En el mismo orden que se montó y se desenvolvió la espectacular y solemne Asamblea —teniendo como único director y actor al presidente Fujimori— ésta se disolvió. (Nadie vio ni sintió, ni siquiera los sabuesos de la prensa, a los vicepresidentes. Estuvieron como ausentes).
¿Acaso no hubo discurso?
Bueno, sí. Y hasta dos o uno en dos partes. Pero la puesta en escena y los trucos teatrales fueron parte integral del Mensaje presidencial, reforzaron la lectura del presidente Fujimori, resaltando su contenido autocrático que muchas veces quedó velado o disimulado en sus palabras.
La primera parte, muy breve, antes del juego de quita y puestas de banda, la dedicó Fujimori a hacer un recuento altisonante, con aires marciales, de los reconocidos logros de su primer período —salvataje de la economía, devolución de la tranquilidad a la ciudadanía, redimensionamiento del aparato del Estado—; logros que no sólo nadie niega sino que hasta la oposición aplaude, aunque no como la mayoría, que lo hace sin razonamiento alguno. No hubo, eso sí, un mínimo de autocrítica. Sólo después de este acto, en declaraciones a la prensa, el presidente Fujimori se lamentó de no haber podido cumplir su promesa de liquidar por completo a Sendero antes del 28 de Julio del 95. La reorganización de la banda terrorista es tan evidente que era imposible no reconocer el hecho. Sin embargo, dejando entrever que él es todopoderoso hasta más allá de la muerte, añadió que el camarada ‘Feliciano’ no se le iba a escapar ni en el cielo ni en el purgatorio, “que es donde seguramente está”.
La segunda parte o segundo discurso fue el planteamiento, en líneas generales, de lo que será su segundo quinquenio: más de lo mismo, pero mejor. Lo que bastó para satisfacer y hasta hacer delirar a las mayorías, que cada vez son más grandes y más disparatadas en sus opiniones. Por ejemplo, el porcentaje de peruanos (14%) que consideran a Fujimori el personaje principal de nuestra historia es mucho mayor que el porcentaje (8%) de los que prefieren a don Miguel Grau, el héroe de Angamos.
Trató de planes y metas a futuro que muchos de los propios partidarios de Fujimori han considerado demasiado vagas e imprecisas, demasiado breves. Han faltado –dicen– referencias precisas sobre economía, sobre la estructura del Estado que él esta inventando, sobre las reformas que el presidente tiene in péctore... Pero pueda que en este punto esos fujimoristas anden equivocados. Lo que un jefe de Estado traza en estas ocasiones no es un programa minucioso por hacer sino un lineamiento general de la ruta a seguir. Lo que hace es señalar el rumbo.
Y el nimbo planteado por Fujimori no es equivocado. Ha acertado al hacer hincapié en que la educación será la preocupación central del Estado en el próximo quinquenio; porque así como no hay desarrollo real y sostenido sin democracia –democracia sin añadidos como explicó el presidente Sanguinetti en Canal 4–, tampoco lo habrá sin cultura, sin una población debidamente educada. No está, pues, errado el presidente en el rumbo señalado.
Pero ¿cuál será el tipo de educación que tiene en mente el presidente Fujimori?... Aquí ya el terreno se ablanda y el panorama se hace confuso. Lo que nos obliga a mirar hacia atrás y revisar lo ya hecho. Por ejemplo, en el campo económico es evidente que Fujimori no se dio el trabajo diseñar una política económica. Le bastó con ponerse a órdenes del FMI y del Banco Mundial. Y en ese camino andamos. En el problema terrorista se confió en los planes del Ejército y tuvo éxito, aunque hoy se va viendo que los métodos policiales son más eficaces... ¿Cuál será la receta educativa?
Por lo pronto, hasta hoy, el concepto que el régimen tiene de educación y de cultura no es alentador. Por un lado da muestras de creer críe educar es sólo construir escuelas y repartir computadoras y, por otro, ha demostrado que no tiene idea del valor de los libros ni de la lectura en general. ¡Durante cinco años en el Perú se ha estado pagando 35.5% de impuesto al papel!
Es de esperar que las cosas cambien al haber hecho primer ministro al ministro de Educación.
Pero el Mensaje presidencial no se limitó a señalar metas, plazos y aspiraciones, también tuvo una buena cuota de ají y pimienta, dedicando una parte del picante a hacer demagogia populista con el pan, lo que lo llevó a deslizarse hacia la lucha de clases, a azuzar a los de abajo contra los de arriba y a darles un susto a los harineros.
El gran picor lo reservó para la Iglesia, con la jerarquía nacional presente en el hemiciclo. Sin ninguna delicadeza le lanzó el agravio- de vaca sagrada, dejando entrever que el Estado auspiciará el control de la natalidad, incluido el aborto. Más tarde negó lo del aborto en rueda de prensa, pero dejó entero el agravio y la posibilidad de que –como dice uno de los cuadernillos del “Pajarillo Verde”– el Estado aplicaría la esterilización compulsiva “en los grupos culturalmente atrasados y económicamente pauperizados”... Con la habilidad ya demostrada frente al Poder Judicial, a los Municipios, al Poder Electoral y a otras instituciones, Fujimori ha embestido a la Iglesia en un tema controvertido y en el que la posición religiosa no goza de simpatía. Con ello no trata Fujimori de colocar en lugares separados el ‘trono’ y el altar –lo que ya ocurre y es saludable– sino de lograr que el `trono’ impere sobre el altar y sobre cualquier otra institución. Y esto es mucho, es desvarío. Es querer imitar a Napoleón, olvidando Santa Elena.
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