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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

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UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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viernes, 12 de julio de 2013

LA TERCERA: Conmemoración de los 100 años de fallecimiento de José Nicolás Baltazar Fernández de Piérola y Villena 1913-2013


Honorables miembros de la Asamblea Nacional:
El Perú está, honorables señores, cercado por el infortunio. No han sido parte a libertarle de él, ni el sacrificio de sus mejores hijos, ni los esfuerzos incesantes del Gobierno y de gran número de ciudadanos. Terrible, durísima es la prueba; pero no más fuerte que la resolución y las virtudes de este noble pueblo. Chile, afortunado en el campo de batalla, a través de las sangrientas jornadas de Chorrillos y Miraflores, se abrió paso a la primera de nuestras ciudades, que ocupa militarmente, así como algunos puntos de nuestro litoral, mientras sus naves bloquean todos nuestros puertos. Preciosa parte del patrio hogar está profanado por su planta y sus habitantes gimen bajo la acción del enemigo, entregado a toda clase de desmanes.
En la terrible situación creada por aquellos hechos de armas, dolorosamente consagrados para nosotros por la querida memoria de millares de víctimas, el supremo interés nacional consistía en salvar, junto con la dignidad e independencia de millares de víctimas, el supremo interés nacional consistía en salvar, junto con la dignidad e independencia, la existencia misma del Perú; y sin detenerme en consideración secundaria de ningún género, emprendí sin vacilar, la ruda empresa que el patriotismo me imponía.
Al siguiente día de la destrucción de nuestro Ejército, el Gobierno quedaba constituido en la posición militar más próxima; recibía la forma que convenía a nuestra resolución de llevar el estandarte de la nación al más abrupto paraje del territorio, si era necesario; y, a fin de proveer al régimen del país en todo lugar, que, por razón de la guerra, pudiera verse privado de nuestra inmediata asistencia, quedó dividió en tres grandes circunscripciones políticas y militares, confiadas a distinguidos jefes superiores, provistos de las amplias facultades que la urgencia de los casos y la imposibilidad de comunicar prontamente con el Gobierno pudieran demandar. La historia hará cumplida justicia a la abnegación y a los servicios eminentes de esos jefes, sobre los cuales ha reposado, y reposa aún, en gran manera, la salvación de la República.
El desastre sufrido y la consiguiente ocupación de nuestra capital y primer puerto que, para el enemigo y para los espíritus apocados significaba vencimiento definitivo del Perú, y su entrega a discreción en manos del vencedor, quedó convertido en un simple episodio militar, sin otra importancia que la del daño material recibido, y que podía reparar la victoria, o ser dominada por el respeto que impone todo el que está resuelto a sucumbir luchando, antes que consentir en la pérdida de su honor y de su hogar.
Medio año ha transcurrido ya; y gracias a esa actitud asumida por el Gobierno, que los pueblos todos se apresuraron a robustecer con la espontaneidad y decisión más imponentes; gracias a una labor incesante y de no interrumpido sacrificio, que sólo la contemplación de la patria podía inspirar y sostener; sabéis bien, honorables señores, cuanto dista el presente, aún sin penetrar en los detalles, cuanto dista de la abrumadora situación de aquellos días.
El Perú no declaró la guerra a su gratuito enemigo. Nos la impuso éste como necesidad ineludible de la propia defensa.
Consecuente con esa política, y no teniendo el Perú otro interés en la guerra que la salvación de su honor y de sus derechos agredidos, mi Gobierno, al mismo tiempo que no excusaba medio para preparar el triunfo en el campo de batalla, dominando los necesarios impulsos de la ofensa, no cerró jamás tampoco los oídos ni se negó, en caso alguno, a cualquiera negociación que nos condujera a una solución pacífica y aceptable de la contienda.
En enero último, no desconociendo que las ventajas ganadas por el enemigo nos imponían concesiones, hizo el mayor de todos los sacrificios: -el de tratar, vencido- y, antes de proseguir la desigual lucha, se decidió a tomar la iniciativa en las negociaciones de paz. Consultando nuestro decoro, buscando la eficacia misma de éstas, y haciendo el debido honor a la generosa interposición de los representantes de las naciones amigas, violentamente interrumpida por el combate de Miraflores, juzgó que el camino mejor era darle curso; y constituyó, al efecto, un agente confidencial cerca del honorable cuerpo diplomático extranjero residente en Lima.
Frustrada esta providencia, por la terminante negativa del enemigo a admitir la amigable interposición de los neutrales, no quise dejarle el menor pretexto para continuar la guerra y nombré plenipotenciarios que se entendiesen directamente con los representantes de Chile en el Perú. La condenable renuncia de uno de ellos produjo la pérdida de unos cuantos días, al término de los cuales vino la negativa chilena de entenderse con nuestros plenipotenciarios.
El cambio más brusco y completo se había operado en el enemigo a este respecto. Aquella incalificable negativa sucedía, no sólo a la nueva disposición, sino hasta a la impaciencia para negociar conmigo la paz, manifestada por los jefes chilenos.
Un incidente abominable y que apenas tocaré aquí, por no profanar la augusta majestad de este momento, se había producido en Lima. Las solicitaciones de un pequeñísimo grupo de malos peruanos cerca del enemigo, para que desconociese al Gobierno de la nación y prestase su apoyo a uno nuevo formado por aquel grupo, habían triunfado. Llegó el enemigo a conocer (apenas fuera posible creerlo), llegó a conocer las instrucciones dadas a nuestros comisionados; y como en ellas se les autorizase a no pequeñas concesiones para la paz, pero a condición de que no consintiesen en cesión alguna territorial –ambición capital de Chile- optó éste sin vacilar por la creación de un fantasma de Gobierno en Lima, echando mano de los elementos dañados que toda sociedad encierra en su seno, fantasma ignominioso, que ni con sus armas ha podido imponer a la República; contra el cual se ha levantado indignada hasta la más pequeña aldea del Perú; en quien no ha hecho ya cumplido escarmiento de traidores el patriota pueblo de Lima, merced a la presencia del Ejército invasor que lo protege; y que cubre con el más merecido desprecio el mundo todo, y el propio enemigo que lo formó.
El Perú no podía imaginar tamaño mal que el patriotismo contempla acongojado, y que pondría colmo a nuestra desventura, si lograse prevalecer; pero que, como todo crimen, sólo daña, en definitiva, a los que tienen parte en él. Y el Perú no la tiene, honorables señores, no la ha tenido jamás.
Ese crimen sólo daña a Chile, que se presenta ante las naciones todas de la tierra apelando a tales recursos contra un enemigo que pretende haber definitivamente vencido; sólo daña al puñado de malos peruanos, constituidos en instrumento y auxiliar del enemigo. Al Perú, que se ha levantado en masa contra aquella abominación, y agrupándose estrechísimamente en torno del Gobierno nacional, no tiene sino una sola aspiración y un pensamiento; al Perú, cuyos nobles soldados, o retiene el enemigo en prisión, o salvando las mayores dificultades y peligros viene a alistarse entre los combatientes; al Perú, que representáis vosotros, vosotros que con abnegación singular os halláis congregados en este augusto recinto, al Perú no infama, honorables señores, ese odioso espectáculo, no puede infamarle. Y si es verdad que le trae la más dolorosa y difícil de las situaciones, no lo es menos, que sirve para destacar mejor su levantada actitud, con la luz vivísima, acrecentada por aquel oscurísimo fondo de ignominia.
La buena, como la mala fortuna, tiene sus leyes, que no es dado violar sin caer bajo su sanción inexorable.
Chile ha abusado de sus triunfos por todos los caminos, con desaprobación formal, aunque secreta, no puedo dudarlo, de las gentes honradas de ese país y del mundo entero. No ha celebrado la paz, porque no lo ha querido; porque va en pos del despojo del Perú y Bolivia de un inmenso territorio, a que ningún título puede alegar; porque sabe que no puede discutir lo que ambiciona culpablemente, y necesita arrancarlo a un dócil instrumento de su capricho; porque no busca la satisfacción de un derecho, sino el aniquilamiento de su enemigo; porque, desengañado ya de que no puede imponer el Gobierno por él fabricando, le apoya y sostiene, sin embargo, para cohonestar su explotación del país, que ocupa con sus armas, y para postrar al Perú con una guerra intestina, que ha sido impotente para encender por fortuna.
Los conductores de aquel pueblo han olvidado, que sólo la observancia de las eternas leyes de lo bueno y de lo justo dan prosperidad y poder a las naciones; y bien pronto cosechará Chile, con terrible abundancia, el daño que nos hace.
El Perú, infortunado en el campo de batalla, ha mantenido la noble actitud que su deber le prescribía; y si no llega a olvidarlo, hallará por fin la satisfacción de sus derechos y se levantará curado de los males que trajeron su desgracia.
El Perú no está sólo en la contienda; Bolivia, su noble aliada, lejos de relajar, estrecha día a día sus vínculos con él en la hora de la desgracia. De en medio del contraste se ha levantado vigorosa y sus elementos de defensa son hoy mayores que nunca. Acabo de visitarla y de recoger por mí mismo su pensamiento y sus aspiraciones, simbolizados de la manera más cumplida en su ilustre jefe y en el Gobierno que la rige.
Bolivia, honorables señores, no ha sido nunca para mi Gobierno la vecina y la hermana, la compañera en el combate; mucho más que eso, ha sido con nosotros la mitad de una gran entidad nacional, que se dibuja ya en los horizontes del mundo de Colón. Un pacto federal, aceptado por la Asamblea de Bolivia, ha sido ajustado entre los dos Gobiernos, y será sometido por la Secretaria General a vuestro estudio y deliberación. Fúndase en el inmenso porvenir para los dos países, y no dudo que le daréis toda la colosal importancia que en sí tiene.
Por razones que respeto, y aún cuando en la contienda del Pacífico se está debatiendo el porvenir internacional del continente, los países de América sólo nos han acompañado hasta hoy con sus mudas, aunque no dudosas simpatías.
Muy noble excepción constituye, y yo no puedo pasarla en silencio, y sin un vivísimo voto de gracias a nombre de mi patria, la condenación solemnísima de la conducta de Chile levantada por un gran ciudadano y un gran pueblo: el esclarecido Presidente y el Congreso de Venezuela. El bien como el daño se graban indelebles, con la intensidad de sus dolores, en el corazón de los pueblos que sufren. La memoria de Venezuela y de su eminente jefe no pasarán para el Perú.
La Secretaría General os dará cuenta del estado actual de nuestro Ejército y de nuestros aprestos y elementos militares, y de los demás datos relativos a la guerra, que debéis conocer con la reserva que conviene a nuestros intereses.
Igual información recibiréis en lo relativo a nuestros recursos pecuniarios actuales. Debo sólo presentaros aquí, una rápida ojeada de nuestras finanzas en el periodo fenecido bajo mi Gobierno y que es indispensable para completar informaciones.
Cuando me hice cargo del Gobierno, la nación, había perdido, con su flota y la más rica porción de su territorio, el uso del mar. Se hallaba desarmada también en tierra y su tesoro completamente exhausto. Sus principales rentas, el guano y el salitre, estaban en poder del enemigo. La de aduanas, considerablemente disminuida, desapareció muy luego, casi por entero, en consecuencia del bloqueo de nuestros puertos. Las rentas interiores, no existían; ni era dable hacer otra cosa que prepararlas para el porvenir. El crédito se hallaba completamente muerto.
El 24 de diciembre de 1879, en que comenzó la Dictadura, no había en caja un solo céntimo. Es cierto que por el último Ministro de Hacienda se habían remitido a Europa cosa de ciento noventa mil libras esterlinas, que pudieran parecer disponibles; pero también lo es, que en su mayor parte tenían que emplearse en cubrir gravísima responsabilidad, de carácter inaplazable y delicadísima, contraída por ese mismo Ministro, y sobre la cual me permitiréis echar un velo por decoro del país. El remanente, o apenas bastaba para cancelar consumos de guerra y realizados, y por su naturaleza no diferibles, o dejaría a lo sumo inapreciable cifra disponible.
En semejante estado, no cabía otra cosa que apelar al pueblo, y hacerlo en la única forma practicable, menos onerosa para éste y de inmediatos resultados.
El papel moneda de curso forzoso y de emisión ilimitada, existía ya por la suma de dieciocho a veinte millones y corría en el mercado al tipo de once peniques por sol. El Gobierno decidió quitarle aquel carácter y hacer una emisión de sesenta millones de cuartos de sol, en billetes al portador, que no podría ser aumentada; pero refundiendo en ella los dieciocho o veinte millones que ya existían, convirtiéndolos en ésta al tipo también de veinticinco centavos por cada sol.
Esta operación realizada sin detrimento alguno de la justicia, y en servicio, por el contrario, de los tenedores del papel moneda existente, permitió al Gobierno disponer de cosa de cinco millones de soles, metálico, reduciendo la deuda total a sólo quince millones, en vez de los dieciocho a veinte que encontró, sin interés y con una amortización de novecientos mil soles al año. Lo que equivalía a realizar, de parte del pueblo y en proporción a las facultades de cada uno, un empréstito, sin interés de lenta amortización, y disminuyendo, lejos de aumentar, los gravámenes que pesaban sobre el Tesoro; al paso que se conjuraba la dañosa incertidumbre de los tenedores de papel moneda, único medio circulante entonces posible.
A estos cinco millones deben agregarse doscientos cincuenta mil soles que, por resarcimiento al público representado por el Estado, obtuvo del Banco del Perú, doscientos cincuenta mil soles, o sea, cincuenta mil libras esterlinas, parte de la suma en que transó un antiguo pleito sostenido por el fisco peruano; y ochenta mil soles, o sean dieciséis mil libras esterlinas, de un préstamo generoso, obtenido por el Ministro Plenipotenciario del Perú, señor Sanz, en Europa.
En el mes de noviembre último, el Gobierno hizo también una emisión de billetes, en incas, a corto plazo y que no pasó de tres y medio millones de soles; sumas que reunidas dan un total metálico de nueve millones ochenta mil soles; y suponiendo un remanente en los fondos existentes en Europa, que unidos a los pocos ingresos interiores hubiese subido a ochenta y tantas mil libras esterlinas, tendríamos una suma total de nueve y medio millones de soles, total suma ingresada al Tesoro, desde diciembre de 1879 a mayo del presente año.
Con ella se introdujo el considerable armamento que ha servido a nuestro Ejército, con el recargado costo consiguiente al absoluto dominio del mar por parte del enemigo; se ha equipado y sostenido un Ejército cinco veces más numeroso que el mayor que haya tenido jamás la República; se hicieron y completaron las baterías del Callao; improvisaronsé en Lima, Miraflores y Chorrillos; alzaronsé las obras de defensa; fabricóse numerosa artillería de campaña; púsose en estado de servir la fija; se he hecho en suma, la guerra y se ha atendido al servicio ordinario del Tesoro con una regularidad desconocida en los dos periodos precedentes.
Esto en cuanto a su empleo. Por lo que toca a su adquisición, el 31 de mayo último, el estado no había aumentado la deuda que tenía el 24 de diciembre de 1879; presentándose el raro fenómenos de que un Tesoro, desprovisto de toda renta, haya sostenido durante año y medio, sin violencia para el pueblo, una guerra dispendiosa, sin contraer deudas ni pesar sobre él gravamen nuevo alguno. Digo esto, pues aún cuando quedan como deuda sagrada y pagadera de toda preferencia, los ochenta mil fuertes obtenidos en préstamo por el Ministro Plenipotenciario señor Sanz, queda también en el depósito suma mayor, proveniente del tesoro de las iglesias, que el Gobierno no ha tocado aún, a pesar de sus mayores apuros, y queda igualmente en ejecución contra el llamado Banco Nacional del Perú un crédito de cien mil libras esterlinas, o sean quinientos mil soles metálico.
Falto absolutamente de archivos y documentos, y no habiendo los antiguos Secretarios de Estado podido formular las memorias de sus ramos respectivos, tengo que renunciar a que la Asamblea Nacional aprecie en detalle, por el momento, las varias providencias, la labor incesante del Gobierno por poner orden y buen régimen, así en materia de Hacienda como en los demás ramos de la administración pública. Pero, aunque ajena de este lugar, no he podido dejar de presentaros esta síntesis de nuestras finanzas en el periodo último; ya que ellas son dato indispensable y principal en la situación que atravesamos.
La Secretaría General, os dará cuenta, pública y reservadamente, según su naturaleza, de otros asuntos en este orden.
Debo también llamar vuestra atención hacia otro punto importante. Persuadido de que el periodo de la guerra no era el apropiado para organizar la República y poner orden y concierto en los diversos ramos de la administración pública, pero sí el de preparar el régimen nuevo; persuadido de que durante ese periodo podríamos descubrir a los jefes y oficiales más aptos, así como observar a los demás funcionarios públicos; y en la necesidad de dotar al Ejército de un personal mucho más numerosos que el existente, rompiendo todas nuestras tradiciones y sin acordarme de otro interés que el del país, comencé por declarar transitorias todas las funciones públicas, a fin de que sirviesen de prueba a los que las ejercían; creé las clases de jefes y oficiales temporales para los ciudadanos que viniesen a ocuparlas sin pertenecer a la profesión, la de provisionales para los que, siendo de ella, fuesen llamados a un puesto superior, y mantuve sólo las clases permanentes para los que, por su valor y aptitudes comprobados durante la campaña y en los diferentes encuentros de mar, se hiciesen acreedores a ellas.
No puede haber Ejército ni buenos funcionarios en ningún orden, si la más severa rectitud no preside el llamamiento a las funciones públicas y si no se persuade a todos los ciudadanos, por la experiencia diaria, que no se confieren sino a las aptitudes y al mérito contraído, y no por la gracia o el favor del que gobierna; práctica contraria de la que ha sido raíz fecunda de males para el Perú.
Ahora bien; sin contar con los funcionarios civiles, no pequeño número de jefes y oficiales se han hecho acreedores a puesto superior y a recompensa de otro género. Mi Gobierno no ha podido hacerles justicia aún, exigiendo que la debida calificación de las aptitudes reveladas y del mérito presida al ascenso y al premio. En limitadísimos casos y sólo por la notoriedad del hecho, en los combates de Tarapacá, Tacna, Chorrillos y Miraflores, en tierra y de los sucesos marítimos, he conferido ascenso y otorgado premio. Quedan otros muchos que no pueden ser olvidados sin injusticia ni daño de la República, tratándose de jefes mismos y, con más razón, de oficiales subalternos. La falta de previa calificación, a causa de la situación que hemos atravesado, ha producido un retardo en la justicia; pero ese retardo no puede, no debe ser olvidado.
En cuanto a nuestros inválidos, las viudas y huérfanos producidos por la guerra, apenas si se les ha atendido como las circunstancias lo permitían. Es asunto, no obstante, que merece la más seria consideración y el interés más vivo de parte de los conductores del país, para hoy y, sobre todo, para el término de la guerra.
La dictadura, honorables señores, que, apartándose de todos nuestros vicios, no ha tenido amores ni odios, no ha visto en el Perú otra cosa que peruanos, ni buscado en los hombres sino el servicio que podían prestar al país, que no se ha inspirado un solo instante en otro interés que la salvación del Perú del conflicto presente y su regeneración para mañana; si no ha tenido la fortuna de lograrlo, ha sostenido sin flaqueza el honor y los derechos del Perú; ha dado ejemplos saludables, que serán fructuosos algún día, y no deja en pos de sí en política, en administración, ni en hacienda, escombros que levantar, cargas que soportar, dificultades y compromisos que embaracen el régimen que le siga.
Inexplicable y vivísima es mi complacencia al llegar a este momento, que he ambicionado con todas mis fuerzas.
Vuestra presencia me alivia del inmenso peso que la confianza pública había echado sobre mis hombros.
Al inaugurar sus sesiones la Asamblea Nacional, el poder dictatorial, creado por la República en enero del año anterior, ha llegado a su término, y quedan por este sólo hecho, enteramente deslindadas las facultades legislativas, que os corresponden, de las ejecutivas que debería conservar yo.
Vengo a presentaros, no obstante, la dimisión entera de mis funciones públicas.
Mucho he trepidado antes de adoptar una resolución semejante. Los puestos públicos no son sino carga para el ciudadano que los ejerce, y en las situaciones difíciles hay cobardía y falta de patriotismo en rehuirlos. No las siento, honorables señores. No ha flaqueado mi fe en la salvación de la República, ni se ha quebrantado mi voluntad de trabajar por ella sin excusar esfuerzo ni sacrificio de ningún género.
Venido, no obstante, al poder en circunstancias en que sólo el patriotismo podía hacerlo aceptable, y no habiendo ejecutado durante él ni el más pequeño acto que no haya tenido en mira el corresponder a la ilimitada confianza nacional y salvar al Perú, habiendo hecho por él cuanto sabía y podía, la fortuna no ha coronado mis esfuerzos.
El patriotismo me aconseja dejar el puesto a otro más apto o más afortunado que yo, y que vuestro acierto y vuestro amor por la patria sabrá encontrar, estoy seguro de ello.
Estudiad maduramente la difícil situación del país, y poniendo de lado cuanto pudiera perturbar la sola mira del interés nacional, elegid al que deba reemplazarme.
Que no altere la tranquilidad de vuestras deliberaciones la necesidad de proveer sin interrupción a las funciones del Gobierno nacional. Serán desempeñadas por mí con el mismo celo que antes, hasta que designéis al que debe ejercerlas en adelante, a quien por cierto no faltarán de mi parte, como a vosotros mismos, cuantas informaciones y datos fuesen necesarios para el mejor conocimiento del periodo que expira y de la situación actual de la República.
Al volver a la simple condición de ciudadano, me quedará la inmensa satisfacción de no haber omitido nada por servir a mi patria, y de entregaros al Perú, vencido en el campo de batalla, pero digno de sí mismo; de pié; sosteniendo su honor y sus derechos; cubierto de heridas, pero no humillado ni rendido.

Quedan abiertas las sesiones de la Asamblea Nacional

LA TERCERA: Conmemoración de los 100 años de fallecimiento de José Nicolás Baltazar Fernández de Piérola y Villena 1913-2013

Nicolas de Pierola

Desoyendo con dolor las exigentes demandas del pueblo y del Ejército, he permanecido resignado durante los días que se han seguido a la vergonzosa fuga de Prado y al advenimiento del inválido general La Puerta, esperando que el Ejército se decidiese por fin a dominar las consideraciones de una mal entendida lealtad, que impedía a una parte de él obrar según sus aspiraciones, que son las aspiraciones de la nación; y anheloso de evitar todo choque entre hermanos y la pérdida de parte de nuestras fuerzas.
La atolondrada e impaciente ambición del general La Cotera, después de ahogar brutalmente la unísona manifestación de los pueblos de Lima y el Callao, ha creado ayer un conflicto, empleando las fuerzas a sus órdenes para desarmar a los patriotas del Ejército a quienes sólo preocupa la salvación del país y el vencimiento del enemigo exterior.
Pocos momentos han bastado en Lima para demostrar cuan irresistible era el patriótico deseo del pueblo y el Ejército, y me habría sido suficiente permanecer algunas horas más en la capital para poner término a toda resistencia.
Cediendo no obstante a los móviles antes expuestos, preferí retirarme a esta plaza, que me ha recibido sin resistencia de ningún género, con el fin de hacer imposible todo choque entre hermanos, y favorecer la adhesión tranquila de las que aún quedan en Lima al régimen político proclamado meses ha por la nación en masa.
Así toda lucha se hace por entero inexcusable y descarga sin pretextos la responsabilidad de sus daños sobre sus autores únicos.
La parte del Ejército aún a sus órdenes en Lima, no querrá, confío en ello, permitir que esa responsabilidad llegue a tener lugar con inmenso daño de todos.
La hora de la reparación nacional ha sonado. En la serie de desastres que han marcado la historia de nuestra guerra exterior, el Perú no tiene parte alguna. Al sacudir, como lo hace en este momento, el viejo régimen, eleva las más elocuentes protestas contra aquella deplorable historia y se presenta digno de su nombre y su destino ante los demás pueblos de la tierra.
Para nosotros no hay ni puede haber sino una sola aspiración: el triunfo rápido y completo sobre el enemigo extranjero. Para esta obra no hay sino hermanos, sin memoria siquiera de pasadas divisiones y estrechados por el vínculo indisoluble del amor al Perú.
Cuanto retarde el instante de la completa unidad nacional es un delito de lesa patria. Ella es la condición del poder y del Perú. A ella ha consagrado y consagra por eso sus preferentes esfuerzos vuestro conciudadano y camarada.

Nicolás de Piérola
Callao, diciembre 22 de 1879.


1 El Peruano, 25 de diciembre de 1879.

LA TERCERA: Conmemoración de los 100 años de fallecimiento de José Nicolás Baltazar Fernández de Piérola y Villena 1913-2013

Andanzas de Federico More, compilador Francisco Igartua
No es posible hacer la historia de los partidos políticos del Perú, sin detenerse largamente ante la figura de Piérola. Con el mismo respeto hay que contemplar a Manuel Pardo. Ahora ya estamos en aptitud de intentar hacer historia. Piérola es lo más importante que tiene el Perú semidemocrático. En el Perú predemocrático, lo de más altorrelieve es el Gran Mariscal Don Ramón Castilla; pero este viejo socarrón nada tiene que ver con los partidos políticos. Su apasionante figura de conductor, es completamente predemocrática. Liberta a los esclavos, porque su espíritu sutil y sensible se da cuenta de las ansias igualitarias que agitan al mundo. Pero ignora la democracia como función política, como manera de ser de un Estado. Manuel Pardo mismo, espíritu cultivado y de evidente distinción, no ve muy claro en la democracia. Pero como es un político, comprende que es necesario impedir que las facciones militares sigan haciendo de las suyas. Y, ensayando, sin quererlo, sistemas democráticos, funda el Partido Civil.

El primer político democrático del Perú es Piérola. Su partido es la expresión entusiasta y bravía del pueblo. Llega un momento en que ser pierolista es la mejor forma de ser peruano.

El Partido Demócrata murió con su jefe. Todo lo que se ha hecho y se hace para galvanizarlo, carece de sentido. Es un negocio con el cadáver del ínclito ciudadano que lo fundó.

La endeblez de nuestra vida democrática se demuestra con la muerte del Partido Demócrata al morir quien lo fundó. Y se demuestra con la supervivencia del civilismo. Quiere decir que aún no estamos en situaciones de vivir con sólo fórmulas democráticas y que, en cambio, no podemos vivir sin la oligarquía. El sueño de Piérola fue vencer a la oligarquía. Tuvo que terminar transigiendo con ella. He aquí la mejor prueba de que el Perú sigue en estado predemocrático. Piérola, expresión de la democracia, tuvo que apo­yarse en la oligarquía. No hay que lamentarse de todo esto. Es el proceso natural. Mañana ya seremos una democracia y hoy somos menos oligarquía que ayer. En esta obra de conseguir el triunfo de la Democracia, el Perú le debe mucho a Piérola.

Dice Rainer María Rilke, el insigne poeta alemán, que el verso brota del fondo de nuestro espíritu sólo cuando nuestro espíritu es un mundo nuevo; cuando hemos abolido la memoria; cuando se ha disuelto el recuerdo; cuando las cosas que nos ocurrieron ya no son recónditamente nuestras. Olvidados de todo, limpios de pasiones, sentimos que, de pronto surge, en lo profundo de nuestra personalidad, la expresión de algo que fue nuestro. No es la evocación. Es algo más puro y más denso. Es el mundo interior que se sublima.

En ese momento, cuando ya ni el calor ni el orgullo, ni la voluptuosidad, ni la ambición pueden cegarnos, brota el verso, irreprochable, nítido y casto.

Para que en el fondo de la conciencia peruana brote la figura de Piérola será necesario que nuestro espíritu se purifique de pasiones. Piérola es la forma artística que, en cierto modo propició, adquirió la nacionalidad.

Todavía no conocemos a Piérola. Las masas, con su instinto infalible, lo intuyeron; la palabra retórica y oracular del caudillo, su desprecio a la vida, su cabeza novelesca, apasionaron a la multitud. Algunos hombres escogidos -aquellos de quienes es el Reino de los Cielos- reconocieron en Piérola la virtud y la pureza, el patriotismo y la abnegación. Pero en ese reconocimiento pusieron pasiones huma­nas.

Los hombres jóvenes, aquellos que todavía han oído hablar mal de Piérola o han oído hablar demasiado bien, no están capacita­dos para juzgarlo. Para juzgar a Piérola se requiere ese frío desdén que es el fondo de la edad madura. Sólo quienes se han acostumbra­do un poco a manejar hombres y despreciarlos, pueden aprehender la totalidad de la figura de Piérola.

Piérola no es hombre, es un hecho. Cesáreo hasta en sus defectos, su vida es un vasto drama, un drama antiguo en el que la fatalidad y el sino asumen papeles poderosos y se hacen visibles. En las vidas vulgares, la fatalidad y el sino se cumplen como una ley general y nadie los percibe singularmente. En las grandes vidas, en las tocadas por el signo glorioso de la Excepción, la Fatalidad y el Sino son claros y netos y se perfilan, en torno a esas vidas, como en el filo de las cumbres se precisa la luz del alba cuando todavía los llanos duermen en la sombra.

A Piérola hay que sacarlo del fondo de la Historia del Perú como se saca del pozo mitológico a la Verdad. Entonces lo veremos, desnudo y esplendoroso, y nos dirá la palabra amarga y violenta que siempre vive en los labios augustos y lacerados de la verdad.

Como todos los grandes hombres, Piérola fue superior a su tiempo y a su medio, en el sentido de que comprendió mejor que sus contemporáneos y sus connacionales la realidad política de su país. No vulgarizaremos nuestro elogio diciendo que fue superior a su tiempo y a su medio en el sentido que supo cosas que nadie sabía y dijo cosas que nadie entendió.

Piérola dijo, en el Perú, las cosas que todos los peruanos anhelaban expresar y que unos no acertaban a expresar y otros tenían miedo de exponer. Su inteligencia iluminó a los medianos y dio una lección a los cobardes.

Poco antes de surgir a la vida política vio, acongojado, a los que no sabían hacer patria y no ignoraban el arte de disolver lo que como patria teníamos. Poco antes de concluir su vida física, vio a los que se apresuraban ciegos, a destruir, so pretexto de innovación, lo que él había creado con su genio, con su fe, con su entusiasmo.

Al Piérola público, a aquel que condujo multitudes, nadie le conoció jamás dolores. Nunca se le vio sufrir. Sólo se le vio luchar. Muchas veces el éxito le fue desleal. La gloria no le desamparó nunca. Y Piérola fue siempre, ante todo y por encima de todo, un hombre público. Careció de vida íntima. Toda su existencia fue un suceso político. Hasta para sus veleidades de hombre, sus adversarios tuvieron encarnizamiento de adversarios políticos y sus amigos de fanatismo de prosélitos.

Con su testa romántica y patricia, con su voz dramática, con su literatura aparatosa y un poco barroca, Piérola surge ante la multitud como una figura depurada y exquisita. Y a pesar de eso, alza la voz para pregonar un evangelio democrático y el pueblo le cree. Sus maneras, su vestir, sus normas de vida, su abolengo, hacen de él un aristócrata. Lo es, por su nacimiento, por su amor a la conducta, por la magnitud y la delicadeza de su esperanza. Y, sin embargo, se inclina al pueblo, lucha por él, se sacrifica y expone mil veces la tranquilidad y la vida.

Es pobre y no anhela riquezas. Es de inteligencia excepcional y no anhela honores. Se siente apto para hacerle bien a su país y no anhela convertirse en el regenerador obligado. Sólo quiere llevar la honra del sacrificio. Ministro de Hacienda, procede a sanear las finanzas públicas y ello le cuesta calumnias y ultrajes sin cuento. Dictador en las horas terribles de la derrota, no ansía la plenitud del mando supremo, sino que busca la ocasión de reemplazar a los ineptos, de sustituir a los cobardes y de suplir a los tontos. Presidente Constitucional, gobierna constitucionalmente, oyendo todos los consejos, respetando todas las opiniones y acogiendo todas las iniciativas. A la hora de entregar el poder, lo entrega con democrática pulcritud.

Vivió pobre y murió pobre. Su suerte personal no le importó nunca. La de sus amigos, tampoco. Excomulga y fulmina a los apóstatas y no tiene piedad para los indiferentes. A los fieles, apenas les promete el Reino de los Cielos, es decir, la felicidad de la Patria.

No les ofrece grandezas materiales, fortuna, honores. Nada para ellos.

Su insigne figura de insurrecto y de enamorado de la libertad, conmoverá siempre a los que se le acerquen. En sus manos, la bandera de la revolución es algo místico y que apasiona profunda­mente. La necesidad de que su patria y sus conciudadanos sean libres, es, en él, algo tan hondo y tan vivo, que se comunica eléctricamente a todos. Su fe irradia, como la de los mártires y la de los apóstoles.

Habría merecido ser cristiano del tiempo de las catacumbas o ruso socialista del tiempo del zarismo. Conspiraba con acrisolada finura intelectual, con gracia de artista y trascendencia de filósofo. Sus palabras y sus hechos se anexaban con la robusta lógica de los tomistas o la de los agustinianos. Era la sabiduría de su época.

No obstante la orientación de sus estudios, en sus últimos años -ya en su presidencia constitucional- entreabrió las inquietas agitaciones materiales de nuestro tiempo y se embarcó en graves meditaciones financieras y en la solución de intrincados problemas de vialidad, de navegación y de obras públicas.

Su espíritu bravíamente activo no reposó un instante. Ahora mismo, cuando ya su cuerpo es tierra, su espíritu sigue actuando sobre la nacionalidad y la inquieta y la espolea. Todavía, si, en las calles de cualquier ciudad del Perú, sonara el ¡viva Piérola! que enloqueció a nuestros padres, quién sabe cuántos hombres saldrían de sus casas y abandonarían negocios y familias para ir en pos de una cautivadora quimera política.


LA TERCERA: Conmemoración de los 100 años de fallecimiento de José Nicolás Baltazar Fernández de Piérola y Villena 1913-2013

Miraflores, 25 de junio de 1913


Mi viejo y querido amigo:
Sírvase expresar al comité directivo del partido Demócrata, la íntima tristeza que embarga mi espíritu por la muerte del genial estadista y amigo, personal y político mío, durante casi cincuenta años1. Muy pocos de los que hace medio siglo admiramos los albores de la genialidad de don Nicolás de Piérola, quedamos en pie. La ausencia eterna de quien fue la cumbre de una generación nos acongoja hondamente a los que, en el llano, contemplamos su excelsitud.
Hubiera querido ir a Lima para recibir el abrazo de despedida del noble camarada y viejo amigo, y decirle –Adios, ¡no! Hasta pronto;– pero el quebranto de mi salud me priva de fuerzas para llevar el cuerpo adonde el afecto del espíritu quisiera conducirlo. La imposibilidad física me ha obligado a acompañar con el alma enternecida el doloroso final de una vida tan egregia. En la penumbra de mis añoranzas melancólicas, he contemplado desde la ventana de mi retiro la puesta del sol.
Quiera usted expresar, amigo mío, a la venerable viuda, a don Carlos de Piérola y a los hijos del gran hombre que acaba de entrar en la vida de la apoteosis y de la inmortalidad, mis íntimos sentimientos de dolor, y rogarles que acepten la excusa de mi ancianidad achacosa.

Siempre muy de usted.

RICARDO PALMA


1 Carta escrita a la muerte de Piérola, ocurrida en Lima el 13 de junio 1913. La publicó La Prensa en Lima, el 27 de junio de 1913. (N. E.).

jueves, 11 de julio de 2013

LA TERCERA

Wilfredo Kapsoli
Universidad Ricardo Palma

En el marco del V Congreso de Antropología Iberoamericana Fronteras, organizado por la Universidad de Salamanca del 07 al 10 de mayo del año 2000, pude visitar la Casa Museo de Don Miguel de Unamuno ubicado en aquella hermosa Ciudad de la Ciencia y la Cultura Española. Con la orientación generosa de nuestro amigo Miguel Ángel Perfecto me fue fácil acceder al Archivo del ilustre humanista y hallar las cartas cursadas hacia él desde Lima, por don Ricardo Palma.
La gentileza de la directora de la indicada Casa Museo, dignísima señora Ana Chaguaceda, la invitación del doctor Ángel Espina Barrio y el apoyo generoso de nuestro Rector doctor Iván Rodríguez Chávez, me permiten ahora difundir la transcripción literal -respecto al orden cronológico- de las cartas que fotocopiamos. Estos testimonios se sumarán al caudal del Epistolario de nuestro insigne tradicionista. Temas de interés literario, político y amical son los que sobresalen en dichos textos y son la respuesta o apertura a las misivas de don Miguel de Unamuno, hecho —110→ de conocimiento público en la correspondencia de don Ricardo Palma con un prólogo enjundioso de Raúl Porras Barrenechea que aquí se reproducen.
En otra ocasión analizaremos en detalle aquella amistad intelectual cultivada devotamente por ambos creadores y difusores de la Cultura Hispano-Americana
Surco, abril del 2001.
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Índice de la correspondencia entre Miguel de Unamuno y Ricardo Palma
De Miguel de Unamuno a Ricardo Palma
1.1 De fecha 29 de octubre de 1903
1.2 De fecha 18 de abril de 1904
1.3 De fecha 13 de setiembre de 1904
1.4 De fecha 10 de noviembre de 1905
De Ricardo Palma a Miguel de Unamuno
2.1 De fecha 20 de diciembre de 1903
2.2 De fecha 04 de junio de 1904
2.3 De fecha 02 de octubre de 1904
2.4 De fecha 22 de octubre de 1904
2.5 De fecha 19 de diciembre de 1905
2.6 De fecha 27 de marzo de 1912
2.7 De fecha 16 de febrero de 1913
De Clemente Palma a Miguel de Unamuno
3.1 De fecha 05 de abril de 1904
3.2 De fecha 12 de abril de 1905
3.3 De fecha 21 de diciembre de 1905
Referencias bibliográficas
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1. De Miguel de Unamuno a Ricardo Palma
El Rector de la Universidad
de Salamanca
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Particular
Salamanca, 29 de octubre de 1903
Mi estimado señor Palma: Conocía a usted por diversos escritos suyos -las Tradiciones Peruanas, en especial- y los estimaba mucho. Vea, pues, si me habrá sido bienvenida su obra de Papeletas lexicográficas. La anterrotula usted así: «dos mil setecientas voces que hacen falta el Diccionario»... ¡Si no fueran más!
Me dedico, como tal vez sepa, desde hace años a la lingüística de los idiomas neo-latinos; explico en esta Universidad la cátedra de filología comparada del latín y castellano -que estaría mejor llamar Gramática histórica de la lengua española- y cada vez me arraigo más en mis convicciones en punta a lenguaje. Muchos extranjeros se lamentan de no encontrar un inventario de la lengua española, es decir, un registro de las voces todas usadas por escritores y por el pueblo en las distintas regiones. El pecado original de la Academia es aspirar a ser una autoridad que define lo que es bueno y lo que es malo, y no una corporación que investigue el lenguaje. Tan absurdo me parece que niegue entrada a un vocablo usado en extensa región, como el que una Academia de Ciencias naturales rechace a un insecto porque no lo conoció antes.
Dice usted, señor Palma, en su libro, que soy el más fecundo de los neólogos. Puede ser; pero esto arranca del ideal que me he formado del idioma. No riqueza sino fecundidad hay que pedirle. Un idioma no tiene tantas o cuantas voces sino todas las que hagan falta, siempre que la forme uno con arreglo a su índole propia y al modo de composición y derivación normal. Los prefijos y sufijos los tenemos para algo. Y no se diga que a las veces se inventa palabras inútiles, pues producida la dualidad de forma, al cabo se produce dualidad de significado. La palabra juerga que va entrando en circulación, es huelga pronunciada a la andaluza, y tienen ambas muy distintos significados. Con los llamados dobletes (derecho, directo-estrecho, estricto, hastío, fastidio, lidiar, litiga, etc., etc.) se enriqueció el castellano.
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Paréceme que a usted le ha llamado la atención la cantidad de voces nuevas que empleo. Pues bien, muchas las formo con arreglo al espíritu formativo de la lengua misma (metafisiquear, chirigotizar, gramatiquería, fulanismo, etc., etc.), y su legitimidad se basa en que las entiende todo el que las lee. Pero hay otras, las más, que las tomo del pueblo, y que son usuales y corrientes no ya solo en esta provincia sino en el antiguo reino de León. Tales son, por ejemplo: mejer (resolver, mezclar), garullo (pavo macho), cogüelmo (colmo), enfusar (embutir), retuso (reacio, retraído), etc., etc. Y las hay curiosas. El retuso es latín, participio de retundere y el enfusar, un verbo participal, (infusare, de infusus, participio de infundere) por el tipo de osar (ausare de ausus), cantar cantare, (de cantus) (hurtar furtare, de furtus) etc., etc.
Otras son voces científicas a las que extiendo el empleo, como anabolismo.
Tres son, pues, las fuentes de enriquecimiento: 1.º la analogía o formación de nuevos derivados al modo de las ya existentes 2.º Los dialectos y hablas populares, en cuanto no se aparten de la índole general del idioma 3.º La generalización de términos técnicos.
He repasado su libro y le dedicaré artículo en la Lectura, revista mensual de Madrid. Con ocasión de su libro, ampliaré mis teorías lingüísticas sobre neologismos. Gracias, pues por haberme ofrecido coyuntura para ello. Y ya que me ha venido a los puntos de la pluma la voz coyuntura ¿por qué, teniendo descoyuntar, no hemos de tener coyuntar o encoyuntar y envecijar, ya que hay desvencijar?
Mil gracias, señor Palma, por las benévolas referencias que a mi persona atañen en su libro.
Me interesa mucho todo lo que se refiere al movimiento literario de los países americanos de lengua española. Del que más sé es de la Argentina, y luego de Venezuela. Cualquiera noticia que me proporcione acerca de tal movimiento en el Perú -la república de más abolengo, la más tradicional- se la agradeceré muchísimo. De la patria de usted solo conozco al señor Maúrtua y al señor Prada de quien, por cierto hace tiempo que nada sé.
Me felicito de que el envío de su libro sea origen de una relación que me será provechosa y muy grata. Desde luego se le ofrece como amigo su afmo. S.S.
Miguel de Unamuno
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El Rector de la Universidad
de Salamanca
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Particular
18 de abril, 1904
Sr. D. Ricardo Palma
Mi muy estimado amigo: Me recuerda el deber en que estoy de contestarle una carta que he recibido de su hijo D. Clemente, para cuyos Cuentos malévolos, que están en prensa, he escrito una carta-prólogo. Por cierto la carta de su señor hijo me ganó la voluntad por el garbo y simpático desenfado con que estaba escrita.
He recibido los libros que me mandó, así como también la Flor de Academias, libro interesantísimo para conocer la sociedad peruana de los siglos XVII y XVIII y de más valor histórico que literario. El Diente del Parnaso está a la altura de lo que en su género se hacía en España, pero es un género que me gusta muy poco, ni aun siquiera manejado por Quevedo.
Sus Recuerdos de España es obra de gran frescura y de un muy sano sentido. Pero lo que no se figurará usted es que fue ocasión de que mi mujer se alarmara cierta noche. Se lo contaré.
Soy hombre de cara dura, quiero decir, de fisonomía poco movible, y así siendo alegre de espíritu, rarísima vez me río por mucha gracia que una cosa me haga. Acababa un día de acostarme cuando a poco entra mi mujer en el cuarto alarmada al oírme reír de tal modo, en carcajada contenida -por no despertar a los niños- que creyó que me había dado algún accidente, y ello era que acababa de leer el chistosísimo cuento del inglés que visitó el colegio de los jesuitas y le contestó el rector aquello de -«a este prójimo lo destinamos a mártir del Japón», que cuenta usted en la tan bien pegada paliza que le propinó usted al P. Cappa. Aquello no solo tiene una gracia extraordinaria, sino que me cogió en las mejores disposiciones para que la entendiera.
Lo que me dice de la testarudez académica es el evangelio puro. Mas aquí cada vez nos hacemos menos caso de la tal Academia y el lenguaje se ensancha y flexibiliza sin contar con ella. Su papel debe aceptar lo que aceptó el pueblo. Pero, por desgracia, lejos de ser una corporación conservadora lo es reaccionaria. Santo y bueno que no se precipite a admitir cualquier novedad, pero es torpeza, no poner el sello a lo que sin él corre. No quieren comprender que oro de ley sin acuñar vale más que oro malo acuñado. No —115→ entienden el liberalismo lingüístico a derechas, sino que plantan aduanas y derechos arancelarios y no quieren poner el marchamo a esto o aquello.
En España no hay un inventario de la lengua española, en que consta cuanto se usa. De esta provincia tengo recogidas cerca de 4000 voces que no figuran en el Diccionario. Muchas de ellas las uso de continuo. Al presente leo libros escritos en ladino que es el castellano que hablan los judíos-españoles unos 500000- esparcidos por oriente (Rumania, Bulgaria, Servia, Austria, Turquía, Grecia, etc.) y lo escriben con caracteres rabínicos ¡Qué riqueza de idioma! Y no es sólo porque conserven voces aquí perdidas (acabo de leer esta, preciosa, afrochiguar (?), por fructificar como zantiguar, averiguar atestiguar, apaciguar, etc. de santificare, averiguare, atestiguare, apaciguare, etc. sino por la libertad con que sujetándose a la analogía y a los principios que rigen la fábrica del castellano forman nuevos y muy ajustados derivados.
Del artículo «Gazapos oficiales» que figura en su libro Cachivaches ¿qué he de decirle, sino que todo aquello me parece de perlas? Generalizando la cuestión cabe decir que en pocos idiomas son más muertas y más absurdas las fórmulas cancillerescas y burocráticas que en castellano lo son. Y es que las más de esas fórmulas carecen de contenido real y sólo sirven a nuestra pereza mental para rellenar huecos sin decir nada. Sucede con esto algo parecido a lo que sucede con la fea costumbre de soltar reniegos, ajos y puerros que no es más que una forma de tartamudez mental. Las tales palabrotas, ripio y cascote de la conversación, sirven de relleno mientras va pensando que ha de decir el torpe en quien el pensamiento marcha muy a rezago de la palabra.
Y así en el castellano hay una enormidad de materia muerta, de detritus y escurrijas, hasta de excreta lingüística, y a la vez mucho tejido conjuntivo y hasta adiposo, y poco sustancial. Tal nos le van haciendo y esos elementos de desasimilación, esas voces y flores muertas, estorban el desarrollo de los elementos embrionarios y en formación, de las voces y giros que se están naciendo. Es un reuma senil. En vez de hacer lo que hacían los clásicos que era de servirse del idioma como de cuerpo vivo y moldearlo, lo tomamos cual coyunt mortum y aquí se cree ser clásico remedando su lenguaje y no su manera de hacerlo. Vea aquí por qué sostengo, y lo sostendré en público, que soy yo escritor más clásico que cuantos contrahacen el habla cervantina o calderoniana o quevedesca. No voy a ellos a tomarles oro sino a aprender de que mina y como lo extrajeron y como lo acuñaron luego. Y uso mi cuño y no el de ellos.
(Se continuará).
Sabe que es muy de veras su amigo.
Miguel de Unamuno
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El Rector de la Universidad
de Salamanca
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Particular
13 noviembre 1904
Sr. D. Ricardo Palma
Mi querido amigo: Son ratos de descanso los que puedo dedicar a escribir a amigos como usted. Y por desgracia cada día me escasean más, pues a medida que mi correspondencia crece, mengua el tiempo de que dispongo para mantenerla. Han dado en la flor de traerme, llevarme y asenderearme, en oficio de predicador laico o caballero andante de la Palabra, y recorro esos pueblos y ciudades vertiendo la que yo creo ser la buena nueva. Y menos mal que este verano ha dispuesto de un par de meses para una obra que acerca del Quijote maduraba tiempo hace. Es ello una especie de meditaciones sobre el texto cervantino, unas libres reflexiones y comentarios filosóficos-morales. Lo titulo: «La vida de D. Quijote y Sancho según M. de C. S. explicado y comentado por M. de U». Es libro en que he puesto gran empeño.
Supongo ahí a su hijo D. Clemente y espero noticias de él.
Ha estado aquí una temporada un joven peruano, D. Luis Ulloa, persona discretísima, muy culta y muy simpática, que venía a estudiar archivos por encargo de ese Gobierno. Hablamos mucho de ese país y me dio noticias acerca de él. ¿Hay algún trabajo de conjunto respecto a la literatura chilena, alguna revista de toda ella, algo así como una historia suya?
Ando metido en multitud de labores y ya me parece que en muchos años no gozaré de gran descanso. Es lo obligado, y la situación de España así lo exige de sus hijos.
Salude a su hijo y cuente siempre con el afecto de su amigo.
Miguel de Unamuno
Voy a publicar en La España Moderna ensayos lingüísticos.
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El Rector de la Universidad
de Salamanca
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Particular
10 noviembre 1905
Sr. D. Ricardo Palma
Mi buen amigo: Adjunto carta que quiero que haga llegar al joven José de la Riva Agüero, cuya tesis acabo de leer. Aunque ya en mi carta le felicito, felicítele usted de mi parte. Pocas veces he leído un trabajo en que se revela mejor buen sentido, más independencia de juicio y más sereno sentido crítico. Y además la tal tesis me viene de perillas, pues ha de servir para un largo artículo en la Esfera, en que tomando pie de lo que el joven Riva Agüero dice, diga yo, por mi parte, muchas cosas que me bullen cerca de las literaturas hispano-americanas, de su carácter y originalidad, de su mayor o menor hispanismo, de afrancesamiento, etc. y también acerca de usted y de sus deliciosas Tradiciones y del Sr. González Prada.
Al final de un despiadado estudio que dedico al horrible libro del Sr. Vicuña Subercaseaux La ciudad de las ciudades (modelo de snobismo afrancesado) hago ya honrosa mención de la tesis del joven La Riva Agüero y anuncio el estudio que he de dedicarlo.
A otra cosa. El silencio que acerca de ello guarda usted en su nota, me hace sospechar que acaso no ha llegado a sus manos el ejemplar de mi Vida de Don Quijote y Sancho que en el mes de mayo le remití. Dígamelo para que repita el envío. Es mi obra y va, aunque poco a poco, abriéndose camino.
Otra cosa más. Me interesaría poder tener ahí un librero con quien entenderme directamente y a quien encargar de la propaganda y venta de mis libros en esa república, en las condiciones que él estimase convenientes. ¿A quién me recomienda usted? Me gustaría enviarle pronto alguna remesa de mi ya citada Vida de D. Quijote y Sancho, mi obra capital.
De quien nada sé es de su hijo D. Clemente. Dígale que me dé señales de vida, y que sepa yo de sus andanzas y fortunas.
Usted sabe que de veras le estima su amigo y atento lector
Miguel de Unamuno
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2. De Ricardo Palma a Miguel de Unamuno
Lima, 20 de diciembre 1903.
Señor Don Miguel de Unamuno, Rector de la Universidad de Salamanca
Mi muy distinguido señor y amigo:
Gratísima sorpresa tuve, ha tres días, al recibir su amabilísima carta del 29 de octubre, que termina dándome el dictado de amigo, que acepto con orgullo y correspondo con agradecimiento.
Las teorías lingüísticas de usted armonizan por completo con las mías. Pienso como usted que no es riqueza sino fecundidad lo que necesita el idioma.
Mi idiosincrasia es un suncho rebelde a todo lo que encarne imposición autoritaria. De ahí viene el que desde 1892, en que estuve en Madrid enarbolara bandera de rebelde contra la Academia, reacia para aceptar toda evolución en el lenguaje. Para mis compañeros de Academia fui un hereje vitando, digno de la hoguera inquisitorial. Pocos, muy pocos fueron los que me escucharon con simpatía o con benevolencia. Por si usted no conociere mi librejo Recuerdos de España, en que me ocupé de estas contiendas académicas, le remito hoy un ejemplar.
La intransigencia académica, de la mayoría, ha dado por fruto el que tres de las Academias correspondientes americanas se hayan declarado en receso. Tenemos derecho, los hijos del mundo que descubrió Colón, a que nuestras voces más usuales y las acepciones que a vocablos antiguos damos, adquieran carta de naturalización en el Léxico. Hasta cierto punto es labor de hispanófilo, más que de americanos, la por mí emprendida. Dudo que la Academia se obstine en persistir en sus intransigencias. Hoy los Tamayo y Commeberán entiendo que son minorías y que los Benot, Valera, Galdós y Cortázar se hacen oír. Y que en esta vez mi decisión por los neologismos y por la admisión de verbos sin fundamento excluidos tendrá éxito completo, me lo hacen esperar no sólo más de una docena de cartas que de los compañeros he recibido, sino hasta la oficial del Secretario perpetuo avisándome recibo del libro.
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Hoy por hoy, mi respetable señor Unamuno el Diccionario nos es del todo inútil a los americanos. Y luego en punto a definiciones, abundan las disparatadas, principalmente cuando se echan a definir los pocos americanismos por la comparación considerados. Aquello de enmendarnos la palabra acentuando las voces cachua, quichua o quechua, tienen ribete de insolencia.
Lo discreto, lo juicioso es que España en donde tal vez no exceden de cinco millones los que tienen el castellano como idioma regional, deje de ser intransigente para con los cuarenta millones de americanos. ¿Qué ganará con que, así como rompimos el yugo político, nos independicemos también del vínculo lingüístico?
La Biblioteca Nacional de mi cargo recibe mensualmente La Lectura, publicación muy notable a la que está suscrita. En ella leo constantemente los juicios interesantísimos que usted da a luz sobre los nuevos libros. Anticipo a usted mis agradecimientos por el artículo con que va a honrarme en el cuaderno o fascículo de noviembre.
En otra oportunidad daré a usted pormenores sobre el movimiento literario en mi país, que hoy lo estimo en decadencia. La nueva generación se siente atacada por la fiebre del mercantilismo. Raro es el joven que no aspira a ser hombre práctico, esto es acaudalado. Con las letras nadie hace caldo gordo en América.
Maúrtua está enfrascado en el periodismo político y en la vida palaciega, por ser muy amigo personal del nuevo presidente de la república. Gonzáles Prada, muy tarde en tarde, nos hace saber que vive, lanzando alguna bomba cargada con (?) desde las columnas de algún periódico de oposición.
Crea usted, mi señor don Miguel que tendrá viva satisfacción en cultivar correspondencia con usted, éste su admirador y amigo afectísimo que le besa la mano.
(Fdo.) Ricardo Palma
Hoy prevengo a Fernando Fé mi librejo en Madrid que obsequie a usted en mi nombre, un ejemplar de Flor de Academia, obra que le bastará para formar concepto de la literatura peruana en los siglos XVII y XVIII. Como apéndice al libro están las poesías del limeño Juan de Caviedes y su Vienen del paraíso, contra los médicos. Lea usted romances que no desdicen de los de Quevedo.
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Lima, 4 de junio de 1904.
Señor don Miguel de Unamuno
Mi muy bondadoso amigo. Correspondo a su amable carta del 18 de abril, recibida ayer. Recién he tenido noticias de la benevolencia de usted para con mi hijo Clemente. Por el vapor llegará dentro de tres días, espero recibir ejemplar del librito y tendré el gusto de leer la carta prólogo de usted, que tengo para mí ha de parecerme muy sabrosa. Clemente debe haber salido de Barcelona en la primera quincena de mayo y poco adelante estará en Lima en 20 ó 25 días más. Ha permanecido dos años y medio en Europa y ya es tiempo de que venga a servir en su patria. Se casó en Barcelona y ya me ha forzado a releer el Arte de ser abuelo por Víctor Hugo.
Compláceme saber que en la lectura de unos de mis libros, encontró usted algo que despertara su hilaridad. Pida usted, en mi nombre, mil perdones a la señora, por haberla, involuntariamente, proporcionado una alarma, que cargaré en cuenta a los Jesuitas con quienes siempre he vivido a mátame el potro que de matarme he la yegua.
Paréceme que en la Academia empiezan a dominar ideales y propósitos menos autoritarios y anticuados. Júzgolo así por lo que me dicen en sus cartas varios académicos. Hasta el padre Mir es ahora un tantico liberal, en lo que habrá influido su divorcio de la compañía de Jesús. Me dice el esbozotista que hay que rehacer el Diccionario, y que él tiene más de 40000 papeletas con voces que deben figurar en el léxico.
Luego querré charlar con usted, pero lo dejaremos para otra ocasión, pues hoy tengo mucho correo y el tiempo me viene muy estrecho, si bien no tanto que no me deja campo para repetir a usted que soy muy suyo admirador y amigo afectísimo.
(Fdo.) Ricardo Palma
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Lima, 22 de octubre de 1904.
Señor Don Miguel de Unamuno
Salamanca
Muy querido maestro y amigo:
Una hermosa y distinguida señorita de Lima casi compatriota de usted, pues es hija de un caballero español, me hace el honor de creer que con mi mediación obtendrá de usted que le firme una portada. Pienso que más que mi mediación lo que influirá para que usted la complazca es su genial benevolencia (nota personal de usted) y su exquisita galantería (distintivo en raza). De todos modos, mi sabio amigo, y para hacerme el interesante, me permito recordarle el vivo deseo de la señorita Grana de poseer una postal con la valiosa firma de usted.
Muy pronto le escribiré a usted una larga carta sobre asuntos literarios. ¿Ha publicado usted sus Ensayos?
Enviole mi agradecimiento anticipado.
Le quiere y respeta tanto como le admira su amigo muy adicto y seguro servidor que le besa la mano.
(Fdo.) Ricardo Palma
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Lima, 19 de diciembre de 1905.
Señor Don Miguel de Unamuno (Salamanca)
Mi respetado y buen amigo:
Ante todo deseo a usted mucha ventura personal en el nuevo año que ya asoma las narices.
Paso a contestar su afectuosa del 1.º de noviembre.
Di su carta al tan inteligente e ilustrado como simpático joven Riva Agüero, que en esta semana ha rendido sus exámenes universitarios de segundo año de Jurisprudencia. Quedó contentísimo con las frases de aliento y simpatía que usted le brinda y me dijo que por este vapor le escribiría.
Este jovencito, pues aún no ha cumplido los veintiún años que la Constitución de mi tierra exige para ser ciudadano y ejercer derechos civiles, es biznieto del famoso Riva Agüero a quien Bolívar en 1823 destituyó de la presidencia del Perú, apresándolo y enviándolo al destierro. El Mariscal Riva Agüero, como escritor, entintaba su pluma en hiel, como lo comprueban los dos tomos que bajo el seudónimo de Prugonena (anagrama de Un Peruano) publicó en Europa.
Su biznieto, nuestro amiguito, por esa ley misteriosa de los contrastes, usa almíbar por tinta. Es un muchacho verdaderamente feliz. En España tendría hasta los oropeles de título de Castilla, pues por la sábana de arriba y por la de abajo, tiene marquesados y condados a granel, antiguallas a que él no da ni pizca de importancia, porque es republicano ardoroso, convencido, que es lo mejor. Hijo único de padres acaudalados, no se le conoce más pasión que la del estudio, y jamás se cita su nombre en devaneos de muchacho. Como el médico de su familia le ha prohibido que lea de noche él paga dos lectores de nueve a once de la noche. Lo que había de gastar en teatros, clubs y diversiones lo emplea en libros. Tiene ya muy escogida y copiosa librería. Sus dos amigos más íntimos son mi hijo Clemente, que ya acaba de cumplir la edad de Cristo ha quince días que casó en España y que ya es padre de dos chiquillas, y Francisco García Calderón de veintidós años y su compañero de estudios en la Universidad, que es también un intelectual distinguidísimo pero sobre el cual (en los últimos cuatro meses) se está ensañando la desgracia, lo que tiene muy afectado a Riva Agüero. Como usted se interesa por García Calderón lo informaré a vuela pluma de lo que le pasa a este notable joven.
Es hijo del doctor don Francisco García Calderón, autor de una obra monumental Diccionario de Legislación peruana -2 volúmenes, en folio menor, cuya segunda edición se hizo en Madrid, cuando don —123→ Francisco fue de puesto de la presidencia del Perú por los chilenos y llevado prisionero a Chile, de donde pasó a Europa. García Calderón era el Director de la Academia peruana correspondiente de la de Madrid.
Desde julio de este año empezó a sufrir el joven García Calderón de una neurastenia aguda que agrió su carácter y lo mantenía en perpetua lucha doméstica con algunos de sus parientes. A principios de septiembre y siguiendo los consejos médicos, su madre, lo envió a Chile donde era casi seguro que se restablecería con sólo la influencia del clima y la tranquilidad de espíritu. Yo tengo experiencia de esto; pues no hace un año envié a mi hijo Vital Palma, un pollito de 18 años, a sanarse de una neurastenia; y sin necesidad de drogas de botica regresó como nuevo completamente curado, a los cuatro meses. Fatalmente cuando apenas, llevaba el joven Calderón ocho o diez días en Chile le llegó un cablegrama (acépteme amigo Unamuno la palabreja) avisándole que su padre había tenido una recaída en la dolencia crónica que padecía. En la tarde de ese día zarpaba Vapor para el Perú y sin pérdida de tiempo se reembarcó el viajero para llegar a su casa diez días después cuando, fatalmente hacía cuatro horas o cinco que su padre había fallecido. Después, los disgustos de ordenamiento doméstico no amainaron y la neurastenia progresaba. Hace diez días acompañado de Riva Agüero, vino a hacerme una visita en mi escritorio y me afligió su aspecto. Le aconsejé que fuera a dar paseíto por Europa donde su curación era segura, y me contestó que en eso pensaba pero que hasta la primera quincena de enero no le sería posible embarcarse. Ha seis días supe por noticia crónica de un diario que había intentado suicidarse, pero que felizmente había esperanzas de salvarlo. La crónica de esta mañana lo da ya por libre de peligro. La desaparición de este joven dejaría un puesto irremplazable entre los intelectuales de la actual generación. Hace usted bien en estimar su talento e ilustración, a los que modestia ingénita da mayor realce.
Hasta dentro de cuatro días no me llegará la Lectura correspondiente del mes de noviembre para darme el gustazo de leer el artículo de usted sobre el chiflado Vicuña Subercaseaux. Ya Clemente le había dado un vapuleo en Prisma, revista literaria de Lima en la que él escribe. Me ha ofrecido enviar a usted el número para que ría un poquito, y a la vez se disculpará ante usted por su genial pereza epistolar.
Gonzáles Prada (radical) y yo (liberal) vivimos alejados y sin cambiar saludo desde 1890. En un discurso lanzó esta frase de adulación para los muchachos inquietos -Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra-. Yo, que aún tenía nervios irritables y sangre fosfórica pues peinaba 57 febreros, refuté su frase en un artículo al que don Manuel no quiso contestar, encomendando a la jauría de sus devotos alborotadores —124→ que amasasen el lodo de las calles y me lo echasen a la cara. Hoy Gonzáles Prada se aproxima a los 60 diciembres, y no sé si aún sostendrá aquel su aforismo. Ahora escribe rara vez, perseverando eso sí en su radicalismo doctrinario. Yo tengo, aunque no nos ligue afecto personal, estimación por su talento y hasta por sus exageraciones literarias, como las que atañen al idioma. Lo que no soporto son sus versos, que él bautiza con el nombre de rondeles, ni su germanismo o alemanismo poético. Lo nervioso de su prosa, un tanto afrancesada, me gusta mucho. En cambio, él dice que mis arcaísmos lo estomagan y que debo escribir no en prosa rancia, sino en el castellano que todo el mundo visa o estila en nuestro siglo. Cuestión de gustos en la que no entro ni salgo.
Todos los libreros, en el Perú, son una grandísima canalla y principalmente los libreros españoles. Ahora un joven catalán, don Juan Boix Ferrer hizo a principios de año, una quiebra estrepitosa, en la que Fernando Fé, de Madrid, ha caído en más de 30000 pesetas y Montaner y Simón de Barcelona en más de 70000. Diversos acreedores reclaman muy cerca de 200000 pesetas. En años anteriores quebró otro español Gasolo y también un Gala y no recuerdo el nombre de otros. No me atrevo a recomendar a usted librero alguno. La librería verdaderamente correcta en sus negocios es la francesa de Rosas, que no quiere vender libros españoles. A esto se agrega que, en mi tierra, se lee poco y aún eso de prestado. Lo único que tiene caudal de suscritores es la Ilustración artística de Barcelona (por un boletín de Modas). De Madrid me remite mensualmente Fernando Fé La España moderna, la Lectura, Blanco y Negro, Gente vieja, Gedeón y los Boletines académicos y científicos. Los pocos que algo leemos lo pedimos directamente de España. Allá los libreros saben a qué personas de Lima han de enviar sus catálogos. Yo sé de varios que constantemente piden los libros de usted. Amigo don Miguel Usted y Pérez Galdós (como antes Valera, Zorrilla, Campoamor y Núñez de Arce) son los únicos escritores españoles que, en la actualidad, tienen prestigio entre la juventud. El valenciano Blasco Ibáñez, autor de La bodega y de La horda empieza también a tener lectores.
No mi querido amigo. Mi silencio no ha sido por desdén a su notabilísimo libro Vida de don Quijote y Sancho, sino por falta de tiempo para escribirle pues con usted no debo ni puedo, ni quiero ser lacónico. Había ya leído el ejemplar que me envió Fernando Fé, cuando recibí el que usted tenía la amabilidad de obsequiarme. Empezaré por decir a usted que su libro fue para mi espíritu como gotas de rocío que lo refrescaron de la impresión amarguísima que en él dejara otra lectura que sobre Cervantes acababa de hacer. Quizá habrá usted adivinado que me refiero al escandaloso libro de Cotarello y Mori. Paréceme que Cotarello no ha hecho obra de patriotismo difamando con esa publicación al hombre —125→ que más queremos y admiramos, los cultivadores de la lengua castellana. Ni España, ni las letras españolas, ni la posteridad necesitaban la exhibición de tanto y tanto documento empequeñecedor del hombre ilustre y acaso hasta de una gloria. Sepan ustedes -nos dicen los documentos- que el gigante fue un enano de los más ruines, alcahuete de sus hermanas y de su sobrina doña Constanza, que traficó con su hija doña Isabel, vendiéndola al personaje que la dotó señalando al padre recompensa en la escritura natural, y... basta de suciedades. Yo creí que España entera, indignada protestaría contra el libro de Cotarello, como protestó contra el académico-autor cuando la denuncia de la estafadora francesa.
El libro de Cotarello me había producido las mismas náuseas que en una lavadero nos provoca la ropa sucia. A Dios gracias el libro de usted ha venido a embelesarme; qué sabrosas las semejanzas que usted nos presenta con pasmosa oportunidad, entre el caballero andante que bautizó Cervantes con el nombre de don Quijote, y el fanático aventurero que la estulticia humana venera en los altares con el nombre de San Ignacio de Loyola. Dice usted en su Libro cosas pasmosamente nuevas, y que son grandes verdades, como aquella de que el acto mayor de humildad es el de un Dios que crea un mundo para que se lo critiquemos (pág. 51) la manera de expresión colectiva de mi pueblo es un modo de rebuzno (pág. 202). Dios se alimenta de la fe que en Él tenemos los hombres (pág. 193). No se puede ser rico viviendo de mentira (pág. 177). Y en fin, tendría para rato si fuera a hablarle de todo lo que en su libro me ha gustado, y que en apostillas marginales ha marcado mi lápiz de lector. Lo que me trae maravillado es que los Mazera, los Nozaledas, los Azcurragas, los Polareja y demás fanáticos de copetes, no hayan hecho caer sobre usted partiéndolo por el medio con la excomunión mayor, por lo que en las páginas 116 y 117 escribe sobre la eternidad de la pena y sobre la condenación, así como por la socarronería con que en la página 133 prueba con el testimonio del evangelista que Cristo tuvo hermanos que no fueron del Espíritu Santo sino de varón. Aquello de la diosa ¿corredecciona? (pág. 379) también tiene bemoles.
Llevo más de tres horas de plumear en el tintero. Si tuviera tiempo y vigor lírico como tengo voluntad, crea usted que no levantaría la pluma del papel pues su libro me daría telas y no poca para el aplauso.
En la semana próxima voy a publicar un artículo en el periódico sobre El Quijote en América, se lo remitiré en recorte.
Es siempre muy de usted, admirador y amigo afectísimo
(Fdo. Ricardo Palma)
—126→
Lima, 27 de marzo de 1912.
Señor don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca
Mi muy querido amigo:
Convaleciente de una de mis graves dolencias de octogenario, el médico me ha vedado emborronar papel y es, por lo tanto, fatigoso para mí el dictar esta carta. Atribuya usted a eso mi forzado laconismo de hoy.
Por la lectura de periódicos que le acompaño, se informará de la grandiosa ovación que la buena y culta sociedad de mi tierra acaba de tributarme; pero lo que no encontrará usted claramente explicado es lo que motivara mi renuncia de la Dirección de la Biblioteca Nacional que, destruida por la invasión chilena en 1881, fue restaurada por mí en el lapso de tiempo corrido desde 1883. El reglamento de la Biblioteca, expedida en 1884, establecía que el Director tenía la prerrogativa de proponer al gobierno los empleados, prerrogativa que respetaron todos los gobernantes. Mi hijo Clemente, a quien usted honró con un delicioso prólogo, desempeñaba un empleo en la Biblioteca de mi cargo desde hace muchísimos años, y además redactaba un semanario político-social-literario titulado Variedades, publicación que aparece en Lima todos los sábados y que tiene gran aceptación. Al presidente de la República le mortificaron algunas editoriales de Clemente, y en la tarde del 13 de febrero recibí un oficio del Ministerio en que se me comunicaba que quedaba separado de mi puesto en la Biblioteca y reemplazado con un don N., completamente desconocido para mí. Mi contestación inmediata fue que, no aceptando por decoro de mi persona y dignidad del puesto la imposición de un empleado con desconocimiento de mi prerrogativa, como Director, hacía dimisión del puesto. El Gobierno decretó que no aceptaba mi renuncia por estar ampliamente satisfecho de mí, pero dos días después expidió un decreto declarando abolido el artículo reglamentario e imponiéndome al mismo candidato rechazado por mí. Ante tan burlesco procedimiento del gobierno, mi segunda renuncia se imponía y fue aceptada y nombrado para reemplazarme don Manuel Gonzáles Prada, literato personalmente conocido por usted. La opinión pública y la prensa de todos los partidos, exceptuando la gubernamental, se pusieron de mi lado; y de allí surgió la idea de tributarme como desagravio social la velada fastuosa que, en periódico le acompaño. De todas las provincias por cartas, telegramas e impresos me llegan constantemente manifestaciones de simpatía y de aplauso por mi comportamiento.
—127→
Crea usted, amigo Unamuno, que estoy contento y hasta orgulloso con las múltiples manifestaciones sociales de afecto y de consideración respetuosa de que tan pródigos han sido para conmigo mis compatriotas especialmente la juventud universitaria.
En cuanto a mi condición rentística ningún perjuicio me ocasiona la distribución, pues la ley me acuerda la cesantía de 3111 duros al año.
Pienso establecerme con mi familia en Miraflores, bonito balneario que dista una legua de Lima y cuyo clima influirá en el mejoramiento de mi salud ya muy quebrantada. Le estimaré que siempre que quiera favorecerme con su correspondencia la rotule así: Don Ricardo Palma-Lima-Casilla 1112.
Sabe usted que lo quiere muy cordialmente su viejo amigo
(Fdo.) Ricardo Palma
—128→
Miraflores (Lima) 16 de febrero 1913.
Señor don Miguel de Unamuno
Rector de la Universidad de Salamanca
Mi muy querido amigo:
Realmente que me había sorprendido su prolongadísimo silencio, pues ha más de año y medio que no disfrutaba de la satisfacción de contestar carta suya no obstante haberle escrito en marzo del año anterior y remitiéndole periódicos relacionados con las desazones que me ocasionara el gobierno de mi tierra, desazones, que hasta cierto punto me enorgullecen.
Desde el 1.º de abril acatando formal prescripción médica he trasladado mi residencia al balneario de Miraflores a cinco millas de distancia de Lima. Algo que no mucho he ganado en salud.
El 7 de febrero quedé inscrito como octogenario, pues nací en 1833 y fueron muchas las manifestaciones de cariño social que en ese día se me prodigaron. Lo más serio de mi enfermedad es la prohibición médica de ocuparme en nada que represente labor intelectual y gracias que mi Hipócrates me consiente todavía dictar a mis hijas las cartas a que me es indispensable dar respuesta.
Para que forme usted concepto de la indignidad que para conmigo gastara el gobernante de mi tierra, le acompaño un folletito. Hágame el favor de leerlo.
En cuanto a Gonzáles Prada bástame decir a usted que es un hombre roído por la envidia. Siempre le ha quitado el sueño eso de que mi nombre y mis escritos sean tan conocidos en España y en América. Hace poco más de un cuarto de siglo que entre él y yo no había ni cambio de saludo, en la calle ni en sociedad. Lea usted el parágrafo final del folletito, y estoy seguro de que le producirá náuseas el pseudo hombre de Letras. Un refrancito popular dice que la ropa sucia se lava en casa, y como para mí no es otra cosa don Manuel sólo envié del folletito seis ejemplares a peruanos residentes en París, tres a peruanos residentes en Londres y ocho también a compatriotas que se encuentran en Italia y otras naciones de Europa. El que hoy le —129→ acompaño es el único remitido por mí a España.
La falta de costumbre para dictar me imposibilita el hacer expansiva, como había deseado, esta carta. Pero ello no obsta para decir a usted que he agradecido infinito los delicados y afectuosos conceptos de su carta.
Sabe usted que soy muy suyo agradecido y octogenario amigo que cordialmente lo quiere y envía un abrazo.
(Fdo.) Ricardo Palma
—130→
3. De Clemente Palma a Miguel de Unamuno
París, 05 de abril de 1904
Señor don Miguel de Unamuno
Salamanca
Muy respetado amigo:
Recibí en Barcelona, la víspera de venir a París (por pocos días) su magistral carta-prólogo. Ya imaginará usted el gran regocijo que he tenido y la inmensurable gratitud que por usted siento, con una chispita de despecho ¿por qué? Sencillamente porque lo que más vale de mi librito es precisamente lo que no es mío: el prólogo. El talento tiene inconscientemente insolencias despóticas. Usted sin esfuerzo y en breve rato, ha sacado de sus crisoles de alquimista eximio del buen decir rica y valiosa piedra para engarzarla en la tosca joya malamente cincelada por mí en luengas horas y tras de sudores y esfuerzos y penosos trabajos de forja. Muchas, pero muchas gracias, mi sabio y bondadoso amigo por su discreta carta, tan profunda y sustanciosa, tan benévola y tan sazonada de paradojas adorables. Con esta me propongo únicamente acusarle recibo. Hay tanta médula en su carta, es un semillero tan surtido de ideas y de temas discutibles que tengo la cabeza atestada de cosas de las que más tarde, es decir, cuando regrese a Barcelona, que será pasado mañana, escribiré a usted una carta más larga disertando aunque sea brevemente sobre algunos de sus conceptos. Repito, maestro, este es sólo un aviso de recibo. Reciba usted, mi excelente amigo, (¿me lo permite?) un abrazo de su admirador y servidor agradecido.
(Fdo.) Clemente Palma
—131→
Barcelona, 12 de abril de 1905
Señor don Miguel de Unamuno
Salamanca
Muy distinguido maestro:
Como no hallo la forma o manera de comenzar esta carta con circunloquios para suavemente caer en una pretensión, empezaré por exponerle lisa y llanamente ésta. Después usted dirá ¿Quiere usted, señor de Unamuno tener la amabilidad de honrar mi librito titulado Cuentos malévolos del que le adjunto los pliegos con un prologuito, cartita literaria, juicio rápido o lo que sea. ¿Qué con qué título (dirá usted) me presento ante usted para pedirle tan señalado favor? Con ninguno en verdad, puesto que el ser antiguo admirador de lo que usted escribe y ser mal escritor americano no son realmente títulos para solicitar de usted que pierda un cuarto de hora o poco más en llenar cuatro cuartillas en los que diga que mi librito es la octava maravilla o un fárrago de sandeces, que tengo talento o que tengo el piso alto desalquilado. En fin, señor de Unamuno usted dirá, si la lectura de esos pliegos que le remito le inspiran indulgencia para con este prójimo recurrente y si accede usted en prologarle su librejo, perdonándole la desfachatez con que lo solicitara de usted.
Como datos personales direle, señor que hace seis u ocho años me ha dado el naipe por escribir, que publiqué un librejo de crítica (qué se agotó) al que Clarín se dignó dedicar un palique agradable; que tengo 31 años, que soy doctor en Filosofía y Letras (me permito remitirle un ejemplar de mis tesis); que desde hace dos años soy cónsul del Perú en Barcelona y que mi padre es don Ricardo Palma, escritor peruano del cual se tuvo usted la bondad de ocuparse recientemente, con motivo de su último libro Papeletas lexicográficas.
Me he permitido dedicar a usted uno de los cuentos titulado «El hijo pródigo». El librejo contendrá dos o tres pliegos más con la conclusión del cuento pendiente y otro cuento más.
Una majadería más, necesito ir al Perú en el mes próximo y quisiera que el libro estuviera editado para esa época. Ya me parece señor Unamuno verle estallar de indignación -No sólo es usted bellaco como impertinente señor mío ¿Quiere usted que abandone mis clases, mis labores de rector, mis —132→ lecturas, mis libros, mis correspondencias y mis infinitos trabajos por prologar esas cuatro vaciedades que me remite usted ¡Vaya que es usted fresco!-. Aguanto el chubasco, inclino la cabeza y quedo esperando sus órdenes suscribiéndome su admirador y servidor adicto que le besa la mano.
(Fdo.) Clemente Palma
—133→
Lima, diciembre 21 de 1905
Señor don Miguel de Unamuno
Salamanca
Queridísimo maestro y amigo:
Ha de imaginarse usted que en virtud o mejor dicho en vicio de una indolencia bien censurable he olvidado las protestas de leal y buena amistad que le hiciera en horas de bullente y entusiasta gratitud inspirada por el bondadoso prólogo con que honró mi librejo; hecho el servicio desvaneciéronse las buenas intenciones. Pero no es así mi señor don Miguel, puede usted creer que en mi destartalado barco están perennemente encendidos los fanales de mi admiración y de mi cariño respetuoso al bondadoso maestro que me obligó con sus consejos, me ganó con sus amabilidades y me sedujo con el brío y la sustancia de su talento verdaderamente excepcional y típico. Y no quiero insistir más en probarle, mi ilustre maestro, que mucho le quiero y mucho le admiro, porque bien sabe usted que en la América Latina sólo le desestiman y le guardan inquina los despenados.
Mucho me alegro de haber sentido la misma impresión que usted con el libro de un señor Subercaseaux, chileno, titulado La ciudad de las ciudades. Digo esto únicamente por lo que apunta usted en sus cartas a mi padre y al señor Riva Agüero, pues aún no he leído su juicio publicado en La Lectura. Estoy ansioso por leerlo así como el juicio sobre la sustanciosa tesis del joven Riva Agüero. Espero que el próximo correo traiga esa revista. El snobismo un tanto ridículo y el chilenismo del señor Subercaseaux me hicieron tan mala impresión que resolví no ocuparme del libro y limitarme a tomarle ligeramente el pelo a ese señor.
Después de los Cuentos malévolos no he publicado nada más. En preparación tengo varios librejos que publicaré más tarde cuando tenga tranquilidad para corregirlos, dinero para imprimirlos y entusiasmo para tomar el asunto con amor. No recuerdo si alguna vez le remití mis tesis del bachillerato y doctorado en Letras y Filosofía. Se las mando, aún cuando sean cosa fiambre pues datan de 1897. También le envío un ejemplar de una revista literaria que se publica en Lima, Prisma, del que soy uno de los redactores. Esta revista incondicionalmente está a las órdenes de usted y en adelante haré que se la envíen. No me atrevo a pedirle nada para ella porque sería abusar; no obstante... me insinúo simplemente. Próximamente publicaré un retrato —134→ de usted y a nadie le consentiré que me arrebate el gusto de escribir sobre la personalidad literaria más simpática de España. El último trabajo un poco serio que he publicado es un estudio sobre un poema español (muy malo) sobre la conquista y las guerras de Almagro y Pizarro escrito a mediados del siglo XVI. Actualmente tengo la dirección de El Ateneo, órgano de esta institución. Le remito también ejemplar del último número. En el número próximo que saldrá a principios de Enero reproduciré el artículo de usted sobre el libro de Riva Agüero.
Con quien tengo el gusto de hablar con frecuencia de usted, mi querido maestro, es con Luis Ulloa, que le profesa gran admiración y cariño. No me perdono la torpeza de haber iniciado nuestra amistad en vísperas de abandonar España, cuando ya no me era posible ir a Salamanca a visitarle y conocerle personalmente. Siento los deseos más vivos de regresar a la tierra de usted y, si se realizan ciertas esperanzas que acaricio, confío en que dentro de dos o tres años podré regresar a España y entonces, maestro, no será flojo el abrazo que daré a usted.
Tengo para saborear y deleitarme el libro de usted Vida de Don Quijote y Sancho, del que oigo a mi padre hacer elogios entusiastas.
Sin otro particular por ahora le saluda con todo afecto su admirador y amigo adicto que le besa la mano.
(Fdo.) Clemente Palma
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4. Referencias bibliográficas
Transcripción de los manuscritos de las cartas de Ricardo y Clemente Palma a don Miguel de Unamuno, cuyos originales forman parte del Archivo de la Casa Museo del ilustre humanista español.
Epistolario de Ricardo Palma. Lima Ed. Cultura Antártica, 1949, Tomo II, pp. 349 al 400.