La Revolución Verde es un problema muy complejo, una labor
científica a la que no puede dedicarse cualquiera, sino quienes han nacido con
las dotes que requiere este trabajo.
Cuando los técnicos de la Rockefeller Foundation fueron a
México para iniciar los trabajos científicos en la agricultura, todos ellos
eran de esta clase. Como es natural, al llegar a México se encontraron con que
nadie sabía una palabra del asunto. Había muchos que hablaban o habían escrito
sobre el tema. Pero todos eran gente de escritorio. Ninguno se había ensuciado
los zapatos yendo al campo.
Yésta es una labor que hay que desarrollar sobre la tierra
misma, donde nacen ycrecen las plantas y donde se recoge la cosecha. La labor
genética tiene quedesarrollarse en el campo. Pero los análisis, el estudio de
los problemas, estrabajo de laboratorio.
Muy pronto los hombres de la Rockfeller Foundation en México
encontraron que había jóvenes mexicanos que habían nacido con esta inclinación,
del amor al trabajo científico al margen de toda otra consideración, y que
podían dedicarse a ello con todo éxito. Esto no es una cuestión de
nacionalidades ni de idiomas. Es una cuestión del modo de ser de la gente. Así
como no todo el mundo ha nacido para el convento, tampoco hay mucha gente que
haya nacido para dedicarse al trabajo científico. Pero cuando se presenta la
oportunidad para desarrollar esta labor, entonces es sorprendente el número de
personas que tienen condiciones paraesto.
Alguna gente cree, y dice: “Fulano de Tal tiene mucha afición
para la agricultura; le gustan las plantas y ha comprado una chacrita que
verdaderamente ha dado resultados espléndidos. Además, mantienen su campo muy
limpio y los trabajos que hace son verdaderamente un modelo”.
Esta idea de la agricultura tiene muy poco que ver con el
trabajo genético científico que requiere la Revolución Verde. En primer término
viene el desarrollo de las nuevas variedades. En México, por ejemplo,
clasificaron 2,000 variedades de maíz, y estas 2,000 se redujeron a -creo- 12
familias. Una vez individualizadas las características de cada una de ellas, comenzaron
a hacerse los cruces, es decir, a fertilizar científicamente unas plantas con
el polen de otras, escogidas de acuerdo con las cualidades de cada una.
Pero aquí no termina el trabajo. En México, por ejemplo,
llegaron a desarrollar, mediante los cruces, plantas de maíz que rendían muy
bien, pero que eran de tallo muy alto. Como cada planta rendía mucho, con el
peso se caía el suelo y se perdía la cosecha. Pero entonces encontraron en un
lugar de Estados Unidos unas variedades enanas, con las cuales hicieron nuevos
cruces, y desarrollaron un tipo de planta de tallo corto que podía soportar el
peso de la abundante cosecha.
En los Estados Unidos estos trabajos comenzaron hace más de
40 años, cuando en la tercera década de este siglo Wallace desarrolló su famoso
maíz híbrido. En muchas universidades, existen departamentos dedicados
exclusivamente a estos problemas que seguramente se ocupan preferentemente de
las cosechas y de las situaciones locales. En un lugar pueden hacer estudios
sobre el trigo, en otro sobre la soya, en otro sobre el maíz, etc. Debido a
todos estos trabajos, altamente científicos, Estados Unidos ha aumentado los
rendimientos de prácticamente todos sus sembríos en una forma fabulosa.
Este argumento es quizá el más importante, cuando se trata de
convencer a la gente, en cualquier país, de que el trabajo genético de la
Revolución Verde no es algo para aficionados.
El primer problema es conseguir que en un país se llegue a
comprender (ya sea el gobierno central, ya sea una universidad), que esto es un
trabajo altamente científico y debe abordarse con una mentalidad y una
organización absolutamente técnica y científica.
Hoy es mucho más fácil conseguir esto, porque existen los
centros de la Rockefeller Foundation en México y de Los Baños en Manila, además
de todos los que existen en distintos lugares de Estados Unidos que están
debidamente organizados y manejados con personal preparado.
Es perfectamente factible organizar un centro semejante
llevando de otros lugares a los mejores elementos, personas cuya obsesión por
este trabajo las lleva a cualquier parte del mundo. Parecería que cuanto menos
se haya hecho antes y más sea la labor por desarrollar, más les atrae la
posibilidad de crear algo nuevo. Nada fascina más a un hombre de ciencia que la
oportunidad de iniciar él, desarrollar él, un centro donde antes no existía
nada.
El país que realmente se dedique a formar un nuevo centro
técnico llegará a tener una importancia enorme. En Sudamérica, por ejemplo, no
existe ninguno. Pero el trabajo no puede hacerse a la criolla. Por mucho que
sea el propósito de hacer bien al país, el experimento mejor intencionado
tendrá que fracasar en este esfuerzo, si la labor no se hace a base de la
experiencia ya obtenida en los centros técnicos de otros países. Quizá pueda
obtener alguna mejora en los rendimientos. Pero la labor será un fracaso por no
dar los óptimos resultados que podría haber dado. La experiencia demuestra que
los resultados pueden ser verdaderamente sorprendentes, pues no solamente se logra
un aumento en lo que produce la tierra, sino que aporta otros beneficios para
el país.
Un gravísimo error que predomina en los países que se
denominan nuevos, o en proceso de desarrollo, es pensar que, porque los Estados
Unidos han alcanzado un sorprendente desarrollo industrial con su nueva
maquinaria, con sus nuevas técnicas, para que ellos a su vez alcancen igual
adelanto económico, basta con implantar industrias.
En primer término, esta manera de pensar no toma en cuenta
que en las últimas décadas los desarrollos en el terreno agrícola en los
Estados Unidos han sido por lo menos tan espectaculares como los de la
industria.
Además, se olvida que para que una industria tenga bajos
costos de producción y dé óptimos resultados, se requiere la producción en
masa, la producción de grandes cantidades. Y para esto precisa contar también
con un gran mercado no sólo interno sino también en la mayoría de los casos, un
mercado internacional.
Un país nuevo debería dedicarse ante todo a lo que esté
dentro de sus posibilidades. Además, uno de los grandes problemas en todos los
lugares el mundo sin excepción, es el de la alimentación. En los países nuevos,
en formación, es mucho más importante ocuparse de la alimentación, de lo que
vive el hombre, para alcanzar un mejor nivel de vida. Para que cada hombre
rinda más, es preciso que esté bien alimentado, que sea fuerte y capaz.
Desde el punto de vista estrictamente económico, cuanto más
alimentos se producen localmente, menos habrá que importar y, por tanto, si se
tienen en cuenta las dificultades en las balanzas de pago si no hay suficientes
divisas, más necesario es desarrollar localmente la producción de alimentos
para no tener que importar. Si no se logra producir suficiente cantidad para
que haya un sobrante que exportar, por lo menos es una gran ayuda para la
economía del país no tener que importar artículos de alimentación.
Quierollamar muy especialmente la atención sobre esto: para
que la Revolución Verdesea efectiva, no basta contar sólo con las nuevas
variedades de semillascapaces de aumentar fabulosamente los resultados, como
está sucediendo en LosBaños en las Filipinas, sino que, para obtener las
grandes cosechas, es necesariocultivar debidamente estas semillas de acuerdo a
las nuevas técnicas, es decir,desde el momento en que son enterradas en el
campo y durante todo el tiempo desu crecimiento y hasta la cosecha misma.
Durante el viaje que hice al Oriente me dediqué
específicamente a estudiar este aspecto del problema. Conociendo la labor que
estaban haciendo en Los Baños, creía yo que en todas partes iba a encontrar, en
los campos, aumentos fabulosos en los rendimientos. Desgraciadamente, me di con
que no había habido mejora (alguna) en los rendimientos y que en el sistema de
trabajo en el campo tampoco había habido adelanto. Durante nuestras constantes
visitas a los campos cuando estaban trabajando los agricultores y, mezclándonos
con ellos, pudimos comprobar que la agricultura seguía en las mismas
condiciones en que debió de haber estado hace mil años. Sistemas antiquísimos
en todo.
Con las nuevas variedades de semillas sucede lo mismo que con
ganado de muy bien pedigree. Por buena que sea la genealogía de una vaca, no
puede esperarse de ella la producción de muchos litros de leche todos los días,
si no se le da el debido tratamiento, si no se cuida de su salud, etc. De otro
modo, fatalmente, el rendimiento bajaría mucho.
Nada es más deprimente que ir de país tras país de esa zona
del Oriente y encontrarse que, a pesar de los adelantos en la técnica, la
agricultura no ha mejorado en lo menor durante generaciones.
Por fin llegamos a Taiwán y para mi gran sorpresa, me encontré
con que allí sí se había hecho lo necesario en el aspecto de la educación de
los agricultores sobre cómo debían cuidar su plantas.
Se ha establecido un “Comité Conjunto” que actualmente es una
organización de los agricultores y científicos chinos de la isla, pero que fue
iniciada por un grupo de americanos que llegó a convencerlos de los beneficios
que se derivarían de la labor educativa.
Ellos son los primeros en contar todos los errores que
cometieron al principio, antes de obtener resultados. Fueron cambiando su modo
de proceder, fueron aprendiendo las lecciones que les enseñaba la experiencia y
así llegaron a formar un centro del cual están muy satisfechos. Confiesan que
sin duda pueden mejorarlo aún, y están resueltos a hacerlo.
La labor está actualmente dirigida por el Dr. Lee, hombre de
una personalidad impresionante, de mucho empuje y de acción, como no se
encuentra fácilmente. Ir donde él y sus colegas a pedirles ayuda para la
organización de un centro semejante, no es pedirles un favor, sino darles la
satisfacción más grande que puedan ambicionar: la de enseñar a otros lo que
ellos han aprendido tras años de experiencia.
Ellado educativo de la Revolución Verde es labor distinta de
la científica, de lagenética, y del desarrollo de las nuevas variedades de
semillas. Si se mezclalas dos cosas, no se va a poder hacer bien ni la una ni
la otra.
La labor científica, genética, debe ser desarrollada por un
instituto especializado, completamente independiente de las actividades de la
otra organización que se dedica a enseñar a los agricultores cómo deben atender
al cultivo de las nuevas semillas para obtener los máximos resultados.
Si bien tienden a un mismo fin, la naturaleza de su labor es
tan distinta que, si trabajan juntas, lejos de ayudarse mutuamente, van a
malograr la efectividad de cada una.
La organización educativa tiene que desarrollar su propia
técnica. Como he dicho en el capítulo anterior, tienen que estudiar la mejor
manera de sembrar, la mejor distancia entre las plantas, la manera de cultivar,
la época de la siembra; el cuidado durante el crecimiento de las plantas, la
aplicación de abonos, el control de las pestes y enfermedades, y finalmente,
cuando viene la cosecha, el modo de hacerla para no perder sino una proporción
ínfima, cómo transportarla, guardarla y hacerla llegar al mercado.
En cuanto a la educación en la agricultura, en ninguna parte
se ha hecho algo semejante a lo de Taiwan.
En mi viaje por las Filipinas tuve la suerte de encontrar a
un economista, con quien daba gusto discutir. Cuando le pregunté cómo era
posible que en las Filipinas obtuvieran de la agricultura los mismos resultados
de antes, y no aprovecharan las semillas de Los Baños, me contestó que la
educación en los países de esa región se limitaba a enseñar únicamente, en la
mayoría de los casos, a leer y a escribir. Sólo unos cuantos seguían la
educación superior.
Y sin embargo, me decía este mismo economista, es tan
importante obtener los mejores rendimientos de los campos porque de esa manera
todo el mundo estará mejor alimentado, los precios serán mucho más bajos, y el
país entero se beneficiará. Las grandes cosechas no solamente traen abajo los
precios sino que los agricultores no pierden dinero, porque aun si los precios
son menores, si la cantidad producida es mucho mayor, deben llegar a ganar
mucho más que antes.
Hay que hacer comprender en nuestros países, que esta labor
educativa es absolutamente necesaria e indispensable, para aprovechar las
semillas desarrolladas por la Revolución Verde.
Sin el debido cuidado en el campo, las más fructíferas
semillas no sirven para nada y por tanto no benefician a nadie.
Ahora bien, el que las dos labores de las dos organizaciones
-la científica y la educativa- sean distintas y no deben confundirse, no quiere
decir que no haya colaboración entre ellas. Cuando en el campo se encuentra
problemas de cualquier género, ya sean enfermedades, suelos que no rinden bien,
etc., entonces el problema se pone en conocimiento de la estación técnica de
genética y los científicos vienen y estudian el caso y desarrollan alguna
semilla apropiada o encuentran un remedio. No existe más relación entre los dos
institutos.
La labor con los campesinos no puede consistir sólo en
imprimir folletos, dar conferencias, y pasar películas. Eso no basta. El
agricultor es el hombre más reacio a cualquier innovación. Sólo he encontrado
en California agricultores dispuestos a ensayar nuevos sistemas. La razón,
supongo yo, es que, por ser la agricultura algo relativamente nueva en esa
región, no existe la tradición que amarra el agricultor a las prácticas que han
existido durante muchos años.
En Borgoña, en Francia, donde se producen vinos de los
mejores, y donde tengo buenos amigos, al llevarme uno de ellos al campo para
enseñarme lo que estaban haciendo, yo le decía: “¿Por qué lo hacen ustedes así?
¿Por qué no ensayan otra manera?”.
No puedo olvidar su respuesta: “¡Cómo cree usted que vamos
nosotros a cambiar en lo menor lo que hace tantas generaciones se está haciendo
y lo que nos ha llevado a producir un vino que es superior al de cualquier otra
región!”.
Sin llegar quizá a tal extremo, es cierto que el agricultor
no es un hombre que gusta cambiar sus costumbres en el campo. Entonces, no
basta con dar conferencias, etc. Es preciso estar con ellos, e ir al campo con
ellos.
En Taiwan, por ejemplo, mantienen reuniones regulares, una
vez por semana, con los agricultores. Organizan ciclos con grupos que llegan a
ser de 20 a 40 agricultores, gente del mismo distrito, que se conocen entre
ellos y que hacen frente a problemas semejantes. Con ellos se reúnen los
técnicos y difunden los conocimientos.
Naturalmente, esta organización que educa a los agricultores
tiene sus campos experimentales, y sabe cómo es la vida entre los agricultores.
Si hay un agricultor que dice: “Pues hombre, yo tengo este problema. ¿Lo puedo
solucionar de acuerdo a su consejo?”. Entonces van juntos el agricultor y el
técnico al campo mismo, para ver de qué se trata y para encontrar la solución.
Hay que encontrar gente con espíritu misionero para realizar
esta paciente labor de persuadir a otros sobre lo que deben hacer.
No es fácil encontrar a las personas apropiadas, que tienen
que tener suficientes conocimientos y práctica en la agricultura para
comprender los problemas y explicar cómo deben ser solucionados.
Tienen que saber también cómo tratar con los agricultores.
Hay muchos casos en que sólo el ejemplo convence. Habrá que sembrar entonces un
pequeño lote de tierra y cultivarlo como es debido, para convencer a los
agricultores reacios.
Como se verá, no es una cosa sencilla, que pueda
desarrollarse aisladamente, como la labor del instituto de genética. Hay que
formar el espíritu misionero.
Por eso me parece tan útil ir a Taiwan, hablar con el Dr.
Lee, trabajar algún tiempo con los del instituto, ver lo que ellos hacen, cuál
ha sido suexperiencia anterior, cuáles han sido sus fracasos, por qué llegaron
a desarrollar esta labor, y entonces sacar partido entre nosotros a la
experiencia de ellos.
Una de nuestras grandes fallas es nuestro orgullo de querer
enfrentarnos solos a cualquier problema para hacer ver que somos capaces de
solucionarlo sin ayuda ajena. Esto, además de un error, es también una falta
grande de inteligencia.¿Para qué correr el riesgo de incurrir en los mismos
errores que se han cometido y subsanado en otras partes?
Cuando en el Perú se comenzó a estudiar el problema de la
vivienda, pensamos antes que nada en averiguar qué se había hecho en otras
partes, conocer los errores que se habían cometido para no repetirlos y ver si
lo que había tenido éxito podría también ser hecho en el Perú.
Es preciso dejarse de orgullos ridículos, de pretensiones
infantiles, y ser mucho más práctico y aprovechar de la experiencia ajena.
Me parece que sí sería un verdadero motivo de orgullo para
cualquiera de nuestros países desarrollar un centro técnico de primera clase
que estuviera a la altura de los institutos similares en otras partes del mundo.
Para esto no se necesita mucho dinero. Al principio, tienen que venir unos
cuantos técnicos de fuera, y luego en el país mismo se encontrará a muchos con
verdadera vocación para esta clase de trabajo.
Sería un ejemplo para los demás países que, tarde o temprano,
tendrán que seguir el mismo camino. El país que haga primero esta labor será
una especie de precursor o inspirador para los otros.
Si lo que se quiere es una presentación para ir a Los Baños o
al centro de investigación de México, el camino es muy sencillo: dirigirse a la
Rockefeller Foundation en Nueva York y hablarle de los institutos. Ellos serán
los primeros en ofrecer su ayuda.
El Dr. Harrar (quien acaba de retirarse) ha trabajado durante
muchos años con la Rockefeller Foundation, y seguramente estaría encantado de
dar cualquier consejo. Harrar fue el primero en ir a México, cuando nada había
todavía allí, de manera que tiene una gran experiencia. Es un hombre difícil,
con ideas que no admiten discusiones y que por tanto nada tienen que ver con la
educación de los campesinos. A él no hay que hablarle sino de genética y, si se
le habla de la educación, cree que uno quiere mezclar ambas cosas.
Harrar es el más conocido, pero hay muchos otros científicos
con los cuales se puede entrar en contacto a través de la Rockefeller y la Ford
Foundation.
En cuanto a la labor educativa, me parece que hay que ponerse
al habla con el Dr. Lee, para lo que no se necesita presentación, ni dirección,
porque todo el mundo lo conoce en Taipei, la capital de Taiwan.
Esto es todo lo que puedo hacer aquí a base única de mi
memoria, que es bien pobre. Pero en fin, explico a grandes rasgos lo que a mi
juicio son los problemas de la Revolución Verde y las conclusiones a las que he
llegado después de haber pasado mucho tiempo entre esa gente en el Oriente y de
haber estudiado el asunto en otros lugares durante buen número de años.
Se necesita que alguien, o mejor un pequeñísimo comité de no
más de tres personas, sea oficialmente encargado de estudiar y recomendar los pasos
necesarios para hacer sin pérdida de tiempo, un programa de este tipo.
No se debe nombrar para este cargo a ningún político, vista o
no uniforme. Tiene que ser gente científica, apolítica, dedicada a los
problemas agrícolas, conocedora de que a la criolla no se puede hacer nada, y
que esté resuelta a hacer en su país un centro de investigación científica.
La pena es que los hombres en el gobierno terminan
preocupándose casi exclusivamente de los problemas del día, de recoger
aplausos, de leer artículos laudatorios en los periódicos. Pero un asunto, por
importante que sea, que sólo llame la atención de las masas una vez que empiece
a dar resultados, parece no interesarlos. La política acaba ganándolos por
entero. Por eso me parece tan importante que las personas escogidas para
integrar el pequeño comité propuesto estén completamente alejadas de la
política, y tengan verdadera vocación para hacer el bien a sus conciudadanos,
preocupación sincera para que no les falten alimentos, deseo eficaz de contribuir
a crear la abundancia que permita un mejor nivel de vida a precios accesibles
para todos.
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