No faltará quien se pregunte ¿por qué no volvemos a los métodos, mucho más eficaces, de los espartanos y, sin más trámites, no eliminamos a los pobres y a los enfermos, a todo el peso muerto de la sociedad? Eso sí sería récord de eficiencia y sería ésta una nación sólo de ricos.
En lo que la estadística peruana de hoy falla, por falta de datos, es en el terreno de la moralidad. No puede trazar sus líneas de alzas y bajas porque, sencillamente, en este régimen no ha sido descubierto oficialmente un solo caso de corrupción, ni ha habido, por lo tanto, un solo castigado. Lo que no quiere decir que la inmoralidad no campee. Ahí están las denuncias de la señora Higuchi que nadie ha querido investigar en serio. Ahí está la termoeléctrica de Ventanilla sobre la que los señores Okama y Yoshiyama guardan sepulcral silencio; porque, al decir de los técnicos, no tienen cómo explicar la compra de las dos turbinas de esa planta. Dos turbinas que han costado, al fisco peruano, su peso en oro. Por ahí andan paseándose, alegremente, los picaronazos Susano y Ross, sin que la Fiscalía ni la Contraloría hayan movido un dedo para investigar las puntuales acusaciones que se les hicieron. Ahí está la documentada investigación sobre las picaronadas del ministro Vittor...y no pasó nada. Sólo se persigue –judicialmente– a la socia de Vittor, la señora Kcomt de Figueroa, que no ha sido funcionaria pública y no puede haber cometido, como es lógico, el delito de concusión, del que es acusada por el eficiente gobierno de Fujimori. Ahí está el señor Carlos Suboyama, sembrador de redes eléctricas mal instaladas en los llamados ‘pueblos jóvenes’ y hombre de confianza de un régimen que reparte electricidad, en condiciones que deben ser investigadas y que no ha iniciado una sola obra hidroeléctrica en sus cinco años de gestión. Ahí están de ministros personajes cuyas empresas – ahora en manos de sus hijos o sobrinos– han seguido contratando con el Estado. Ahí está, en cárcel perpetua y en perpetuo silencio el narcotraficante Vaticano’, convertido en terrorista por arte de magia, para evitar que en un juicio civil y público denuncie’ a sus cómplices de uniforme en el tráfico de drogas. ¿Que no es así la figura? Bueno, que se me demuestre lo contrario, porque de los hechos conocidos por la prensa, se deduce lo que arriba está escrito.
Tampoco la estadística nos puede revelar qué tipo de régimen gobierna al Perú de hoy, gobierno responsable de los aciertos de que tanto se vanagloria como de los despropósitos y desvergüenzas apenas esbozados en esta nota. Esto del tipo de régimen que gobierna el país es tema que se adentra en la oscuridad del secreto militar. Y sobre el que sólo caben especulaciones con base en algunos hechos concretos visibles y a la interpretación del lenguaje castrense, tan misterioso como los quipus, aunque sea muy ruidoso algunas veces. A ese lenguaje pertenece el paseo de helicópteros del otro día, realizado para confirmar al señor general Nicola di Bari en el cargo de comandante general del Ejército y jefe del Comando Conjunto. Un roncar, desde el aire, igual al que produjeron los tanques en las calles de Lima cuando hubo que ordenar al Congreso que echara tierra al crimen de La Cantuta y, luego, que se viera en el fuero militar y no en el civil y menos en juicio abierto.
Pero; ¿qué es lo que ha quedado probado con estas órdenes dictadas con el ruido de los helicópteros o los tanques?... Por lo pronto, demasiado infantil es creer que estos movimientos se deban a pugnas internas del régimen. Porque, si las hay, apenas tocan su epidermis. El desfile de helicópteros ha sido más bien otra llamada de atención, esta vez dirigida al ‘presidente’ Fujimori, para que nadie olvide la naturaleza castrense del sistema que gobierna el Perú. La Fuerza Armada, como institución, no dio un golpe de Estado, no rompió la Constitución, para entregar el poder al señor Fujimori y marginarse ella en sus cuarteles. Detrás de ese golpe militar hubo y h ay una logia y un proyecto de veinte años –revelado por OIGA hace mucho tiempo atrás–; una logia en funciones y un plan que está en pleno desarrollo. Parte de ese proyecto es mantener como mascarón de proa del Ejecutivo al señor Fujimori y al general Nicola di Bari cómo cabecilla de la Fuerza Armada. Ese es el, equilibrio -decidido por el Consejo Estratégico del Estado, que es la logia gobernante, integrada por militares y algunos civiles, obligados a mantener el más absoluto anonimato. El día que el general José Valdivia Dueñas –que, según parece, era uno de sus integrantes– comenzó a dar muestras de querer sacar la cara en conversaciones privadas, selló su salida de la logia. El abortado pronunciamiento constitucionalista de noviembre del 92 fue el pretexto para poner a Valdivia fuera de los cuadros de mando.
El desfile de helicópteros ha sido otra advertencia al país, incluido Fujimori, para que no haya dudas sobre quién manda en el país. Y a ese monstruo de mil desconocidas cabezas es al que tienen que enfrentarse los candidatos que compiten en este proceso electoral, iniciado desde la partida con cartas marcadas y jueces ad hoc: Fiscalía, Corte Suprema, Jurado Nacional de Elecciones, Contraloría, comandancias militares y el SIN, que es el sistema que todo lo controla.
¿Cómo enfrentar al monstruo y vencerlo? Sólo será posible levantando el espíritu cívico de las multitudes. Y eso no se logrará con políticos desplazados, ni sin energía en la acción a favor de los pobres, de las clases medias, de los marginados por este gobierno. Tampoco sin la colaboración de los partidos y las organizaciones populares de todo el país, sobre todo de provincias, del Perú olvidado por Lima.
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