Canta claro
Por FRANCISCO IGARTUA
FANÁTICOS Y ENEMIGOS DE DIOS
Enfocar la actualidad es más que
tentación para un periodista. Es obligación. Y como la diosa actualidad de los
viejos hombres de prensa ilumina con especial complacencia a los hechos
locales, siempre resultan siendo éstos los de mayor interés público. Por
ejemplo, ¿acaso no es todavía comidilla del día el viaje presidencial a
Shanghai?... Explicable hasta allí. hasta Shanghai, pero al que luego le creció
una cola tan larga que se hizo vuelta al mundo, con injustificadas pascanas
turísticas y visita a Madrid, donde nada había perdido el Perú, ya que la mesa
de donantes organizada por el embajador Pérez de Cuéllar había producido sus
frutos y quedado desmantelada.
Estamos hablando de un viaje
oficial que con, aire gitano, se fue haciendo demasiado informal y que no se
recordará tanto por sus logros que si los hubo cuanto por la traviesa conducta
del sobrino Coqui y por la presencia de la bella y joven funcionaria de
Justicia embarcada en la comitiva no en calidad de función pública sino en la
novia de un ministro. Un viaje sumamente accidentado, con tantos dichos y
desmentidos añadidos a las arrogancias del bien remunerado sobrino y de la
compañía de la novia ministerial, que bien serviría para una sabrosa crónica de
género picaresco y no para una nota de carácter editorial. En este terreno sólo
cabe comentar que las travesuras de Coqui no son juego de niño malcriado, son
costosos abusos de poder que dañan la imagen del régimen y hacen presagiar feas
reediciones de ayer.
Pero no siendo ésta una columna
festiva, hemos tenido que voltear la cara y, fuera del lar patrio, fijar la
atención en uno de los tensos debates suscitados tras el salvaje acto
terrorista ocurrido el 11 de setiembre en Nueva York y Washington y la
descomunal réplica norteamericana, que en reacción nada inteligente está convirtiendo
en pampa de muertos al paupérrimo Afganistán. Una venganza que ofende a Dios, a
los evangelios y da la victoria a los terroristas, porque ese martirio era
precisamente lo que buscaban. A unos el dólar los hace ricos, a otros el dolor
los enriquece.
Aunque cerremos los ojos y
queramos creer que nos hallamos ante una simple escaramuza militar yanqui
escandalosamente millonaria, lo cierto es que se ha iniciado una nueva guerra
universal de proyecciones imprevisibles, que enfrenta a dos mundos con
concepciones contrapuestas sobre la vida y la muerte, y que abre viejos debates
sobre Dios y sus responsabilidades terrenales.
Hubo un tiempo en que estuvo de
moda ser ateo, posición legítima, ya que la creencia en Dios no es producto de
la razón sino acto de fe, tan libre como el no creer en la divinidad. Negar
este derecho a los unos o la los otros es negar el libre albedrío, la potestad
de decir sí o no y de ser hereje, o sea contestatario, insumiso al orden
establecido. Aquellos ateos de antaño hacían rabiar a las beatas y a los curas
de pueblo, pero no llevaban mala entraña, igual que los tolerantes agnósticos
de hoy. Lo que sí lleva mala entraña es una novísima moda, que tiene como antecedente
las violentas rabietas que les daba a los comisarios de Rusia Soviética al ver
entrar en las iglesias a los jóvenes obreros estudiantes. Para esos camaradas,
el "opio del pueblo" debla estar circunscrito a la ancianidad en
extinción. Esto ocurría en Rusia cuando se instalaba el Kremlin y comenzaba a
desvanecerse el comunismo, mientras la fe religiosa salía de las catacumbas
familiares para acudir a las iglesias. Y esas rabietas cargadas de odio es la
que nos trae la nueva moda, la que ha hecho que los ateos se vuelvan enemigos
de Dios. En enemigos, en algo añadido a la simple negación atea y, por tanto,
en rabiosos u odia-dores de la religión. Posición que tampoco se puede
descalificar, porque todos somos libérrimos dueños de nuestras creencias y de
nuestros odios, sean éstos mansos o bravos.
Pero así como los enemigos de
Dios son dueños de sus descreencias y opiniones, también los "otros",
los que creen en que Dios es el mismo para todos los hombres, tienen derecho a
pensar distinto y a expresarse sin miedos, son las presiones que parten de la
notoriedad internacional de algunos de los enemigos de Dios y del prestigio
inherente a todas las modas. A expresar, por ejemplo, que el mensaje de
"ameos los unos a los otros" del dulce Jesús de Galilea no es responsable
de las atrocidades cometidas por los cruzados en las tierras bíblicas, ni de
los horrores de la Inquisición en Europa, así como el de Alá ha sido tomado en
vano por el puñado de mahometanos que en delirante inmolación produjeron la
hecatombe de Nueva York y Washington.
Los "otros" también
tienen derecho a replicar en voz alta a los enemigos de Dios y aclararles que
si bien es cierto que hubo connubios entre iglesias y estados para aplastar la
libertad de conciencia e imponer el oscurantismo en la mente infantil de los
pueblos, es una falsedad achacarles 'a la religión, mejor dicho a la
religiosidad, semejante atropello a la dignidad humana, al derecho de los hombres
a pensar por cuenta propia y a decir no a la autoridad, sea de la Iglesia, del
Estado o de las sociedades en las que nos desarrollamos. Será al fanatismo religioso
no a las doctrinas de paz y amor al que debe cargársele estas culpas. No
mayores, sin embargo, que las de otros fanatismos, como los políticos con millones
y millones de muertos y torturados en el Gulag de Stalin y en los campos de
concentración nazis y como los fanatismos patrióticos, que sembraron los jóvenes
cadáveres inmensos territorios en guerras absurdas. También hay fanatismos
futboleros, con victimados a palos o cuchilladas. Siempre muerte y violencia
detrás de todo fanatismo.
El fanatismo no la religión, ni
la política, ni el amor a la patria es el que ciega al hombre y lo transforma
en la peor de las bestias. Es el fanatismo el que engendra la violencia, sin
que tenga responsabilidad alguna el "buen Dios" que dicen los
franceses. Y el dogmatismo que puede ser político o religioso es el abrevadero
de los fanáticos, de los odiadores, de los amantes de la violencia, de los
novios de la muerte.
Ni Dios ni la religiosidad tienen
que ver con las sórdidas, intolerancias de la historia y sí deben responder el
fascismo y el comunismo por las más atroces intemperancias de nuestro tiempo.
Pero es imposible concluir esta
nota sin citar un preciso mensaje sobre el tema de un hombre profundamente religioso
y limpio, de don Miguel de Unamuno. Mensaje escrito en carta a un amigo a
comienzos del siglo XX, cuan-do subyugado por las ideas socialistas, cayó en la
tentación comunista. Leamos a don Miguel:
"Los que somos herejes por
naturaleza, herejes de cualquier ortodoxia y de nuestra herejía misma desde el
momento en que se intente elevarla a ortodoxia los que rechazamos el dogmatismo
no podemos entrar a un partido ortodoxo y dogmático".
Desde muy temprano vislumbró
Unamuno la orgía de horror que recorrería su siglo y fijó posición clara contra
la intolerancia. Advirtió que el fanatismo de los dogmas es el que engendra
muerte y violencia, no Dios ni las doctrinas que, en su nombre, reclaman paz en
la tierra a los hombres de buena voluntad, a los seres humanos no contaminados
de odio, enfermedad que de diversos modos bestializa al hombre y lo lanza al
acto horripilante de convertir en amasijo a los miles de inocentes que poblaban
las torres de Nueva York o a la bárbara venganza de bombardear hasta hacer
pampa de muertos a toda una nación.
Fuente:
FONDO EDITORIAL PERIODISTICA OIGA
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