Toda la documentación pertinente sobre el caso quedó en mis oficinas, ocupadas primero por la policía y después por los «trabajadores» de los talleres de Oiga. Hoy -marzo de 1978- no existen. Se hicieron humo junto a muchos otros importantes e irrecuperables documentos y a las máquinas de escribir y hasta a las sillas y astillas del antiguo Oiga.
Entre aquellos papeles, por ejemplo, se encontraba un testimonio contundente sobre la inconstitucionalidad del acuerdo petrolero con los japoneses, el del opinante más valioso sobre el tema en aquel momento, el del constituyente que presentó y fundamentó, en la Asamblea del 33, el artículo constitucional violado por el contrato en discusión. La opinión del doctor Luciano Castillo, indispensable para el esclarecimiento de los alcances del artículo 17 de la Constitución, quedó confinada seguramente a una desganada lectura policial, si es que no se extravió o fue a dar a la basura en el desmantelamiento de mi escritorio. En todo caso fue sumido en el ominoso silencio al que las dictaduras condenan a los pueblos cercenándoles la libertad de prensa. Ninguno de los doctos defensores de ese acuerdo petrolero, encaramados en los diarios estatizados, quiso acordarse que estaba vivo el autor del artículo 17 de la Constitución.
Salí al destierro en noviembre de 1974, acosado por bombas que nadie protestaba y nadie investigaba; injuriado, vejado, acusado de ser agente de la CIA, ante el gozoso beneplácito y los aplausos de los periodistas estatizados; perseguido judicialmente, con ensañamiento, por el delito de advertir a tiempo el abismo económico en e! que estábamos cayendo. Una advertencia que fluía con preocupada alarma del simple análisis de las balanzas comercial y de pagos, así como de las sospechas que despertaba el escondido endeudamiento externo. Antes de finalizar ese año -el 74- ya era visible un descomunal déficit comercial y un fuerte deterioro de la producción, a la vez que se le hacía difícil al gobierno ocultar que ya se habían superado con exceso los límites razonables de endeudamiento. Las proyecciones de estas tendencias llevaban irremediablemente a la catástrofe económica y hacían imperativo tomar de inmediato medidas adecuadas de corrección financiera y frenar en seco la demagógica e irresponsable política de subsidios a la importación de alimentos que se estaba siguiendo; lo que, por otra parte, empobrecía aún más a una agricultura empobrecida por la Reforma Agraria koljosiana de "revolución" militar en su primera fase. También era indispensable corregir las distorsiones y trasgresiones oficiales a esa misma ley agraria que de continuo se producían en el campo y el desorientado y desactivador accionar del gobierno en el terreno industrial y minero. Además, para recuperarse del declive productivo, el país tenía que detener sin contemplaciones el acelerado crecimiento de una burocracia inepta, kafkianamente dispuesta a trabar la administración pública.
No era asunto de contener el proceso revolucionario -con el que yo estaba y estoy de acuerdo porque el Perú se ahogaba en el inmovilismo-, sino de enrumbarlo hacia la racionalidad, poniendo de lado la improvisación infantil, el disparate de la ignorancia y el rencor y el odio, que ni son revolucionarios ni tienen nada que ver con la ciencia económica.
Hoy vuelvo no para constatar que el faraónico y nada indispensable oleoducto pesa como fardo de plomo dentro de una descomunal deuda externa; ni para comprobar que estuvieron acertadas las predicciones de Oiga sobre la crisis económica, aunque jamás sospeché que llegaría a la magnitud a la que ha llegado; y tampoco vuelvo para pasar revista a los agravios y daños que sufrí.
Vuelvo para recordar la frase célebre de fray Luis de León, el "como decíamos ayer", tantas millones de veces repetido, porque el hombre vuelve y vuelve, infatigable, a poner las mismas piedras en su camino y vuelve y vuelve a tropezarse con ellas, revolviéndose continuamente en el campo político entre la piedra de la represión y la vuelta a la libertad, entre el rencor y el perdón por lo sufrido. Situación, claro está, nunca expresada con la grandiosa generosidad del "como decíamos ayer" salido de los labios del exquisito poeta leonés, fraile que gustó el deleite que produce la huida del mundanal ruido. Yo quiero caer en un deleite prosaico, en el terco empecinamiento de insistir e insistir en lo mismo. Por eso el "como decíamos ayer y anteayer... ".
Vuelvo para continuar con las viejas prédicas de Oiga a favor de la libertad, libertad sin otro límite que el código penal; del orden, no del orden del un, dos, de los cuarteles sino del orden que emana del imperio de la ley, un orden que no sea imposición del gobernante sino pacto legal entre el mandatario y los ciudadanos; a favor de la justicia social o sea de una racional distribución del bienestar; y también de la moralidad en todos los niveles, de la decencia pública.
He retornado en momentos en que algo de libertad se respira, a pesar de que continúa la confiscación de los medios masivos de expresión y sigue vigente, amenazante, el con negro humor llamado «Estatuto de la Libertad de Prensa»; y a pesar de que la prensa diaria -la confiscada- salvo raras excepciones, no sea otra cosa que boletín al servicio del gobierno de la segunda fase de la "revolución" militar.
Vuelvo con los ojos en su sitio, mirando el futuro y no atraso Dispuesto a colaborar en una tarea nacional que hoy, ante la posibilidad de que los militares devuelvan a los ciudadanos el derecho a gobernarse, se hace imprescindible. Me refiero a la concertación de alguna forma de alianza entre todos los peruanos para hacer frente a la crisis actual, que no sólo es económica, sino también social y política. Una crisis excepcional que abarca a la nación en su conjunto y que nacionalmente -sin exclusión de los militares tendrá que ser superada, como tantas otras crisis lo fueron en el pasado.
Para dedicarse a esa pesada, serena y fecunda labor sale nuevamente a la calle Oiga, esta vez con un 78 como moderno rostro.
Vuelve Oiga para ratificar su apoyo al necesario proceso de cambio que requiere el Perú. Proceso de cambio que inició la Fuerza Armada en 1968 y que no debe detenerse, aunque muchas cosas se hayan hecho muy mal. Creo que la historia le hará justicia a Juan Velasco Alvarado y estoy convencido de que, a pesar de los errores cometidos, mucho peor hubiera sido quedarnos congelados en un pasado sin alicientes ni perspectiva. Enmendar yerros, enderezar entuertos, cambiar de rumbo, no sólo es un deber sino que esa tarea puede ser un nuevo y gran impulso para insistir en el cambio y la renovación.
Vuelve Oiga con ánimo de extender el diálogo a la derecha y la izquierda. ¡Que no nos parezcan osos salvajes los rojos ni ogros feroces los conservadores! y vuelve para informar con la menor parcialidad posible, alejando de sus opiniones todo sectarismo y dogmatismo, lo que no quiere decir que haya perdido esa capacidad de indignarse que reclamaba el maestro don Miguel de Unamuno ni que abandone la dosis de pasión que siempre ha puesto en la defensa de lo que cree justo. Oiga 78 seguirá manteniendo, dentro de la evolución natural de la vida, la inquebrantable posición política de la revista o sea, para decirlo en términos accesibles, este semanario seguirá siendo de izquierda. De izquierda porque cree que los medios de producción y las riquezas del país deben estar al servicio de la sociedad y sus beneficios distribuirse con una racional equidad. Desde este punto de partida se podrá llegar a metas fecundas por medio de distintos mecanismos, que no pierdan de vista que la política es ciencia de lo posible, que actúa sobre realidades y no sobre abstracciones. Actuar en contrario significará, tarde o temprano, hundirse en el fracaso. Oiga 78 tampoco echará al olvido un claro lema de Arnold Toynbee, que la revista ha hecho propio: el hombre del futuro encontrará solución a las dificultades del presente en una concepción equilibrada entre la justicia distributiva que ofrece el socialismo y el incentivo al individuo para que éste dedique su imaginación y energía a la creación y a la producción; algo parecido a eso que Alemania Occidental ha bautizado de sistema con economía social de mercado, sistema que se va aplicando de acuerdo a la realidad alemana.
Vuelvo también, por lo tanto, para aclarar otra vez -y no será la última seguramente- ese dificilísimo equilibrio del justo medio en el que siempre ha tratado de colocarse esta publicación, postura de realista sensatez que Oiga defiende con pasión y que le ha valido y le valdrá el calificativo de reaccionaria para la izquierda delirante y de procomunista para aquellos caballeros que no entienden ni entenderán que el mundo, como la vida, es mutación, cambio, evolución. Oiga es de izquierda porque, sin satanizar a nadie ni a nada que no sea la corrupción y la inmoralidad, se siente al lado de los humildes, de los necesitados, y no de los ricos; porque le repugna el dogma y propicia el diálogo sin barreras; porque abomina cualquier inquisición; porque cree que no hay mayor castigo para un pueblo que el mantenerlo en el oscurantismo, en la sumisión a «verdades» administradas por una jefatura maniquea, omnisciente y omnipotente; porque estima que no hay desarrollo popular sin libertad para informarse, pensar, expresarse y elegir; porque no admite que los pueblos sean como niños, pasibles de tutela. En otras palabras, Oiga se confía en lo que dijo don Quijote, el caballero de la Triste Figura, a Sancho, su escudero, ilusionado aspirante a gobernador de ínsulas: si alguna vez se ha de doblar la vara de la justicia, que sea a favor del pobre, del desvalido, y no del poderoso.
Esta revista es de izquierda porque jamás aceptará la soberana tontería de que es posible llegar a la liberación popular pasando por «una necesaria, aunque pasajera, etapa de dictadura» policial. No caerá en semejante disparate porque tiene la certeza de que los nobles fines nunca podrán ser alcanzados por medios innobles, inmorales. La Historia enseña que persistentemente los medios bajos y malvados han suplantado a los fines propuestos, por muy nobles que éstos hayan sido; y siempre los suplantarán porque el mal no puede engendrar el bien. No hay dictaduras buenas y no hay dictaduras que no sean policiacas. La imposición, la arbitrariedad, el despotismo nunca dejarán de ser siniestros y despreciables. Y porque Oiga piensa así no es de derecha, aunque así lo califiquen los dogmáticos de izquierda.
Pero una nota periodística no puede esquivar, eludir, a la actualidad, no puede quedar en solemne enunciado de principios. Utilizaré, pues, a la actualidad para darle fundamentación práctica a mi pensamiento.
Veo con profundo dolor, con angustiosa pena, cómo pasan los días sin que el país advierta la gravedad de la crisis económica, política y social en la que está sumergido y sin que ningún sector responsable tome en serio la necesidad de llegar a un compromiso nacional, a un amplio entendimiento cívico para poner en acción la única arma para superar la crisis: en el campo económico, una alianza de la producción con las inversiones y, en el político, un pacto nacional para el diálogo. No hay fórmulas mágicas en economía ni en política. Y la realidad es ésta: si no se deja de satanizar a los empresarios no habrá inversiones sanas, reproductivas, no habrá nuevos centros de trabajo, no habrá crecimiento económico; como tampoco habrá lo anterior si sigue la ola de huelgas pulsarías, si los trabajadores no entienden que del cuero salen las correas y que no es conquista alguna la estabilidad en el trabajo si ésta se convierte en factor que impide que siga creciendo el cuero -los centros de trabajo-, porque la estabilidad sin producción, sin productividad, sin disciplina, no es el mejor sistema para llenar la olla de la casa, en donde la sobrecarga familiar es seguro que sí seguirá creciendo, con nulas perspectivas de ocupación.
Naturalmente que, por pensar así, seré calificado de reaccionario por el izquierdismo clasista y condenado a las profundidades del infierno marxista, sin posibilidad de réplica, ya que en este punto es clara y pública la posición sectaria, de olímpico rechazo al diálogo que no sea entre catecúmenos, adoptada por la izquierda delirante; posición, además, pregonada por ella sin disfraces: a un lado la clase trabajadora -aunque sus líderes sean niños bien que nunca han trabajado- y al otro los explotadores. y como es la cúpula gochista la que maniqueamente separa al Perú en buenos y malos, los calificados por ella de malos jamás tendrán oportunidad de dialogar con los buenos, si antes no se convierten a la buena fe... ¿Se diferencia en algo esta posición a la división en buenos y malos que hacía la derecha en la época odriísta?...
Sin embargo, el caso tendría menor importancia si no fuera porque la salud de la República requiere hoy justamente lo que esas dirigencias gochistas entorpecen con eficacia: diálogo entre todos los peruanos, esclarecimiento realista de la situación y planteamientos de entendimiento entre la capacidad empresarial y la capacidad laboral del país. Porque es necesario admitir y revelar que el Estado peruano, agobiado por una deuda externa descomunal, está imposibilitado de reemplazar a la empresa privada en la promoción del desarrollo; y también es indispensable divulgar que no existe ejemplo conocido de desarrollo sin inversión, sea interna o del exterior... ¿Hay capacidad de ahorro interno en el Perú fuera del sector empresarial? ¿No ha sido catastrófica la experiencia de este régimen, de esta "revolución" militar, que quiso reemplazar las inversiones extranjeras con préstamos extranjeros para hacer del Estado el gran inversionista?... Las inversiones se esfumaron, el Estado se transformó en un conglomerado empresarial elefantiásico e improductivo y los prestamistas están en la puerta con las facturas de la deuda en la mano... ¿Hay potencia mundial políticamente interesada y dispuesta a dar los muchos millones que hacen falta para la ilusa tarea de hacer de este complejísimo país que es el Perú y de su ineficaz régimen económico un modelo a seguir?
Frente a tan durísima realidad la sensatez exige no seguir dividiendo al país en buenos y malos; más bien -como lo han hecho los propios comunistas en algunos países europeos- es necesario abrir las puertas a un modus vivendi entre capital y trabajo. Es indispensable que el empresario -que aquí en el Perú no sólo pone su dinero en la empresa sino también su imaginación y su capacidad gerencial- no siga siendo señalado como delincuente y se libre del temor, que es cierto, a ser despojado en cualquier momento y con cualquier pretexto por el Estado. Y es preciso, insisto, que empresarios y trabajadores -al margen de naturales pugnas de clase-, así como el gobierno y los partidos, comprendan que la crisis actual no se resolverá sin una firme voluntad de entendimiento nacional. Las bases para ese concierto de voluntades no son secreto de iniciados. Las acaba de precisar el presidente Morales Bermúdez en su amigable charla televisada de la semana pasada. Sólo falta pasar de la teoría a la acción.
Para alcanzar la meta, como he insistido tantas veces en estas líneas, el diálogo es esencial. Sin embargo ¿estamos preparados anímicamente para dialogar?...
Hace unos días, de paso por Lima, un amigo residente en el extranjero -uno de los muchos talentos peruanos desparramados fuera- me decía apesadumbrado y espantado: «Después de seis años de ausencia, me encuentro que se ha hecho imposible dialogar en este país. Nadie entiende razones y mucho menos las múltiples sutilezas que cada razón encierra. Basta que alguien haya sido apenas rozado por alguna de las reformas o por los abusos del régimen para que se erice ante cualquier argumentación de izquierda y dé beligerantes muestras de un derechismo obcecado y pigmeo. Y también he hallado intratables -terminaba mi amigo-, por dogmáticos y necios, por fanáticos e inquisitoriales, a los hombres de izquierda. No hay con quién hablar».
Yo miraba con gesto comprensivo a mi desilusionado amigo y meditaba en la difícil, quién sabe imposible tarea que se ha impuesto Oiga 78: hacer entender a la gente que los razonamientos, cuando no son estériles monólogos, no debieran excluirse unos a otros sino, al contrario, bueno sería que se entrecrucen para conformar un diálogo, dando así signos de vitalidad e inteligencia. Pensé en la incomprensión que despertaría esta urticante posición del justo medio escogida por Oiga 78, con ánimo de interpretar la conciencia nacional y no sólo la de un bando. Sobrarán -calculé- los que se pregunten ¿qué beneficios pretenderá lograr Oiga 78 con esa postura arribista de ponerse al medio?
No entienden, quienes equivocadamente creen que justo medio es intentar estar bien con todos, que se trata de la más incomprendida y la peor pagada de las posiciones, quién sabe la más ingrata, pero también la más necesaria en el Perú de hoy. Porque el justo medio -adviértase el concepto de justo- no indica colocarse en el fiel de la balanza, en la quieta neutralidad, sino en hurgar razones en los argumentos de un bando y otro y en tratar de conciliar los fomentando el diálogo, con el propósito de encontrar una solución, que nunca será del agrado de los fanáticos, por desgracia hoy tan abundantes en nuestra patria.
Creer que los problemas del Perú -que han llegado a un punto de colapso- podrán solucionarse sin la participación de todos los peruanos, sin un diálogo nacional, es una simple insensatez. Y contra ella se alza Oiga 78. También y sobre todo contra la otra «solución», a la que aspiran los sectarismos de todos los colores: la totalitaria aniquilación del adversario. El justo medio es hallar la difícil solución democrática -gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo-, que le cierre el paso a la tentación totalitaria de derecha e izquierda.
Vuelvo del destierro con el firme propósito de cumplir esta tarea, repitiendo las mismas invocaciones de los Oigas de ayer y de anteayer.
la experiencia de los años vividos, equipara mas versatilidad si hemana de las bocas proliferas de una juventud procaz.... crea en verdad que solo depende de unos cuantos, tarea dificil de luchar contra la corriente.. pero los que son bien cuajados mueren en el intento...
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