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DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA

DORIS GIBSON PARRA Y FRANCISCO IGARTUA ROVIRA
FRANCISCO IGARTUA CON DORIS GIBSON, PIEZA CLAVE EN LA FUNDACION DE OIGA, EN 1950 CONFUNDARIAN CARETAS.

«También la providencia fue bondadosa conmigo, al haberme permitido -poniendo a parte estos años que acabo de relatar- escribir siempre en periódicos de mi propiedad, sin atadura alguna, tomando los riesgos y las decisiones dictadas por mi conciencia en el tono en que se me iba la pluma, no siempre dentro de la mesura que tanto gusta a la gente limeña. Fundé Caretas y Oiga, aunque ésta tuvo un primer nacimiento en noviembre de 1948, ocasión en la que también conté con la ayuda decisiva de Doris Gibson, mi socia, mi colaboradora, mi compañera, mi sostén en Caretas, que apareció el año 50. Pero éste es asunto que he tocado ampliamente en un ensayo sobre la prensa revisteril que publiqué años atrás y que, quién sabe, reaparezca en esta edición con algunas enmiendas y añadiduras». FRANCISCO IGARTUA - «ANDANZAS DE UN PERIODISTA MÁS DE 50 AÑOS DE LUCHA EN EL PERÚ - OIGA 9 DE NOVIEMBRE DE 1992»

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«Cierra Oiga para no prostituir sus banderas, o sea sus ideales que fueron y son de los peruanos amantes de las libertades cívicas, de la democracia y de la tolerancia, aunque seamos intolerantes contra la corrupción, con el juego sucio de los gobernantes y de sus autoridades. El pecado de la revista, su pecado mayor, fue quien sabe ser intransigente con su verdad» FRANCISCO IGARTUA – «ADIÓS CON LA SATISFACCIÓN DE NO HABER CLAUDICADO», EDITORIAL «ADIÓS AMIGOS Y ENEMIGOS», OIGA 5 DE SEPTIEMBRE DE 1995

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU

LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

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LIMAKO ARANTZAZU EUZKO ETXEA - CENTRO VASCO PERU
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO

«Siendo la paz el más difícil y, a la vez, el supremo anhelo de los pueblos, las delegaciones presentes en este Segundo Congreso de las Colectividades Vascas, con la serena perspectiva que da la distancia, respaldan a la sociedad vasca, al Gobierno de Euskadi y a las demás instituciones vascas en su empeño por llevar adelante el proceso de paz ya iniciado y en el que todos estamos comprometidos.» FRANCISCO IGARTUA - TEXTO SOMETIDO A LA APROBACION DE LA ASAMBLEA Y QUE FUE APROBADO POR UNANIMIDAD - VITORIA-GASTEIZ, 27 DE OCTUBRE DE 1999.

«Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada-repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio -porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluido el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando «y yo lo soy puro, por los dieciséis costados». Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América» - FRANCISCO IGARTUA - AMERICA Y LAS EUSKALETXEAK - EUSKONEWS & MEDIA 72.ZBK 24-31 DE MARZO 2000

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jueves, 16 de mayo de 2013

CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU

SANTA GEMA Y EL CENTENARIO

La presencia de Santa Gema viene muy bien para darle olor de Cristo al Centenario de los Pasionistas en el Perú.

Hoy, 16 de mayo, hemos celebrado su fiesta a lo largo y ancho del mundo pasionista.


Santuario-parroquia de Santa Gema (Madrid)
Santuario-parroquia de Santa Gema (A Coruña)
Santuario-parroquia de Santa Gema (Barcelona)
Santuario-parroquia de Valencia

CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU

HOY, 16 DE MAYO, FIESTA DE SANTA GEMA GALGANI

Dentro del Centenario queremos ofrecer un cálido espacio a una joven italiana que, aunque "oficialmente" no llegó a ser Religiosa pasionista, como era su deseo, ocupa sin embargo un lugar privilegiado en el santoral de nuestra Congregación. Su espiritualidad estaba enraizada en el carisma de San Pablo de la Cruz y su director espiritual, en sus últimos tres años, fue el pasionista P. Germán de San Estanislao. Su nombre: SANTA GEMA GALGANI.
  
Nació el 12 de marzo de 1878 en Camigliano, una aldea cerca de Lucca, en Italia. Gema es la palabra italiana para “gema”, piedra preciosa. Su padre era un farmacéutico próspero y su madre era también de noble linaje. Los Galgani eran católicos y fueron bendecidos con ocho hijos. Gema, la cuarta hija y la primera niña de la familia, desarrolló una atracción irresistible hacia la oración cuando era aún muy joven. Esto fue resultado de su piadosa madre, quien enseñó a Gema las verdades de la fe católica romana. La madre infundió especialmente en el alma preciosa de su hija el amor a Cristo crucificado.

La joven santa se aplicó con celo a la devoción. Cuando Gema tenía sólo cinco años, leía los Oficios de Nuestra Señora tan fácil y rápidamente como si fuera una persona mayor.

Cuando la madre de Santa Gema tenía que realizar sus quehaceres diarios de ama de casa, la pequeña Gema tiraría de la falda de su madre y diría: “Mamá, dime un poco más sobre Jesús”.

Desgraciadamente, la madre de Gema murió pronto. El día en que Gema recibió el sacramento de la confirmación, mientras ardientemente rezaba en la misa para que su madre recobrara la salud (la Sra. Galgani estaba gravemente enferma), escuchó una voz inconfundible dentro de su corazón que decía: “¿Me darás a tu mamá?”. “Sí”, respondió Gema a la voz, “pero con tal de que tú me lleves también”. “No”, replicó la voz, “dame a tu madre sin reservas. Por el momento tú tienes que permanecer con tu padre. Yo te llevaré al cielo más tarde”. Gema simplemente respondió “sí”. Este “sí” iba a ser repetido a través de toda la corta vida de Santa Gema en respuesta a la invitación de Nuestro Señor a sufrir por Él.

Siguiendo la muerte de su amada madre, Gema fue enviada por su padre a un internado católico en Lucca, regentado por las Hermanas de Santa Zita.
Reflexionando sobre sus días de escuela más tarde diría: “Comencé a ir a la escuela de las hermanas; estaba en el paraíso”.
Destacó en francés, aritmética y música y, en 1893, ganó el gran Premio de Oro por su conocimiento religioso. Uno de sus maestros en la escuela lo resumió muy bien al decir: “Ella (Gema) era el alma de la escuela”.
Gema había estado preparándose arduamente para su Primera Comunión. Ella acostumbraba a suplicar: “Denme a Jesús... y verán qué buena seré. Tendré un gran cambio. Nunca más cometeré un pecado. Dénmelo. Lo anhelo tanto, no puedo vivir sin Él”.
A Gema se le permitió recibir la Primera Comunión a los nueve años de edad, la cual era una edad más temprana que la usual. Con el permiso de su padre fue a un convento durante diez días para prepararse intensivamente para este solemne evento.

El gran día de Gema finalmente llegó el 20 de junio de 1887, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. En sus propias palabras ella describió su primer encuentro íntimo con Cristo en Sagrado Sacramento de este modo:

“Es imposible explicar lo que entonces pasó entre Jesús y yo. Él se hizo sentir ¡tan fuertemente en mi alma!”

Erico Galgani
El siguiente incidente mayor en la vida de Santa Gema fue cuando su padre murió en 1897. Como resultado de su gran generosidad, de la falta de escrúpulos de sus contactos en negocios y de sus acreedores, sus hijos se quedaron sin nada, y no tenían siquiera los medios para mantenerse. Gema tenía sólo diecinueve años, pero tenía ya una experiencia mayor en cargar la cruz.

Gema pronto comenzó a enfermar. Se le desarrolló una curvatura en la columna vertebral. Le dio también una meningitis dejándola con una pérdida de oído temporal. Largos absesos se le formaron en la cabeza, el pelo se le cayó, y finalmente las extremidades se le paralizaron. Un doctor fue llamado y trató muchos remedios, los cuales fallaron todos. Sólo se puso peor.
Gema comenzó entonces su devoción al Venerable Gabriel Possenti de la Dolorosa (ahora San Gabriel) . En su lecho de dolor ella leyó la historia de su vida. Más tarde ella escribió acerca del Venerable Gabriel:
“Creció mi admiración de sus virtudes y sus maneras. Mi devoción hacia él se incrementó. En la noche no dormía sin tener su retrato bajo mi almohada, y después comencé a verlo cerca de mí. No sé cómo explicar esto, pero sentía su presencia. Todo el tiempo y en toda acción, el hermano Gabriel venía a mi mente".

Gema, ahora de veinte años, parecía estar en su lecho de muerte. Una novena fue sugerida como la única posibilidad de cura. A la medianoche del 23 de febrero de 1898, escuchó el ruidito de un rosario y comprendió que el venerable Gabriel se estaba apareciendo ante ella. El habló a Gema. “¿Deseas recobrar la salud? Reza con fe cada noche al Sagrado Corazón de Jesús. Yo vendré a ti hasta que la novena se haya terminado, y rezaremos juntos al Sacratísimo Corazón”.

El primer viernes de marzo la novena terminó. La gracia fue concedida: Gema estaba curada. Al levantarse,  alrededor de ella lloraron de alegría. Sí, ¡un milagro había sido llevado a cabo!

Gema, ahora en perfecta salud, había deseado siempre ser consagrada monja, pero esto no iba a ser así. Dios tenía otros planes para ella. El 8 de junio de 1898, después de recibir la Comunión, Nuestro Señor dejó a su servidora saber que aquella misma noche le regalaría con una extraordinaria gracia.

Gema fue a casa y rezó. Ella cayó en éxtasis y sintió un enorme remordimiento por pecar. La bendita Virgen María, a quien Santa Gema era tremendamente devota, se le apareció y le habló: “Mi hijo Jesús te ama más allá de la medida, y desea darte una gracia: yo seré una madre para ti. ¿Serás tú una verdadera hija?”
La bendita Virgen María abrió entonces su manto y cubrió a Gema con él.

Así es como Santa Gema relata cómo recibió los estigmas: “En ese momento Jesús apareció con todas sus heridas abiertas, pero de estas heridas ya no salía sangre, sino flamas. En un instante estas flamas me tocaron las manos, los pies y el corazón. Sentí como si estuviera muriendo, y habría caído al suelo de no haberme sostenido mi madre en alto, mientras todo el tiempo yo permanecía bajo su manto. Tuve que permanecer varias horas en esa posición. Finalmente ella me besó en la frente y desapareció, y yo me encontré arrodillada. Yo aún sentía un gran dolor en las manos, los pies y el corazón. Me levanté para ir a la cama, y me di cuenta de que la sangre estaba brotando de aquellas partes donde yo sentía el dolor. Me las cubrí tan bien como pude, y entonces, ayudada por mi Angel, fui capaz de ir a la cama...” Muchas gentes, incluyendo los respetados eclesiásticos de la Iglesia, fueron testigos de este milagro de los estigmas, los cuales recurrieron durante la mayor parte del resto de su vida. Un testigo declaró: “La sangre salía (de Santa Gema) de sus heridas en gran abundancia. Cuando ella se levantaba, fluía al suelo, y cuando estaba en cama no sólo mojaba las sábanas, sino que saturaba el colchón entero. Yo medí algunos de estos arrollos o estanques de sangre, y eran de entre veinte y veinticinco pulgadas de largo y más o menos dos pulgadas de ancho”.

Como San Francisco de Asís y el Padre Pío, Gema también puede decir: “Nemo nihi molestus sit. Ego enim stigmanta Dimini Jesu in corpore meo porto”. Ningún hombre me dañe, puesto que llevo las marcas de Nuestro Señor en el cuerpo”.

A los veintiún años de edad, Gema fue acogida por una generosa familia italiana, los Giannini. La familia ya tenía once hijos, pero estaban contentos de darle la bienvenida a esta joven y pía huérfana en su hogar. La madre de la familia, la Señora Cecilia Giannini diría más tarde de Gema: “Puedo declarar bajo juramento que durante los tres años y ocho meses en que Gema estuvo con nosotros, nunca supe del menor problema en nuestra familia por su causa, y nunca noté en ella el mínimo defecto. Repito: ni el menor problema ni el mínimo defecto”.

Santa Gema diligentemente ayudaba con los quehaceres de esta familia numerosa. Tenía también tiempo para rezar, que era su actividad favorita. A través de la Providencia, ella consiguió al bendito Pasionista Padre Germán, C.P., como director espiritual a quien ella era totalmente obediente.

El Padre Germán, un teólogo eminente en cuanto a la oración mística, notó que Gema tenía la más profunda vida de oración y resultante unidad con Dios. El estaba convencido de que su “Gema de Cristo” había pasado por todos los nueve estados clásicos de la vida interior.

Gema iba a misa dos veces al día, recibiendo la comunión en una. Ella rezaba las oraciones con fe  y por las noches, con la Sra. Giannini, iba a las vísperas. En todos sus ejercicios espirituales ni una sola vez descuidó sus quehaceres diarios en la casa de los Giannini.

El ángel guardián de Santa Gema se le aparecía frecuentemente. Los dos conversaban de la misma manera en que se habla entre los mejores amigos. La pureza e inocencia de Gema debe haber atraído a este glorioso ángel desde del cielo hasta su lado. Gema y su ángel con sus alas extendidas o arrodillado a su lado, recitaban juntos jaculatorias o salmos alternadamente. Cuando meditaban sobre la pasión de Nuestro Señor, su ángel la inspiraba con los más sublimes pensamientos de este misterio. Su ángel guardián una vez le dijo sobre la agonía de Cristo: “Mira lo que Jesús ha sufrido por los hombres. Considera sus heridas una por una. Es el amor lo que las abrió todas. Ve lo execrable (horrible) que el pecado es, ya que para expiarlo, tanto dolor y tanto amor han sido necesarios”.

En 1902 Gema, con buena salud desde su cura milagrosa, se ofreció a Dios como víctima por la salvación de las almas. Jesús la aceptó, y ella cayó peligrosamente enferma. No podía pasar ningún alimento. Aunque recobró brevemente la salud a través de la Divina Providencia, rápidamente volvió a caer enferma. El 21 de septiembre de 1902, comenzó a vomitar pura sangre que venía de los espasmos violentos de amor de su corazón. Mientras tanto, pasaba por un martirio espiritual que ella experimentaba como aridez y desconsuelo en sus ejercicios espirituales. Para añadir, el demonio enemigo multiplicaba sus ataques contra la joven “Virgen de Lucca”. Satanás redoblaba la guerra contra Gema porque sabía que su fin se acercaba. El se esforzaba para persuadirla de que había sido enteramente abandonada por Dios, usando sus infernales apariciones e incluso asestando golpes físicos contra su frágil cuerpo. Un testigo que estaba cuidando a Gema dijo: “Aquella bestia abominable será el final de nuestra querida Gema -golpes sordos, formas de animales feroces, etc.- Me alejé de ella con lágrimas porque el demonio la estaba desgastando.”

Gema incesantemente invocaba los nombres sagrados de Jesús y María, aún la batalla se libraba en ella. Su director espiritual, el venerable P. Germán, en cuanto a la última batalla de Gema, declaró: “La pobre sufriente pasó días, semanas y meses de esta manera, dándonos ejemplo de paciencia heróica y motivos para sentir un benéfico temor a lo que pueda pasarnos, de no tener los méritos de Gema, a la hora de nuestra muerte”.

Aún así, a través de todas estas pruebas, Gema nunca se quejó, solamente oraba. Gema estaba llegando al final. Era prácticamente un esqueleto viviente, pero todavía bello a pesar de los estragos de su enfermedad. Se le administraron los sagrados viáticos. En sus últimas palabras, dijo: “No busco nada más. He hecho a Dios el sacrificio de todo y de todos. Ahora me preparo para morir.” Boqueando, gritó: “Ahora realmente es verdad que nada mío queda, Jesús. ¡Encomiendo mi pobre alma a ti, Jesús!” Gema entonces sonrió y dejando caer la cabeza a un lado, dejó de vivir.

Una de las hermanas presente en su lecho de muerte, vistió el cuerpo de Gema con los hábitos de las Pasionarias, que era la orden a la que Gema siempre había aspirado. Su muerte bendita tuvo lugar el Sábado Santo, 11 de abril de 1903. Gema Galgani tenía veinticinco años.

Las autoridades de la Iglesia comenzaron a estudiar la vida de Gema en 1917, y fue beatificada en 1933. El decreto aprobando los milagros para la canonización fue leido el veintiséis de marzo de 1939, Domingo de Pasión.

Gema Galgani fue canonizada el 2 de mayo de 1940 por Pío XII, sólo treinta y siete años después de su muerte.

Santa Gema, ruega por nosotros.

CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU

SAN ISIDRO SE UNE A LAS CELEBRACIONES POR EL CENTENARIOPASIONISTA EN EL PERÚ

La Municipalidad de San Isidro se une a las celebraciones por el centenario de la llegada al Perú de la congregación Pasionista, cuyos miembros administran la parroquia Virgen del Pilar, una de las más emblemáticas del distrito.
El alcalde de Raúl Cantella Salaverry y un numeroso grupo de vecinos participaron del anuncio de las actividades que realizó monseñor Miguel Irízar Campos, obispo emérito del Callao y Yurimaguas, en el auditorio del Centro Cultural “El Olivar”, junto a los principales directivos de la congregación Pasionista.
En Lima, el domingo 26 de mayo se realizará la Eucaristía de Apertura del Centenario en la parroquia Virgen del Pilar de San Isidro (Lima) y contará con la presencia de importantes personalidades religiosas, sociales y políticas del país.
El prelado agregó que las celebraciones se efectuarán en simultáneo en la capital como en las ciudades de Tarapoto, Moyobamba, Yurimaguas y Lamas, lugares donde los Pasionistas realizaron una intensa labor de evangelización en beneficio de los más necesitados.
Los Pasionistas llegaron en 1913, partiendo del puerto de Bilbao, España, hacia la Amazonía peruana, invitados por el Obispo de Chachapoyas, monseñor Emilio Lissón, para adentrarse en territorios desconocidos.
Desde esa fecha han realizado una significativa obra evangelizadora por medio del verbo e incluso no dudaron en utilizar los medios de comunicación para llevar la palabra de Dios.

Fuente:
Municipalidad de San Isidro
Fondo Editorial Revista Oiga
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu
Ilustre Cofradía Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu 

CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


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CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU


Arriba: cuatro de los Obispos pasionistas que vinieron pastoreando el extenso campo de la Misión en tierra amazónica. Mons. Santos Iztueta (fallecido), Mons. Venancio Orbe (fallecido), Mons. Miguel Irízar (emérito) y Mons. José Luís Astigarraga (actual Obispo de Yurimaguas). Faltan Mons. Atanasio Jáuregui, Elías Olázar y Martin Elorza (fallecidos). En total, siete Obispos pasionistas misioneros. Abajo: los 12 primeros misioneros pasionistas llegados al Perú.

CENTENARIO PASIONISTA DEL PERU



Tal como estaba anunciado, hoy 15 de mayo de 2013, a las 11 de la mañana, ha tenido lugar la presentación y el pregón del gran evento pasionista en tierras peruanas.

En el Centro Cultural "El Olivar", a doscientos metros de la parroquia del Pilar de San Isidro-Lima, el periodista de Radio Programas del Perú, Miguel Humberto Aguirre, hizo una breve y enjundiosa presentación del acto a celebrar.

A continuación, Mons. Miguel Irízar, Obispo emérito del Callao y miembro de la Congregación Pasionista, ofreció una amplia exposición de la labor desarrollada por los Pasionistas a lo largo de estos cien años de labor misionera.

Todo ello acompañado en la pantalla por viejas películas y fotos de la Misión, lo cual venía a subrayar con hechos el discurso del conferenciante.

Con el acto de hoy se da inicio oficial al Centenario cuyo programa iremos anunciando puntualmente para los lectores de este blog.

Fuente:
Congregación Pasionista del Perú



La producción literaria de los jesuitas vascos expulsados: (1767-1815) / Jesús Sanjosé del Campo


La producción literaria de los jesuitas vascos expulsados (1767-1815)1
Jesús Sanjosé del Campo


La importancia del estudio de los jesuitas vascos del siglo XVIII reside en que sus tesis, como ha apuntado recientemente Martín Almagro Gorbea, «mantenidas de manera más o menos consciente, pero siempre con contumacia, han constituido las bases para los modelos interpretativos de la Prehistoria del País Vasco desde sus inicios, en el siglo XIX, hasta la actualidad. Además, dicha visión fue asimilada al ideario político del tradicionalismo carlista, del que pasó al nacionalista vasco».
Dos aspectos relevantes quedan claros desde la introducción: el sentido en el que se utiliza el término literatura y el de la escasa producción literaria de los jesuitas vascos en el exilio. Sobre el primero, afirma el autor que entiende por «literatura», en su acepción más amplia, cualquier tipo de escrito y de cualquier materia, como se interpretaba en el siglo XVIII, a saber, «todo lo que pertenece a las letras, ciencias o estudios», como se recoge en el Diccionario académico de 1780. Sobre el segundo, mantiene que la productividad de los jesuitas vascos en el exilio fue escasa, con lo que el prometedor movimiento literario euskaldún, que había sido liderado por el P. Manuel de Larramendi, se corta de raíz desde el momento en el que estos hombres son arrancados de los valles y montañas en los que habían nacido.
Justifica además el trabajo, afirmando que la presencia literaria y científica de los jesuitas vascos en Italia en la segunda mitad del siglo XVIII, constituye un fenómeno que todavía no ha sido estudiado en sus verdaderas dimensiones. A pesar de la creciente bibliografía sobre el jesuitismo expulso, poco se ha investigado hasta el momento sobre los seguidores vascos de Ignacio de Loyola en los Estados Pontificios, durante la etapa más crítica de toda la larga vida de la Compañía de Jesús, la que va desde 1767 hasta 1815, que, al mismo tiempo, es el primer exilio político (no religioso o racial) masivo de la España Moderna2.


Tres áreas literarias diferentes
El estudio comienza definiendo tres áreas literarias diferentes de investigación. La primera, que denomina literatura de expatriación, abarcaría toda la problemática de las causas que motivaron la decisión real de privar de la nacionalidad a los seguidores de Ignacio de Loyola y de excluirlos de los territorios del imperio hispano. Como es natural, deja de lado el estudio de esta parte, ya que su temática desborda los límites fijados para el presente trabajo.
La segunda, que califica de literatura de expulsión, abarcaría las obras en las que los jesuitas expulsados dejan sus propios testimonios sobre los momentos pasados, la intimación a la que se vieron sometidos y el penoso viaje que tuvieron que emprender camino del destierro. Algunos aludieron a esa triste etapa de su vida en el marco de relatos más amplios, como el alavés Manuel Joaquín Uriarte, misionero en la provincia de Quito, cuya cuarta y última parte de su Diario de un misionero de Maynas, relata los pormenores de la expulsión y su llegada a Rávena, después de dos años de peripecias. Otros escribieron relatos específicos sobre la expulsión, como el guipuzcoano José Yarza, misionero en Nuevo Reino de Granada, quien entretuvo su largo destierro en Gubbio con un relato en latín, Iter exilium Jesuitarum in Italiam (1773), conservado inédito en el Archivo Romano de la Compañía de Jesús. Incluso el polígrafo Esteban Terreros parece que escribió «tres diarios de sus caminos y aventuras», según su propia confesión. A juzgar por estos testimonios, los jesuitas residentes en colegios de Euskadi fueron tratados con corrección durante el arresto, a lo que contribuyó la habilidad de los superiores jesuíticos, muchos de ellos vascos.
Un panorama distinto nos ofrece la literatura del exilio, tercer apartado, según la clasificación del autor, y objeto principal del estudio. Precisamente la escasez de producción en este tercer apartado es lo que lleva a Astorgano a indagar en las biografías de los vascos expulsos para conocer en qué empleaban su tiempo libre, al parecer, más que abundante. Con ello, se sale del marco estrictamente literario, dibujando un panorama mucho más amplio.


Una producción escasa y poco rentable
Dentro de las circunstancias penosas que conlleva todo destierro, los jesuitas vascos, casi todos radicados en Bolonia, llevaron allí una vida cómoda, facilitada por alivios o socorros de todo tipo que les facilitaban sus eficaces redes familiares desde España.
A juicio de Astorgano, uno de los estímulos más poderosos que movió a escribir a los jesuitas de otras provincias, sobre todo a partir de 1778, fue el de tratar de conseguir la recompensa de un aumento de pensión por parte del Gobierno madrileño, a partir de la toma de posesión del Conde de Floridablanca. No ocurrió esto con los jesuitas vasco-navarros, que aunque alguna vez solicitaron aumento en sus pensiones, no perseguían con ello esa recompensa económica, manteniendo una producción escasa y siempre dedicada a los temas que les apetecía, especialmente a algunos tan poco valorados por los regalistas como la historia eclesiástica.
Simplificando, podemos decir que el período de mayor esplendor de la producción literaria jesuítica en general, globalmente considerada, fructificó en el período 1778-1789, mientras que la de los jesuitas vascos se dio en el primer y más difícil período del exilio 1767-1777, no aprovechándose de las ventajas y «mayor apertura» facilitadas a los jesuitas expulsos por el nuevo primer ministro, Conde de Floridablanca, cosa que sí hicieron los de otras provincias, como las de Aragón o México.
Da la impresión de que los jesuitas vasco-navarros no superaron la primera etapa del exilio y continuaron absortos en el mundo anterior a la expulsión. Cuando se relacionaban con el Gobierno español no lo hacían con la sumisión del mecenazgo literario, es decir, del escritor que escribe al hilo de la actualidad halagando al poderoso de turno, sino para reclamar sus derechos anteriores (caso de Terreros respecto a los derechos de autor de su famoso Diccionario Quadrilingüe).


Jesuitas con nombres propios
La obra de Astorgano está estructurada en once capítulos, seguidos de unas conclusiones y de un apéndice con una treintena de semblanzas de escritores jesuitas expulsos vascos.
Tras el capítulo segundo, dedicado a esclarecer las fuentes para conocer la literatura del exilio de los jesuitas vascos, el tercero afronta el tema de los antecedentes. En cuanto a los números, afirma el autor que el total del colectivo jesuítico expulsado, entre España y América, rondaba en torno a las 6.000 personas; dentro de ellos unos 600 eran literatos3, escribían, y de ellos 80 procedían de la Provincia jesuítica de Castilla, a la que pertenecía el País Vasco y Navarra.
Dentro de ellos, destaca Astorgano a los PP. Larramendi, Calatayud, Cardaveraz, Mendiburu e Idiáquez, «amigos entre sí, destacados escritores y líderes respetados no sólo en Euskadi, sino también dentro de la Provincia jesuítica de Castilla». Todos ellos escribieron sobre religión, moral, cultura, euskera y letras, antes del exilio. Fueron al destierro, igualmente, algunos jesuitas vascos que eran profesores en la Universidad, como los bilbaínos Miguel Ignacio de Ordeñana y Gabriel del Barco, o en el colegio de Salamanca, donde impartían diversas cátedras, entre otros, el famoso P. Francisco Xavier de Idiáquez, o Antonio Eusebio Samaniego, hermano del fabulista.



Relevancia social
El capítulo cuarto está destinado a dar señal de las noticias sobre los provinciales vascos expulsos, personas que además de tener un relieve dentro de la Orden, lo tenían también dentro de la sociedad. El pamplonés Francisco Javier de Idiáquez, «humanista, provincial y líder de los jesuitas de la Provincia de Castilla, vizconde de Zolina como primogénito de los duques de Granada de Ega», que trató de detener la expulsión valiéndose de su influencia en la Corte sin éxito. El vizcaíno Lorenzo de Uriarte, profesor en varios colegios y rector de alguno, más tarde provincial de Castilla. El guipuzcoano Manuel Balzátegui, provincial en el Nuevo Reino de Granada (actuales Colombia y Venezuela), autor de varias obras filosóficas y científicas de uso en la Universidad Javeriana de Bogotá, que durante su exilio, siguió escribiendo en italiano. El guerniqués Bernardo Pazuengos, provincial en las Filipinas.


Que va desapareciendo de forma paulatina
En el capítulo quinto estudia Astorgano la «Permanencia del jesuitismo después de la expulsión entre 1767 y 1773». Afirma el autor que los jesuitas, que antes de la expulsión tenían una gran influencia en la sociedad rural vasca, comienzan a perderla no sólo por efecto de su ausencia física, sino por las campañas laicistas del gobierno ilustrado que llega incluso a prohibir la correspondencia entre los expulsados y sus amigos que permanecen en el País Vasco, aunque unos y otros encuentren maneras para burlar esta prohibición.
Relata, también, cómo existían en el interior de Euskadi algunos reductos de ex-novicios que nunca ocultaron su filiación a la Compañía, o sacerdotes seculares que manifiestan su condición a favor de los jesuitas de forma abierta, exponiéndose a menudo a sufrir los castigos del regalismo gobernante. Además, dedica una parte a estudiar el desarrollo de dos colegios emblemáticos relacionados con la Real Sociedad Bascongada: el de Loyola y el de Azkoitia. El primero, de una relevancia especial para la Orden al haber nacido allí San Ignacio, que albergaba antes de la expulsión un buen archivo y una magnífica biblioteca, abandonados ambos hasta que entre 1798 y 1806 se refugian allí los monjes premonstratenses del monasterio de Urdax (Navarra), tras el saqueo de su monasterio. El segundo, en el que si bien las relaciones de los jesuitas con la Bascongada fueron correctas, pero no amistosas, famoso por los ilustres profesores que enseñaron en él, los PP. Cardaveraz, el filólogo José de Beovide o Juan Bautista Iriarte, que era director en el momento de la expulsión.


Y se recrea literariamente
Resultan especialmente entrañables los capítulos siguientes. En el sexto, bajo el título «La atracción del "paraíso" vascongado», muestra Astorgano a «los jesuitas vascos que se quedaron en Euskadi, los que debieron quedarse y los que intentaron librarse del destierro». Manifiesta en él el conocimiento profundo que posee sobre el jesuita Hervás, pues siguiendo esta fuente, y otras, recrea las incidencias sentimentales de los exiliados vascos, que recordaban su tierra como un lugar idílico. Enriquece todo ello con una amplia nómina de los jesuitas que amaban tanto a su tierra, que, a pesar del peligro que suponía, se asentaron en Francia con el único interés de vivir lo más cerca de la frontera española.
En el séptimo, titulado «La vida cotidiana de un jesuita desterrado vasco», recuerda que, al principio, pasaron muchas penalidades físicas, intelectuales y religiosas, según los lugares de residencia, pero, «con el tiempo, mejorarán esas circunstancias y los jesuitas más pudientes, como Antonio Samaniego o el P. Idiáquez, irán solicitando permiso para tener sus oratorios privados en sus respectivos domicilios, como se puede comprobar en los archivos episcopales de las ciudades en las que residieron, como Bolonia o Ferrara».
Y es que, después de la supresión de la Compañía en 1773, los jesuitas, al convertirse en clérigos seculares, sin votos que los aten, cambian y diversifican la vida uniforme que habían mantenido hasta el momento, según anota el estricto P. Luengo, que seguía defendiendo las esencias jesuíticas de la vida en común. Además, los socorros recibidos por los exiliados variarán notablemente según los bienes de las familias de las que dependían en el destierro, pues si eran nobles y tenían bienes era más fácil recibir ayuda. Concluye Astorgano que la casuística respecto a este punto fue muy variada, lo mismo que sobre la conservación de las costumbres y hábitos ignacianos y sobre las profesiones que tuvieron que adoptar para sobrevivir en el exilio.


Sobre los escritos
Descrito el contexto social de la nueva vida de los jesuitas, se introduce el autor en el meollo de la obra: la producción literaria misma. El capítulo octavo, titulado «Hacia una periodización de la literatura del exilio de los jesuitas vascos expulsos», comienza introduciendo al lector en la polémica acerca de si la periodización se debe hacer por géneros o por etapas cronológicas. Astorgano se muestra partidario de esto último4, estableciendo cuatro etapas.
La primera en la que figuran los jesuitas escritores vascos que murieron antes de 1777. Es la literatura de la expatriación y extinción de los jesuitas, en una época caracterizada por la mayor persecución por parte del regalismo madrileño, pero en la que aparecen obras importantes de expulsos vascos, como José Cardiel o Manuel Uriarte, Esteban Terreros, Miguel Ignacio de Ordeñana, Patricio Meagher...
La segunda, que denomina «período de esplendor», en la que figuran los jesuitas escritores vascos que murieron entre 1778 y 1789. Se producen en esta época los principales trabajos de Llampillas, Hervás, Juan Andrés, Vicente Requeno, Juan Francisco Masdeu, Antonio Eximeno, Juan Ignacio Molina, Esteban de Arteaga, segoviano de origen vasco, y entre los euscaldunes José Cardiel, Manuel Uriarte, Lorenzo Echave, Sebastián Mendiburu, Juan Hermenegildo Aguirre, Blas Miner...
La tercera, que caracteriza como «período de contracción en la producción literaria», comprende a los jesuitas vascos que fructificaron entre 1789 y 1798, y coincide con la Revolución francesa y el mayor control por el Estado de la producción literaria en general, incluida la de los jesuitas. En esta etapa sólo se pueden recordar algunos autores vasco-navarros, como Roque Menchaca y Domingo de Zuloaga, organizados en torno a una academia de Historia eclesiástica en Bolonia.
La cuarta, que denomina como «período de descontrol y de decadencia de la producción literaria de los ex jesuitas», integrada por los jesuitas vascos que murieron después de 1798. Se trata de una época durante la cual algunos jesuitas vascos retornaron a España para fallecer en Euskadi, como Francisco de Bazterrica, Manuel Uriarte o José de Beobide; otros «fueron obligados a emprender un segundo destierro en Italia y se reintegraron a la Compañía», como Joaquín Solano y Roque Menchaca, y otros vivieron libres y aislados en Italia.
El trabajo de esta última parte resulta especialmente valioso por la gran dificultad que ha tenido que superar el autor para reconstruir la vida de los literatos jesuitas de origen vasco en unos años tan revueltos política y bélicamente para poder ofrecernos datos creíbles acerca de los mismos.
Dedica el autor el capítulo noveno a hacer un minucioso estudio con el fin de encuadrar a cada jesuita escritor en su provincia geográfica de origen. Para ello, comienza aclarando al lector que la extensión de las obras de la Compañía de Jesús en cada una de ellas era muy desigual. En Guipúzcoa la Compañía atendía seis colegios, en Vizcaya tres y en Álava uno.
A pesar de tan escasa presencia en Álava, de esta provincia eran oriundos algunos eminentes literatos como José Cardiel, Adrián Antonio de Croce, Roque Menchaca y Manuel Joaquín Uriarte Rodríguez de Baquedano. En el caso de Guipúzcoa, que tenía más colegios y mayor número de jesuitas, y a pesar de que la labor de algunos de ellos en defensa del euskera, fue destacada en época temprana y anterior al exilio con la obra de Larramendi, Cardaveraz y Mendiburu, más adelante no aparecieron literatos tan relevantes, porque apenas si hallamos alguno que escribiera algo interesante, o en caso de que lo hicieran, su literatura no ha llegado a nosotros. En el caso de Vizcaya, los jesuitas fueron más relevantes como superiores que como literatos, produciendo escritores de menor relevancia literaria, como Miguel Ignacio Ordeñana, Joaquín Láriz y Martín Xarabeitia.
Eso sí, se da el caso de que «el príncipe de los escritores jesuitas vizcaínos expulsos fue el lexicógrafo Esteban Terreros, que estuvo toda su vida adscrito a la Provincia de Toledo», en cuyo espacio geográfico se debe estudiar... No olvida Astorgano pasar revista a los jesuitas de origen vasco que estaban destinados en las colonias, como las provincias de Nueva Granada, Nueva España y Filipinas, agrupando noticias hasta ahora ignoradas sobre ellos.
Cierra el conjunto con dos capítulos destinado uno a «La producción literaria de los coadjutores vascos expulsos», anotando que muchos de los que se encontraban en esta situación o bien abrazaron el sacerdocio o bien se casaron. Entre todos ellos hubo pocos que realizaran labores intelectuales y literarias. En «Los jesuitas que no escribieron nada en el destierro, a pesar de sus cualidades», reúne a un grupo de jesuitas que tenían habilidades intelectuales, pero que no redactaron nada en el exilio, como se observa en los casos de José Aztina o de Joaquín Solano.


En resumen
En las conclusiones, Astorgano recuerda que escritores tan eminentes como Juan Andrés, Esteban de Arteaga, Lorenzo Hervás, Pedro Montengón, José de Isla o Esteban Terreros escribieron en las difíciles circunstancias del exilio, y llama la atención hacia el hecho de que redactaron sus trabajos de investigación no sobre las manidas obras sacras, sino que se acercaron innovadoramente a la cultura y a las ciencias de su época a la luz de la Ilustración cristiana. Por el contrario, «prácticamente ningún jesuita expulso vasco manifestó su deseo de penetrar en los nuevos campos que la ciencia y la erudición les abrían, no sintiendo la necesidad de conciliar la tradición y la novedad», donde, salvo el caso de Terreros, apenas se pueden citar algunos nombres y títulos relevantes.
El libro se completa con un apéndice titulado «Semblanzas de escritores jesuitas expulsos vascos», en el que en 163 páginas incluye un listado con explicaciones básicas de la vida y las obras de 28 de estos autores y una bibliografía que avala la hondura de la investigación.
En resumen, dos son los valores que, a mi juicio, merece la pena destacar, uno de tipo extensivo y otro de tipo intensivo. En cuanto al primero, por la cantidad de trabajo que cualquier lector puede advertir a simple vista: no hay duda de que es un libro bien documentado, se han removido archivos, consultado fuentes, comparado documentos... En cuanto al segundo, porque detrás de todo este trabajo de archivo hay una mente con una magnífica capacidad de sistematización que ayuda al lector no especializado a hacerse una idea cabal de lo que se trata.
Es notable que tras este libro hay más de veinte años de trabajo y muchas otras publicaciones al respecto.

Fuente:
Fondo Editorial Revista Oiga
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu de Lima
Ilustre Hermandad Vascongada de Nuestra Señora de Arantzazu de Perú