No se necesita tener doctorado en leyes para entender que es un disparate afirmar —contrariando el texto legal— que pierde su derecho a enmendar errores, dentro de los cinco días posteriores a la notificación de los mismos, quien cumple con inscribirse en el plazo establecido por ley, sólo porque lo hizo ‘a último minuto’. Tamaño despropósito no está consignado en la norma legal y no cabe en una sesera racional que los plazos sean en un tramo con derecho a reclamo y en otros no; salvo la vigencia de una estrambótica ley que así lo señale, que no es el caso. Lo normal es que los plazos sean plazos, que se cumplen o incumplen. Y quienes han cumplido con la presentación de sus candidaturas en la fecha señalada, tienen la opción de corregir errores dentro de un nuevo plazo, de cinco días, a partir de la notificación del Jurado. Eso es lo que dice la ley electoral y no otra cosa. Como tampoco señala como fundamental el que las listas estén compuestas por 120 ciudadanos, desde el momento que admite listas incompletas después de las tachas.
En contraposición a esta tesis expuesta por el doctor Catacora, otro miembro del Jurado, Muñoz Arce, sostiene que no procede la inscripción de la señora Susana porque su lista no contiene errores formales sino sustanciales. Como el doctor Muñoz Arce no puede avalar la opinión de Catacora porque él ha firmado resoluciones en anteriores Jurados que son condenatorias de esa tesis, nos viene con que son sustanciales ¡los errores mecanográficos en el tipeo de una lista! Algo tan pueril que ni siquiera merece respuesta.
Y en este punto, en el Perú de hoy, hay que tomar en cuenta hechos que en una democracia normal sonarían a extravagancia. No deben extrañarse errores mecanográficos, datos equivocados, fechas cambiadas, en un país donde los espías del SIN están infiltra- dos en todos los lugares y ¡cómo no iban a estarlo en el entorno de la señora Susana Higuchi! Persona a la que el señor Fujimori, su esposo y jefe de Estado, quisiera ver borrada del mapa político. ¿No sería agente del SIN, de Fuji, la secretaria de confianza que se equivocó en el tipeo de la lista de Armonía...?
Hasta El Comercio, diario de extremada ecuanimidad, se escandalizaba el sábado pasado por la presencia de numerosos agentes del SIN en la clínica donde se recupera la señora Higuchi. Estos agentes, actuando desembozadamente —según versión de El Comercio—, trataban de hacer correr rumores como el de que la señora Susana estaba siendo dopada... ¿Esto, por más criollos que sean los modales, no se parece mucho a los métodos nazis, al modo de lanzar noticias que usaba la siniestra Gestapo?...
Se dirá, como siempre, que en estas páginas siempre se exagera. ¿Pero también exagera El Comercio?... A lo que algunos responderán que la pregunta es un sofisma y rogarán para que el decano olvide su revelación, para que el hecho pase pronto al olvido. Porque lo que molesta de OIGA no son sus acusaciones —que muchas veces otros comparten— sino la persistencia, la tenacidad del dedo en la llaga para que no se pase por alto la denuncia. Y lo que ha ocurrido con la lista parlamentaria de la señora Higuchi es gravísimo y no debe ser volteada la página. Es un indicio más y muy grave de que el Jurado de Elecciones no es lo imparcial que debiera ser. Curiosamente, atentando contra todas las normas legales y abusando del carácter irrevocable de sus fallos, el JNE ha cumplido con el deseo más vehemente del jefe del Estado: no tener al frente, en una tribuna pública, a su corajuda cónyuge. Lo ha hecho, además, con premeditación y alevosía, pues el JNE se cuidó de que la resolución saliera conjuntamente con la que descalificaba –también sin razón legal– a la lista integrada por el ayer aplaudido Manrique y hoy acusado de estafa y denostado por la ciudadanía en pleno. Una maniobra diversionista que huele al SIN... Se confiaba, al parecer, que la atención del público se dirigiera sobre Manrique y el presunto soborno pagado por él para ser incluido en la lista de Campos Arredondo. Era cuestión de echar peces de menor cuantía en la bañera, pero con suficiente color folclórico para montar un tremendo carnaval político, al estilo de los delfines de Miami. ¿O no es así?
Después de tan grosero afán por satisfacer el deseo del jefe de Estado —hacer desaparecer a doña Susana de la escena política— y después de la también burda concesión del control del cómputo electoral a la empresa de un ciudadano nisei, en esta casa no se confía en la imparcialidad del Jurado. Lo que no quiere decir que no creamos en que una batalla sin cuartel, de la ciudadanía contra el fraude, no dé la victoria a la democracia.
Lo de nisei, en la actualidad peruana, tiene mayor connotación que francés, irlandés o palestino, ya que la Administración nacional ha sido copada en los años de Fujimori por los niseis. Niseis son varios ministros, nisei es el presidente del Congreso y no hay sector estatal que no esté vigilado por un funcionario con doble apellido Japonés. (El doctor Nugent, alto magistrado del velascato, no es peligroso por su abuelito irlandés).
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