Sólo así es de creer lo que me ha contado una persona de absoluta con-fiabilidad: que él ha visto, en manos de un general de nuestro Ejército, el acta de entendimiento, entre el jefe peruano del Cenepa y el coronel ecuatoriano que comandaba las patrullas infiltradas en la zona, para que no hubiera disparos de muerte entre los soldados a las órdenes de uno y otro. El acta está firmada con fecha 13 ó 14 de enero y lleva las rúbricas del coronel ecuatoriano, el general López Trigoso y un testigo: El acuerdo al que se llegó, siguiendo las normas que los militares de ambos países aprobaron en las conversaciones que pusieron fin al conflicto de 1981, fue sellado bebiendo pisco peruano por la paz. Esas normas para evitar rozamientos bélicos en una región sumamente intrincada, se habían venido cumpliendo desde el año 81, cuando los almirantes Sorrosa por Ecuador y Dubois por el Perú, acordaron los términos del punto final a la infiltración en el falso Paquisha.
¿Por qué el 26 de enero se rompió esa acta de entendimiento, firmada para poner fin a unos razonamientos a balazos ocurridos días antes entre patrullas de uno y otro bando?... Y aquí comienzan a encresparse las voces de muchos oficiales peruanos de las tres armas, porque no entienden cómo es que se da la orden de atacar un puesto prácticamente inexpugnable como Tiwinza, colocando en un punto inaccesible para la infantería y que sólo kamicases podían bombardear desde el aire, tanto por la ubicación del blanco -por completo favorable a los defensores- como por el moderno armamento de los ecuatorianos, adecuadamente preparados para enfrentarse a aviones y helicópteros anticuados y al pesado armamento de nuestros soldados.
De aquí el 9 a 0 en el aire y la mentira presidencial, con Mensaje a la Nación, de la toma y victoria de Tiwinza. La indignación de los militares, de los profesionales de la guerra, va in crescendo. No entienden, si hubo que atacar para presionar a Ecuador por razones de alta política que ellos no juzgan, aunque les moleste el que la firma de un general no haya sido honrada, por qué no se escogió un teatro de operaciones favorable al Perú y no, como se hizo, situándose en el punto más adverso de toda la frontera... ¿Que ésa era la zona invadida?... Para los militares no es válido este argumento.
Para ellos no hay disculpa al tremendo yerro de meterse en un fangal con el blanco en las alturas, en posición por completo desfavorable para los ataques aéreos. Y mucho menos cuando esas infiltraciones no eran recientes ni eran esas las únicas zonas invadidas. Amén de que el Perú no estaba al día en su armamento –menos para enfrentamiento en esa región– y el Ecuador sí y, justamente, bien entrenado para la zona. ¿Nada de esto sabía el Servicio de Inteligencia y, si lo sabía, cómo y quién hizo la evaluación de la situación para dar la orden de ataque?...La indignación militar tiene razones para crecer y crecer.
No faltará quiénes, con buen corazón patriota al viejo estilo, consideren que este tema no debe ser tocado ahora, que esa es tarea para los historiadores del mañana, y no faltará quién me endilgue el título de traidor a la patria. Y yo pregunto: si el acta existe y son reales las firmas allí estampadas ¿por qué va a ser útil o cultivarlas hoy –que estamos a tiempo de corregir errores– y por qué ha de ser mejor que las polillas las descubran en el futuro? Actuar a favor de las polillas es hacer de avestruces, es esconder la cabeza frente a la realidad, es comportarse como, antiguamente, se nos enseñaba no debíamos comportarnos, para no dejar de ser auténticos, verdaderos.
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