RECORDANDO A MONS. EMILIO LISSON
Obispo de Chachapoyas-Perú (1909-1918)
Impulsor de la primera expedición misionera de los
Pasionistas al Perú en 1913
Primeros años
Nació en la ciudad de Arequipa, siendo sus padres Carlos
Lissón Hernández y Dolores Chávez Fernández. Cursó sus primeros estudios en el
Colegio San Vicente de Paúl, dirigido por el presbítero Hipólito Duhamel, y,
terminados éstos, ingresó en al Seminario Mayor, donde cursó sus estudios
filosóficos. Recibido en la Congregación de la Misión fundada por San Vicente
de Paul, viajó a París en 1892, donde inició sus estudios filosóficos y
teológicos.
Sacerdocio
Después de su ordenación sacerdotal en París en 1894, volvió
a Arequipa, donde se graduó en Ciencias en la Universidad Nacional de San
Agustín, a la vez que desarrolló su labor sacerdotal en los apostolados propios
de su congregación. Fue profesor del Seminario de Arequipa. Pasó a Trujillo
donde trabajó como profesor en el Seminario de San Carlos y San Marcelo.
Episcopado
Contaba con 37 años de edad, cuando el Papa San Pío X le
preconizó obispo de Chachapoyas el 16 de marzo de 1909, siendo consagrado por
el Arzobispo de Lima, monseñor Manuel García Naranjo, en la Catedral de Lima,
el 19 de septiembre de ese año.
En 1911 visitó la Curia General de los Pasionistas en Roma,
solicitando ayuda para su trabajo en la diócesis de Chachapoyas. Merced a esta
gestión, en 1913 llegaron a Chachapoyas seis sacerdotes y seis hermanos,
quienes trabajaron hasta 1918, desarrollando una esforzada labor misional en el
inmenso territorio del obispado, que abarcaba los actuales departamentos de
Amazonas, San Martín y Loreto.
En una biografía de monseñor Lissón escrita por el padre José
Herrera C. M. con el título de "El obispo de los pobres", se cuenta
que el Papa San Pío X al enterarse del amplio territorio de la diócesis de
Chachapoyas y su geografía le dijo: «Necesitas, hijo, más piernas que cabeza».
A lo que monseñor Lissón contestó: «Santo Padre, afortunadamente lleno esa
exigencia pastoral». Y se rieron ambos amablemente. Y efectivamente, el obispo
peruano era de alta contextura.
Celebró en su diócesis cuatro sínodos (1911, 1913, 1916 y
1918), desarrolló una gran labor social para los pobres e hizo mejoras de orden
material en su sede (reconstrucción de la catedral, el seminario y el palacio
episcopal, así como la instalación de luz eléctrica y talleres mecánicos).
Trabajo episcopal en
Lima
Promovido al arzobispado de Lima el 25 de febrero de 1918,
tomó posesión solemne de su nueva sede el 20 de julio del mismo año.
Tuvo una preocupación especial por las vocaciones
sacerdotales y su formación. Vivía en el seminario para conocer mejor a sus
seminaristas, a quienes les dirigía una plática por las tardes. Durante su
gestión se crearon cinco seminarios menores para la educación primaria y
secundaria, como el "Externado de Santo Toribio", confiado a los
Hermanos de La Salle, que llegaron al Perú en 1922 ante su pedido personal en
la Casa Generalicia de Bruselas en 1920. Entre los seminarios están los de
Canta, Moyobamba y Barranca. Promovió además una formación más eclesiástica en
el Seminario de Santo Toribio.
Personalmente, o bajo su dirección, impulsó la instrucción
del catecismo en toda su arquidiócesis. En 1919 viajó a Roma para mover la
intercesión papal en favor de los católicos de Tacna y Arica, provincias
peruanas que desde 1880 estaban ocupadas por los chilenos, quienes ilegalmente
las mantenían en cautiverio. Igualmente, merece destacarse el importante papel
que cumplió en la organización y dirección de varias asambleas episcopales,
como el XVI Sínodo Arquidiocesano en 1926 y el VIII Concilio Limense en 1927.
Bajo la dependencia de la curia arzobispal fundó la Sindicatura
Eclesiástica, para cautelar la administración de los inmuebles pertenecientes a
las entidades eclesiásticas.
Auspició la fundación de la publicación católica La Tradición
y la creación de la Acción Católica. No tuvo éxito en su proyecto de fundar la
Universidad Católica "Bartolomé Herrera", por lo que brindó su apoyo
a la Pontificia Universidad Católica del Perú fundada en 1917 por el padre de
los Sagrados Corazones, Jorge Dintilhac SS.CC..
Promovió la creación de la Prefectura Apostólica de San
Gabriel del Marañón, con sede en Yurimaguas, a cargo de los Pasionistas.
Otro hecho importante en su labor episcopal fue su afán por
la justa retribución salarial de los obreros y su esfuerzo por exigir mejores
condiciones de vida y vivienda para los trabajadores. Fue un gran propulsor de
la Doctrina Social de la Iglesia.
Auspició las solemnes Coronaciones Canónicas de las imágenes
de la Virgen de la Merced en 1921 y de Nuestra Señora del Rosario de Lima en
1927, expresión del arraigo del culto mariano en la capital peruana. En 1922,
tuvo a su cargo la bendición de las sagradas andas en plata maciza y oro del
Señor de los Milagros de Nazarenas.
La consagración al
Corazón de Jesús
Por esa época el anticlericalismo decimonónico estaba ya en
retroceso y se iba gestando la necesidad de afianzar la influencia espiritual
de la Iglesia en la vida social y política del Perú, para lo cual se hacía
indispensable el apoyo oficial del Estado. Durante el gobierno de Augusto B.
Leguía (1919-1930), monseñor Lissón procuró este acercamiento. En febrero de
1929, en ceremonia encabezada por la jerarquía católica limeña, el nuncio
apostólico Gaetano Cicognani, otorgó al presidente Leguía el título de
«Caballero de la Suprema Orden Militar de Cristo».
También intentó la consagración oficial de la nación peruana
al Sagrado Corazón de Jesús. Fue aprobada esta decisión por todos los obispos
peruanos, y el 25 de abril de 1923, monseñor Lissón publicó una Carta Pastoral
explicando el significado de esta consagración nacional que iba a dirigir el
presidente Leguía, en su calidad de «Patrono de la Iglesia en el Perú» y cuya
fecha tendría en su decisión elegir. No bien conocida esta noticia, salieron a
las calles obreros y estudiantiles, encabezados por el líder estudiantil Víctor
Raúl Haya de la Torre (ya célebre por participar en las jornadas por las 8
horas de trabajo de 1919 y que poco después fundaría el partido aprista),
protestando contra la consagración el día 23 de mayo, pues consideraron que
dicho acto tenía un tinte político, cuya verdadera intención sería enderezar el
voto de las masas para que apoyaran la controvertida reelección de Leguía (la
que se produjo en 1924). Debido al caos desatado en la capital, que originó la
muerte de un obrero y un estudiante, monseñor Lisson suspendió la consagración
el día 25.
Graves acusaciones
Tras la caída del presidente Leguía y la toma del poder del
teniente coronel Luis Sánchez Cerro, el nuevo gobierno peruano presionó ante la
Santa Sede para que monseñor Lissón fuera relevado del arzobispado, acusándolo
de actos irregulares. Se le acusó de haber intentado legitimar la dictadura
leguiísta aprovechando del reconocido sentimiento católico del pueblo peruano.
Otra grave acusación fue la de malversar los bienes de la arquidiócesis por
haber invertido los fondos de las religiosas y del cabildo metropolitano en
empresas que fracasaron. Es verdad que el arzobispo hizo esas inversiones, más
con el fin de dotar a la arquidiócesis de una organización financiera que diera
estabilidad económica ante los gastos de sostenimiento de sus instituciones. No
hubo nada de irregular en su gestión. En efecto, al otorgar su testamento en
Roma, monseñor Lissón pudo declarar con toda verdad: «no debo nada al
arzobispado de Lima ni a sus instituciones, pues jamás he dispuesto de ninguno
de sus bienes para mi beneficio personal o el de mi familia». Vivió y murió
pobremente. Y las acusaciones contra él ante el "Tribunal de Sanción
Nacional", creado por el gobierno de Sánchez Cerro para castigar el
enriquecimiento ilícito ocurrido en el Oncenio de Leguía, fueron rechazadas.
Algunos años después sus acusadores le pidieron perdón y reconocieron que sus
imputaciones eran injustas.
Obligado prácticamente a renunciar, monseñor Lissón abandonó
Lima y marchó al destierro con dirección a Roma donde fue recibido por el Papa
Pío XI, el 20 de febrero de 1931. Cuando quiso exponer al Santo Padre la verdad
de los hechos, éste le respondió: «Usted no tiene nada de qué defenderse: no
hay ninguna acusación canónica: yo he usado este procedimiento paterno para su
bien y el de sus feligreses». Renunció entonces formalmente al arzobispado de
Lima y su sucesor fue monseñor Mariano Holguín como administrador apostólico
entre 1931 y 1933, hasta que asumió como nuevo arzobispo de Lima monseñor Pedro
Pascual Farfán.
El Obispo de los
pobres. En sus últimos años
Fue investido como arzobispo titular de Methymna, pero
humildemente pidió volver al Perú como "párroco de Chachapoyas o en alguna
tribu de los indios", sin éxito. En los archivos del Vaticano en Roma se
dedicó a recopilar documentación sobre la historia de la Iglesia en el Perú. En
1940 pasó a España, continuando su labor investigadora en el Archivo General de
Indias de Sevilla. A la par fue solicitado por el cardenal Pedro Segura de
Sevilla y monseñor Marcelino Olaechea de Valencia, para que actuara como obispo
auxiliar en ambas diócesis, en vista de la necesidad de personal tras la guerra
civil española, pues miles de sacerdotes y religiosos habían muerto
martirizados en dicha contienda.
En 1950, fue autorizado a volver al Perú con la condición de
que residiera en Arequipa. Pero luego se consideró más conveniente que
continuara su eficaz ayuda a los arzobispos de Sevilla y Valencia, así como en
otras diócesis. Realizó una impresionante labor pastoral y se ganó el cariño de
innumerables fieles. Los gitanos andaluces le llamaron "Obispo Santo"
y en la región levantina "el Obispo de los pobres".
Falleció el 24 de diciembre de 1961, en Valencia. Sus restos
están sepultados en la Catedral de Lima desde 1991. En el año 2003 se inició su
proceso de beatificación, que para el 2008 se hallaba ya clausurado en su fase
diocesana.