Miguel de Unamuno.
Hay veces, como hoy, en que se siente uno cansado, abatido, sin ánimo de entrar en batalla... ni siquiera contra uno mismo, contra la abulia que se te adentra después de estar tratando de defenderte de la sinrazón tributaria del Estado, sin posibilidad alguna de que se te entienda que lo absurdo no puede ser norma legal. Quinientos soles de un olvido, error o descuido —demostración de la ineficiencia de la burocracia estatal— no pueden transformarse, en poco tiempo, en más de veintitrés mil soles de deuda. Esto es una exacción, un robo, un juego de cifras ficticias, irreales, totalmente absurdas y, por lo tanto, fuera del campo de lo factual, de la realidad. Y en esa irrealidad ando perdido estos días. Perdido e irritado, porque la irracionalidad me irrita; aunque más me irrita hacer de carnero, que es lo que estoy haciendo, en vista de que toda la prensa en la misma situación de OIGA —o sea, la casi totalidad del periodismo peruano— se ha sometido a los absurdos chantajes tributarios del gobierno.
No debiera extrañar, pues, que no tenga ánimo de escribir una línea, que no sepa qué decirles a ustedes, lectores amigos; pues, para escribir, hay primero que ir empollando en la mente algunas ideas para hacerlas parir. Y hoy veo a un lado amodorramiento, acomodo, conformismo; mientras crece al otro lado el abuso y el atropello y las maquiavélicas maniobras tributarias para amedrentar a la oposición se hacen himalayas.
Pero son los días en que hay que sacar coraje de esa misma fatiga que nos va venciendo. Eso sólo se logra recurriendo a las admoniciones de quienes, por diversas razones del destino, escogimos por maestros, por guías de nuestra conducta y nuestro oficio. También se encuentra rumbo escuchando, escudriñando, las voces de los lectores.
Por eso esta nota se inicia con una cita de Unamuno. En él, en mi maestro, de ética y de terquedad, he hallado el mismo consejo de algunos amigos: OIGA no debe minimizar su triunfo sobre Raúl Vittor y sobre su protector Fujimori. Las documentadas denuncias de OIGA hicieron caer al ministro de la Presidencia y envalentonan a otros denunciantes. Su labor de profilaxis abre camino, es acicate para los críticos medrosos y desanima a los pícaros en ciernes. Si no fuera por OIGA ese ladrón y mentiroso de Vittor seguiría de ministro, administrando los miles de millones que el fisco obtiene de los impuestos que el pueblo, los desposeídos pagan al comer un pan, un plato de tallarines o adquiriendo una medicina. Porque esa es la injusta estructura tributaria que ha impuesto al país este régimen.
Sí, algo ha adelantado OIGA denunciando al ladrón Vittor y logrando su renuncia. Y más adelantaremos si levantamos el ánimo y, poniendo de lado los aspectos adjetivos y personales de la confrontación de la señora Higuchi con su marido, nos hacemos eco de sus gravísimas acusaciones, que no hacen otra cosa que confirmar las denuncias de la oposición, principalmente desde estas columnas, sobre la corrupción del gobierno de Fujimori. La señora Susana Higuchi de Fujimori ha hecho ver que no sólo la burla a la Constitución, la arbitrariedad y el autoritarismo campean en el gobierno sino también la inmoralidad y los malos manejos financieros. No es sólo la voz de una ciudadana que reclama sus derechos políticos, caprichosos e inconstitucionalmente recortados por una ley con nombre propio —aprobada con premeditación, nocturnidad y alevosía—, sino el reclamo de decencia de una ciudadana que, desde el puesto de Primera Dama de la Nación, observa el latrocinio y la inmoralidad a su alrededor.
Lo que dice que le dijo el chismoso Rey y Rey, las pugnas de sentimientos de una dama herida por los maltratos del esposo, las contradictorias reacciones de una madre amenazada, son el envoltorio adjetivo, aunque con algunas tonalidades dramáticas, de una cuestión de Estado que ha adquirido máximo interés público: En el Perú no rige la ley sino el capricho de un Narciso, que en la historia universal —lo ha repetido varias veces— no encuentra una sola personalidad a la que él podría admirar; y que, en más de un discurso, ha tenido la osadía de insinuarse como fundador de un nuevo Perú con cordón umbilical unido sólo a nuestro pasado precolombino, dejando así de lado, borrando, nuestro ayer occidental y republicano. Algo verdaderamente chistoso: un oscuro profesor de matemáticas —si no fuera así hubiera estado en la UNI y no en la Agraria—, un astuto político y mediocre jefe de Estado, ¡pretendiendo deshacerse de Luna Pizarro, de Gálvez, de Grau y Bolognesi, de Piérola y Pardo, de Riva Agüero y Mariátegui! Chiste chicha, de sal gruesa, que da pena y ganas de llorar.
Por fortuna, buenas noticias soplarán desde el sur esta semana. Vientos nuevos prometen barrer los desquiciados delirios autoritarios de estos años, sin alterar los cambios de modernización producidos en esta misma etapa.
Bienvenido, don Javier Pérez de Cuéllar. Peruano medular, enraizado en el ayer y el pasado de esta patria mestiza, con mucho por enmendar, pero con no pocos pasajes y personajes para recordar con orgullo.
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