia. Los hombres que la pusieron en práctica se anunciaban como portadores de un programa nuevo, “revolucionario”, que traería bonanza para el país, aumento de la producción y elevación del nivel de vida, especialmente de los peruanos de situación económica más afligida. Al oírlos, arrogantes y ensoberbecidos, acusar de falta de patriotismo a todo el que osara discutir sus propósitos u oponerse a sus políticas, se creería que habían dado con una fórmula infalible para resolver de una vez todos los problemas del Perú.


Cuando implantaron la intervención estatal en todos los órdenes de la vida nacional, se apreció que sus nuevas fórmulas revolucionarias no eran sino las ideas que, décadas atrás, se habían puesto de moda entre los teóricos y políticos de muchos países, pero que ya se habían desprestigiado completamente por su rotundo fracaso dondequiera fueron puestas en práctica. La caída de la producción, el estancamiento general, los cientos de miles de peruanos que no encuentran trabajo, el alza incesante de los precios, toda la experiencia, en suma, de estos diez años lamentables, demuestran que también aquí esas ideas han dado exactamente el mismo deplorable resultado.


Mientras se mantenga la intervención burocrática de toda la actividad económica, mientras no haya libertad de prensa ni independencia efectiva del poder judicial, mientras no se devuelva ni se pague a los empresarios nacionales las instalaciones productivas que les han sido arbitrariamente despojadas (y se tenga el desparpajo de sostener, hasta en los tribunales, que adueñarse de lo ajeno sin pagar un centavo y violando todas las leyes, como se ha hecho con el cemento, con la pesca, con la televisión, con los propios diarios, es una “expropiación” legal), ¿quién va a confiar, quién va a arriesgar su dinero, quién va a pasar por las “puertas abiertas” que se ofrecen, sin cambiar mientras tanto de política?


Y esta falta de garantías no es cosa del pasado, ni ha ocurrido sólo en la primera fase. Con motivo del juicio que se sigue, sobre la llamada expropiación del cemento, entre el Gobierno y los propietarios despojados, ante la sentencia del juez que reconocía el derecho de propiedad que la Constitución ampara, este régimen, el de la segunda fase, en el mes de enero de 1979, desplegó toda la maquinaria publicitaria de la prensa cautiva en apoyo de la apelación con que el Gobierno insiste en sus inaceptables argumentos.


Mientras no desaparezca efectivamente, y de una vez por todas, la amenaza de la funesta política económica seguida en los últimos diez años -aunque se, trate de los rezagos de ella-, no puede contarse ni siquiera con la ilusión de recuperar la confianza; factor indispensable para reactivar nuestra economía y crear el necesario ambiente para atraer las inversiones movilizadoras de la producción y del trabajo.


El país está estancado por falta de inversiones, porque nadie corre riesgos cuando desconfía. No podemos esperar recuperación mientras no desaparezca definitivamente el foco de alarma creado por diez años de dictadura. La desconfianza es general. Todo está “fiscalizado”. Nada puede hacerse sin tropezar con controladores que no hacen sino crear dificultades. Ya sabemos que el control trae el peligro de la corrupción de los que controlan y el desaliento de los controlados.


Basta ir al Ecuador, a Bolivia, a Venezuela, donde se encuentra uno con peruanos a cada paso, y a casi cualquier otro país, para darse cuenta de cuántos de nuestros compatriotas han dejado el Perú en busca de las oportunidades que aquí se les niegan. Su misma presencia masiva en el extranjero es un testimonio ante el mundo de lo mal que marchan las cosas entre nosotros.


Burócratas de las oficinas del Gobierno intervienen, entre otras cosas, en la venta de los productos de exportación. Ellos deciden cómo se hace cada venta; ellos son también los que reciben el dinero de esas ventas y lo entregan a los exportadores, cuando se les ocurre y en las cantidades que, según su criterio, les corresponden. Nada de esto puede ayudar, en forma alguna, a las actividades productivas.


La estatización del Comercio Exterior -una de las llamadas grandes “reformas estructurales” del decenio revolucionario- sólo ha servido hasta ahora para que las cosas sean manejadas por gente que (a) no está directamente interesada en el éxito de las transacciones y (b) que no tiene, por lo demás, la menor experiencia en estos asuntos.



Los burócratas son nombrados, como se acostumbra hacer con los funcionarios del Gobierno, por razones políticas, cuando no personales; no por razones de capacidad técnica, y menos con la vocación de aumentar la producción y favorecer a los productores.


Necesitamos, pues, un viraje completo y definitivo. Se requiere que vayan al Gobierno hombres que crean en la libertad de acción de la gente emprendedora, como única manera de lograr el desarrollo del país en todos los planos, sin la amenaza de la intervención oficial y sus funestas consecuencias.


Cuando el comercio exterior no estaba estatizado, los compradores competían los unos con los otros, enviando al Perú representantes y abriendo oficinas para tratar directamente con los propios interesados. Ahora les basta con entenderse con los bucrócratas. ¿Qué ventaja sacan los productores y el país con que esto sea hecho paternalistamente por los burócratas nombrados por el Gobierno? Los países que han progresado, a los que acudimos para que nos presten, se basan en la libre competencia para organizar su comercio exterior, porque, sin duda, resulta ser la solución más eficaz.


La iniciativa particular parece haber muerto en el Perú. La política de intervención y controles, que la dictadura impuso y mantiene, obliga a permisos y procedimientos interminables y agobiantes. Para hacer algo, poner un negocio, salir del país, ampliar una fábrica, exportar o importar, es preciso llenar tantos requisitos y hablar con tantos funcionarios que, las más de las veces, los empresarios, inversionistas o negociantes terminan por desanimarse y “tirar la esponja”.


Es preciso crear una corriente de aliento a la iniciativa creadora, un ambiente general en favor del desarrollo e industrialización del país, como única manera de elevar el nivel de vida y de crear trabajo para los hoy desocupados.


Esta situación recuerda la que describe el notable economista Milton Friedman, Premio Nóbel de Economía, en uno de sus estudios (“Dólares y Déficit”), al referirse a Alemania de postguerra, bajo la ocupación militar de los países vencedores. Fue entonces, en 1948, cuando el Ministro de Economía alemán, Ludwig Erhard, aprovechando la circunstancia de un domingo en que descansaban los controladores, se atrevió a dar el paso histórico de echar por tierra todo el edificio de intervención y control que se había implantado y que estaba hundiendo al país.


Los militares no se atrevieron a oponérsele: “La abolición del control de precios en Alemania por Ludwig Erhard una tarde de domingo en 1948” dice Friedman “fue todo lo que se necesitó para liberar a Alemania de las cadenas que estaban causando el estancamiento de la producción a la mitad del nivel de antes de la guerra, y para hacer posible que ocurriera el milagro alemán”.


En otro lugar del mismo libro, Friedman había indicado: “Como se sabe, el llamado milagro alemán empezó en 1948. No fue una cosa muy complicada. Se redujo a introducir una reforma monetaria, eliminando el control de precios, y permitiendo funcionar el sistema de precios libres. La extraordinaria alza en la producción alemana en los años que siguieron a esta reforma no se debió a milagro alguno del ingenio o la habilidad de los alemanes, ni a nada por el estilo. Fue el resultado simple y natural de permitir la operación de la técnica más eficiente que se haya encontrado hasta ahora para organizar los recursos, en vez de impedir su operación tratando de fijar los precios aquí, allá y dondequiera”.


Fue una verdadera lección que hizo ver a todo el mundo cómo un país, que había perdido la guerra y que se hundía en la intervención estatal, sólo necesitó ser liberado de ésta para rehacerse y adquirir en poco tiempo la situación prominente que ha alcanzado en la economía mundial. Y todo ello, por cierto, sin imponer al pueblo alemán el encarecimiento de la vida que acarrean el dispendio fiscal y la inflación.


Por eso, los peruanos no podemos esperar el equivalente de un “milagro” económico en nuestro país, mientras no se rompan “las cadenas” del intervencionismo y el derroche con que la dictadura nos ha inmovilizado estos diez años.


Lo vital y urgente para el Perú es el abandono total de esa política funesta, que no sólo nos ha estancado sino que nos ha hecho ir para atrás, al producir menos, al eliminar plazas de trabajo productivo y al encarecer la vida. Lo vital y urgente es dejar atrás todas esas directivas absurdas y contraproducentes de la dictadura, y dedicamos por entero a forjar una política de libertad y de estímulo que traiga efectivo bienestar a los peruanos.


NOTAS


1. Balance publicado en el diario oficial El Peruano del 31 de enero de 1979.


2. He aquí, por ejemplo, cómo han bajado los ingresos reales de la población trabajadora:

(Según los textos mimeografiados distribuidos a los participantes de las Jornadas de Trabajo "El Perú: Realidad Actual y sus Implicaciones Futuras", ESAN, 18 y 19 de enero de 1979. Los autores del presente trabajo se han limitado a añadir las columnas sobre la base real 100 para 1970, a fin de facilitar la apreciación de las tendencias porcentuales).


3. El índice oficial del costo de vida, como se podrá apreciar, ha subido considerablemente desde 1968. En relación con el cuadro anterior, es evidente que se han tomado criterios diferentes para elaborarlos.


4. Cada vez más, los déficit del Gobierno representan una parte mayor de todo lo que produce el país (PBI), tal como lo demuestra el siguiente cuadro:


5. Es ilustrativa al respecto la siguiente cita del General Francisco Morales Bermúdez, cuando era Ministro de Economía y Finanzas y responsable, por tanto, de la conducción económica del país:

"La idea de ajustar los gastos a los exactos ingresos fiscales y recurrir sólo excepcionalmente a la utilización de otros ingresos, ha dejado ya de corresponder a nuestra realidad. Los empréstitos y los recursos de tesorería han entrado a jugar, y de hecho juegan, un papel permanente y preponderante en el financiamiento de los necesarios gastos públicos".

(Exposición del Ministro de Economía y Finanzas, General Francisco Morales Bermúdez, del día 12 de diciembre de 1973, publicada en la edición del 21 de diciembre de ese mismo año del diario oficial El Peruano).


6. Para ser más exactos, 8,863.9 millones de dólares según lo expresado en las Jornadas de Trabajo El Perú: Realidad Actual y sus Implicancias Futuras, ESAN jueves 18 y viernes 19 de enero de 1979.


7. De acuerdo a la exposición del Ministro de Hacienda del 25 de noviembre de 1968, la deuda que encontró la dictadura fue de 742.2 millones de dólares; es decir, una deuda 7.2 veces menor que la que, a diciembre de 1978, ha acumulado desde entonces el régimen revolucionario.


8. La progresión que muestra el siguiente cuadro revela cómo, a pesar de la holgura, concluimos al final con "reservas negativas", es decir, con deudas:


9. En su exposición al país, el 26 de noviembre de 1978 el Ministro de Economía y Finanzas, Javier Silva Ruete, dio a conocer el calendario dedos pagos que debía efectuar el Perú para atender la deuda contraída por la dictadura. Llega hasta 1987, correspondiendo sus montos mayores a los primeros años del posible régimen civil. Esto, de hecho, inmoviliza al país para contraer préstamos de desarrollo, al margen del optimismo con que el Ministro ve el crecimiento de la fuente (exportaciones) para respaldar los desembolsos.


El siguiente cuadro es -eliminadas las cifras de amortización e intereses- el que presentara el señor Ministro en esa ocasión:


10. El siguiente cuadro muestra cómo esas empresas públicas, creadas en la euforia de las "reformas estructurales", han ido progresivamente aumentando sus déficit y en qué proporción han contribuido, conjuntamente con el Gobierno Central, a incrementar el déficit total del sector público, que ha sido la causa principal de la inflación que azota a la economía y al pueblo del Perú:


11. El costo de inversión actual de cada plaza se estima en el sector manufacturero en alrededor de US$ 10,000, lo que significa, al cambio de estos días, la cantidad de S/. 2'040,000; cantidad que, multiplicada por los cientos de miles de plazas anuales requeridas, arroja un total que sólo puede ser atendido -dada la escasa rentabilidad de las empresas del sector- con nuevas inversiones.


12. Tomando como base el comportamiento de nuestras exportaciones entre 1969 y 1977 -es decir un período de 9 años, suficiente y reciente-, el siguiente cuadro, que proyecta el servicio de la deuda sobre bases históricas, muestra que los cálculos del Ministro Silva Ruete -que hemos reproducido en la nota (9)- son inconvenientemente optimistas:


13. La siguiente cita del General Velasco Alvarado muestra -especialmente si comprobamos la dolorosa realidad de esos últimos años- esa arrogancia y esa soberbia que le cultivaban no sólo sus áulicos sino también sus infiltrados: "Nuestra revolución es auténticamente peruana y con ella se inicia la segunda emancipación... Recuperando a plenitud nuestra soberanía, el Gobierno Revolucionario ha roto la sujeción de otros años y ha iniciado la gesta de la definitiva emancipación económica de nuestra patria... Con ella se inició una etapa de la vida republicana y, a su término, viviremos en una sociedad nueva, distinta y justiciera".


Discurso pronunciado el 28 de julio de 1969, publicado en El Peruano del 30 de julio de ese mismo año.

lunes, 15 de julio de 2013

LA TERCERA: Pedro Gerardo Beltrán Espantoso


Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Pedro G. Beltrán siempre quiso la Presidencia de la República. Su modo de acercarse al poder no era por medio de las urnas. No estaba dispuesto a efectuar concesión alguna a cambio de una veleidosa popularidad. Era un hombre de élite, de gabinete, un consejero, un intrigante, un conspirador. Por las rutas secretas que también llevaban al ejercicio supremo del poder, pocos parecían capaces de avanzar tan lejos como Beltrán. Se había desilusionado de las plazas públicas casi al primer intento. El populacho pedía mentiras, adulación, promesas incumplidas. Quería propiedad sin pagar por ella, salarios generosos sin el sudor de su frente, conquistas sociales cuando ni siquiera podía suprimirse el desempleo. Pedía gratis lo que tenía un precio. Para Beltrán el país no era una ganga, ni el futuro estaba en realización. La república venía a ser un negocio como cualquier otro, que debía manejarse con gastos generales reducidos, planilla estrecha, espíritu de ahorro y elevada productividad. En su modo de ver las cosas, el contribuyente estaba por encima del ciudadano que no pagaba impuestos, y el Estado al servicio de ambos. La costumbre de dar puestos públicos a cambio de favores políticos, enfurecía a Beltrán. Lo que era de todos merecía frugalidad y respeto. No adulaba al populacho, tampoco le sentía temor. Para su ciudad y su país había sido siempre don Pedro, título que expresaba una forma de autoridad básica y espontánea, única, consubstancial, sin principio ni fin. En ejercicio de sí mismo, don Pedro prefería caminar a moverse en limusina y, de paso, siempre contestaba el saludo de ceremoniosos desconocidos que parecían sus gobernados, o discutía el precio de las paltas con unas serranas de trenzas instaladas en una vereda, cerca de su casa en la calle Velaochaga. No existía investidura o cargo público que pudiese modificar a Beltrán, salvo, por cierto, la Presidencia de la República.

Peruanos que habían vivido en Inglaterra durante la segunda década del siglo, recordaban que el joven Pedro Beltrán llegó no sólo a estudiar en la renombrada Escuela de Economía de Londres, sino a invertir su primera herencia. Una vez establecido, sin, lujos peor sin penurias, cuando hubo reservado el dinero que demandaría su educación universitaria, quedó dueño de una diez mil esterlinas. No era una gran fortuna, pero tampoco una suma despreciable. No durarían toda la vida pero con diez mil libras podían hacerse muchas cosas. Beltrán, que deseaba incrementar esa suma antes de volver al Perú, presentía los peligros de invertir sin conocer el mercado. Así fue como decidió pedir consejo a un antiguo amigo de la familia, el ex presidente Augusto B. Leguía, que sobrevivía al exilio con decorosa pobreza.

Beltrán no era aún don Pedro y a Leguía lo llamaban don Augusto. Había sido, además, el mejor Ministro de Hacienda en la historia del Perú. Bajo y enjuto, parecía irradiar una energía desperdiciada. Beltrán lo había conocido como gobernante. Daba ahora la impresión de estar olvidado: nadie ofrecía dos reales por su futuro político. Recibió Beltrán a la hora del té, estuvo de acuerdo en que la Escuela de Economía de Londres era la más avanzada del mundo y luego escuchó las inquietudes del estudiante sobre su herencia. ¿Cuánto quiere invertir? Diez mil libras. ¿Y qué pretende obtener de ellas? Seguridad con intereses altos. Leguía reflexionó brevemente. Al fin dijo: démelas a mío. En vez de asustarse, Beltrán se entusiasmó. ¿Usted las necesita? Sí, las necesito, y le pagaré los intereses más altos del mercado. ¿Por cuánto tiempo? Dos años a plazo fijo, renovables por un tercer año. Tiene usted un trato, se jugó Beltrán.

Mientras Beltrán se entregaba a sus estudios, Augusto B. Leguía inició su retorno a la presidencia del Perú. Tras el corto gobierno del coronel Benavides, se instauró la república aristocrática de don José Pardo y entonces Leguía reapareció como el contestario, el innovador, el financista que volvía enarbolando la bandera mágica del progreso. En 1919 ganó las elecciones. No esperó a que le hicieran un chanchullo con los votos. Se adueñó de la guarnición de Lima y echó de Palacio a don José Pardo para instalarse a gobernar durante once años consecutivos.

La amistad de Leguía hizo que Beltrán ascendiera como un cohete a la cima de instituciones y finanzas, aunque el joven economista emplease sus propios carburantes en tan temprano viaje a las alturas del poder. En la década del progreso, empezó a mecanizar la agricultura en el valle de Cañete, donde quedaba la hacienda Montalbán. Atónitos hacendados de otros valles iban a contemplar las novísimas locomotoras sin rieles que usaban para barbechar y abrir surcos en las tierras de Beltrán y que el joven hacendado llamaba tractores. Reemplazó el guano de las islas por fertilizantes sintéticos más poderosos. En vez de llorar sobre bellotas devoradas por las plagas, las defendía con nuevos insecticidas. El primer avión que fumigó en Calenté lo hizo sobre los algodonales de don pedro. Optó por vivir en su hacienda como lo haría en Lima, así que instaló desagües e inauguró la luz eléctrica, entre siete y nueve de la noche, a excepción de los sábados, cuando las luces se apagaban a las diez. Pronto Montalbán producía el doble y hasta el triple que las haciendas que trabajaban a la antigua. Quien entonces comprendió mejor lo que se proponía don Pedro fue el patriarca de Casa Grande, don Juan Gildemeister, que año tras año modernizaba la inmensidad de sus sembríos de caña de azúcar y que apoyó todos sus proyectos, dentro y fuera de la poderosa Sociedad Nacional Agraria, donde Beltrán consolidó un liderazgo vitalicio. De ahí que años más tarde lo llamaran el señor de los mil agros.

Era un tipo con suerte. Cuando el tranvía de las seis de la mañana al Callao embistió su automóvil en plena Colmena, arrastrándolo casi cincuenta metros, Beltrán emergió trajeado de etiqueta, con apenas un rasguño en la cabeza. Un desacuerdo con Leguía se convirtió en público distanciamiento y luego en pleito político. Cayó Leguía y Beltrán salvó de una persecución por su pasada amistad con el tirano. Diversas plagas asolaron Cañete, nada ocurrió en Montalbán. Era de mediana estatura, nervudo, de cabello castaño y rizado. Chalán pasable, prefería la velocidad en automóvil. Casi nunca se desconcertaba. Le hubiese gustado ser músico, como su hermano Felipe, saxofonista en la primera banda de jazz que tocó en el país, pero desafinaba sin remedio. Tronaba si se ponía de mal humor. Sonreía de costado si desconfiaba de la trisa. No soportaba la impuntualidad. Casi sin darse cuenta se convirtió de soltero codiciado en solterón.

También era un hombre de trabajo. Estaba en pie a las seis de la mañana, aunque hubiese trasnochado. No lo asustaban las causas impopulares pero necesarias. Ignoraba las amenazas de violencia o muerte. Manuel Prado le encargó la embajada del Perú en Washington durante la II Guerra Mundial. Volvió para ponerse al frente de la oposición al gobierno de Bustamante y el partido aprista. Beltrán activó la conspiración final que llevó a Odría a la presidencia. El general no convocó a nuevos comicios según había convenido, sino que esperó hasta 1950 para hacerse elegir a la fuerza como candidato único. Seis años después Beltrán se desquitó. Aunque le clausuraron La Prensa y lo enviaron con todos sus periodistas a la isla penal de El Frontón, su furiosa oposición forzó a Odría a tolerar elecciones libres e irse del país.

Al principio Pedro G. Beltrán se opuso a Prado por su pacto con los apristas. Más tarde, libró una guerra contra la política económica del gobierno. En todo su segundo mandato, Prado tuvo cinco ministros de Hacienda. El primero, Juan Pardo Heeren, apelaba a las emisiones inorgánicas cada vez que la caja fiscal necesitaba dinero. A la vez mantuvo el dólar en la misma cotización oficial que había dejado el gobierno de Odría: quince soles. Puesto que el dólar era la mercancía más barata, la moneda nacional se convertía en divisas que salían de las reservas colocadas en el Banco Central de Reserva.

El segundo, Augusto Thorndike, encontró las reservas cerca de cero. Tenía que retirar al Estado del mercado de cambios y dejar que el dólar encontrara su nuevo valor por la oferta y la demanda. Antes, sin embargo, se preocupó de abastecer Lima de dólares, mediante pagos adelantados de impuestos por parte de las grandes empresas extranjeras, con billetes extranjeros que llegaron en cofres por avión. Al producirse el pánico, los bancos se colmaron de una multitud que exigía cambiar soles por dólares. Pero los dólares no se terminaban y, al cabo de unos días de tensión, el público tuvo que volver a pedir soles por dólares. El dólar llegó a dieciocho soles y se estabilizó por debajo de diecisiete. Por unos meses suprimió las emisiones inorgánicas, la célebre maquinita de fabricar billetes como la había bautizado Beltrán en La Prensa.

El tercer ministro,. Luis Gallo Porras, que además era primer vicepresidente de la república, fue rápidamente desaprobado por Beltrán. Si no entendía, no firmaba, y sobre su escritorio de ministro se apilaban varios metros de documentos fiscales. Hizo funcionar la maquinita con tal frenesí, que el dólar se le disparó hasta los treinta soles. Cada mañana La Prensa descargaba su artillería pesada contra el ministro de Hacienda, abrumándolo con pruebas de sus desaciertos. Producida la crisis, Prado hizo una jugada maestra: llamó a Pedro Beltrán para que formara un nuevo Consejo de Ministros y lo presidiera. Tenía carta blanca para corregir la política económica o formular una nueva. Beltrán aceptó.


Guillermo Thorndike Losada, tomado de su libro Los prodigiosos Años 60 (Primera edición Mayo de 1993), páginas 38 a 41.

LA TERCERA: Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Pedro Gerardo Beltrán Espantoso - Archivo Emilia Millán Galarza de Aguilar

LA TERCERA: Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Pedro Gerardo Beltrán Espantoso - Archivo Emilia Millan Galarza de Aguilar

LA TERCERA: Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Pedro Gerardo Beltran Espantoso 


Hombre rico, Beltrán vivió rodeado de bohemios con los bolsillos agujereados mientras La Prensa se convertía en el matutino de mayor circulación en el país. A la hora en que los periodistas llegaban a trabajar, ya Beltrán había revisado cuentas, sostenido conciliábulos políticos o dictado el conjunto de ideas que darían sustento a la siguiente edición. Si el contenido del diario flaqueaba, si bajaba el estilo, si se perdían primicias, si incomprensiblemente El Comercio ganaba una noticia, Beltrán reactivaba su escuelita de las ocho de la mañana. Significaba una hora menos de sueño para todos. Ni siquiera pasaban una taza de café. Con la cavernosa entonación que imprimía a su voz para manifestar disgusto, Beltrán examinaba un ejemplar de La Prensa en el que ya había subrayado imperfecciones o historias desperdiciadas o datos que no eran exactos. Se portaba como un crítico sanguinario, malhiriendo las pequeñas grandes vanidades reunidas en una sala de redacción donde sólo se movían las moscas. Había de todo en ese conjunto de maltrechos héroes de la noticia, gente de paso que había sufrido descalabros personales, hombres de otras profesiones que recalaban en La Prensa por necesidad, periodistas por vocación, escritores sin fortuna, juerguistas, ex sacerdotes, asilados que no quisieron volver a sus patrias, unos cuantos bígamos y cuentistas y también jóvenes ambiciosos, para quienes recién empezaban los caminos. Beltrán exigía más noticias, mejor escritas. Todo siempre más temprano. En la escuelita se discutían reportajes y estilos y también se leían piezas de buen periodismo, antiguos y memorables despachos de agencias noticiosas, artículos que Beltrán había coleccionado de su diario favorito, The New York Times, y hecho traducir al castellano, y hasta el testimonio de corresponsales como Dos Passos o Hemingway. A las nueve en punto, muchas veces furiosos con Beltrán, sus periodistas salían en busca de historias únicas e irrepetibles, ignorando que para el jefe competían con James Reston en plena batalla de Inglaterra, con Clifton Daniel desde Moscú o con el formidable Arthur Krock revelando las complicadas claves de Washington D.C. Y es que Beltrán, que escribía con precisión y lentitud, usando una pluma fuente y papel membretado, había aprendido el negocio de los diarios directamente arriba, gracias a su amistad con Arthur Hays Sulzberger, que en 1960 seguía siendo el conductor del Times neoyorquino. Pero las eminencias del Times, aunque a veces influyeran en los destinos del mundo, estaban fuera del alcance de las asombrosas experiencias atesoradas por Beltrán en La Prensa. Ante un fenómeno de mortandad de patos marinos, ningún reportero del Times hubiera entrevistado a un patólogo. Ni el Times hubiese anunciado ocho muertos en un espantoso descarrilamiento cuando apenas se había encontrado los cadáveres de seis maquinistas y brequeros, sólo por la suposición de que todo tren lleva un mínimo de dos pavos a bordo. A nadie en el Times lo desafiaban a duelo, según el Código de Honor del Marqués de Cabriñana, simplemente porque alguien no estaba de acuerdo con un editorial. Y al Times nunca había llegado una gestapo sudamericana para apresar a toda la plana de editores y enviarla cuarenta días a una prisión isleña, en castigo por reclamar elecciones limpias.

Beltrán, hombre rico, tenía que soportar el acoso de truhanes que gastaban todo su salario en una noche de juerga. Las planillas se pagaban cada quince días, pero a los siete llovían peticiones de préstamos y adelantos. A quienes estaban endeudados, no les podían alargar el crédito. Salvo una tragedia familiar, una auténtica emergencia, las reglas tenían que ser cumplidas. El tesorero de La Prensa era un hombre de hielo, redondo e inexpresivo, que escuchaba inmóvil las historias más dolorosas sólo para contestar siempre la misma palabra: no. Escuchado el veredicto, quedaba la apelación ante el propio Beltrán, con la ventaja de que Beltrán era La Prensa además de Beltrán, un hombre rico. Pero el hacendado estaba hecho de fierro. Durante diez, doce, aún más años, había tenido que pagar los sueldos de su bolsillo o pedir la colaboración de amigos como don Juan Gildemeister. Optó por convertirse en hombre pobre. Como muchos ricos de Lima, Beltrán tenía su ropero de provincias, al que pasaban los trajes ingleses después de un razonable uso capitalino. Empezó a usarlos para ir a La Prensa. También eliminó el dinero. Todo cuanto llevaba en su billetera de cocodrilo era un billete de cinco soles, unos treinta centavos de dólares, aparte de calderilla en su monedero. El billete de cinco soles nunca se movía de su sitio. El sencillo servía para sus tratos con las vendedoras de paltas, tres serranas gordas con trenzas lustrosas, para quienes Beltrán era un casero simpático que vivía en esa esquina de la calle Velaochaga, pero nada más. Cuando un pedigüeño insistía en pedir prestado a La Prensa o a Beltrán, daba lo mismo, el rico hombre pobre extraía el supremo argumento de su billetera y su paupérrimo contenido. No es cómo piensa la gente, oiga usted, no es cierto que yo pueda estar haciendo préstamos, mire cómo tengo que caminar, si apenas tengo cinco soles!

Trabajar en La Prensa era como pertenecer al Times en Nueva York. Como antes había modernizado la agricultura, Beltrán capitaneó una revolución periodística. Mientras El Comercio se aferraba a sus tradiciones, con una primera plana llena de anuncios, La Prensa inauguró un diseño inspirado en el Herald Tribune. Del Times copió la sección de los bull pen, un conjunto de hombres mayores, nocturnos, silenciosos, que manejaban el idioma con sabiduría y buen gusto, que leían todos los artículos y examinaban todas las pruebas de página. La Prensa nunca equivocaba un nombre, una fecha, la declinación de un verbo, el uso de un adjetivo. Impuso, además, la objetividad en el trato de las noticias. La página editorial tenía su propia planta de escritores que, bajo su firma, podían escribir lo que quisieran. Casi todos habían sido adversarios de Beltrán. La opinión del diario se expresaba con sencillez que pronto demostró tener efectos demoledores. En los años cincuenta, La Prensa quintuplicó su circulación y sus periodistas se hicieron conocidos, pues a diferencia de otros diarios, publicaba con firma los mejores artículos del día. Si algunos podían estar en desacuerdo con ciertas ideas de Beltrán, no lo estaban con La Prensa.

La vida de todos cambió cuando Beltrán casó con Miriam Kropp. Era una dama rubia, de aspecto conservador, que hablaba un castellano de California y de quien se decía que era aun más rica que don Pedro. Ya no tendrían hijos pero se mostraban felices. Miriam no abandonó la ciudadanía estadounidense, lo que hizo de ella una de las personalidades más influyentes en la numerosa colonia de su país. En esos días modernizaron la casona de Velaochaga, sin alterar su arquitectura. Beltrán insistió en agregar un pequeño ascensor. La anciana residencia estaba dispuesta en derredor de un patio floribundo, apacible como un estanque en el que flotaran las cabelleras verdes de helechos extensos como medusas. En la planta alta, protegida por uno de esos enormes y laboriosos balcones de la Colonia, apenas se percibía el pesado tráfico de Lima como una distante trepidación. Miriam compartía la cotidiana frugalidad de Beltrán, que empezó a recortar las horas que pasaba en la Prensa. Rara vez aparecía después de las seis de la tarde, como antes, cuando revisaba personalmente la primera plana. Tendieron una línea telefónica directa entre la casa y la sala de redacción. Después Beltrán hizo arreglar una oficina para su esposa, que presidía el consejo económico de La Prensa y empezó a supervisar las páginas de sociales y de noticias culturales.

Cuando Beltrán aceptó conducir el gobierno y se convirtió en Primer Ministro, acordaron dividirse el periódico. Miriam tomaba a su cargo todo cuanto no tuviese relación con la política. Esa era la parte de La Prensa que no se había modernizado totalmente. Las páginas sociales mantenían un lenguaje acartonado y ceremonioso. Sólo cambiaban nombres, títulos, fechas y lugares. Todas las bodas, todas las recepciones, todos los banquetes, todas las fiestas, todo se repetía, idéntico, monótono, adornado por la misma clase de fotos siempre, imágenes respetuosas, complacientes, favorables, la edad del visón y de los sombreros con tul, plumas y flores de seda, faldas pecaminosas que se aproximaban a la rodilla, cejas y bocas espesas. Una que otra joven provocaba sensación con un nuevo modelo globo o costal, pero el conjunto de retratos expresaba cierta desalentadora monotonía. Miriam había elegido a sus propios periodistas, quizás los más jóvenes e irreverentes. Se explicó con pocas palabras: en esas páginas también tenía que practicarse el periodismo.

El novato editor del boudoir, como fue bautizada de inmediato la pequeña redacción que trabajaba para Miriam, telefoneó a uno de los veteranos de La Prensa, que se había retirado como corresponsal en Trujillo. ¿Y sabe o no sabe usted lo que es una noticia? Se malhumoró el corresponsal. No esperó explicaciones. Noticia hay en todas partes, sólo tiene que buscarla siguió el veterano... tiene usted que tratar a esa gente de sociedad lo mismo que a los personajes de las páginas policiales. Comprendido. Al día siguiente se eliminaron títulos. Nada de don ni de doña, de señor o señora. Tienen nombre y apellido, punto. Se busca la noticia, lo nuevo, lo que es distinto. Periodismo, no pleitesía. Daba lo mismo el caso del monstruo de Armendáriz que la novia del año. El español que había estado a cargo de sociales, se fue dando alaridos. Tres señoras antiguas lo siguieron enfurecidas. Se escucharon tenebrosos pronósticos. La gente bien boicotearía el diario. Dejarían de comprarlo. Miriam aconsejó seguir adelante. Pronto el estilo de La Prensa se propagó a esas páginas olvidadas. Se encontró novios que esperaban más de una hora en la iglesia porque la novia había rechazado el trabajo del peluquero o porque se malogró el Cadillac de la familia. Otras no estaban seguras de querer casarse. El deportista Aurelio Moreyra, que se casó con Marita Prado, la mujer más deseada del país, fue fotografiado desde un árbol mientras vestía el chaqué. Una joven nerviosa que sufrió un desmayo en el altar, apareció contrayendo matrimonio sentada en una silla de la sacristía. La Prensa acudía a todos los eventos para cazar noticias y las publicaba sin misericordia. Las tres horas que el embajador de Brasil demoró en llegar a una comida en su honor, motivaron un titular y el soponcio de sus desairados anfitriones. Los sabuesos se afinaban: la crónica de un baile empezó recordando que la dueña de casa se había puesto el mismo traje de noche por sétima vez. Y ya estaba fuera de moda. A la moda de hacía cuatro años se había presentado Vivian Leigh a una fiesta en la embajada británica, cuando el Old Vic visitó Lima. La noche en que Lolita Bellveliere, hija de la baronesa de Koenigswater, embajadora de Francia, se dejó cabalgar por el arquitecto Swen Vallin lo mismo que Anita Ekberg con Mastroianni en la Dolce Vita, la mejor foto se abrió paso hasta la primera plana, desplazando a otra sobre unos desórdenes en el Congreso. Miriam estaba feliz, había derrotado a don Pedro en su propio territorio.


Guillermo Thorndike Losada Los prodigiosos años 60 (Edición Mayo 1993), páginas 47 a 51.

LA TERCERA: Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Familia Beltrán Espantoso - Archivo Emilia Millán Galarza de Aguilar

LA TERCERA: Pedro Gerardo Beltrán Espantoso

Familia Beltrán Espantoso - Archivo Emilia Millán Galarza de Aguilar

LA TERCERA: Pedro Gerardo Beltrán Espantoso


Pedro Gerardo Beltrán Espantoso
PREMIERATO: BELTRAN HABLA AL PAIS


Amigos todos:


Con la más absoluta entereza, quiero dirigirme a ustedes en todo el Perú a fin de exponerles las graves dificultades de la hora, así como la ardua tarea que tenemos por delante para enfrentarlas y superarlas.


Ante las Cámaras Legislativas, institución democrática y representativa por excelencia, tendré el honor de exponer, de acuerdo con la Constitución, la política que seguirá el nuevo gabinete. Pero, como todavía no comienzan las sesiones ordinarias del Congreso, he creído necesario hacer ahora esta informal exposición acerca de los problemas fundamentales que es preciso solucionar para salir de la crisis antes de que sea demasiado tarde.


El país puede tener una idea del momento que vivimos, si les digo que, al asumir el Ministerio de Hacienda, ya ha representado un problema, faltando sólo tres días para el pago de la quincena, encontrar el dinero necesario a fin de cubrir las planillas de la administración.


Quiero decir a todos ustedes, que sólo la gravedad de la hora ha podido inducirme a aceptar el cargo que me ha confiado el Presidente de la República. Antes de ahora, he desechado toda oportunidad de ocupar altos puestos en el gobierno. No me atraen la figuración, el poder ni la fácil popularidad. Si no fuera así, no me arriesgaría a aceptar una labor tan ardua, tan difícil, tan ingrata, y en la cual de inmediato habrá que demandar al país prolongados y duros esfuerzos para poner nuestra economía en el nivel que todos deseamos.


Pues, no existe ninguna vara mágica ni ningún recurso milagroso para mejorar la situación de la noche a la mañana. No existe en verdad otro recurso que la conciencia lúcida de los problemas y el ánimo resuelto de enfrentarse a ellos y de poner el interés del Perú por encima de conveniencias y pasiones particulares.


El deber que la Patria señala

Si he aceptado la responsabilidad del gabinete es, únicamente, porque considero que ningún ciudadano puede eludir el servicio del país cuando es llamado a filas, y cuando la propia conciencia le advierte que no obstante tan, desfavorables circunstancias, es éste el deber que la Patria le señala. Mis colegas en el nuevo Ministerio son personas animadas por los mismos propósitos y por idéntico sentido de sus obligaciones como peruanos.


Desde hace mucho tiempo, mi preocupación es el problema económico, el problema de la inflación, del alza del costo de vida, de la continua desvalorización monetaria. No voy a cambiar, por cierto, como Primer Ministro, esa que ha sido mi principal preocupación como periodista y como ciudadano interesado en los asuntos nacionales.


Yo me pregunto y pregunto a ustedes: ¿a quién afecta más el constante encarecimiento de la vida? Afecta al pensionista que recibe una suma de dinero con la que cada día puede comprar menos; afecta al empleado y al obrero que ganan sueldos y salarios nominalmente mayores que antes pero que luego no alcanzan para seguir viviendo como estaban acostumbrados; afecta al agricultor, al minero y al industrial que tienen que gastar más para producir lo mismo; afecta en realidad, a todos y afecta más duramente a quienes menos tienen. Afecta más duramente a los más necesitados. Afecta más duramente a la inmensa mayoría de la población.


El interés de diez millones de peruanos

Ese es el problema primordial que el gobierno tiene que resolver. El gobierno tiene que pensar, ante todo, en el interés de diez millones de peruanos que no dependen para nada del Fisco y que, por el contrario, contribuyen a los gastos públicos mediante impuestos de toda clase. Y el interés de diez millones de peruanos consiste fundamentalmente en que la moneda sea estable, de modo que el costo de vida también sea estable, y haya estímulo para trabajar, termine la desocupación y renazca, en suma, la actividad económica.


Ese es también el problema que ha agobiado a países próximos al nuestro. Ha habido país donde, en un sólo año, el costo de vida se ha elevado en más del doble. Ahora, por no haber puesto a tiempo la casa en orden y para salir finalmente de la crisis, se tiene que aceptar allí muchos y muy penosos sacrificios. Pero no hay otro remedio, como no lo hay tampoco entre nosotros. A menos de encarar valerosamente la situación tal como ella es, nuestra crisis, que ya es seria, habrá de llegar a los extremos que nuestros vecinos han soportado.


El problema requiere urgente solución. Debe ser atendido de inmediato. Nos encontramos precisamente en un instante decisivo. El país tiene que escoger. O bien nos hundimos en la crisis, y entonces, para ponerle remedio después, habrá que consentir un sacrificio mucho más oneroso de los que ahora hacen falta; o bien aceptamos ahora los sacrificios necesarios, que puedan parecernos muy duros, y nos encaminamos resueltamente hacia una economía sana y próspera en que no falte trabajo, la vida no encarezca, los precios sean estables, y el ama de casa no necesite cada día más dinero para atender al presupuesto de la familia.

El problema es dramático

El problema es como digo, grave. Se le podría calificar de dramático. Mi antecesor en la cartera de Hacienda, don Luis Gallo Porras, expuso con toda claridad y con toda entereza, el delicadísimo estado de las finanzas públicas. Los gastos del gobierno, en este año de 1959, van a ser mayores que los ingresos en cerca de mil millones de soles. Si, para mantener ese tren, vamos a seguir emitiendo mil millones todos los años, y más a medida que transcurra el tiempo, sin que se ponga orden en la Hacienda, entonces llegaremos fatalmente a una situación de empobrecimiento y de penuria como la que conocen de cerca algunos de nuestros vecinos.


Todos sabemos perfectamente que los precios suben y la moneda se desvaloriza a causa de las emisiones de billetes. ¿Por qué se emiten billetes? Se emiten billetes porque el gobierno los necesita para gastar más dinero del que le proporcionan las entradas fiscales. Por eso, el gobierno, está decidido a economizar. El gobierno está decidido, en defensa del interés del mayor número de peruanos, a atacar el encarecimiento de la vida en la causa misma que produce el encarecimiento: la inflación.


El gobierno, siguiendo la línea de la menor resistencia y del menor esfuerzo, podría disponer por decreto, sin otra molestia que la de estampar una firma, que los precios no suban. Pero eso sería engañar al pueblo. Pues los precios suben, no por razones mágicas, sino cuando la moneda se desvaloriza. Al congelar los precios, no sólo se engañaría al pueblo, como queda dicho, sino que, además, se le haría daño a la postre. Pues la congelación de precios desalienta la producción y, de esa manera, provoca la desocupación y la escasez y, con ella, la aparición del mercado negro y de las colas. Y en este país, justamente, como único modo de vivir mejor, tenemos que producir más.


Hay que resolver el problema fiscal, y hay que estimular, por todos los medios adecuados y lícitos, la producción. Para sólo vivir en las mismas condiciones precarias y muchas veces penosas en que vivimos ahora, hay que producir más, pues cada día nuestra población crece. Lo cual significa que, para vivir verdaderamente mejor, tenemos que producir muchísimo más de lo que ahora producimos. La producción en el Perú tiene que aumentar más rápidamente que el número de peruanos que viven de ella.


La finalidad del Gobierno

Esa es la finalidad del gobierno: promover y estimular la producción para que, efectivamente, mejoren las condiciones de vida del mayor número de ciudadanos, del empleado y del obrero, del hombre del campo y del que habita en las ciudades, de los peruanos de la costa, la sierra y la montaña. Y para ello, el gobierno tiene que lograr la estabilidad de la moneda. Ese es también el único recurso eficaz para proteger al pueblo del alza de los precios. Esa es, a fin de cuentas, la razón de ser de mi presencia como Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Hacienda.


No oculto que la tarea es ardua, y que, ciertamente, no se la habría echado sobare los hombros quien estuviera deseoso de una fácil popularidad, o tentado por la ambición de escalar posiciones políticas. El déficit fiscal es del orden de los mil millones de soles. Por otra parte, las reservas de moneda extranjera, no sólo se han agotado, sino que debemos alrededor de veinte millones de dólares que el país tendrá que pagar. Además, estamos bajo el peso de las emisiones de billetes que se han hecho antes de ahora. Por último, ha bajado el precio de los productos que vendemos en el mercado mundial y, por consiguiente, han disminuido nuestros ingresos de moneda extranjera.


Los efectos de las emisiones de billetes se siguen sintiendo por mucho tiempo. Por eso, la inflación continúa aún después de haberse detenido la maquinita, como el agua de un canal que, aún después de cerrada la toma, continúa llegando a las tierras que irriga. El canal sólo se seca una vez que el líquido haya discurrido íntegramente. Algo semejante ocurre en el campo monetario. Las anteriores emisiones seguirán, pues, teniendo efecto inflacionista. Por lo tanto, hay que cortar de raíz esa práctica y alcanzar, en el plazo más corto posible, la estabilidad monetaria; esto es, la estabilidad en los precios, en defensa de los intereses del mayor número y, en especial, de los sectores económicamente más modestos.


El país tiene que decir: o bien vivimos una economía de locura, una economía inflacionista, una economía en que la moneda se desvaloriza y los precios suben, una economía en que se producen huelgas y se piden aumentos sólo para compensar las alzas de precios ya producidas, una economía en que la gente se dedica a actividades puramente especulativas, que no contribuyen en nada a la producción; o bien vivimos una economía sana y sensata, con moneda estable y precios estables en que la gente tome otra vez confianza en el dinero y se dediquen a explotar nuevas fuentes de riqueza creándose centros de trabajo y a producir los bienes que satisfagan las necesidades de la comunidad.


Entre la penuria y la incertidumbre, de un lado, y la salud y la prosperidad del otro, el país habrá de elegir lo segundo; pero para ellos es imprescindible que acepte, por duros que parezcan, los sacrificios que sean indispensables a fin de poner en orden, de una vez por todas, la hacienda pública.

En un país como el nuestro, que tiene tantas necesidades hace, falta, más que en cualquier otro, la acción promotora y orientadora del Estado, con el máximo posible de solicitud, diligencia y eficacia. Pero la acción del Estado sólo es benéfica cuando no provoca inflación; esto es, desvalorización monetaria y alza de precios. Es preciso pues, resolver el problema fiscal y gastar el dinero público con la mayor cautela, con el más exagerado espíritu de economía y con el propósito permanente de servir los intereses de los diez millones de peruanos que no viven del Fisco.


La Reforma Agraria y la Vivienda

Entre la mar de problemas, tomemos el de la reforma agraria, indispensable para multiplicar el número de pequeños propietarios, elevar el rendimiento de la tierra, crear un mercado para el desarrollo industrial, y ganar para el cultivo vastos territorios que ahora son improductivos. La reforma agraria es indispensable también para remediar situaciones angustiosas como, por ejemplo, la que se presenta en el departamento de Puno. En esa zona, una muy nutrida población necesita condiciones de vida. Muchos campesinos, por propia decisión y por propia cuenta, han emigrado hacia Tambopata, en la ceja de montaña. Carecen por completo de ayuda. A pie hacen el transporte de sus productos para la venta llevándolos sobre los propios hombros. Hay que construirles caminos que permitan fácil acceso a los mercados. Hay que proporcionarles créditos y orientación técnica. Ese es sólo un caso -un caso dramático- que demuestra la necesidad de gastar el dinero público con el máximo de prudencia y siempre en servicio del mayor número.


El problema de la vivienda reclama asimismo atención inmediata. Aun antes de que el Tesoro Público disponga de fondos para dedicar a la vivienda, mucho puede hacerse en ese terreno. Es preciso movilizar los ahorros de los mismos que desean una casa propia y atraer también el dinero de quienes lo tienen, para que contribuyan a financiar las nuevas construcciones. Los resultados habrán de ser sorprendentes, tan pronto como se tenga confianza en la estabilidad de la moneda.


Pero para que el país se desarrolle en vasta escala, y la producción aumente con mayor rapidez que el número de peruanos, y el gobierno se ocupe con eficacia y diligencia de los intereses de diez millones de compatriotas, es preciso solucionar el problema fundamental de la estabilidad monetaria, el cual depende, a su vez, del equilibrio del Presupuesto, de que el gobierno no gaste un centavo más de sus entradas y no recurra a las emisiones de billetes.



La situación del país es grave. Y es penosa y difícil la tarea por realizar. Estamos perfectamente conscientes de los innumerables y enormes obstáculos que habrá que encontrar en el camino. Una crisis económica como la nuestra exige medidas drásticas que, ciertamente, no se toman para arrancar aplausos ni para fabricar una rápida popularidad.


Confío en el pueblo del Perú

Sólo así, sólo mediante el esfuerzo y el sacrificio que conscientemente y patrióticamente acepten todos, será posible estabilizar la moneda, ordenar las finanzas, y restablecer la confianza. Al restablecer la confianza, renacerá la economía, las energías privadas se pondrán en movimiento, afluirá el capital no sólo del Perú mismo sino también del extranjero, se multiplicarán las inversiones y habrá así mejores y más numerosas oportunidades de empleo para obreros y empleados. Pero, para superar en definitiva la crisis y aproximarse a esa perspectiva de estabilidad y bienestar, es preciso, como quiero decir al país con toda franqueza, pagar de inmediato una cuota de sacrificio.


Bien sé que una tarea semejante no puede ser exclusiva de un hombre o de un equipo de hombres. Esta obra de efectiva moralización, en el escrupuloso manejo de los fondos públicos, en el respeto de los principios legales y en el encauzamiento nacional que exige la solidaridad patriótica y cristiana de todos los peruanos. Vamos a ser objeto naturalmente de críticas de toda clase, que el gobierno no sólo respeta democráticamente sino que se adelanta a reclamar para disminuir el margen de error que es inevitable en toda humana acción. Pero yo confío en el pueblo del Perú, en su sensatez, en su patriotismo, en su disciplina, y en la intuición que le permite discernir la verdad de la demagogia.


La Providencia, cuya inspiración y cuya ayuda todos deberíamos invocar juntos esta noche así como nos hemos reunido en tomo de la televisión o de la radio, ha de acompañar a nuestro país en este esfuerzo patriótico que es de responsabilidad no sólo del gobierno sino de todos los ciudadanos, cualesquiera que sea su posición o su papel en la vida.



Buenas noches