Lima, febrero 8 de 1881.
(Recibida) Jauja, marzo 10 de 1881
(Contestada) Jauja, marzo 22 de 1881
Excelentísimo señor don Nicolás de Piérola.
Mi respetado y antiguo amigo:
En horas bien infortunadas para la patria, lleno de un deber de peruano y de amigo al escribir a usted. Ojalá mi pluma fuera bastante prestigiosa para que de ella brotaran palabras de aliento que lo fortificasen a usted en su heroico empeño de proseguir luchando en favor de esa patria que otros, en el campo de batalla, se empeñaron en cubrir de lodo y de vergüenza.
Cuando subió usted al poder encontró al país en completa desorganización. A fuerza de actividad y de talento consiguió usted galvanizar y que diese muestras de vida un cadáver, que no otra cosa era el Perú a principios del año 80. ¿Qué más se podía exigir de usted? Dijo usted al país: “tienes, gracias a mis esfuerzos, armas y elementos para defenderte y salvarte; ahora resta sólo que cada hombre cumpla con su deber, venciendo o sucumbiendo en su puesto”. Llegó la hora de la prueba, y los hombres rehuyeron cumplir con su deber, y no encontró usted un hombre que supiera ayudarlo, y hasta sus edecanes dieron muestras de ruindad abandonándolo miserable y cobardemente a los primeros disparos del enemigo. ¿A qué ambicionaban ciertos hombres altos puestos y mando de soldados, si no se sentían con coraje para batirse? He aquí uno de los frutos de la corrupción social: por esos menguados cosecha la nación luto e ignominia.
Como me decía usted muy juiciosamente una mañana en que tuve el honor de almorzar en su compañía: “aquí no hay sino desquiciamiento, inmoralidad y cobardía, y sobre todo, gran escasez de hombres”.
En mi concepto, la causa principal del gran desastre del 13 está en que la mayoría del Perú la forma una raza abyecta y degradada, que usted quiso dignificar y ennoblecer. El indio no tiene el sentimiento de la patria; es enemigo nato del blanco y del hombre de la costa y, señor por señor, tanto le da ser chileno como turco. Así me explico que batallones enteros hubieron arrojado sus armas en San Juan, sin quemar una cápsula. Educar al indio, inspirarle patriotismo obra no de las instituciones sino de los tiempos.
Por otra parte, los antecedentes históricos nos dicen con sobrada elocuencia que el indio es orgánicamente cobarde. Bastaron 172 aventureros españoles para aprisionar a Atahuallpa, que iba escoltado por cincuenta mil hombres, y realizar la conquista de un imperio, cuyos habitantes se contaban por millones. Aunque nos duela declararlo hay que convenir en que la raza araucana fue más viril, pues resistió con tenacidad a la conquista.
Me dirá usted acaso: “Si cree usted que no hay ejército posible con esa gente ¿cómo opina por la continuación de la lucha?” Mi respuesta es sencilla. Porque la honra del país está encarnada en la persona de usted, porque es usted quien enarbola la bandera de la dignidad nacional bajo la cual debemos cobijarnos los pocos que aún abrigamos la consoladora esperanza de que, más o menos tarde, sucumbirá la conquista chilena; porque usted en fin, con el puñado de leales que lo acompañe, significa la protesta en nombre de la América y de la dignidad humana. Si con usted no está el éxito, por lo está el derecho y el deber.
¿Por qué no estoy ya a su lado? Me preparo a hacerlo y pido a Dios me conceda tal satisfacción. Aparte de que aún mi salud sigue achacosa, que me siento muy débil por consecuencia de la mucha sangre perdida en el maltrato de que fui víctima, busco la manera de dejar recursos a mi familia. En el incendio de Miraflores perdí mi modesto rancho, mi curiosa biblioteca americana de más de tres mil volúmenes, formada con no poco gasto en veinticinco años de constante afán, mis muebles y cuanto poseía, salvando mi esposa y niños con lo encapillado. A pesar de todo, días más, días menos, tan luego como apunto fijo sepa cuál es el lugar que usted elige para organizar la resistencia, cumpliré con lo que me ordenan mi corazón y mi conciencia.
Entretanto, aunque en humildísima esfera, sirvo al país. He enviado correspondencia a los periódicos europeos, argentinos, norteamericanos y mejicanos de quienes soy corresponsal. En ellas pongo en trasparencia la perfidia chilena, defiendo al mandatario del Perú y procuro atenuar la gravedad de nuestras derrotas.
Al juzgar por el tono de la prensa de Buenos Aires, de donde he recibido cartas y periódicos hasta fines de diciembre, es casi unánime el espíritu belicoso contra Chile. Sólo el Nacional, diario marista, nos es solapadamente hostil. Tengo para mí que, en los primeros días de marzo, la actitud del gobierno argentino será decididamente enérgica en favor nuestro.
El 21 de enero, por telegrama de Santiago, se tuvo en Buenos Aires noticia de nuestros desastres. La prensa chilena dice que la noticia causó honda sensación y que se reunió el gabinete. Ignorábase el resultado; pero algo nos dirán los periódicos chilenos por el vapor próximo. Ello es que, en marzo, sabremos a qué atenernos. Entretanto ganemos tiempo, que no es posible tampoco que los Estados Unidos patrocinen o se desentiendan ante las bárbaras pretensiones de Chile. La nota del gobierno argentino, que supongo haya usted leído, al de Colombia, es por sí sola una importante declaración de principios salvadores para nosotros.
De Bolivia nada de bueno espero. A la fecha, el vicepresidente Arce, rico minero de Huanchaca y jefe del partido rojo, que con infame cinismo aboga por entenderse con Chile y apoderarse de Arica, tengo por seguro que habrá eliminado a Campero, cuya debilidad nos ha sido y será funesta. Campero estaba a las resultas, como dice la prensa boliviana, de la suerte de Lima.
El Perú tiene desgracia de estar geográficamente enclavado entre enemigos que se holgarían de hacer de él mangas y capirotes, o lo que es lo mismo un reparto de la capa del rico como hizo Europa con la Polonia. El Brasil codicia los terrenos amazónicos, el Ecuador las provincias de Jaén, Tumbes y Piura, y Bolivia aspira a redondearse con la posesión de Tacna y Moquegua. Chile cuida de azuzar todas estas cobardes ambiciones reservándose para sí, por supuesto la parte del león.
Afortunadamente para el Perú está usted en pie, y los que hemos podido apreciar su carácter sabemos que no desmayará un instante.
Ríome de las pretensiones de cierto círculo de aquí que se empeña en reunir una junta de notables (sin notabilidad) para darnos un gobierno que bajo la presión de las bayonetas chilenas, celebre una paz que nos infamaría para siempre, sin esperanza de rehabilitación ante el juicio universal y ante la historia. Los egoístas que ven en peligro sus pesetas, los comerciantes extranjeros a quienes importa mucho el lucro y nada la honra de patria que no es la suya, los cobardes que abandonaron y traicionaron a usted y a la nación, son los partidarios de la paz. ¿Qué hombres buscarán ellos para que sea el Thiers de esta situación? Y si existe, que bien lo creo, en tierra donde un loco Bolognesi se acaba de presentar en insolente papelucho con ínfulas de gran político, regenerador y salvador del Perú, ¿tendrá el suficiente tacto para meterse en un pantano y salir sin lodo hasta la coronilla.
Esta ***va larga y ya es tiempo de poner punto.
La circular de Aurelio García al cuerpo diplomático es abundante, levantada, y tributo a ella un entusiasta aplauso.
Perdone usted la franqueza. No sería leal amigo de usted y mentiría a mi conciencia de peruano, si le dijese que el nombramiento de jefe superior del centro no ha sido bien acogido (Juan Martín Echenique. Cáceres fue nombrado el 26 de abril de 1881). El que como comandante general de la reserva no conoció, pues ni por curiosidad los visitó un solo día los reductos ocupados por los batallones 2, 4, 6, 8, y 10, ha ejecutoriado su incompetencia. No diré a usted si con justicia o sin ella: pero Lima entero es hoy hostil a ese caballero, en quien todos ven al único responsable de la derrota de Miraflores, suponiendo que hablen verdad ayudantes de estado mayor que no hacen misterio para acusarlo por calles y plazas. Los mismos jefes confiesan que si los reductos atacados hubieran sido oportunamente, como pudieron serlo, reforzados por tres o cuatro batallones, habrían tenido el 15 que retirarse a su línea de Chorrillos, lo que casi habría significado una derrota y tal vez sido nuestra victoria definitiva en un tercer combate.
Puede que estas apreciaciones sean injustas o apasionadas; pero ¿quién convence a la sociedad entera de que está en el error? Más de cuatrocientas víctimas tuvo la reserva, y son otras tantas familias de Lima que ven al victimario en el comandante general. Hoy como jefe superior del centro daña al prestigio del gobierno y ...¿qué quiere usted, amigo mío? Así es la humanidad y hay que respetar sus aprensiones y quisquillas. Hoy el jefe superior del centro, para que su misión sea fructífera en bien de la patria, debe estar, como la mujer de César, exento hasta de la sospecha de pecado.
Vuelvo a pedir a usted mil perdones si considera que me he excedido al hacerme en las líneas precedentes eco de la opinión uniforme de Lima, donde no se alza hoy una voz que no sea para acusar al jefe de la reserva.
Aquí, en virtud de un bando publicado por la autoridad chilena, se presentaron ante ella varios jefes y oficiales, y, sorpresivamente unos, con entera voluntad otros, han firmado un compromiso de no empuñar las armas contra Chile, empeñando para ello su palabra de honor. Con semejante canalla no se puede hacer patria. Algunos han tenido la desfachatez de contestar a los que los reconvenían por tal indigno proceder, que nada importa la palabra empeñada y que la quebrantarán cuando se les presente oportunidad. Esa gentuza por lo visto, no vacilará en recibir de los enemigos sueldo o piltrafa.
Excuse usted amigo mío, mi larga e insustancial cháchara y tómela como una mano del palique de ya muy remotos tiempos.
He querido, al escribirle y quitarle un cuarto de hora, que se persuada de que no soy de los amigos de los buenos días, que tengo la memoria del corazón y le estoy reconocido por las personales deferencias con que me favoreció, que me apresuraré a cumplir las órdenes que quiera darme, que cuente con mi lealtad, y que mientras me es posible arreglar los bártulos y reunírmele, mande sin límites.
Su viejo camarada.
RICARDO PALMA
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