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Pedro Gerardo Beltrán Espantoso |
PREMIERATO: BELTRAN HABLA AL PAIS
Amigos todos:
Con la más absoluta entereza, quiero dirigirme a ustedes en
todo el Perú a fin de exponerles las graves dificultades de la hora, así como
la ardua tarea que tenemos por delante para enfrentarlas y superarlas.
Ante las Cámaras Legislativas, institución democrática y
representativa por excelencia, tendré el honor de exponer, de acuerdo con la
Constitución, la política que seguirá el nuevo gabinete. Pero, como todavía no
comienzan las sesiones ordinarias del Congreso, he creído necesario hacer ahora
esta informal exposición acerca de los problemas fundamentales que es preciso
solucionar para salir de la crisis antes de que sea demasiado tarde.
El país puede tener una idea del momento que vivimos, si les
digo que, al asumir el Ministerio de Hacienda, ya ha representado un problema,
faltando sólo tres días para el pago de la quincena, encontrar el dinero
necesario a fin de cubrir las planillas de la administración.
Quiero decir a todos ustedes, que sólo la gravedad de la hora
ha podido inducirme a aceptar el cargo que me ha confiado el Presidente de la
República. Antes de ahora, he desechado toda oportunidad de ocupar altos
puestos en el gobierno. No me atraen la figuración, el poder ni la fácil
popularidad. Si no fuera así, no me arriesgaría a aceptar una labor tan ardua,
tan difícil, tan ingrata, y en la cual de inmediato habrá que demandar al país
prolongados y duros esfuerzos para poner nuestra economía en el nivel que todos
deseamos.
Pues, no existe ninguna vara mágica ni ningún recurso
milagroso para mejorar la situación de la noche a la mañana. No existe en
verdad otro recurso que la conciencia lúcida de los problemas y el ánimo
resuelto de enfrentarse a ellos y de poner el interés del Perú por encima de
conveniencias y pasiones particulares.
El deber que la Patria señala
Si he aceptado la responsabilidad del gabinete es,
únicamente, porque considero que ningún ciudadano puede eludir el servicio del
país cuando es llamado a filas, y cuando la propia conciencia le advierte que
no obstante tan, desfavorables circunstancias, es éste el deber que la Patria
le señala. Mis colegas en el nuevo Ministerio son personas animadas por los
mismos propósitos y por idéntico sentido de sus obligaciones como peruanos.
Desde hace mucho tiempo, mi preocupación es el problema
económico, el problema de la inflación, del alza del costo de vida, de la
continua desvalorización monetaria. No voy a cambiar, por cierto, como Primer
Ministro, esa que ha sido mi principal preocupación como periodista y como
ciudadano interesado en los asuntos nacionales.
Yo me pregunto y pregunto a ustedes: ¿a quién afecta más el
constante encarecimiento de la vida? Afecta al pensionista que recibe una suma
de dinero con la que cada día puede comprar menos; afecta al empleado y al
obrero que ganan sueldos y salarios nominalmente mayores que antes pero que
luego no alcanzan para seguir viviendo como estaban acostumbrados; afecta al
agricultor, al minero y al industrial que tienen que gastar más para producir
lo mismo; afecta en realidad, a todos y afecta más duramente a quienes menos
tienen. Afecta más duramente a los más necesitados. Afecta más duramente a la
inmensa mayoría de la población.
El interés de diez millones de peruanos
Ese es el problema primordial que el gobierno tiene que
resolver. El gobierno tiene que pensar, ante todo, en el interés de diez
millones de peruanos que no dependen para nada del Fisco y que, por el
contrario, contribuyen a los gastos públicos mediante impuestos de toda clase.
Y el interés de diez millones de peruanos consiste fundamentalmente en que la
moneda sea estable, de modo que el costo de vida también sea estable, y haya
estímulo para trabajar, termine la desocupación y renazca, en suma, la actividad
económica.
Ese es también el problema que ha agobiado a países próximos
al nuestro. Ha habido país donde, en un sólo año, el costo de vida se ha
elevado en más del doble. Ahora, por no haber puesto a tiempo la casa en orden
y para salir finalmente de la crisis, se tiene que aceptar allí muchos y muy
penosos sacrificios. Pero no hay otro remedio, como no lo hay tampoco entre
nosotros. A menos de encarar valerosamente la situación tal como ella es,
nuestra crisis, que ya es seria, habrá de llegar a los extremos que nuestros
vecinos han soportado.
El problema requiere urgente solución. Debe ser atendido de
inmediato. Nos encontramos precisamente en un instante decisivo. El país tiene
que escoger. O bien nos hundimos en la crisis, y entonces, para ponerle remedio
después, habrá que consentir un sacrificio mucho más oneroso de los que ahora
hacen falta; o bien aceptamos ahora los sacrificios necesarios, que puedan
parecernos muy duros, y nos encaminamos resueltamente hacia una economía sana y
próspera en que no falte trabajo, la vida no encarezca, los precios sean
estables, y el ama de casa no necesite cada día más dinero para atender al
presupuesto de la familia.
El problema es dramático
El problema es como digo, grave. Se le podría calificar de
dramático. Mi antecesor en la cartera de Hacienda, don Luis Gallo Porras,
expuso con toda claridad y con toda entereza, el delicadísimo estado de las
finanzas públicas. Los gastos del gobierno, en este año de 1959, van a ser
mayores que los ingresos en cerca de mil millones de soles. Si, para mantener
ese tren, vamos a seguir emitiendo mil millones todos los años, y más a medida
que transcurra el tiempo, sin que se ponga orden en la Hacienda, entonces
llegaremos fatalmente a una situación de empobrecimiento y de penuria como la
que conocen de cerca algunos de nuestros vecinos.
Todos sabemos perfectamente que los precios suben y la moneda
se desvaloriza a causa de las emisiones de billetes. ¿Por qué se emiten
billetes? Se emiten billetes porque el gobierno los necesita para gastar más
dinero del que le proporcionan las entradas fiscales. Por eso, el gobierno,
está decidido a economizar. El gobierno está decidido, en defensa del interés
del mayor número de peruanos, a atacar el encarecimiento de la vida en la causa
misma que produce el encarecimiento: la inflación.
El gobierno, siguiendo la línea de la menor resistencia y del
menor esfuerzo, podría disponer por decreto, sin otra molestia que la de
estampar una firma, que los precios no suban. Pero eso sería engañar al pueblo.
Pues los precios suben, no por razones mágicas, sino cuando la moneda se
desvaloriza. Al congelar los precios, no sólo se engañaría al pueblo, como
queda dicho, sino que, además, se le haría daño a la postre. Pues la
congelación de precios desalienta la producción y, de esa manera, provoca la
desocupación y la escasez y, con ella, la aparición del mercado negro y de las
colas. Y en este país, justamente, como único modo de vivir mejor, tenemos que
producir más.
Hay que resolver el problema fiscal, y hay que estimular, por
todos los medios adecuados y lícitos, la producción. Para sólo vivir en las
mismas condiciones precarias y muchas veces penosas en que vivimos ahora, hay
que producir más, pues cada día nuestra población crece. Lo cual significa que,
para vivir verdaderamente mejor, tenemos que producir muchísimo más de lo que
ahora producimos. La producción en el Perú tiene que aumentar más rápidamente
que el número de peruanos que viven de ella.
La finalidad del Gobierno
Esa es la finalidad del gobierno: promover y estimular la
producción para que, efectivamente, mejoren las condiciones de vida del mayor
número de ciudadanos, del empleado y del obrero, del hombre del campo y del que
habita en las ciudades, de los peruanos de la costa, la sierra y la montaña. Y
para ello, el gobierno tiene que lograr la estabilidad de la moneda. Ese es
también el único recurso eficaz para proteger al pueblo del alza de los
precios. Esa es, a fin de cuentas, la razón de ser de mi presencia como
Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Hacienda.
No oculto que la tarea es ardua, y que, ciertamente, no se la
habría echado sobare los hombros quien estuviera deseoso de una fácil
popularidad, o tentado por la ambición de escalar posiciones políticas. El
déficit fiscal es del orden de los mil millones de soles. Por otra parte, las
reservas de moneda extranjera, no sólo se han agotado, sino que debemos
alrededor de veinte millones de dólares que el país tendrá que pagar. Además,
estamos bajo el peso de las emisiones de billetes que se han hecho antes de ahora.
Por último, ha bajado el precio de los productos que vendemos en el mercado
mundial y, por consiguiente, han disminuido nuestros ingresos de moneda
extranjera.
Los efectos de las emisiones de billetes se siguen sintiendo
por mucho tiempo. Por eso, la inflación continúa aún después de haberse
detenido la maquinita, como el agua de un canal que, aún después de cerrada la
toma, continúa llegando a las tierras que irriga. El canal sólo se seca una vez
que el líquido haya discurrido íntegramente. Algo semejante ocurre en el campo
monetario. Las anteriores emisiones seguirán, pues, teniendo efecto
inflacionista. Por lo tanto, hay que cortar de raíz esa práctica y alcanzar, en
el plazo más corto posible, la estabilidad monetaria; esto es, la estabilidad en
los precios, en defensa de los intereses del mayor número y, en especial, de
los sectores económicamente más modestos.
El país tiene que decir: o bien vivimos una economía de
locura, una economía inflacionista, una economía en que la moneda se desvaloriza
y los precios suben, una economía en que se producen huelgas y se piden
aumentos sólo para compensar las alzas de precios ya producidas, una economía
en que la gente se dedica a actividades puramente especulativas, que no
contribuyen en nada a la producción; o bien vivimos una economía sana y
sensata, con moneda estable y precios estables en que la gente tome otra vez
confianza en el dinero y se dediquen a explotar nuevas fuentes de riqueza
creándose centros de trabajo y a producir los bienes que satisfagan las
necesidades de la comunidad.
Entre la penuria y la incertidumbre, de un lado, y la salud y
la prosperidad del otro, el país habrá de elegir lo segundo; pero para ellos es
imprescindible que acepte, por duros que parezcan, los sacrificios que sean indispensables
a fin de poner en orden, de una vez por todas, la hacienda pública.
En un país como el nuestro, que tiene tantas necesidades
hace, falta, más que en cualquier otro, la acción promotora y orientadora del
Estado, con el máximo posible de solicitud, diligencia y eficacia. Pero la
acción del Estado sólo es benéfica cuando no provoca inflación; esto es,
desvalorización monetaria y alza de precios. Es preciso pues, resolver el
problema fiscal y gastar el dinero público con la mayor cautela, con el más
exagerado espíritu de economía y con el propósito permanente de servir los
intereses de los diez millones de peruanos que no viven del Fisco.
La Reforma Agraria y la Vivienda
Entre la mar de problemas, tomemos el de la reforma agraria,
indispensable para multiplicar el número de pequeños propietarios, elevar el
rendimiento de la tierra, crear un mercado para el desarrollo industrial, y
ganar para el cultivo vastos territorios que ahora son improductivos. La
reforma agraria es indispensable también para remediar situaciones angustiosas
como, por ejemplo, la que se presenta en el departamento de Puno. En esa zona,
una muy nutrida población necesita condiciones de vida. Muchos campesinos, por
propia decisión y por propia cuenta, han emigrado hacia Tambopata, en la ceja
de montaña. Carecen por completo de ayuda. A pie hacen el transporte de sus
productos para la venta llevándolos sobre los propios hombros. Hay que
construirles caminos que permitan fácil acceso a los mercados. Hay que
proporcionarles créditos y orientación técnica. Ese es sólo un caso -un caso
dramático- que demuestra la necesidad de gastar el dinero público con el máximo
de prudencia y siempre en servicio del mayor número.
El problema de la vivienda reclama asimismo atención
inmediata. Aun antes de que el Tesoro Público disponga de fondos para dedicar a
la vivienda, mucho puede hacerse en ese terreno. Es preciso movilizar los
ahorros de los mismos que desean una casa propia y atraer también el dinero de
quienes lo tienen, para que contribuyan a financiar las nuevas construcciones.
Los resultados habrán de ser sorprendentes, tan pronto como se tenga confianza
en la estabilidad de la moneda.
Pero para que el país se desarrolle en vasta escala, y la
producción aumente con mayor rapidez que el número de peruanos, y el gobierno
se ocupe con eficacia y diligencia de los intereses de diez millones de
compatriotas, es preciso solucionar el problema fundamental de la estabilidad
monetaria, el cual depende, a su vez, del equilibrio del Presupuesto, de que el
gobierno no gaste un centavo más de sus entradas y no recurra a las emisiones
de billetes.
La situación del país es grave. Y es penosa y difícil la
tarea por realizar. Estamos perfectamente conscientes de los innumerables y
enormes obstáculos que habrá que encontrar en el camino. Una crisis económica
como la nuestra exige medidas drásticas que, ciertamente, no se toman para
arrancar aplausos ni para fabricar una rápida popularidad.
Confío en el pueblo del Perú
Sólo así, sólo mediante el esfuerzo y el sacrificio que
conscientemente y patrióticamente acepten todos, será posible estabilizar la
moneda, ordenar las finanzas, y restablecer la confianza. Al restablecer la
confianza, renacerá la economía, las energías privadas se pondrán en
movimiento, afluirá el capital no sólo del Perú mismo sino también del
extranjero, se multiplicarán las inversiones y habrá así mejores y más
numerosas oportunidades de empleo para obreros y empleados. Pero, para superar
en definitiva la crisis y aproximarse a esa perspectiva de estabilidad y
bienestar, es preciso, como quiero decir al país con toda franqueza, pagar de
inmediato una cuota de sacrificio.
Bien sé que una tarea semejante no puede ser exclusiva de un
hombre o de un equipo de hombres. Esta obra de efectiva moralización, en el
escrupuloso manejo de los fondos públicos, en el respeto de los principios
legales y en el encauzamiento nacional que exige la solidaridad patriótica y
cristiana de todos los peruanos. Vamos a ser objeto naturalmente de críticas de
toda clase, que el gobierno no sólo respeta democráticamente sino que se
adelanta a reclamar para disminuir el margen de error que es inevitable en toda
humana acción. Pero yo confío en el pueblo del Perú, en su sensatez, en su
patriotismo, en su disciplina, y en la intuición que le permite discernir la
verdad de la demagogia.
La Providencia, cuya inspiración y cuya ayuda todos
deberíamos invocar juntos esta noche así como nos hemos reunido en tomo de la
televisión o de la radio, ha de acompañar a nuestro país en este esfuerzo
patriótico que es de responsabilidad no sólo del gobierno sino de todos los
ciudadanos, cualesquiera que sea su posición o su papel en la vida.
Buenas noches
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