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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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martes, 21 de mayo de 2013

ILUSTRE HERMANDAD VASCONGADA DE NUESTRA SEÑORA DE ARANTZAZU DE LIMA

El Misionerismo y la presencia religiosa vasca en América (1931-1940): Dificultades y emigraciones forzosas
Óscar Álvarez Gila

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0. Introducción
El decenio que abarca, de una manera aproximada, los años 30 del presente siglo, va a suponer una dislocación en el proceso constante y constantemente ascendente que la presencia religiosa vasca en Hispanoamérica, y en general en otros continentes, estaba experimentando desde 1880.
La segunda Guerra Carlista marcó, de hecho, el final de las grandes ofensivas anticlericales del siglo XIX, materializadas de manera especial en las dos exclaustraciones vividas en 1835 y 1868. Algunos de los religiosos (y sacerdotes) más decididamente carlistas marcharon a América; los que se quedaron, a pesar de algunas reticencias iniciales para permitir la apertura de conventos «en el norte», pronto pudieron volver a la normalidad de la vida religiosa regular en el País Vasco.
A partir de ese momento, las órdenes religiosas conocieron medio siglo de relaciones más que aceptables entre la Iglesia y el nuevo régimen de la Restauración. Esta pax romana les permitió, no sólo su recomposición y desarrollo por España, sino también realizar el que para muchas de ellas era su primer salto ultramarino y establecimiento en los diversos países americanos de habla hispana. Si en 1880 tenemos allí localizados una cifra de 100 religiosos vascos, para 1900 ya eran 403, 756 en 1920 y 913 en 19191.
En 1931 se produce un corte en la regularidad del envío existente hasta ese momento. Desde ese año, y hasta 1940, la presencia religiosa vasca en América va a experimentar momentos de un gran auge, por una afluencia masiva de personal desde Europa, separados por años de práctica congelación en los envíos a destinos ultramarinos.
El primero de los momentos corresponde a un problema general a toda España, el temor que produce en ciertos sectores de la Iglesia la llegada de la Segunda República. El otro, en cambio, es un hecho específicamente vasco, y que afecta además sólo a un determinado sector de su clero: la situación del llamado «clero vasco»2, en especial tras la toma de Bilbao en junio de 1937, en plena Guerra Civil.


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1. El primer momento. Mayo-diciembre, 1931
Casi desde el mismo momento en que se proclamó, el 14 de mayo de 1931, la Segunda República, la Iglesia católica española (entendida como su jerarquía) dejó patente su desconfianza hacia el nuevo régimen.
Sin haberse llegado a una simbiosis oficial, era un hecho que Iglesia y Estado habían logrado una entente, plenamente satisfactoria para ambas, durante los años de la Restauración borbónica. Es muy significativo que esta jerarquía no pronunciase su público acatamiento al nuevo poder, hasta que así se le ordenase expresamente desde el Vaticano3; el decreto de libertad religiosa, que sancionaba la aconfesionalidad y el librecultismo de la nueva República y desplazaba a la Iglesia católica de su anterior posición de primacía, no hizo sino acrecentar la prevención eclesiástica. Las quemas de conventos, el victimismo encarnado en la huida del cardenal Segura, la confusión entre política y religión en medios católicos y no católicos, eran otros tantos signos de un desentendimiento cuyo máximo exponente sería la primera expulsión del obispo de Vitoria, el integrista y monárquico Mateo Múgica, al exilio francés.

1.1. Dificultades para el misionerismo vasco

Es el movimiento misional diocesano uno de los aspectos en los que se puede observar de forma más directa los efectos de esta nueva y difícil situación en la vida de la Iglesia vasca, y más concretamente de los aspectos no directamente relacionados con las tan estudiadas jerarquías.
El periodo 1918-1930 había sido los años dorados de la propaganda misional en España. Las misiones se habían convertido en el «gran tema» en el que convergían gran parte de las actividades de la Iglesia española. Surgieron durante esos años diferentes asociaciones, colectas y otras muchas iniciativas con el denominador común de informar sobre y recaudar apoyo para las misiones católicas.
Nos encontramos ante un movimiento que se hallaba en gran medida encabezado por vascos. En el triángulo Vitoria-Pamplona-Burgos surgieron y tuvieron sus primeras sedes centrales españolas las tres grandes asociaciones propagandísticas católicas, las Organizaciones Misionales Pontificias4. Las diócesis de Vitoria y Pamplona pugnaban por el primer puesto de toda España en sus recaudaciones misionales.
En Vitoria, además, la creación en 1922 de un «Secretariado de Misiones»5, cuyo fin era constituirse en el centro activo de la propaganda misional por la diócesis, supuso un hecho clave. Al año siguiente las recaudaciones se doblaron: se organizaron   —3→   «días misionales» (a los que acudían propagandistas preparados por el secretariado) y dos grandes semanas en Bilbao y San Sebastián.
Entre los primeros colaboradores del secretariado, y que en 1926 pasaría a ser su director, se hallaba el sacerdote José de Ariztimuño. Su trabajo en este organismo le llevó, además de a implantar progresivamente el modelo de propaganda parroquial que había observado en Italia, a dirigir y escribir periódicamente para su revista Gure Mixiolaria / Nuestro Misionero. Estrictamente bilingüe, fue en ella donde comenzó Ariztimuño a escribir en vasco, animado por Manuel de Lekuona (encargado de la traducción euskérica de los artículos) y a utilizar el sobrenombre por el que es conocido, Aitzol.
Aitzol abandona el secretariado a inicios de la década de los treinta, para dedicarse más de lleno a otras actividades, entre ellas la literatura vasca para la que ha sido ganado. Desde Gure Mixiolaria, realizando un resumen de los diez años precedentes, se rezumaba optimismo para el futuro: «No dudamos que la década que empezamos ha de ser verdaderamente consoladora para [...] salvación de los pobres sin fe»6.
No fue así. Por una parte, las recaudaciones iniciaron un rápido descenso, en buena medida debido a la crisis económica. Pero más gravedad revistieron las cortapisas que la nueva situación política ponía al tradicional modo de hacerse la propaganda misional. La imposibilidad de celebrar los anteriores y multitudinarios actos públicos cerró todo camino a los alardes en los que se habían basado los «días» y «semanas» misionales. En 1931, la asamblea de propagandistas de Vitoria recomendaba que «allí donde no convenga o no sea posible la procesión misional, se organice una velada u otro acto público, interesando en su celebración al mayor número de personas posibles»7. Los días habían quedado reducidos a «sermones, pláticas y conferencias»8.
Cuando en marzo de 1933 se pudieron reanudar las semanas misionales, en San Sebastián, eran evidentes los cambios producidos respecto a la última celebración. Seguía presentando los actos puramente religiosos, como triduos o misas, y las conferencias y veladas teatrales en el Gran Kursaal; pero ya no había actos callejeros, ni se contaba con la participación de las autoridades civiles.



1.2. Las primeras emigraciones forzosas

El estado de prevención originado entre los religiosos por todas estas dificultades, vino a culminar en alarma tras la aprobación de la Constitución, en noviembre de 1931.
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No sólo se declaraba, en su artículo 26, la absoluta separación entre Iglesias y Estado. Se añadía además una cláusula, que no era sino un ataque directo a la Compañía de Jesús:
Quedan disueltas aquellas Órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a una autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes.


Siguiendo el mandato constitucional, el 24 de enero de 1932 la Gaceta de Madrid publicaba la orden de disolución de la Compañía.
Esta disolución nunca fue continuada por decreto exclaustrador general alguno. Su fin era servir de equilibrio entre los más radicales, a los que se contentaba actuando con firmeza contra la tradicional «bestia negra» católica, y el pragmatismo que desaconsejaba realizar cualquier acto que pudiera descalificar a la joven república.
Sin embargo, sí provocó en el resto de las órdenes el convencimiento de que tal medida exclaustradora podría ser tomada en cualquier momento. El mismo artículo 26 dejaba abierta la posibilidad de disolución de una congregación religiosa de manera discrecional por el Estado. Como escribía el provincial franciscano de Cantabria a su correspondiente de la provincia francesa de Saint-Denis:
C'est avec une confiance franciscaine que je m'adresse a Vous, pour vous proposer une question que me préoccupe. Vous étés au courant des événements politiques de l'Espagne et quand la loi d'Assotiations soi publié peut être nous serons au risque d'être exilés9.


La reacción fue la búsqueda, en un plazo corto de tiempo, de refugios en el extranjero, para el caso de que ocurriera tal eventualidad y hubieran de partir al exilio, como ya lo habían hecho los jesuitas a Bélgica. Los países preferidos para esto eran los europeos, especialmente la vecina Francia; la cercanía a España era considerada como la principal de las características exigibles al posible refugio, por lo que parece que en ningún momento se planteó un exilio definitivo, sino una simple marcha con la mirada puesta en la vuelta a España.
Las gestiones no se hicieron esperar. Hubo algunos casos en los que se contactó con las provincias francesas de cada orden religiosa, como los antes mencionados franciscanos de Cantabria:
C'est pour quoi en cas de cet évenement malheureux, je me permets vous demander, si vous sériez prêt a admettre dans les couvents de votre Province Seraphique quelques Pères et Frères [...]10.


Sin embargo, en prácticamente todos los casos se optó finalmente por establecer una residencia propia, en el caso vasco por lo general localizada en el País Vasco francés, o a lo sumo en la Aquitania, en un arco de Burdeos a Pau. Así, los franciscanos vascos acaban instalándose en Saint-Palais, en la Baja Navarra;   —5→   los carmelitas de la provincia de «San Joaquín de Navarra» en Dax y Agen; los pasionistas, cuya curia radicaba en Deusto, en el pueblo labortano de Ascain, a escasos kilómetros de la frontera guipuzcoana. Sólo los agustinos recoletos, entre cuyas filas eran muy numerosos los navarros de la Ribera, prefieren establecerse en Inglaterra11.
Sin embargo, y antes incluso de que comenzaran a hacerse estas gestiones, las jerarquías de las órdenes religiosas ya habían realizado, de un modo inmediato en el mismo 1931, el traspaso de ciertos de sus miembros más «débiles» al extranjero: su personal en formación. El movimiento es de tal magnitud, que en tan sólo tres meses el Secretariado de Misiones de Vitoria contabiliza la partida de alrededor de cincuenta religiosos de ambos sexos a misiones en general, de los cuales significativamente destaca que «envían de todo, desde misioneros ya formados hasta jóvenes coristas»12; lo cual indica el carácter anormal del envío de estos últimos.
El destino preferente de estos religiosos es América: es el único lugar donde las órdenes religiosas, por lo general, tienen casas formadas propias (es decir, dependientes de los mismos superiores que en España). Es, por lo tanto, donde más rápido acomodo pueden encontrar los neoprofesos y coristas, y donde con más garantías van a poder continuar su proceso de formación sin excesivas rupturas.
Como se observa en el cuadro número 1, los religiosos vascos presentes en Hispanoamérica aumentan, de finales de 1930 a finales de 1932, en 76 (cuando la media de los años precedentes, que pueden ser considerados todavía dentro del boom que esta presencia vive desde 1918, es de 15 anuales). El mismo año 1931 conoce la mayor cifra de primeros envíos a América13 de todo el periodo 1820-1960, 86 religiosos, de los cuales nada menos que 39 son coristas.
Cuadro n.º 1: Número de religiosos vascos presentes en Hispanoamérica. Elaboración propia.
AÑO-NÚMERO-AÑO-NÚMERO
1930-0924-1936-1000
1931-0980-1937-1006
1932-1000-1938-1037
1933-0996-1939-1047
1934-1003-1940-1061
1935-1000             
Así, los carmelitas descalzos vascos envían sus estudiantes a los conventos que poseían, desde 1899 y 1911 en Chile, Perú y   —6→   Colombia14, en clara contradicción con su práctica habitual hasta ese momento, que consistía en enviar sus misioneros jóvenes sólo (e inmediatamente) después de haber sido ordenados.
Los agustinos recoletos de la provincia de San Nicolás de Tolentino o «Filipina», con curia en Marcilla (Navarra), llegan a realizar un envío a su misión venezolana, inaugurada en 1898, compuesto por un sacerdote y sus diez alumnos coristas, de ellos cuatro navarros.
Sólo los jesuitas, por razones obvias, envían a ese mismo país una mayoría de personal ya formado.

1.3. Compás de espera

Los cuatro años siguientes supusieron, para la presencia religiosa vasca en América, la primera paralización de su ritmo ascendente. Por primera vez desde 1840, se producían sendos saldos negativos, en 1933 y 1935 (cuadro n.º 1). A mediados de 1936 encontramos en Hispanoamérica no sólo el mismo número de misioneros vascos que había cinco años antes, sino que además éstos eran prácticamente las mismas personas. Todo el proceso de envío y vuelta de las casas americanas a las europeas, si no se había paralizado, por lo menos sí que había sufrido una ralentización.
La nueva situación política, pero sobre todo la ofensiva que ante ella lanzó la Iglesia, y que necesitaba del concurso de todas las fuerzas católicas, fue posiblemente el principal de los factores que hizo que se retuvieran a este lado del océano a los que, en condiciones normales, hubieran acabado ocupando destinos en América.





2. El segundo momento. Julio, 1936-enero, 1940

2.1. El «clero vasco» tras la Guerra Civil

Una de las más importantes diferencias entre las generaciones de eclesiásticos (especialmente las más jóvenes) que componían el cuerpo religioso vasco en 1936, y sus inmediatas antecesoras se hallaba en la política. El nacionalismo iba ganando terreno en estos sectores del clero, en detrimento de la atracción afectiva que aún sentía la generación anterior por carlismo e integrismo15, como era el caso del obispo Mateo Múgica.
La relación entre este filonacionalismo clerical y las jerarquías se estableció, por lo general, a caballo entre la represión y el pragmatismo, con tendencia a incidir en lo primero16. La   —7→   misma jerarquía que admitía la participación de sacerdotes en actos políticos carlistas o tradicionalistas17, atacaba duramente, bajo la acusación genérica de hacer política, a los que mostraban simpatías nacionalistas.
Dentro de las mismas órdenes religiosas, llegaron instrucciones tendentes a cortar los brotes que pudieran haber surgido. En 1933, el general franciscano en Roma envió instrucciones al provincial de Cantabria al respecto:
[...] han llegado a la Santa Sede quejas contra algunos religiosos que, atendiendo a intereses personales y regionales, desoyen la voz y los mandatos de los Prelados diocesanos que procuran la unión de todos los Católicos a fin de conseguir el triunfo de la causa católica [...]. Por lo mismo exhorto y mando a todos nuestros religiosos, Superiores y súbditos, que depongan todas las afecciones particulares de partido y de región [...]18.


En esta situación, llegó a considerarse dentro de dichas «afecciones de región» cualquier participación activa en el desarrollo de la cultura o la lengua vasca. Incluso la predicación en euskera, impuesta por la simple necesidad de hacer entender el mensaje cristiano al pueblo que se quería adoctrinar, podía tomarse como un signo de apoyo a las tesis separatistas. Reaparecían los fantasmas que había lanzado el abad de La Calzada, en su protesta contra la creación de la diócesis de Vitoria en 186219: el hecho de establecerse en el Seminario vitoriano unas clases de antropología (a cargo de José Miguel de Barandiarán), unido a las exiguas clases de vasco que ya se impartían, hizo que se recibieran denuncias sobre la infiltración del nacionalismo en el centro20. Y el mismo Secretariado de Misiones vitoriano fue objeto de parecidas acusaciones.
La Guerra Civil, y sobre todo la conquista, en 1937, del último territorio vasco por las tropas insurrectas, van a suponer el inicio de una persecución sistemática contra estos sectores del clero. No sólo afectó a los que realmente defendían ideas nacionalistas de palabra u obra, sino también a aquellos que no habían apoyado incondicionalmente el alzamiento desde su inicio, culpables por omisión. Y no hay que olvidar que, por otro lado, fueron muchos los sacerdotes y religiosos que colaboraron con el nuevo régimen.
Aunque en los primeros días de la guerra, los obispos de Vitoria y Pamplona sólo condenaban la «alianza antinatural entre católicos y enemigos de la religión»21, tras la toma de Bilbao es el propio ideario nacionalista el que recibe los ataques:
Para siempre (todo hay que decirlo) desaparecerá también de nuestra tierra ese clérigo secular, o regular, que daba durante los últimos años el lamentable espectáculo de la traición a la Patria desde las gradas sacrosantas del altar o   —8→   desde las alturas doctorales del púlpito. La gran vergüenza del clero separatista, ese también se acabó para siempre22.


Se ha publicado mucho sobre la depuración que se realizó entonces contra el clero secular, tanto en la diócesis de Vitoria como en la de Pamplona. Tras la alarma de los primeros fusilamientos de sacerdotes, en Vitoria la represión quedó confiada a las manos eclesiásticas del «hombre que hablaría de Dios hablando de España», el administrador apostólico Javier Lauzurica. Mateo Múgica, nuevamente, había partido al exilio. En Navarra se dieron casos de confinamientos, sanciones e incluso algún fusilamiento23.
Se incoaron procesos canónicos, alejando de los cargos de responsabilidad a las personas que no habían demostrado claramente una consonancia con los ideales de la cruzada. Más de 800 sacerdotes sufrieron algún tipo de represión24.
Pero también en el clero regular se dieron denuncias25; las curias de las diversas provincias vieron cómo eran relegados de cargos de responsabilidad los más sospechosos:
Puedo afirmar que Padres muy dignos fueron excluidos de cargos de importancia, porque la prudencia exigía en las actuales circunstancias su exclusión por parecer inclinados a la política vasquista, que tampoco debe confundirse con el separatismo26.


Incluso se intentó hacer desaparecer alguna de las provincias vascas ya formadas. Entre los pasionistas, se propuso «la simple anexión de las casas de Bilbao, Irún, Angosto y Tafalla a la provincia de Castilla, dejando para la Provincia del Norte tan sólo las casas de Gabiria y Villarreal de Urrechu»27.



2.2. El exilio: modos, vías

A pesar de todo, la medida que afectó a más personas fue el alejamiento, forzado o aconsejado, del País Vasco. Existían ya antecedentes de haber utilizado este recurso al extrañamiento, en concreto a las misiones de Hispanoamérica, de religiosos sospechosos de nacionalismo vasco; así había ocurrido entre los capuchinos de Navarra-Cantabria-Aragón hacia los años 1910-191528.
  —9→ 
Hubo algunos casos en los que es la propia autoridad pública la que ordena toda una serie de deportaciones, confinamientos e incluso encarcelamientos de religiosos, lejos de Euskalerria. Ya al poco de tomar Guipúzcoa, los jefes militares habían dictado algunas expulsiones de la provincia29; lo propio hará el mando militar competente al ocupar Bilbao30. En Navarra la comandancia de Pamplona contaba con listas de aquellos que debían ir al destierro, entre ellos el provincial de los escolapios31.
Pero, en otros muchos casos, fue la prudencia la que aconsejó estos alejamientos. Y en este caso, no bastaba con salir a regiones españolas más o menos alejadas del País Vasco. Como se quejaba Mateo Múgica, respecto a los sacerdotes diocesanos de Vitoria:
[...] unos antes y otros después, salieron muchos de mis sacerdotes al extranjero, o a otras diócesis de España [...] huyeron a Inglaterra, a Bélgica, a Francia, a las Américas32.


Y en aquellas órdenes con una presencia misionera en otro continente, el dar destino para esos lugares a los más implicados era una solución, convertida en la casi única posible después de que los conventos franceses hubiesen dejado de ser seguros, tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial33. Nuevamente, América se convertía en un lugar de refugio para los exiliados, como señalaba el provincial franciscano de Cantabria, en 1939:
Por esta prudencia previsora, sin que ninguna autoridad ni civil ni militar nos obligara, destinamos en los primeros días de mi gobierno -agosto de 1937- a la Misiones de Cuba y del Paraguay a unos cuantos Religiosos, que en tiempos pasados se habían distinguido algo por sus aficiones políticas34.


No sólo los franciscanos aplicaron esta política de prudencia35. El provincial capuchino, además de dar obedientias simulatas36 a Chile y otras misiones, aprovechó la coyuntura para dar los primeros pasos en la creación del comisariato ecuatoriano,   —10→   intentando responder a las primeras peticiones de personal que desde Ecuador se le hacían, con religiosos residentes en el exilio de los conventos franceses, en 1938.
No obstante, el caso más espectacular fue el de los jesuitas. Aquellos que no serían bien recibidos en la nueva España no volvieron del exilio belga, y desde su refugio coyuntural de Europa dieron el salto definitivo a América37. Se produjo así un aumento notable de personal vasco en las residencias venezolanas; pero sobre todo en las centroamericanas. En los catálogos de esos años de la provincia de Castilla38 se puede comprobar el increíble aumento de personal que tiene la recién creada (1937) «viceprovincia Centroamericana». De los 17 jesuitas que había en 1937, se pasa al año siguiente a nada menos que 5539.
De esta manera, tras los años de paralización republicana antes mencionados, los tres últimos de la década van a conocer, aunque a menor escala que lo visto en 1931, un aumento de la presencia de religiosos vascos en Hispanoamérica (cfr. cuadro n.º 1). Este aumento se vuelve más significativo, al comprobar su carácter coyuntural por el hecho de ser un fenómeno aislado: los años siguientes se seguirá produciendo un estancamiento en la presencia, que no volverá a crecer hasta pasada una década.
Pero el aumento producido entre 1937 y 1940 también presenta diferencias cualitativas con la huida de 1931: se trata de una emigración de personal ya formado, y en muchos casos con una anterior experiencia americana. Encontramos numerosos misioneros que parten a América a una edad desacostumbrada, atendiendo a la manera de proceder anterior de las mismas órdenes religiosas.
En los capuchinos toda una serie de religiosos son enviados a Argentina o Chile veinte años más tarde que sus compañeros de generación40. La media de edad de los envíos de carmelitas descalzos a Chile se sitúa, entre 1937 y 1938, en alrededor de 48 años41. En ambas órdenes también observamos personas que, habiendo cumplido ya sus años misioneros, han de volver a cruzar el Atlántico.
Un caso singular va a ser el escolapio, en el que la persecución va a incidir de un modo especial. Quizá debido a la voluntad férrea que atribuye Julen Rentería a sus superiores42, el hecho es que en los primeros años de régimen franquista no enviaron a América a los religiosos considerados más peligrosos por las autoridades, aunque sí dejaron a muchos oscurecidos en cargos inferiores   —11→   a su capacidad, como simples maestros en los colegios de la orden. No será hasta los años cincuenta cuando saquen del ostracismo a tres de estos escolapios, que serán los que pongan las bases de la presencia de la provincia de Vasconia en Venezuela, Brasil y Japón43.



2.3. Diferenciaciones regionales y entre institutos

Esta última emigración forzosa que conoce el decenio, por su carácter selectivo, no va a afectar por igual a todas las órdenes, puesto que va a mostrar grandes diferencias atendiendo al lugar de nacimiento de los religiosos.
Desde 1820, es ésta la primera ocasión en la que la evolución general que se observa para el conjunto de Euskalerria no tiene un reflejo más o menos fiel en las evoluciones parciales de las diferentes provincias. Observando la variación de religiosos presentes en América (cuadro 2), entre 1935 y 1940, diferenciados por el origen geográfico, obtendremos las siguientes cifras:
Cuadro 2: Evolución del número de religiosos vascos en Hispanoamérica, de 1935 a 1940, por provincias44. Elaboración propia.
GUIPÚZCOA-VIZCAYA-ÁLAVA-NAVARRA
1935-256-197-107-426
1940-273-228-103          -425
Dos zonas se perfilan claramente: por una parte la Euskalerria costera, donde se experimenta en gran medida la situación ya descrita de persecución y huida; y por otra parte Navarra y Álava, con una situación más compleja, sobre todo en la primera de ellas.
Se pueden encontrar dos causas para explicar esta evidente singularización regional de las regiones del interior. Por una parte, el clero de ambas provincias estaba considerado menos sospechoso, e incluso más proclive a la colaboración. En Álava, y especialmente en Navarra, el apoyo al levantamiento estaba muy extendido, y en general su «clero diocesano fue el pilar de la insurrección»45.
La segunda causa reside en la falta de clero, que al menos tenemos comprobada en Navarra, motivada por los efectos de la guerra. El obispo de Pamplona, el baracaldés Marcelino Olaechea, en su pastoral sobre el día del Seminario de 1939, escribía:
  —12→ 
¡En Navarra escasean también los sacerdotes! y esa escasez durará años y será más intensa en los que vamos a vivir. Hemos tenido cerca de ochenta parroquias sin cura [...]46.


Dada esta situación de necesidad, un envío masivo de eclesiásticos al exterior corría el peligro de ser interpretado de un modo negativo. En este sentido, tenemos constatados incluso casos de sacerdotes diocesanos, que retornan en este momento tras una estancia americana. El ejemplo más destacado, por la relevancia que alcanzó a su vuelta, es paradójicamente un vizcaíno: Zacarías Vizcarra, residente desde 1912 en Buenos Aires, que pasa a ser nombrado nuevo director de la Unión Misional del Clero en España, el año 193847.
Navarra es, como hemos indicado, el caso más complejo. La aparente situación estacionaria que parecen indicar las cifras (cuadro n.º 2), oculta en realidad unas muy grandes divergencias entre las diferentes órdenes religiosas: mientras algunas ven aumentar espectacularmente su personal navarro en América en esos cinco años, otras experimentan un descenso de idénticas características, que llegan a neutralizarse mutuamente. Capuchinos y jesuitas fueron los que sufrieron el mayor exilio en Navarra, mientras que la orden agustina recoleta tenía en 1940 tres religiosos menos en América que diez años antes.
Esta diferenciación entre órdenes, a pesar de todo, sólo es atribuible al origen geográfico del que cada una de ellas extrae mayoritariamente sus vocaciones. Por ejemplo, los agustinos recoletos provienen fundamentalmente de pueblos del sur de la merindad de Olite, o de la de Tudela. Su descenso en número se halla así relacionado con el hecho de ser éste el único momento en el que los tradicionales focos misioneros navarros (Pamplona y la ribera de Tudela) ceden su puesto a otras zonas, que nunca habían destacado ni destacarían después en este aspecto, por ejemplo al valle del río Araquil, o al de Larraun (mapa n.º 1)48.



2.4. Una emigración vasquista

La característica diferencial de esta emigración forzada, es que se trata de un grupo de religiosos unidos, además de por la religión, por una vinculación especial y activa hacia Euskalerria y lo vasco; ya fuera desde unos planteamientos culturales, ya fuera desde una ideología nacionalista. Los núcleos que se van a formar en los diversos países sudamericanos donde finalmente se instalen, van a reflejar esta vinculación.
  —13→ 
En el campo estrictamente cultural, se puede afirmar que fue el de estos religiosos uno de los grupos más activos, especialmente en los primeros años y en el terreno específico de la lengua vasca y todo lo relacionado con ella.
Nombres más o menos conocidos se distribuyen por todo el continente. En Cuba encontramos a Imanol Berriatua, o al antes citado Basilio de Guerra, ambos franciscanos. El grupo de jesuitas centroamericano, capitaneado por Jokin Zaitegi y su Euzko-Gogoa y entre los cuales encontramos, entre otros, a estudiosos como Jorge de Aguirre o José María Estefanía, llega a tener ramificaciones entre sus compañeros de orden, igualmente vascos, de Venezuela, donde trabaja activamente un Luis María Arrizabalaga. En Chile, hallamos en los conventos carmelitas a Pedro Ormaechea Aldama, o al poeta zornotzarra Santiago Onaindia. En Argentina, por su parte, un importante núcleo de capuchinos (así como algunos sacramentinos, trinitarios o canónigos regulares de Letrán) se integra en las iniciativas vascas surgidas en el país, que habían tomado un nuevo impulso debido al mismo exilio. Bonifacio de Ataun será, así, el primer director del Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos, donde, entre otros, colaborará Jorge de Riezu.
Pero la colaboración de estos religiosos con la comunidad vasca de la diáspora no acabó ahí. En Argentina, en Venezuela, en Uruguay, los religiosos vascos forman auténticos grupos de presión para lograr el apoyo a los refugiados vascos. En los dos primeros países, el apoyo se llegará a materializar en sendos decretos favorecedores de la inmigración de vascos, dirigidos específicamente a la recepción de los exiliados que comenzaban, en 1940 en Francia, a sufrir los problemas de la recién comenzada Segunda Guerra Mundial.

Fuente:
Fondo Editorial Revista Oiga
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu de Lima
Ilustre Cofradía Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu de Perú

CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU

CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


Venancio Orbe y Santos Iztueta ya descansan en Moyobamba

En el marco de las actividades del Centenario de la presencia de los misioneros pasionistas en San Martín, los restos de quienes fueron los máximos representantes de la iglesia católica ya descansan en la catedral de Moyobamba. Tras su arribo a Tarapoto, se desarrollaron una serie de actividades litúrgicas, encabezados por el Monseñor Miguel Irizar, Obispo Emérito del Callao.
Los restos de los monseñores Venancio Orbe y Santos Iztueta fueron trasladados hacia la capital de la región. El pueblo de Moyobamba recibió a los monseñores con gran algarabía una multitud se concentró en la plaza de armas, para luego darles el último paseo en cuerpo presente por la periferia para luego hacer su entrada triunfal a la catedral. Allí se desarrolló la eucaristía y posteriormente se dio inicio al acto de entierro. En un espacio muy cerca al púlpito y junto al primer obispo de Moyobamba Martín Elorza, primero se enterró al Monseñor Venancio Orbe y posteriormente a Monseñor José Santos Iztueta. Venancio Celestino Orbe Uriarte, C.P., nació en Frúniz, – España, el 06 de abril de 1927. Ordenado Sacerdote el 07 de agosto de 1949. Electo Prelado de Moyobamba el 25 de agosto de 1967, Consagrado Obispo el 21 de noviembre de 1967. El 05 de junio del 2000, fue aceptada su renuncia voluntaria al Oficio Pastoral. Murió el 18 de julio del 2008. José Santos Iztueta Mendizábal, nació en San Sebastián – España, el 3 de abril de 1929. Ordenado Sacerdote el 29 de marzo de 1952. Nombrado Obispo Coadjutor de la Prelatura de Moyobamba – San Martín, el 30 de mayo de 1998 y Consagrado el 03 de Julio de 1998. Tomó Posesión el 15 de agosto del mismo año. Por renuncia voluntaria a su oficio pastoral de Monseñor Venancio Orbe, el 09 de junio del 2000 fue nombrado Obispo Prelado de la Prelatura de Moyobamba. Murió el 27 de agosto del 2007. La recuperación de los restos de los máximos representantes de la Iglesia Católica de San Martín se realiza en el marco de las celebraciones del Centenario de la llegada de los misioneros pasionistas a San Martín.

Fuente:
Diario Ahora
Fondo Editorial Revista Oiga
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu de Lima
Ilustre Cofradía Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu de Perú