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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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sábado, 23 de febrero de 2013

Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima

En la fotografía: El Padre Doctor Antonio María Artola Arbiza C.P. acompañado de los esposos Ing. Carlos Montori Alfaro y Edda Marini de Montori, en la Iglesia Virgen del Pilar de San Isidro – 400 años de la fundación de la Ilustre Hermandad y Cofradía Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu de Lima

viernes, 22 de febrero de 2013


MEMORIA HISTÓRICA

Se cumplen 55 años del ascenso de varios vascos al cerro chileno en homenaje al lehendakari Aguirre

IBAN GORRITI - Domingo, 16 de Octubre de 2011 - Actualizado a las 08:52h
BILBAO

EN Chile se preguntan qué hace humedecer los ojos. Y en aquella tierra del considerado fin del mundo se responden: "El viento, la tierra, la cebolla,… los recuerdos". Un recuerdo de los vascos exiliados a este país por la Guerra Civil española permanece vivo, orgulloso a la vista de todos sobre el horizonte. Hay a quien aún se emociona y empaña la mirada.

Esta república suramericana cuenta en su cartografía con un monte, montaña, cerro,… llamado Euzkadi (hoy oficialmente, Euskadi) en la cordillera de los Andes. Es un logro histórico cargado de anécdotas, de amor por las raíces, aquellas capaces de revivir todavía bajo las peñas rocosas de otro continente. Un grupo de cuatro vascos de una Euzko Etxea -la de Valparaíso, se constituyó en 1947, y la de Santiago, en 1950- fue quien coronó un cerro virgen y quiso bautizarlo con el nombre de la patria vasca. Aunque las fechas no cuadran, porque cuatro descendientes de vascos lo subieron en 1956 -un año después-, se ha heredado la idea de que lo hollaron para rendir homenaje al lehendakari Aguirre por su segunda visita a Chile a finales de 1955. El presidente de los vascos participó como invitado especial en el Primer Congreso Internacional de Democracia Cristiana, del 8 al 11 de diciembre de aquel año.

Considerando que el Partido Nacionalista Vasco fue uno de los fundadores de aquella Internacional, junto a José Antonio Aguirre, participaron en las jornadas el presidente del PNV en Argentina, Pedro Basaldua; su homólogo en Chile, José Ituarte; y Santi Zarranz. Los montañeros que lograron el hito fueron Polentzi Uriarte, Agapito Palacios -de oficio sastre y uno de los más reconocidos andinistas, nombrado por la federación de montaña como el mejor deportista en 1981, cuando a los 60 años ascendió el Aconcagua-, Tomás Alberdi y Loyola, fotógrafo de la expedición. Estos andinistas pertenecían al Club andino Horizonte deportivo Euzko Etxea. También fundaron la agrupación Kaiku.

ABERRI EGUNA DE 1956 Pusieron sus pies sobre la cima, de los hoy oficiales 3.165 metros cercana a Santiago de Chile, el día del Aberri Eguna, el viernes 30 de marzo de 1956. El sábado, 31 de marzo, también hay constancia de que estuvieron allí. En la cumbre depositaron una placa de mármol con los datos de la jornada, como se aprecia en las fotografías conservadas de aquel hito poco conocido.

La empresa no fue fácil. El primer obstáculo fue burocrático. El Gobierno no les permitió esa designación. En una entrevista, uno de los andinistas, Agapito Palacios, relató a la periodista Palmira Oyanguren que la prohibición de bautizarlo como Euzkadi no les hizo ceder. "Entonces cambiamos el nombre por Sasía, en honor a un joven vasco que murió en la cordillera", resumió el montañero. Agapito hacía referencia a Narkis de Sasía, hijo de un baracaldés que había fallecido en un alud en 1953. Las leyes de entonces en Chile no permitían registrar accidentes geográficos con nombres de países, a pesar de existir un precedente (un monte llamado Italia). La ley vigente sí permitía, sin embargo, bautizarlos con nombres de personas.

Fue un general del Ejército chileno, curiosamente -al parecer con un apellido vasco que no ha trascendido-, quien negó el deseo de la Euzko Etxea chilena. "Finalmente, gracias a un amigo que yo tenía en el Instituto Geográfico Militar, que también era andinista, logramos dar una estocada y llamarlo como lo habíamos planeado en un principio", aseguró Palacios, quien también fue atleta y ya muy veterano corrió maratones, "siempre con la camiseta de Euskadi", solía repetir.

CONOCIDO COMO EUKADE De ahí, el Instituto Geográfico Militar registró el hoy Euskadi en el cajón del Maipú, no lejos del cerro Catedral (en los 33º 51' de latitud y en los 70º 21' de longitud) con sus -entonces delimitados- 3.265 metros de altitud y de roca descompuesta, típica de la cordillera andina chilena.

Los arrieros locales de la zona de El Ingenio conocen el cerro como Eukade. Una de las posibles ascensiones al cerro que se dedicó a Aguirre y los vascos comienza en un fundo privado de la localidad El Ingenio. La primera aproximación es de un día y se ataca la cima el segundo. Descendientes de vascos del Club Patagónico Andino Elal de Santiago de Chile volverán a intentar hacer cumbre a finales de octubre y a primeros de noviembre, como ya lo hicieron el año pasado. La historia y sociedad vasca tiene una cita pendiente con ellos.
Una inteligencia despierta, vivaz, a la vez que desbordante, indisciplinada y bohemia, aunque muy bien cultivada, como fue la de Federico More, no es de extrañar que, inútilmente, hubiera intentado muchas veces sistematizar su pensamiento en una obra orgánica, en un libro cumbre, en una suma que redondeara sus ideas, siempre un tanto atrevidas, sobre la vida, el mundo, el hombre peruano y su porvenir, sobre el buen ordenamiento de la sociedad, sobre la poesía del atardecer y la suciedad de la política. No lo logró, porque sistematizarse hubiera sido negarse a él mismo: un anarquista del pensamiento. Pero hombre de trabajo, dentro del desorden de su azarosa existencia, escribió y escribió angustiosamente, con apuro, dejando impreso un reguero desparramado de artículos, folletos, libros, ensayos, prólogos... Con algunos de ellos, que son los más representativos de su obra, en un resumen que, como toda tarea humana, es cien por cien subjetiva, he formado estas Andanzas de Federico More. Son las Andanzas por las tierras del Perú, de América y de la literatura universal de un espíritu excepcionalmente dotado para pensar y juzgar, para exhibir inteligencia, para jugar con las palabras y entregarse al devaneo de las ideas, para coger la lanza y lanzarse locamente, desbocadamente, al campo abierto de la polémica sin cuartel.

Las Andanzas de Federico More están llenas de pasión y desbordes como su espíritu; y su obra es variada, muchas veces luminosa como el sol de mediodía y, otras, embellecida por ocasos y auroras con reminiscencias paganas. Enceguecido por la luz de la diosa actualidad, More no pudo aquietar el potro desbocado que llevaba dentro y no dejó -repito- un trabajo orgánico, meditado, hecho con el sosiego de los que ven pasar el tiempo pensando en el mañana.

Federico More vivió escribió, apasionadamente, al día. Fue ante todo y sobre todo periodista, aunque pienso que nunca dejó de amar a las musas de su juventud, que jamás perdió el regusto por la poesía, esa diosa que le hizo captar su cuna puneña, el Ande, con singularísima sensibilidad. Esas alturas cercanas a las estrellas a las que les dedicó esta frase precisa y bellísima -cito de memoria-: «Aquí nació el silencio, aquí se siente el olor de un cuerpo en celo». No recuerdo los versos anteriores ni los que siguen y me ha sido imposible hallar la poesía completa en la selva de periódicos donde he estado siguiendo la huella de Federico More, periodista insigne de quien, sin embargo, los peruanos de menos de cuarenta años poco o nada conocen. La obra del periodista, como él lo dijo, «tiene fama frágil y dura apenas horas»... Salvo excepciones. Naturalmente. Una de ellas resonante, singular y variada es la de Federico More. Y aquí está justamente este libro para confirmar la excepción.

En uno de los capítulos que siguen hallará el lector un ensayo de More que sonará algo extraño y que años atrás pocos habrán entendido: es la visión premonitoria de lo que sería el periodismo del futuro, el de hoy, ese periodismo chato, sin aliento orientador, sin calidad ni ánimo literario, algo similar a la comida masticada, a las píldoras alimenticias de los astronautas. More lo describe como un inmenso archivo donde se puede hallar la tarjeta correspondiente a una boda fastuosa, a un robo al escape, a una intervención parlamentaria sobre educación física o sobre defensa ecológica de un río o de la ciudad capital. Todo estará allí ya redactado. Sólo quedará por hacer el trabajo de colocar los nombres de las personas y lugares del hecho recién ocurrido.

En otras palabras, Federico More prevé la muerte pronta del periodismo que él amó y realizó con extrema calidad, ese arte y oficio íntimamente relacionado con la literatura y con la política entendida como sacerdocio cívico —esa prensa que brilló como lucero esplendente en el siglo pasado y la primera mitad de éste—, vislumbrando a la vez el periodismo de nuestros días: transformado en un negocio que puede confundirse con la fabricación de salchichas o zapatillas, si no fuera porque los medios de comunicación masiva —ya no se dice simplemente «prensa»— dan cierto lustre político y son instrumentos de poder que pueden auxiliar a otros negocios; sin perder su propio valor cotizado en bolsa. El periodismo en sí, aquel del bien decir, defensor de valores morales y cívicos, importa menos o nada. Por lo que si hay interés es por las «primicias», porque ellas significan mayor «rating», aumento, en el precio bursátil de las acciones de la empresa. Y esas primicias hay que conseguirlas por encima de todo, hasta de la propia honra o del prestigio patrio. El resto de la edición sale de los anaqueles que describe More, aunque anaqueles cada vez más sofisticados por la computación y la apabullarte tecnología electrónica, siempre con una novedad en la mano.

Me parece que el periodismo escrito, en el que pasó su vida More y nos sigue interesando a unos pocos periodistas —cada vez menos—, tendrá un mañana distinto, quién sabe salvador de ese arte y oficio que hoy está desapareciendo. Creo que en cada una de las ciudades de la geografía mundial sobrevivirá un diario, un periódico de servicios, de información local, de especializaciones. Por lo general, aquellos que han sabido sobrevivir amparados en una tradición familiar. Y me parece que el antiguo oficio de hacer arte con la actualidad, la tribuna de los comentarios agudos, orientadores, placer de los lectores, el periodismo de a verdad independiente, encontrará boya de salvataje en periódicos bisemanales, de pocas páginas y bajo costo, sin los lujos de las revistas y sin la carga de los servicios que debe ofrecer el diarismo moderno.

¿Será ilusión lo que escribo, será nostalgia de los años que acompañé a Federico More en esas pequeñas imprentas que eran refugio de bohemios? ¿Estaré hablando de un futuro cierto?

Aquí queda la idea, la propuesta, para la reanimación de un pasado en agonía —no en el sentido de la agonía unamuniana— que algunos quisiéramos reviviera.

More, como ya he dicho, fue poeta, literato de altísimo nivel, ensayista luminoso. Fue, según César Vallejo, el prosista de su generación. Usó con fiabilidad extrema el robusto idioma de Cervantes y Quevedo y no dejó de ser admirado, como crítico literario, por José Carlos Mariátegui, el más respetado de sus amigos de la «generación Infortunada» como tituló More a su generación. «La generación que se abre, cronológicamente, con hombres de la edad de Leónidas Yerovi y se cierra con hombres de la edad de José Carlos Mariátegui... Basta escribir o pronunciar estos dos nombres para comprender el inmenso infortunio, el signo adverso que pesa sobre aquella generación, la más brillante que ha producido el Perú, la más literaria, la de más completa sensibilidad; y la única que no ha logrado, ni a medias, decir su secreto de cultura, de emoción y de inquietud... Si juntos los nombres de Leónidas Yerovi y de José Carlos Mariátegui escribimos el de Abraham Valdelomar, la evocación dolorosa se completa»... Son éstos, párrafos del artículo escrito por More a la muerte de Mariátegui, quien había descalificado a More para la política llamándola «aristócrata de la inteligencia», distante de las multitudes. Definición acertada, que a More no le mortificó, porque se sentía tan ajeno a los honores y glorias oficiales como a las inquietudes de las masas. Aunque sí le preocupó -y muchísimo- la política; de la que fue apasionado seguidor, aunque no como aspirante a presidente, ministro o diputado, sino como observador comprometido, como orientador de la opinión pública, como periodista, y no como conductor de multitudes, a las que, sin duda, detestó y a las que diferenció magistralmente del pueblo en su libro «Una multitud contra un pueblo». Sus mejores prosas son políticas y políticos son la mayoría de sus ensayos. Sus inquietudes están trazadas precisamente en ese bello artículo de adiós a Mariátegui. «En el entierro va a hablar Ezequiel Balarezo Pinillos, Gastón Roger, que es uno de los pocos sobrevivientes de esa generación, la generación infortunada, la que expresa, mejor que cualquiera otra de las formas de la vida nacional, el hondo y grave fracaso de nuestro espíritu en la marcha hacia la cultura y en el sacrificio por una norma de puro y eficaz idealismo. Estoy seguro que Balarezo sabrá evocar, ante la tumba precoz de Mariátegui, el dolor de todos nosotros, el dolor de él mismo, el vasto dolor de cuantos sabemos todo lo que pudimos realizar y todo lo que una sociedad inerte e injusta no nos permitió cumplir».
Discípulo ferviente de Manuel González Piada -con quien mantuvo estrecha relación durante años-, fue en su juventud un iconoclasta, casi un incendiario; y lo siguió siendo en la mocedad, cuando no se le llamaba señor More o don Federico, sino el «Loco More», según cuenta Adán Felipe Mejía, «El Corregidor», en una sabrosa crónica de recuerdo sobre los encuentros bohemios de Yerovi y Moro, cuando éste, junto a Valdelomar, era portandarte de los colónidos, aquellos hombres que soñaron con cambiar al Perú modernizando el pensamiento de su clase intelectual. Su devoción por González Prada llegó en un momento al delirio, pero fue asordinándose con el tiempo hasta llegar a afirmar que el ídolo de su niñez y juventud no pasó, ideológicamente, de ser un ingenuo comecuras. Siempre, sin embargo, lo siguió admirando como literato.

Con esa afirmación y sólo una parte de su antigua devoción a González Prada, además de un odio concentrado a la Lima voluptuosa y virreynal, sede de una plutocracia sensualizada e inepta, incapaz de dirigir al país, sale More al destierro en época de Pardo. Son doce años de peregrinación por América Latina, haciendo periodismo, escribiendo ensayos, viviendo de su pluma. Nueve de esos años los pasó en Buenos Aires, donde logró una expectable situación en la prensa argentina. Dejó allí, sobre todo en «La Razón» y en la «Crítica» de Natalio Botana, muy en alto el nombre de Federico More.

Allí también lo siguió su pasión más persistente, la que, cosa curiosa, nunca lo abandonó, a pesar de su sobresaltada vida periodística: la poesía. En Buenos Aires, entre 1922 y 1923, Federico More dedica buena parte de su tiempo a poner en contacto a los lectores hispanos con la poesía alemana que va de Vogelweide a Rilke. Este trabajo lo realiza con la ayuda del doctor Alberto Haas, quien le entregaba unas traducciones muy literales, a las que More les daba «versión rítmica española». Algunas de las traducciones de Rilke no llegan a publicarse en Buenos Aires y la «Canción del amor y de la muerte del corneta Cristóbal Rilke» recién aparece en «La Revista Semanal», en Lima, en 1931. El artículo de More titulado «Noticias críticas sobre poesía germánica -Meyes y Storm, dos poemas terminales anunciadores», publicado en «La Razón», en julio de 1923, es considerado según Estuardo Núñez como uno de los mejores comentarios hechos en lengua castellano sobre dichos escritores y poetas.

Pero la atracción de la patria, de «La única tierra cuyo contacto nos fortalece», no lo abandona. Y pasa a Bolivia para estar más cerca del retorno al Perú. En esa época aparece un libro, «El tirano en la jaula», cuyo prólogo lleva la firma de Federico More. Un prólogo que, sin duda, es uno de los panfletos mejor escritos y más virulentos de la turbulenta historia política peruana. Pero el leguiísmo ve la mano de More no sólo en las tremebundas imprecaciones del prólogo. También le achaca -posiblemente sin equivocarse- el título del libro y algunas acciones conspirativas. El hecho retarda su regreso a la tierra patria.

Estamos en La Paz, ciudad a la que Federico More siente como suya, tan próxima a su Puno natal como a su sensibilidad humana. Allí, presentado por el gran novelista boliviano Alcides Arguedas, More, triunfador de los Juegos Florales, tuvo la satisfacción de leer ante una multitud su «Canto al Illimani», el monte tutelar de la capital boliviana:

En una mañana de rosas, transparente,
le nacieron orillas al Mar... y fue la Tierra
y en el temblor violeta de las arenas grises…
Viento y Luz, nupcialmente,
dieron vida a la Nieve y a la Sierra,
árbitros de fantásticos países.

Su retorno al Perú es apenas anterior al huracán que irrumpe con la revolución victoriosa de Arequipa (agosto de 1930). More llega a Lima en noviembre de 1929 y en «Mundial», la revista que junto a «Variedades» acapara la lectura de los peruanos, deja estampada su personalidad periodística. Es el (colónido), que vuelve lanza en ristre, luego de doce años de exilio, aunque con el ánimo político un tanto apaciguado:

«Excesiva cortesía la de «Mundial» cuando, olvidando mi condición de periodista militante, quiso hacerme un reportaje Un periodista no es un ser periodístico y, por lo tanto, no es sujeto entrevistable. Como que el creador no puede resignarse a convertirse en su propia criatura.

-Pero -me dice, con fina amabilidad de antiguo camarada, Andresito Aramburú- es preciso que sepamos qué opina usted de su patria después de tan larga ausencia, después de estos doce años en los cuales han pasado tantas cosas.

-Está bien -le respondo-. Haré algo así como un auto reportaje. Siempre, para decir mis propias cosas, yo mismo he de resultar más eficaz y exacto que el más agudo de los reporteros. Escribiré un artículo que sea un conjunto de respuestas. Después de todo, en un reportaje, la pregunta es lo que menos vale, porque, cuando vale algo, se queda sin respuesta. ¿Acepta usted mi fórmula?

La fórmula es aceptada y aquí está el artículo. Cuando vengo a entregarlo, encuentro que, en la casa de «Mundial» aún vaga, por fortuna, la sombra gentil y sonriente, sagaz y benévola de don Andrés Avelino Aramburu que enseñó a tantos escritores a ser periodistas y a tantos periodistas a ser escritores. Aún subsiste aquel ambiente que supo crear don Andrés Avelino, aquel ambiente en que la charla y el trabajo, una laboriosa negligencia y una holgazana actividad se juntaban con rara elegancia, Aquel ambiente que era obra tanto del dandy como del escritor. Aquel ambiente que aún se perfuma con el epigrama y el ramo de violetas, los dos signos con los cuales el maestro dio discreta expresión a su ingenio y a su persona irreprochable. Pero ¿Y el Perú que he hallado al cabo de doce años de accidentada ausencia?»

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«Todo aquel que, al cabo de una larga ausencia -más larga cuanto más dolida- pisa tierra de su tierra, siente que dentro de su personalidad nace un nuevo mundo, tanto más encantado cuanto más se parece al mundo antiguo, a ese que, a cierta altura de la vida, expresamos en estas dos maravillosas e indefinibles palabras: infancia, juventud. Después de todo, la vida está fabricada con tela de nuestro propio sueño. Cuando se ha vivido un poco, el sueño se asemeja mucho al recuerdo.

En realidad, doce años no son no los que quiere que sean su coeficiente de intensidad. Para un tuberculoso, doce años no valen lo mismo que para un artrítico. El político no tiene sobre el tema el mismo concepto que el comerciante.

En estos últimos doce años, no sé si el Perú ha vivido doce o cien: no importa el caso saberlo. Lo que sé es que ha vivido mucho. Hace tiempo que vengo trabajando en un libro que me parece será lo fundamental de todo mi obra literaria y se titula «Historia Política del Perú». Lamento no tener aquí mis apuntes y los capítulos ya escritos, a fin de releerlos y terminar de comprender hasta qué punto nos hemos transformado. A pesar de todo, voy a intentar una exposición rápida y sintética de mis impresiones sobre la actualidad. Debo decir que no guardo ni un rencor ni un odio. Ni siquiera un resentimiento. Casi no conozco a las personas y estoy fuera del mundo de los intereses. Procedo con objetividad intachable».

Su análisis, no siempre objetivo -nunca la pasión deja de desbordarse en More-, luego de puntualizar lúcidamente que «es incuestionable que la era preconstitucional del Perú no ha terminado, es decir que aún no hemos encontrado la forma de gobierno y el institucionaje que quedan convenirnos exactamente» y luego de historiar en apretada síntesis los períodos civiles y militares, se lanza furibundo, como en sus vehementes años juveniles, contra el civilismo: «Cuando se dice que Manuel Pardo fundó el civilismo y le dio vida, se dice algo pueril: Manuel Pardo lo único que hizo fue producir la guerra del Pacífico y dejarle la sucesión a un militar: dos hechos perfectamente anticiviles». Para More, no sin razón, «el civilismo se levanta, se funda y se engrandece gracias a la oligarquía». Esos oligarcas «miopes y vanidosos, mataron a Manuel González Prado y a Abraham Valdelomar; inmolaron a José Balta y esterilizaron a Nicolás de Piérola; entristecieron la juventud de Germán Leguía y Martínez y de Abelardo Gamarra; y se encogieron de hombros ante el singular ingenio de Florentino Alcorta, que tuvo que penalizarse —yo conocí el dolor de aquella vida— para no perecer. Mi generación, la generación infortunada por antonomasia, fue íntegramente disuelta en las hogueras inquisitoriales de la oligarquía».

Dice More en ese artículo o autoentrevista -de noviembre de 1929- que ha venido a la patria por pocos días. «No pasaré en Lima, quizás ni en otro sitio del Perú, la próxima semana. Ignoro cuando volveré». Lo cierto es que su anunció no se cumplió y se quedó aquí, en un país que ya vivía la agonía del oncenio leguiísta. Muy pronto el Comandante Luís M. Sánchez Cerro entraría victorioso a Lima, sin que muchos advirtieran, muy cerca del militar revolucionario, la presencia de José Luís Bustamante y Rivero, años atrás compañero de More en las tertulia literarias de Arequipa, aquellas que siguieron a la expulsión de More, embrión de periodista, de la Escuela Militar de Chorrillos, donde fundó un periódico para criticar al alto mando de la Escuela. Pero Bustamante no logró que el periodista se acercara al rebelde de Arequipa ni pudo él mismo mantenerse en la proximidad del poder. Fue un ministro fugaz, que regreso a su provincia espantado por lo que vio venir; mientras que More terminó por calificar a la época que siguió al triunfo revolucionario de «Zoocracia y Canibalismo», de ambiente incompatible con la inteligencia. Fueron tiempos revueltos, de disolución y oprobio, y él volvió a probar el amargo pan del exilio.

Federico More se sumergió en la vorágine nacional de aquellos años. Luego de su deportación a Chile, nunca más salió del Perú, como no fuera una visita accidental, como delegado de prensa, a Santiago o Buenos Aires. Aquí, en la Lima sensualizada que ayer odió y que entonces comenzó a adorar, se prodigó escribiendo contra esto y aquello. Pero ya estamos en los comienzos de la historia de nuestros días, agudamente vi seccionada por More en memorables notas editoriales y afilados ensayos, citados más de una vez por Jorge Basadre en su «Historia de la República».

Son escritos que van apareciendo en «El hombre de la calle», en «El Universal», en «La Revista Semanal», y en otras publicaciones de la época. Pero, sobre todo, en «Cascabel», su semanario, su aventura empresarial. Su «casa propia», que administró con el desorden bohemio en el que siempre vivió. Cuando sobraba dinero había que gastarlo en una gran farra, que se iniciaba con un almuerzo de mantel largo y servilletas grandes, de tela fina, que podía concluir dos o tres días después; y, cuando no había sino centavos, también alcanzaba algo para gastar, para vivir alocadamente sin pensar en el mañana. Era como si More advirtiera el futuro peruano con claridad de profeta y, desesperado, se entregara a vaticinarlo en sus fatigosas horas de trabajo en la redacción y a destruir su vida en los descansos: para no sufrir lo que vendrá, para rehuir de ese mañana sin honesta discrepancia ni pacífica convivencia, aspiración por la que bregó cada día con menos esperanza.

Es en esos años que aparece, juvenil y arrogante, el Apra de Haya de la Torre. Pronto advierte More el percal de engaño que hay en el Partido «de los asnitos» y se convierte, para siempre, en abanderado contra la mediocridad aprista. Cambia la dirección de sus dardos, aunque jamás olvida a su viejo enemigo: «En el Perú hay dos fuerzas que se oponen a la cristalización de las corrientes modernas y universales: el Civilismo y el Apra. El primero, carente de técnica y de espíritu de empresa, es un obstáculo en la marcha hacia el capitalismo. El segundo, imbricación rara de fascismo y de marxismo, es una rémora para el espíritu revolucionario. Vivimos dos etapas distintas y alejadas. Unos se encuentran como se encontraban los nobles, antes de la Revolución Francesa, sin reconocer los derechos del hombre; otros consideran que están en un estado comunista, sin percatarse que no hay aquí nada que revolucionar, sino mucho que organizar. Estamos entre dos fuerzas opuestas y, probablemente, iguales: la prueba de ello es que no caminamos».

¿Pueden ser más actuales las frases anteriores? Pero adentrémonos en More, leyendo a More en las diversas etapas de su vida y en las distintas facetas de su obra; sigamos en sus textos los pasos del siempre renovado pensamiento de More, hombre al que conocí y traté íntimamente en las postrimerías de su existencia terrenal. Personaje que dejó en mí una imborrable impresión por su inteligencia, su agudeza mental, sus conocimientos más íntimos vericuetos de la vida, por su amor a todo lo humano y a lo que fue más que su arte y oficio, su razón de ser, el periodismo.

Así despedí los restos mortales del maestro, del eximio orfebre en las artes de manejar el idioma, de captar la actualidad, de juguetear con las andanzas de la vida. Hoy no cambiaría una palabra de lo que ese día dije en el cementerio de Lima:

«Nada más doloroso que renunciar a alguien. Y henos aquí devolviéndole a la tierra el cuerpo del ingenioso y agresivo prosista que llenara, desde su mocedad hasta ayer, el lugar más destacado y bullicioso del periodismo peruano. Sólo para el mañana -señalando por campo toda América Hispana- ha dejado Federico More la tarea, demasiado ambiciosa, de poderlo igualar. Le gustó ser primero. Y lo fue siempre. Nadie usó de la pluma con la habilidad de él, nadie supo hacerse odiar y temer como él y ninguno habrá que haya gozado de la amistad más que él. Caballo desbocado, tuvo ideas demasiado emotivas sobre la realidad social y política; pero, asumió con desenfreno lo que creyó justo. Pasó la vida entreteniéndose en decir que lo que más amaba era un crepúsculo frente al mar, o el silencio infinito de su puna. Lo que siempre hizo fue vivir apasionadamente, buscando sin cesar una trinchera de combate, queriendo -en el mundo de las ideas- unir la luna con la tierra. Fue poeta, en lucha constante por hacer vivir a los hombres dentro de una libre y divertida discrepancia. Y por poeta, quiso ser político. Lo vencieron la poesía y el humorismo. Ese sutilísimo humorismo sajón que permite llorar bajo la risa. Vivió entre sueños encantados y chispeantes; que no le impidieron, sin embargo, que muy a menudo coincidiera, en su trágica angustia por su pueblo, con las multitudes, a las que detestó con convicción de aristócrata de la inteligencia. More no entendió la vida sin pelea... y ha caído peleando. Honra a la revista que fundé y dirijo el haber sido su última trinchera. Los que hemos estado hasta el fin a su lado, sabemos que no lo mató la muerte. Federico se dejó morir. En un país donde cada día es menos valorada la inteligencia; en momentos en que se han perdido hasta las buenas maneras -de las que él gustó tanto-; y cuando las posibilidades de rehacer la fe de su pueblo, a base del respeto a la discrepancia, se transforman en seguro temor de tener que continuar en obligada con vivencia, no creyó adecuado encontrar otro camino que el de dejarse morir. ¿Qué hacía él, eterno discrepante, en un mundo de silencio? Como sus amigos, los viejos griegos, se fue sonriéndole a la vida. Junto a Federico enterramos otra esperanza maltratada».

Pero los hombres que crearon belleza, que sembraron ideas, sobreviven a su envoltura terrena. Son como los gatos -animal al que More adoraba-; tienen varias vidas, las vidas que nacen de las lecturas que dejan.

Los invito a leer a Federico More.


FRANCISCO IGARTUA
ANDANZAS DE FEDERICO MORE
Prologo y Recopilación
págs. 5 al 14.

FRANCISCO IGARTUA
EDITORIAL En cuenta regresiva la libertad de prensa
Revista Oiga, 19/07/1993

Una de las más recientes hazañas del fujimorismo es haber liquidado el libro en el Perú. Así como se lee, sin eufemismo alguno. Y, por si hay dudas, trasladaré la frase a términos matemáticos: Al inicio del régimen, en plena crisis económica alanista, se importaban 30 millones de dólares en libros, hoy, en pleno éxito económico de Fujimori, esa cifra ha bajado a 4 millones. Sin que se pueda replicar que tal baja se deba al crecimiento de la industria editorial peruana, pues ésta se encuentra en una de las peores crisis de su historia, por las mismas razones que han destruido el negocio de importar libros: en el Perú la cultura –¡Por abundar en demasía!— paga los mismos o mayores impuestos que una máquina tragamonedas, una crema para el sol o una escopeta de juguete para Kenyi.

¿Pero por qué se extraña usted de leer lo que está leyendo? ¿Se puede esperar otra cosa, en asuntos culturales, en sensibilidad espiritual, de un jefe de Estado que acaba de declarar en el Brasil, invitado a una reunión con los líderes de América Latina, España y Portugal, que él no asiste armado a las cárceles porque, si llevara pistola, mataría a varios terroristas presos…? La frase, biensonante sin duda no sólo entre las damas de La Parada sino en la mayoría de los salones limeños, explica muchas cosas, entre ellas el trato que recibe la cultura en estos días de Economía de Mercado a ciegas, a oscuras y a la peruana. Lo que no quiere decir que en el pasado haya habido demasiada atención a la educación y a la cultura en el país. Ya se decía en esta misma columna, hace una o dos semanas, que entre las muchas diferencias que distanciaban a Chile del Perú se haya el mayor desarrollo cívico y cultural de la sociedad chilena, inquietada por estos asuntos desde el siglo pasado. (Siglo XIX. N. de R.) Desde tiempos en que la dirigencia peruana era, de lejos, mucho más, culturalmente, que la chilena. Pero tiempos en los que las elites peruanas –también más adineradas que las del Mapocho— preferían arañarse entre ellas y contratar militares de fortuna para gobernar el país y cuidar sus intereses. Triste tendencia a cerrar los ojos y entregarse en manos del destino. Tendencia que hasta hoy persiste en el Perú; mientras que en Chile la madurez cívica –que no nació y se hizo fuerte en un día— siempre se impone, con sus hombres representativos a la cabeza, sobre los errores en que el país haya resbalado en el trascurso de la historia.

Pero no es tema de esta nota el desencuentro del Perú con su destino, en comparación con Chile, ni tampoco ocupa su atención el desafortunado papel jugado en el pasado y el presente por sus inteligentísimas y desorientadas elites. El tema de hoy en estas líneas es el libro y la industria editorial, una de las varias demoliciones institucionales ya realizadas por Fujimori para, como dijo en Brasil, en su discurso de fondo, “replantear la democracia” y reconstruir el Perú. Esta columna está dedicada a la liquidación del libro y de todos los impresos que incomodan a la ‘moderna democracia’ que Fujimori ha propuesto como grandísima novedad, olvidándose, como se lo ha recordado Francisco Tudela, que el sistema fue replanteado hace dos mil quinientos años por los griegos y que “ya es un poco tarde, después de tantos siglos, para proponer la intención de una nueva democracia”.

El ‘replanteamiento’ de Fujimori resultará más parecido a una dictadura –sistema también inventado por los griegos hace siglos— si repasamos el resultado de sus ‘éxitos’. Fujimori, por medio de un golpe militar, violó la Constitución, que sólo en ficción ha sido repuesta, pues el gobierno ha incumplido cada vez que le da la gana y sin explicación alguna. Nadie discute que, en el Perú actual, el señor Gobierno es la Ley. A la vez disolvió el Congreso, que tenía igual respaldo electoral que el presidente, y en contubernio con la OEA de Baena y Gros Espiell, creó un remedo de Parlamento, el CCD, cuyo único objetivo es darle visos de legitimidad a la reelección de Fujimori. Jamás en la historia del Perú, salvo en el oncenio de Leguía, ha habido una Asamblea más obsecuente con el Ejecutivo que el CCD. También descabezó Fujimori el Poder Judicial y la Fiscalía de la Nación e hizo flecos con jueces y fiscales, a los que reemplazó con sus propios fiscales y jueces, nombrados a dedo. Un cambio aberrante, de cuyas escandalosas distorsiones y abusos darán fe los miembros de las organizaciones de Derechos Humanos que, asombrados, acaban de asistir a la actuación de la justicia fujimorista, en el caso de cuatro tumbas con cadáveres calcinados descubiertas en un basural. Horrendo asesinato en masa, al parecer uno más entre otros muchos, que no sería de extrañar resulte siendo achacado al periodista que hizo la denuncia.

Pero el gran éxito, el triunfo extraordinario, el superlativo acierto del señor Fujimori ha sido la implantación de la economía de mercado en el Perú. Y la receta de tan descomunal hazaña ha sido sencillamente: seguir al pie de la letra las recomendaciones, órdenes, consejos, insinuaciones de los técnicos del Banco Mundial, el FMI, el BID, etc. Lo único malo de tan sencilla y extraordinaria receta está en que algunas de esas recomendaciones, por pecar de ortodoxas y librescas, se dan de narices con la realidad peruana. ¡Se quería poner el 18% del IGV hasta en los colegios! ¡Y casi lo logran!

Sí, lo vienen imponiendo en libros, periódicos, revistas. Con lo que la Democracia Dirigida o Replanteada del señor Fujimori –o sea una dictadura al estilo clásico griego— no se inmuta por un lado, ya que la baja cultural no le quita el sueño, y por el otro se frota las manos, porque así, sin violencia, se pone al borde de la clausura o el silencio a la prensa de oposición. Es imposible que puedan subsistir –en el Perú y en muchos otros países— el negocio de libros y las empresas editoras de periódicos y revistas con 18% de IGV en la venta de ejemplares, 18% por los contratos de publicidad –a pagar aun antes de que sean cancelados—, 15% en derechos de aduana por los insumos (para las revistas 25%), además de los tributos normales que, en esta revista, siempre estuvieron religiosamente pagados al día de vencimiento.

Se trata de impuestos que a nadie se le ocurriría siquiera proponer en Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador –prácticamente en toda América Latina— y que en algunos países europeos no sólo no existen sino que hay subvenciones para la prensa, por ser ésta el máximo difusor de la cultura cívica y de información básica.

Aquí se está exigiendo ese imposible pago y, usando a ciegas el igualitarismo del mercado, con la vehemencia pendular que es norma nacional, el gobierno del señor Fujimori y sus geishas han arruinado a la industria editorial, han logrado que un país semianalfabeto, reacio a la lectura, reduzca al mínimo su capacidad de leer no sólo libros sino cualquier publicación. Los días de plena libertad de prensa en el Perú han ingresado a una cuenta regresiva que no se sabe cuánto será de larga. Cuando se llegue a uno habrá quien grite: ¡Abajo la lectura, viva la pena de muerte y que vengan las pistolas para entrar a las cárceles! ¡Arriba la barbarie!

¿Por qué, como es ya costumbre del CCD, no se rectifica una votación más y se impone, como se quería, el IGV a los colegios? Así el modelo peruano de mercado sería perfecto, recibiría el Perú los parabienes del mundo entero y los peruanos nos moriríamos de hambre, sin lectura, pero en olor de santidad mercantilista (en el sentido real de la palabra). 

FRANCISCO IGARTUA

EDITORIAL “Algo se pudre”

Revista Oiga, 5 de julio de 1995

Sin decir “agua va” –viejo dicho que significaba la caída del contenido de una bacinica maloliente sobre un sorprendido transeúnte—, fiel a su lema de “primero actuar”, el régimen ha intervenido las universidades de San Marcos y La Cantuta y ha dejado establecido que desde ahora se inicia una nueva era universitaria –otra “Patria Nueva” a lo Leguía— en la que ninguna universidad, estatal o privada, estará libre de ser intervenida por el Estado, el que se ocupará de diseñar las vigas maestras del tipo de educación que necesita el “Nuevo Perú” para un desarrollo rápido y sostenido;  etc., etc. Se trata de un esquema bien estructurado, basado en un análisis objetivo de la realidad educativa actual –con lineamientos generales trazados en los cuadernos que un “pajarillo verde” dejó aquí en OIGA hace ya tiempo—, pero un esquema que nada tiene de democrático y sí mucho de régimen autoritario, fascista y anacrónico, a pesar de los aires de modernidad con los que ha sido revestido. Un esquema enfrentado a la cátedra abierta, al diálogo libre –o sea de confrontación—, a la universidad entendida como centro de cultura y no de aprendizaje; un esquema que ha dejado ver la hilacha de su verdadero contenido en el trato que se le reservó al electo segundo vicepresidente de la República: al doctor Paredes Canto se le ignoró por completo en la elaboración de la ley en su aplicación manu militari. El rector de rectores, el maestro escogido para la plancha presidencial por su experiencia académica, recibió de pronto, de sorpresa, en carne propia, una lección sobre el uso de las bacinicas. Y él se ha quedado tranquilamente embarrado, sin inmutarse, sin una protesta digna de un rector universitario; probando así por qué y para qué fue nombrado vicepresidente.

Este hecho –la decisión de intervenir la universidad— ha puesto en claro cuál es el rumbo del régimen, ha remarcado el estilo autoritario y castrense del gobierno ideado por los autores del golpe del 5 de abril de mil novecientos noventa y dos.

Pero, a la vez, esta segunda etapa –“constitucional y democrática” a punta de votos— no sólo da pruebas de que el orden institucional seguirá siendo arrasado, triturado, además de borrada toda huella incómoda de pluralidad y respeto a las minorías, distintivos básicos de una democracia occidental, civilizada. También quiere demostrar que tiene preocupaciones moralizadoras. Y aquí sí que la situación se pone confusa a plenitud. No se entiende bien si la olla podrida se le ha destapado, contra su voluntad, al gobierno o si este destape se produce para tapar novísimas pugnas, muy graves, al interior del régimen. Aunque también hay ciertas alternativas: ¿No será esta –por ejemplo— una explosión controlada con propósito de echar una cortina de humo sobre temas fronterizos que aún no conocemos?  ¿No se tendrá el propósito, con riesgo calculado, de hacer una poda a fondo en los círculos palaciegos? Lo cierto es que la olla de acusaciones y destapes está oliendo muy mal, y cada vez la descomposición que va saliendo a flote es más agresiva que las pituitarias.

A la hasta ahora misteriosa “entrega” de Zanatti, a la no menos confusa ubicación de Figueroa y Neyra –después de negociaciones que Boloña afirma y Vega niega— y a la aparición sorpresiva, al parecer fuera del libreto, del financista Manrique, se une ahora la lanzada al foso de los leones de Raúl Vittor, nada menos que ex ministro de la Presidencia y ex gerente general y todopoderoso de CCD, exculpado por Martha Chávez ante las denuncias de OIGA. El que lo empuja al foso es nada menos que el presidente Fujimori, quien lo hace con esta sibilina sentencia: si se prueba que ha tenido negocios con Figueroa después de revelarse el soborno del BCCI, Vittor debe ser sancionado. ¡Como si no se hubieran publicado y republicado en insistentes páginas y carátulas de OIGA documentos concluyentes, probatorios de las relaciones de negocios –hasta noviembre de 1992 como mínimo— entre Raúl Vittor y la señora de Figueroa, quien –comprobadamente— fue la persona que retiraba y desviaba los fondos del soborno del BCCI, depositados en Panamá! ¡Cómo si no fuera cierto que la sociedad Vittal SA, de Vittor con Figueroa y su señora, no ha sido retirada del registro chileno, por lo menos hasta hace muy poco! ¡Y como si todo el Perú no hubiera escuchado en la TV la reciente conversación telefónica de los esposos Figueroa, entre Santiago de Chile y Curitiba, en la que se duelen porque Vittor no quiere seguir aportando al negocio del edificio!

Pero la pregunta que aquí en OIGA nos hacemos es: ¿por qué hoy día se saca a luz y se ventea una denuncia que OIGA hizo a su tiempo –igual que las acusaciones contra Alan García— sin que nadie nos hiciera caso en aquel momento, todavía oportuno para impedir continuara la trafa, y sin que ningún medio de difusión masiva la recogiera? ¿Qué se quiere tapar destapando a Raúl Vittor?

Y aquí vienen las grandes dudas: ¿Serán destapadas las ayudas a Zanatti de Absalón Vásquez, de Yoshiyama, de Ross? ¿Les contará Figueroa a sus amigos de Expreso cómo hizo Alan García para ganar un chorro de plata con sus declaraciones en México sobre el posible retiro peruano-mexicano del mercado de la plata?  ¿Habrá una pequeña lección de moral cívica con un público arrepentimiento del presidente Fujimori por el delito, confesado por él, de haber burlado a la universidad suplantando a su señora en los exámenes rendidos por ésta para optar el grado de ingeniera? ¿O no será que se destapa la olla sólo un poquito para que el humo y los malos olores que ella exhala sirvan de tapadera a sucesos hasta ahora ignorados por la ciudadanía? Lo cierto es que algo huele mal en el Nuevo Perú, algo se está pudriendo en el país que “está inventando” el presidente Fujimori.

¿Por qué hoy, pues, tanta insistencia en el retiro, la jubilación, el cierre de Oiga, la tristeza del abandono de ciertas amistades?... Porque así está hecha la vida, de barro ardiente.  Pero nada de lo enumerado significa rendición. En estas páginas no hay una línea pidiendo chepa y si guerra, guerra total contra el abuso, el atropello, la injusticia. Y si yo he cambiado de trinchera y me refugio ahora en la escritura, no es porque he variado en mis adentros. Simplemente ocurrió que me fue imposible seguir teniendo abiertas las puertas de Oiga. Me lo imposibilitó la represión taimada del régimen de los 90, una represión sesgada que deja la protesta en el vacío y amenaza con la cárcel por defraudación tributaria. He aquí esa penosa historia:
A fines de 1993, todos los periódicos, radios y televisoras —con excepción de El Comercio, Gestión y Canal 5— estaban quebrados. Se les habían acumulado millonarias deudas con la Sunat que crecían a velocidad geométrica por las moras y las multas. En teoría, el cierre de todos los medios de expresión –salvo las excepciones señaladas— era inminente... Dentro de esta situación Oiga se hallaba en una situación especial. Hasta hacia pocos meses había estado entre las excepciones, pues sus continuos desencuentros con distintos gobiernos obligaban a su administración a estar al día en los tributos, pieza clave para ajustes de cuenta con el Estado... Pero de pronto se había colocado en la disyuntiva de pagar la planilla de empleados o el impuesto del 18% a la venta del periódico, impuesto abusivo que no existe en ningún país que respete la cultura… La decisión había sido cubrir la planilla, ya que de lo contrario no aparecía la revista… Y de esta forma se inició también en Oiga el huaico de las multas y las moras… Su deuda global en esos momentos era, sin embargo, una insignificancia al lado de las otras publicaciones, aunque de cifras imposibles de cancelar para la debilitadísima economía de Oiga, castigada sin piedad por el sabotaje publicitario del Estado y de los amigos del gobierno y, además, descapitalizada por el esfuerzo que había hecho para estar al día en el pago de tributos…
En tales circunstancias, los directivos de la prensa acogotada por la Sunat, acuden donde el señor Santiago Fujimori, quien, por intermedio del publicista Óscar Dufour, era el hombre del régimen encargado de las relaciones con los medios de difusión. Para ello y para otros menesteres, Santiago Fujimori digitaba a la Sunat (todas las noches esta entidad le daba un informe detallado de sus actividades). Pero a esa reunión no se invitó expresamente a Oiga- Fue el único periódico con problemas excluido de ese cónclave en el que se llegó al acuerdo de que los medios cancelarían sus deudas con la Sunat colaborando con el gobierno en un gigantesco programa educativo.
A la reunión para concretar este acuerdo, sí fui invitado, porque, al parecer, no se quería que alguien de la oposición quedara excluido del arreglo, para que nadie estuviera libre de paja para criticarlo.
La citación la hizo el señor Alfredo Jailile, el hombre de la Caja del Ministerio de Economía y brazo derecho del poderoso ministro Jorge Camet, y el encuentro se produjo en el Ministerio, presidido por Jalilie, con el señor Carlos Orellana a su lado, como delegado de Palacio. También asistía el señor Federico Prieto Celi, del Ministerio de Educación, periodista de larga y limpia trayectoria, que se encargaría de monitorear el famoso programa de educación, cuyo objetivo era la impresión de millones de textos escolares y cuadernos que se haría en los talleres de diarios y revistas, etcétera, etcétera.
El acuerdo provisional acordado con el señor Santiago Fujimori –personaje central del régimen sin ningún cargo oficial responsable— era un enorme disparate.
-El proyecto no tenía pies ni cabeza— comencé diciendo, apenas se expuso la propuesta.
Prieto Celi, que había acudido con una serie de ayudantes y una ruma de modelos para escoger, abrió desconcertado los ojos, yo continué:
-Sería un disparate imprimir textos escolares en papel periódico y más todavía usar ese papel para cuadernos. La propaganda a favor del gobierno le resultaría al revés, pues esos cuadernos no servirían para nada y los libros se desbaratarían en un dos por tres.
-Se podrían hacer en bond.
-Si las rotativas usan el bond nacional destruirían sus rodillos por el polvillo que suelta ese papel… Y si se usa el bond importado la lavada va a resultar más cara que la camisa: tanto por el precio de ese bond como por los impuestos aduaneros y el IGV para el papel.
Cara de desolación en la sala. Prieto Celi se achicó detrás de las rumas de sus modelos. También Orellana sintió inseguridad en el piso. Alfredo Jaililie quedó imperturbable y me dedicó unas palabras de elogio.
Otros, más realistas, propusieron un arreglo publicitario. Los medios pagarían sus deudas a la Sunat con avisaje estatal.
Mientras se producía el debate, yo, que soy lerdo para expresarme verbalmente y porque se me podrían escapar algunos ajustados exabruptos, me dediqué a poner por escrito mis puntos de vista contrarios por completo al arreglo, ya que la solución no estaba en llegar a comprometidos acuerdos con el gobierno sino liberar de cierta carga tributaria a la cultura, como el 18% a las ventas, igual que en la mayoría por no decir en todos los países civilizados del mundo…. Y cuando se agotó el debate decidieron por el arreglo con avisaje, leí mi texto, que luego publiqué como editorial.
-No se pueden hacer excepciones con el IGV –fue la respuesta.
-¿Y por qué se exceptúa el juego de bolsa, a las afps y a otras actividades puramente lucrativas?
-La prensa no es cultura. Lean El Mañanero –metió su cuchara un funcionario, lector sin duda de basura amarilla.
Si no leyera usted periódicos no tendría usted su geografía ni si historia al día. Sería usted un analfabeto cultural. No cultivaría, si la tiene, su educación cívica.
Sin embargo, más tarde, por presión de la administración de Oiga, que se aferraba ilusamente a esperanzas imposibles, cedí y acepté el “arreglo”, que era muy simple: El tesoro público, o sea Jaililie, extendía un cheque por el monto de la deuda de cada empresa y ésta lo endosaba a la Sunat. A cambio de tan simple “arreglo”, el responsable –en el caso de Oiga, yo— aceptaba un pagaré con el gobierno, poniendo de garantía casa, autos, cuentas corrientes, etcétera, etcétera. Mientras que el Estado prometía –sin documento— publicar avisos hasta cumplir con el monto del pagaré.
Y, como estaba previsto, los anuncios o avisos se fueron publicando de acuerdo al capricho del régimen. Rápido y bien valoradas las notas en los periódicos amigos y lentas y mal pagadas en los órganos de la oposición radical.
-Podía haber sido nunca.
Por eso, apenas rescaté el comprometido pagaré, resolví liquidar Oiga, lo que no resultó fácil. Más mucho más complicado y difícil es desbaratar que crear una empresa.
¿Y la prensa que tenía en orden sus cuentas con la Sunat?...
Cuando se produjo el acuerdo protestó airado el canal 5, con un argumento válido: no era justo que se castigara a los cumplidos… Por lo que fueron premiados los que estaban  al día. Y a Oiga se le volvió a discriminar. No se quiso hacer caso al alegato de que su situación era especial, pues siempre habían estado en orden sus pagos al fisco, con lo que se había descapitalizado, y siendo su retraso reciente… no podía ser tratado igual con los que nunca pagaron y no se descapitalizaron.
Su alegato fue al tacho de basura.
Todo esto lo miro con frialdad y no  me arrepiento ni me quejo…
La lucha por lo que yo creo es la verdad no cesa porque imponderables decisiones del destino, por mano del poder político de turno, me obligaron al cierre de las puertas de mi revista Oiga. Siempre quedará la revista, lo escrito en ella, como el testimonio vital de mi compromiso conmigo mismo y con mis deberes cívicos y mi bandera inabdicable de ayer y de mañana, de siempre… Testimonio que continúa con mis libros y colaboraciones en la prensa…
Así reflexiono ahora, a la distancia, mientras termino de escribir la nota que todos los jueves leo, a las ocho de la mañana, en los micrófonos de Radio Libertad, dirigiéndome a un público masivo –la modernidad lo califica con las letras “C” y “D”—, que seguramente está más interesado en la problemática menuda de los escándalos públicos que en la meditación cívica, pero en el que la siembra de inquietudes mayores no es un desperdicio. Además, como que con esas notas y esporádicas colaboraciones en El Comercio mi conciencia se pone a salvo.
También pienso en el Perú y su futuro y, sin querer, mi atención se fija en el pasado, en ese territorio de desconcertadas gentes, en la caravana que se quedó en mitad del desierto, en la República Embrujada, donde más veces y mayor tiempo se obedeció a la voz de mando de los cuarteles que al mandato de las urnas; donde los breves ensayos de democracia han nacido, languidecido y muerto prematuramente a la sombra de los espadones cuartelarios. Y escucho a lo lejos la voz de Juan Ríos diciéndome: “Durante mucho tiempo los institutos armados desempeñaron el papel de perros de presa de la mal llamada oligarquía. El general Velasco –autor de la zoológica definición— intentó ubuescamente y sin participación popular el experimento de cambiar al Perú. El resultado inmediato de su obra fundamental –la reforma agraria— fue un desastroso traspié económico. Pienso, sin embargo, que, desde el punto de vista histórico, constituye un paso necesario que desgraciadamente no dio el régimen presidencial de Fernando Belaunde”.
¿Tienen razón estas palabras del poeta Ríos? Entrañable amigo y guía en las horas más oscuras de Oiga, salvo en las anteriores a las decisivas del destierro a México.
Difícil la pregunta y más compleja aún podría ser aún su respuesta si en el más allá siguieran en funciones los oídos y las cuerdas vocales de carne y hueso. El amigo Juan, de podernos replicar el comentario con el temperamento de su envoltura terrena, de seguro nos daría una respuesta sangrienta y breve. Sería una frase tan dolorosamente cruel como su: “¿Cree usted que hay país…?”, lanzado como respuesta a una pregunta que se le hizo sobre la patria, a la que mucho y muy honradamente quiso a pesar de haber quedado “podrida antes de madurar”.
Con tanta pasión la amó que un día del año 80, antes de los resultados electorales, quiso rezar así en Oiga: “Me parece que desde la Independencia el Perú ha vivido en permanente crisis ética, intelectual, física, económica y social. Nos hemos podrido antes de madurar. En un país que nunca tuvo clase dirigente ni escala de valores, donde el ejército ha matado más compatriotas en represiones y motines que soldados extranjeros en defensa de nuestro mutilado territorio. El pueblo, ignaro y desnutrido, no ha llegado aún a ser verdaderamente pueblo. No es su culpa. Es nuestra culpa. Perdónanos Señor”.

FRANCISCO IGARTUA
HUELLAS DE UN DESTIERRO
XLIV “Y sigo andando”

FRANCISCO IGARTUA
EDITORIAL Otra vez la inútil conseja de Brecht
Revista Oiga 11/08/1995

Se ha repetido tantas veces la conseja de Brecht, y tan inútilmente, que me parece perder el tiem­po volverla a citar: Vinieron por el sastre de abajo, pero yo no era sastre... Vinieron por el vecino religioso, pero yo no era religioso... Hasta que vinieron por mí...

Lo mismo está ocurriendo hoy en el Perú y nadie o casi nadie se inmuta. La persecución no es contra ti, contra los individuos, sino contra las instituciones, muchas veces contra corporaciones adversas a tu sentir y ajenas a tu gremio, por lo que te quedas quieto, sin advertir que la próxima puede ser tu comunidad. Se agravió, por ejemplo, a los jueces y magistrados y se arrasó con la institución judicial... y muchos pensaron ¿por qué deberían preocuparse los que no eran jueces, o magistrados?... Lo mismo ocurrió con los Colegios Profesionales, pero como millones de peruanos no son profesionales ¿por qué habría de cundir la alarma?... Los municipios fueron atropellados, pero como la mayoría no es concejal ni pretenden serlo hubo silencio... Se vilipendió a los políticos y a los partidos y como ni partidos ni políticos son gratos cuando están lejos del poder, la multitud los repudió y los halló “tradicionales”, la nueva voz descalificadora... Ahora le ha tocado el turno a la Iglesia, y para agraviarla impunemente, con alevosía y ventaja, el agravio vino unido a un tema sobre el que la Iglesia sostiene una posición que no es bien vista por la mayoría de las gentes. Y la reacción es: ¿por qué rechazar esos agravios si uno no es religioso? ¿Por qué preocuparse por el manoseo a una institución que sostiene una posición diametralmente contraria a la libertad sexual, a la que uno es afecto?

El conflicto creado por el presidente de la República con su agresiva referencia, en el Mensaje del 28, al control de la natalidad, aderezada con unos cuantos insultos a la Iglesia, es un hecho político y no otra cosa. Un conflicto en el que nada tienen que ver las te de cobre, los condones, las abstinencias, las píldoras y ni siquiera el aborto. Se trata de un gesto político dirigido a someter a la Iglesia como institución, planteado en un terreno estratégicamente escogido para, en la confrontación buscada, el gobierno cuente con todas las circunstancias a su favor, ya que son los más y no los menos los que prefieren no ser molestados con interferencias morales a la hora del placer sexual y son numerosísimos los ciudadanos con odio natural a lo religioso, a lo sobrenatural, a la disciplina ética que no parta de la propia voluntad. Aparte de que no hay persona consciente que no se preocupe y alarme con el crecimiento de la natalidad en medio de la miseria, el hambre, el abandono y la ignorancia.

No se trata, como Expreso ha querido hacer creer, de que los exabruptos presidenciales contra la Iglesia se produjeron como apurada y simple respuesta a la homilía del Cardenal Vargas Alzamora en el Te Deum, en la que éste hizo genérica y conceptual referencia a las obligaciones de los gobernantes. No. El Mensaje se produce poco después del Te Deum y fue leído. Era un texto escrito de antemano. Los insultos de “vacas sagradas y tabúes que se derrumban” fueron, pues, premeditadamente consignados en el Mensaje para crear el conflicto político. Más todavía, al día siguiente y al subsiguiente, en El Peruano, el periódico oficial del Estado -o sea de todos los peruanos-, aparecen dos artículos donde se insulta a la Iglesia hasta la náusea -ver sección En el Perú-, bajo la firma del secretario del presidente Fujimori.

La intención política no puede estar más clara y sólo a los ingenuos se les ocurre caer en el juego y ensartarse en la oscura polémica sobre métodos para lograr el sexo seguro. La Iglesia, con habilidad antigua, no cayó en el anzuelo. Planteó, en un comunicado del pleno episcopal, su razonado rechazo al aborto, al asesinato de una vida ya nacida, expuso su doctrina sobre los métodos de planificación familiar y con un largo capotazo alejó de sus terrenos al toro bravo que el gobierno le había soltado. Y para rematar la faena, con sosiego de civilización añeja, monseñor Irizar explicó: “Cada pareja y persona es responsable de su vida conyugal; en ese sentido nosotros ayudamos -desde la Iglesia- a formar conciencia, pues, al final, cada persona decide en su conciencia ante Dios. Por eso, al santuario de la conciencia, no entramos; ahí no entra nadie, mucho menos el Estado”. En resumen, la Iglesia no propone ni alienta una política poblacional. Ese es terreno del Estado. Lo que la Iglesia tiene es una doctrina al respecto que los fieles a ella y los hombres de buena voluntad están en libertad de seguir. Una doctrina que no propugna la procreación irresponsable sino la paternidad responsable y a la que le preocupa no tanto el número de habitantes sino la forma como estos aumentan.

l'osservatore romano



FRANCISCO IGARTUA

EDITORIAL "Adios, amigos y enemigos"

Revista Oiga 5/09/95

En cualquier despedida algo se va de nuestra existencia y en cada adiós morimos un poco. Y siendo éste un adiós con resonancias mayores, grande es la sensación de acortamiento de la vida que acompaña a mi lápiz en estas líneas, aunque en el cerebro se me vaya afirmando la esperanza de que este adiós sólo será un alto en la larga batalla de Oiga por lograr que los ciudadanos del Perú comprendan que el verdadero desarrollo se logrará únicamente cuando construyamos una democracia, cuando hagamos de esta patria nuestra un estado de derecho, basado en el imperio de la ley. ¿Por qué el cierre de esta quinta etapa de la azarosa existencia de Oiga no puede significar solamente un alto en la batalla? ¿Por qué tiene que ser imposible una sexta y hasta una séptima vida, como los gatos, insistiendo en que los grandes programas económicos, los brillantes empréstitos, la magia de las finanzas, las apabullantes obras físicas, el crecimiento espectacular del turismo, no serán reales, sino sólo apariencias, si los peruanos siguen apartados de la cultura cívica, sin entender que el meticuloso respeto a la ley –tanto de los de arriba como los de abajo— es el único cimiento sólido para un desarrollo verdadero y sostenido?

Aunque, desgraciadamente, no es del porvenir –aún muy incierto— que me toca tratar en esta nota editorial. Me corresponde referirme a los hechos puntuales del presente, o sea repetir lo que escribí hace dos semanas a mis amigos: Oiga ya no volverá a aparecer. Después de 33 años de llegar semanalmente a manos de nuestros lectores –salvo algunas interrupciones, unas breves y otras prolongadas, motivadas por clausuras y una deportación en México— queda interrumpido este largo diálogo que veníamos sosteniendo con nuestros lectores.

¿Diálogo?, se preguntarán con sorna más de uno de los lectores de Oiga que no nos quieren y responderé diciendo con el maestro Unamuno que, bueno, que no serán diálogos –tan inservibles como esos catecismos con preguntas y respuestas— sino autodiálogos, diálogos consigo mismo, con las inquietudes que en mí despertaba la actualidad y los problemas que esa actualidad creaba en mi conciencia.

Oiga ya no volverá a aparecer. La cierra, no obliga a autosilenciarnos, el acoso que la revista viene sufriendo desde hace diez años. He tomado esta decisión en consulta con mis asesores más cercanos, principalmente con Jesús Reyes, quien me viene acompañando casi desde el día –hace 33 años— que retomé la aventura de Oiga, iniciada en noviembre de 1948, como respuesta de mi generación al cuartelazo del general Odría contra el presidente Bustamante y Rivero, el hombre que inútilmente intentó que este país de desconcertadas gentes entendiera el valor de la democracia, de la cultura cívica, del acatamiento al imperio de la ley y no al mandón de turno.

Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad –con lo que cada uno cree es lo cierto— y en el curso del camino fuimos perdiendo amigos, contactos, benefactores, sobre todo amigos que alguna vez encontraron acogida en estas páginas y cuyas causas defendió Oiga con calor.

Pero ¿qué importa lo ganado o lo perdido en la ruta? Sí me importa morir con dignidad, con la altivez con que vivimos estos últimos 33 años de Historia del Perú.

He dicho que hubo acoso y podría relatar las presiones sufridas por la imprenta donde se imprimía Oiga –imprenta permanente perdedora en las licitaciones a las que acudía— pero no quiero crear problemas a terceros que actuaron con entereza hasta que se les quebró el ánimo de ayudarnos. Hablaré, pues, de acoso sin añadir detalles, dejaré la palabra colgada en el aire. Y en cuanto al acoso tributario sí seré algo más preciso, por la ayuda que desde estas últimas páginas puedo prestar a mis colegas de la prensa escrita, colocados en situaciones parecidas a las que han llevado a Oiga a decir adiós a sus lectores.

Sí hay acoso tributario y es penosa la voz de los fundamentalistas del liberalismo, de los ayatolas del fujimorismo, cuando gritonean que no debe haber excepciones en las normas tributarias al referirse a los impuestos al papel y al IGV sobre la venta de periódicos y revistas –IGV que no puede ser trasladado a los canillitas— y callan, poniéndose siete candados en la boca, cuando se exceptúa del IGV a los negocios de la educación, cuando se libra de IGV a los negocios en la Bolsa y cuando el Estado excluye de ese impuesto –para que no quiebren— a las AFPs.

Sí hay un acoso tributario contra la prensa, que se hace extensiva a los libros, a la lectura en general. Y haciendo prohibitiva la lectura, justo en el quinquenio de la Educación, se escarnece al más elemental derecho de un educando: poder leer con libertad. (Entendiéndose por educandos no sólo a los párvulos de los colegios sino también a los mayores, quienes sólo leyendo se irán graduando en una materia en la que no se cesa de aprender, en cultura cívica). También es burla cruel mantener ese 18% de IGV a las medicinas y a los alimentos básicos en un país de tuberculosos, muertos de hambre y con salarios miserables. ¿Por qué? –repetimos como tantas otras veces— se ensaña la tributación con la cultura, la salud y la alimentación básica y sí encuentra razones para ser benévola con las especulaciones financieras, las AFPs y las empresas que hacen negocio con la educación?¿Por qué en el Perú del quinquenio de la educación se hace prohibitivo leer un libro?

Y, para terminar esta nota de adiós, debo decir gracias, muchas gracias, a todos los colegas que han expresado públicamente su pesar por la desaparición de Oiga. En especial, el decano de la prensa nacional, a El Comercio; a César Hidebrandt, que me emocionó ante las cámaras de Canal 9; a María del Pilar Tello, de Gestión; a Mirko Lauer, de La República; a Juan Ramírez Lazo… Y no sigo enumerando a las voces de solidaridad recibidas, tanto de encumbrados personajes –el presidente Belaunde y el embajador Pérez de Cuéllar, entre otros— como de viejos colaboradores y de amigos de la revista que apenas conocí, porque estoy seguro que los olvidos serían muchos más que los recuerdos y yo quisiera que las gracias sean para todos por igual.


Fuente: Editorial Periodistica Oiga S.A

Mr. H. G. Wells, el novelista inglés, nos es profundamente simpático por lo mismo que es antipático a casi todos los idiotas. Y aquí conviene que definamos esto de idiota -en griego: hombre particular, o privado- diciendo que es el que no tiene más que sentido común, el que no discurre más que con lugares comunes y que por tanto odia las paradojas. Mr. Wells forjó paradojas y hace luego juegos malabares, malabariza con ellas, y cuando, al fin, esas paradojas han logrado entrar en el sentido común de los idiotas, éstos las convierten en lugares comunes, las clasifican y etiquetan y las meten en unas cajitas donde las tienen guardadas para enseñárselas a sus hijos.

A Mr. Wells le preguntaron por los seis más grandes hombres de las historia y en vez de mandarle a paseo al humorista -o caso idiota, si tomaba la pregunta en serio- que se lo preguntó, contestó diciendo que eran Cristo, Buda, Aristóteles, Asoka, Roger Bacon y Lincoln. ¿Verdad que es divertido? Y ello ha servido, por lo menos, para que muchos se hayan preguntado: "¿y quién fue Asoka?" Lo cual, lector, debe importarnos muy poco. Dejemos, pues a Asoka.

Esta divertidísima, humorística y paradójica respuesta de Wells a una pregunta divertidísima, humorística y paradójica ha dado motivo a que otros escritores hayan terciado y escrito cosas bastante divertidas también. Y Wells, a su vez, ha replicado y al replicar se ha metido con Shakespeare. Que en Inglaterra es peor acaso que meterse con Cristo y tan grave como meterse con Cervantes. ¡No siendo los cervantistas que se meten con él a cada paso y le dejan al pobre!... Pero lo que no se le ha ocurrido a Wells, y eso que es ocurrente, es si Buda no es creación de algún Shakespeare indio, si tiene más realidad histórica que Hamlet, como Aquiles creación de Homero o de quien sea, y el mismo Cristo, según algunos... impíos ¡claro! creación poética, mito, de alguna comunidad judía.

Y cuenta que al decir que acaso Buda no tenga más realidad histórica que Hamlet no es que se la neguemos, sino todo lo contrario. Los que conocen nuestra filosofía de la historia -"anch´io sono pittore"- expuesta en nuestra Vida de Don Quijote y Sancho -cuya tercera edición acaba de publicarse- saben que creemos que Don Quijote y Sancho tienen más realidad histórica que Miguel de Cervantes Saavedra -y más que la del que esto escribe- y que lejos de ser éste, Cervantes, el que creó a aquéllos, son ellos los que crearon a Cervantes. Y vamos a emprender una campaña para que se canonice a Don Quijote, haciéndole San Quijote de la Mancha. Y si la Iglesia Romana, que ha canonizado a no pocos sujetos poéticos de menos realidad histórica que Don Quijote, se opusiera a ello, podría ser llegado el momento del cisma y de constituir la Iglesia Católica -es decir, Universal- Española, Quijotesca.

Hay quienes viven en un mundo de hielo, de agua sólida o congelada, con nubes, o sea agua en estado nebuloso y a las veces vapor, encima entre el documento histórico y la pseudo leyenda. Y estos tales no se dan cuenta del agua líquida, fluyendo de los ríos y arroyos que arrastran témpanos y de donde brota bruma. No tienen sentido histórico.

Si al que esto escribe se le preguntara por los seis más grandes hombres de la historia española, sabría responder, pero obligado a ello, no omitiría Don Quijote, Sancho Panza, Segismundo, Don Juan Tenorio, Pedro Crespo, San Isidro Labrador y... ya van seis y es lástima que no quepan el Cid, Pizarro, Prim y otros mitos más.

Dicen que Simón Bolívar -¡otro mito!- solía decir que los tres grandes majaderos de la historia habían sido Cristo, Don Quijote y él, Bolívar. Y teniendo en cuenta que majadero es un instrumento para majar, resulta que el dicho, por más que a un cristiano irreverente pueda parecerle irreverente, no está mal, pues ¡cuidado con lo que majaron Cristo, Don Quijote y Bolívar!

Y una de las cosas que prueban mejor la genialidad paradójica -aunque de no ser paradójica no sería genialidad- de Bolívar, es que se puso al lado de dos a quienes él debía de creer míticos, pues Bolívar, que habría leído a Volney, no estaría muy seguro de la realidad histórica del Cristo al modo que la entienden los idiotas.

No hace mucho que un amigo nuestro que acababa de leer la formidable novela de Emilia Brontë, titulada Wuthering heights -traducida y publicada recientemente en español con el título de Cumbres borrascosas- nos preguntaba que de dónde pudo sacar a Heathcliff, ese prodigioso ejemplo de pasión trágica, aquella pobre muchacha, hija de un pobre clérigo, que murió soltera a los treinta años en un pueblecito inglés. Y le dijimos que Emilia Brontë sacó esa su tormentosa criatura de donde todo creador las saca, de sí misma. O más bien que fue Heathcliff el que hizo a Emila Brontë.

Pero es la misma Emilia Brontë la que nos lo dice en el último hermosísimo poema que escribió. "Oh Dios de mi pecho; todo poderosa, siempre presente Divinidad! ¡La vida -que en mí tiene descanso- como yo -vida inmortal- tenemos poder en Ti!... Con amor que mucho abarca tu espíritu anima los eternos años penetra e incuba arriba, cambia, sostiene, disuelve, crea y cría. Aunque la tierra y el hombre se fueran y los soles y los universos dejaran de ser y te quedaras Tú solo, cada existencia existiría en Ti." La que escribió esto era una creadora, una poeta -mejor que poetisa- y cada verdadera existencia, cada acción que es pasión, vive en el Creador, así cada criatura de pasión y de amor como Heatchcliff vive en quien la creó. Y como Heathcliff vive y vivirá, vive y vivirá Emilia Brontë. Y muy de otro modo que como se lo figuran los idiotas.

El deán Inge -deán de la catedral anglicana de San Pablo, de Londres, de quien os hemos ya más de una vez hablado-, dice de esas palabras de Emilia Brontë moribunda que parecen contener "una verdadera filosofía" y añade: "Esta concepción de la relación de Dios al mundo es también la de la Iglesia Católica y ha sido defendida por una larga serie de filósofos cristianos que no me parecen inferiores en agudeza y penetración a los más celebrados pensadores modernos desde Spinoza hasta nuestros días". Pero no estamos muy seguros de que esa concepción de la Brontë "sea la general en la Iglesia Católica, ni mucho menos. Más se parece a la del propio deán Inge. Porque los Idiotas de la iglesia -y en ésta como en cualquier otra congregación los idiotas son los más- los que no tienen más que sentido común, como carecen de sentido propio y de pasión propia, no pueden concebir, ni menos sentir, esa especie de inmortalidad. Esa la siente un Heathcliff. Es decir, una Brontë". Para los idiotas, para los del puro y recto sentido común, no hay más que una inmortalidad común, una comunidad inmortal. Como no tienen más que individualidad corpórea, al deshacérseles el cuerpo se les deshace la individualidad. Y nada pierden.

Vamos a consultar con Bolívar, que ¡claro! sigue viviendo, nuestro propósito de hacer que la España Máxima canonice a don Quijote. Y no vayan a creer los semi-idiotas -que son peores que los idiotas puros- que se trata aquí de nada de espiritismo, ¡no! Para ponernos al habla con Bolívar no necesitamos espiritismos. Vamos a hablar con él en español claro y recio y no en ninguna clase de esperanto y vamos a hablar con él a solas, alma a alma, sin comunidad ambiente que nos estorbe. Y estamos seguros de que aprobará nuestro proyecto, con la condición ¡claro está! de que luego se le canonice a él también y le hagamos San Simón Bolívar. Y os aseguramos que ambos, San Quijote de la Mancha y San Simón Bolívar tendrán más realidad histórica que pueda tenerla aquel don San Diego Matamoros de que hablaba don Quijote.

(Se admiten adhesiones).

M. Unamuno

Publicado el 15 de abril de 1923 en La Nación de Buenos Aires

l'osservatore romano