HOY, 16 DE MAYO, FIESTA
DE SANTA GEMA GALGANI
Dentro del Centenario queremos ofrecer un cálido espacio a
una joven italiana que, aunque "oficialmente" no llegó a ser
Religiosa pasionista, como era su deseo, ocupa sin embargo un lugar
privilegiado en el santoral de nuestra Congregación. Su espiritualidad estaba
enraizada en el carisma de San Pablo de la Cruz y su director espiritual, en
sus últimos tres años, fue el pasionista P. Germán de San Estanislao. Su
nombre: SANTA GEMA GALGANI.
Nació el 12 de marzo de 1878 en Camigliano, una aldea cerca
de Lucca, en Italia. Gema es la palabra italiana para “gema”, piedra preciosa.
Su padre era un farmacéutico próspero y su madre era también de noble linaje.
Los Galgani eran católicos y fueron bendecidos con ocho hijos. Gema, la cuarta
hija y la primera niña de la familia, desarrolló una atracción irresistible hacia
la oración cuando era aún muy joven. Esto fue resultado de su piadosa madre,
quien enseñó a Gema las verdades de la fe católica romana. La madre infundió
especialmente en el alma preciosa de su hija el amor a Cristo crucificado.
La joven santa se aplicó con celo a la devoción. Cuando Gema
tenía sólo cinco años, leía los Oficios de Nuestra Señora tan fácil y
rápidamente como si fuera una persona mayor.
Cuando la madre de Santa Gema tenía que realizar sus
quehaceres diarios de ama de casa, la pequeña Gema tiraría de la falda de su
madre y diría: “Mamá, dime un poco más sobre Jesús”.
Desgraciadamente, la madre de Gema murió pronto. El día en
que Gema recibió el sacramento de la confirmación, mientras ardientemente
rezaba en la misa para que su madre recobrara la salud (la Sra. Galgani estaba
gravemente enferma), escuchó una voz inconfundible dentro de su corazón que
decía: “¿Me darás a tu mamá?”. “Sí”, respondió Gema a la voz, “pero con tal de
que tú me lleves también”. “No”, replicó la voz, “dame a tu madre sin reservas.
Por el momento tú tienes que permanecer con tu padre. Yo te llevaré al cielo
más tarde”. Gema simplemente respondió “sí”. Este “sí” iba a ser repetido a
través de toda la corta vida de Santa Gema en respuesta a la invitación de
Nuestro Señor a sufrir por Él.
Siguiendo la muerte de su amada madre, Gema fue enviada por
su padre a un internado católico en Lucca, regentado por las Hermanas de Santa
Zita.
Reflexionando sobre sus días de escuela más tarde diría:
“Comencé a ir a la escuela de las hermanas; estaba en el paraíso”.
Destacó en francés, aritmética y música y, en 1893, ganó el
gran Premio de Oro por su conocimiento religioso. Uno de sus maestros en la
escuela lo resumió muy bien al decir: “Ella (Gema) era el alma de la escuela”.
Gema había estado preparándose arduamente para su Primera
Comunión. Ella acostumbraba a suplicar: “Denme a Jesús... y verán qué buena
seré. Tendré un gran cambio. Nunca más cometeré un pecado. Dénmelo. Lo anhelo
tanto, no puedo vivir sin Él”.
A Gema se le permitió recibir la Primera Comunión a los nueve
años de edad, la cual era una edad más temprana que la usual. Con el permiso de
su padre fue a un convento durante diez días para prepararse intensivamente
para este solemne evento.
El gran día de Gema finalmente llegó el 20 de junio de 1887,
en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. En sus propias palabras ella
describió su primer encuentro íntimo con Cristo en Sagrado Sacramento de este
modo:
“Es imposible explicar lo que entonces pasó entre Jesús y yo.
Él se hizo sentir ¡tan fuertemente en mi alma!”
Erico Galgani
El siguiente incidente mayor en la vida de Santa Gema fue
cuando su padre murió en 1897. Como resultado de su gran generosidad, de la
falta de escrúpulos de sus contactos en negocios y de sus acreedores, sus hijos
se quedaron sin nada, y no tenían siquiera los medios para mantenerse. Gema
tenía sólo diecinueve años, pero tenía ya una experiencia mayor en cargar la
cruz.
Gema pronto comenzó a enfermar. Se le desarrolló una
curvatura en la columna vertebral. Le dio también una meningitis dejándola con
una pérdida de oído temporal. Largos absesos se le formaron en la cabeza, el
pelo se le cayó, y finalmente las extremidades se le paralizaron. Un doctor fue
llamado y trató muchos remedios, los cuales fallaron todos. Sólo se puso peor.
Gema comenzó entonces su devoción al Venerable Gabriel
Possenti de la Dolorosa (ahora San Gabriel) . En su lecho de dolor ella leyó la
historia de su vida. Más tarde ella escribió acerca del Venerable Gabriel:
“Creció mi admiración de sus virtudes y sus maneras. Mi
devoción hacia él se incrementó. En la noche no dormía sin tener su retrato
bajo mi almohada, y después comencé a verlo cerca de mí. No sé cómo explicar
esto, pero sentía su presencia. Todo el tiempo y en toda acción, el hermano
Gabriel venía a mi mente".
Gema, ahora de veinte años, parecía estar en su lecho de
muerte. Una novena fue sugerida como la única posibilidad de cura. A la
medianoche del 23 de febrero de 1898, escuchó el ruidito de un rosario y
comprendió que el venerable Gabriel se estaba apareciendo ante ella. El habló a
Gema. “¿Deseas recobrar la salud? Reza con fe cada noche al Sagrado Corazón de
Jesús. Yo vendré a ti hasta que la novena se haya terminado, y rezaremos juntos
al Sacratísimo Corazón”.
El primer viernes de marzo la novena terminó. La gracia fue
concedida: Gema estaba curada. Al levantarse,
alrededor de ella lloraron de alegría. Sí, ¡un milagro había sido
llevado a cabo!
Gema, ahora en perfecta salud, había deseado siempre ser
consagrada monja, pero esto no iba a ser así. Dios tenía otros planes para
ella. El 8 de junio de 1898, después de recibir la Comunión, Nuestro Señor dejó
a su servidora saber que aquella misma noche le regalaría con una extraordinaria
gracia.
Gema fue a casa y rezó. Ella cayó en éxtasis y sintió un
enorme remordimiento por pecar. La bendita Virgen María, a quien Santa Gema era
tremendamente devota, se le apareció y le habló: “Mi hijo Jesús te ama más allá
de la medida, y desea darte una gracia: yo seré una madre para ti. ¿Serás tú
una verdadera hija?”
La bendita Virgen María abrió entonces su manto y cubrió a
Gema con él.
Así es como Santa Gema relata cómo recibió los estigmas: “En
ese momento Jesús apareció con todas sus heridas abiertas, pero de estas
heridas ya no salía sangre, sino flamas. En un instante estas flamas me tocaron
las manos, los pies y el corazón. Sentí como si estuviera muriendo, y habría
caído al suelo de no haberme sostenido mi madre en alto, mientras todo el tiempo
yo permanecía bajo su manto. Tuve que permanecer varias horas en esa posición.
Finalmente ella me besó en la frente y desapareció, y yo me encontré
arrodillada. Yo aún sentía un gran dolor en las manos, los pies y el corazón.
Me levanté para ir a la cama, y me di cuenta de que la sangre estaba brotando
de aquellas partes donde yo sentía el dolor. Me las cubrí tan bien como pude, y
entonces, ayudada por mi Angel, fui capaz de ir a la cama...” Muchas gentes,
incluyendo los respetados eclesiásticos de la Iglesia, fueron testigos de este
milagro de los estigmas, los cuales recurrieron durante la mayor parte del
resto de su vida. Un testigo declaró: “La sangre salía (de Santa Gema) de sus
heridas en gran abundancia. Cuando ella se levantaba, fluía al suelo, y cuando
estaba en cama no sólo mojaba las sábanas, sino que saturaba el colchón entero.
Yo medí algunos de estos arrollos o estanques de sangre, y eran de entre veinte
y veinticinco pulgadas de largo y más o menos dos pulgadas de ancho”.
Como San Francisco de Asís y el Padre Pío, Gema también puede
decir: “Nemo nihi molestus sit. Ego enim stigmanta Dimini Jesu in corpore meo
porto”. Ningún hombre me dañe, puesto que llevo las marcas de Nuestro Señor en
el cuerpo”.
A los veintiún años de edad, Gema fue acogida por una
generosa familia italiana, los Giannini. La familia ya tenía once hijos, pero
estaban contentos de darle la bienvenida a esta joven y pía huérfana en su
hogar. La madre de la familia, la Señora Cecilia Giannini diría más tarde de
Gema: “Puedo declarar bajo juramento que durante los tres años y ocho meses en
que Gema estuvo con nosotros, nunca supe del menor problema en nuestra familia
por su causa, y nunca noté en ella el mínimo defecto. Repito: ni el menor
problema ni el mínimo defecto”.
Santa Gema diligentemente ayudaba con los quehaceres de esta
familia numerosa. Tenía también tiempo para rezar, que era su actividad
favorita. A través de la Providencia, ella consiguió al bendito Pasionista
Padre Germán, C.P., como director espiritual a quien ella era totalmente
obediente.
El Padre Germán, un teólogo eminente en cuanto a la oración
mística, notó que Gema tenía la más profunda vida de oración y resultante
unidad con Dios. El estaba convencido de que su “Gema de Cristo” había pasado
por todos los nueve estados clásicos de la vida interior.
Gema iba a misa dos veces al día, recibiendo la comunión en
una. Ella rezaba las oraciones con fe y
por las noches, con la Sra. Giannini, iba a las vísperas. En todos sus
ejercicios espirituales ni una sola vez descuidó sus quehaceres diarios en la
casa de los Giannini.
El ángel guardián de Santa Gema se le aparecía
frecuentemente. Los dos conversaban de la misma manera en que se habla entre
los mejores amigos. La pureza e inocencia de Gema debe haber atraído a este
glorioso ángel desde del cielo hasta su lado. Gema y su ángel con sus alas
extendidas o arrodillado a su lado, recitaban juntos jaculatorias o salmos
alternadamente. Cuando meditaban sobre la pasión de Nuestro Señor, su ángel la
inspiraba con los más sublimes pensamientos de este misterio. Su ángel guardián
una vez le dijo sobre la agonía de Cristo: “Mira lo que Jesús ha sufrido por
los hombres. Considera sus heridas una por una. Es el amor lo que las abrió
todas. Ve lo execrable (horrible) que el pecado es, ya que para expiarlo, tanto
dolor y tanto amor han sido necesarios”.
En 1902 Gema, con buena salud desde su cura milagrosa, se
ofreció a Dios como víctima por la salvación de las almas. Jesús la aceptó, y
ella cayó peligrosamente enferma. No podía pasar ningún alimento. Aunque
recobró brevemente la salud a través de la Divina Providencia, rápidamente
volvió a caer enferma. El 21 de septiembre de 1902, comenzó a vomitar pura
sangre que venía de los espasmos violentos de amor de su corazón. Mientras
tanto, pasaba por un martirio espiritual que ella experimentaba como aridez y
desconsuelo en sus ejercicios espirituales. Para añadir, el demonio enemigo
multiplicaba sus ataques contra la joven “Virgen de Lucca”. Satanás redoblaba
la guerra contra Gema porque sabía que su fin se acercaba. El se esforzaba para
persuadirla de que había sido enteramente abandonada por Dios, usando sus
infernales apariciones e incluso asestando golpes físicos contra su frágil
cuerpo. Un testigo que estaba cuidando a Gema dijo: “Aquella bestia abominable
será el final de nuestra querida Gema -golpes sordos, formas de animales
feroces, etc.- Me alejé de ella con lágrimas porque el demonio la estaba
desgastando.”
Gema incesantemente invocaba los nombres sagrados de Jesús y
María, aún la batalla se libraba en ella. Su director espiritual, el venerable
P. Germán, en cuanto a la última batalla de Gema, declaró: “La pobre sufriente
pasó días, semanas y meses de esta manera, dándonos ejemplo de paciencia
heróica y motivos para sentir un benéfico temor a lo que pueda pasarnos, de no
tener los méritos de Gema, a la hora de nuestra muerte”.
Aún así, a través de todas estas pruebas, Gema nunca se
quejó, solamente oraba. Gema estaba llegando al final. Era prácticamente un
esqueleto viviente, pero todavía bello a pesar de los estragos de su
enfermedad. Se le administraron los sagrados viáticos. En sus últimas palabras,
dijo: “No busco nada más. He hecho a Dios el sacrificio de todo y de todos.
Ahora me preparo para morir.” Boqueando, gritó: “Ahora realmente es verdad que
nada mío queda, Jesús. ¡Encomiendo mi pobre alma a ti, Jesús!” Gema entonces
sonrió y dejando caer la cabeza a un lado, dejó de vivir.
Una de las hermanas presente en su lecho de muerte, vistió el
cuerpo de Gema con los hábitos de las Pasionarias, que era la orden a la que
Gema siempre había aspirado. Su muerte bendita tuvo lugar el Sábado Santo, 11
de abril de 1903. Gema Galgani tenía veinticinco años.
Las autoridades de la Iglesia comenzaron a estudiar la vida
de Gema en 1917, y fue beatificada en 1933. El decreto aprobando los milagros
para la canonización fue leido el veintiséis de marzo de 1939, Domingo de
Pasión.
Gema Galgani fue canonizada el 2 de mayo de 1940 por Pío XII, sólo treinta y siete años después de su muerte.
Santa Gema, ruega por nosotros.