Esta es la visible realidad electoral que las empresas encuestadoras tratan de maquillar y de consolidar, elaborando cifras y extravagantes interpretaciones técnico-filosóficas, con el propósito de influir en el ánimo de los electores, por lo general proclives a seguir la corriente ganadora. Los encuestadores peruanos ya están curtidos en estas triquiñuelas del criollismo. Para mantener su credibilidad les basta con acertar 48 horas antes de la elección. Esos resultados calientes -que para lograrlos no hace falta tener montada una encuestadora- son los que exhibirán en sus folletos de propaganda como prueba de su eficiencia. Les quedan libres semanas y meses para servir al amo de turno, equivocándose a fondo en porcentajes de vergüenza. Allí están prueba los cinco últimos comicios. (Todos ellos, por extraña coincidencia, siempre comenzaron favoreciendo a la candidatura mejor situada en el mercado de valores económicos).
Pero la realidad no es una sola. Frente a lo visible y a lo que nos dicen las encuestadoras, se viene advirtiendo otra realidad. Una realidad escondida, no por oculta menos real, que se advierte en las conversaciones diarias, en la voz de los taxistas, en la de las placeras y en los hombres de la calle comunes y corrientes. Es la voz que los canillitas no pregonan, pero que se pasan entre ellos. Una realidad que comenzó a formarse hace tiempo: cuando la continuidad de las mentiras presidenciales hizo recordar al bacalao malogrado y al no-shock. Una nueva realidad que ha ido creciendo al ritmo de las mentiras y los engaños de un presidente que confunde la estratagema militar con el arte de gobernar.
Otro es el sentir del electorado después de haber comprobado que no sólo no se tomó Tiwinza –como afirmó el presidente Fujimori– sino que se perdió –y quién sabe sea para siempre–; que por haber caído en la trampa de Tiwinza fueron abatidos por los misiles ecuatorianos nueve naves aéreas; que por ese mismo error han muerto más de cincuenta jóvenes peruanos que hubieran preferido vivir a ser declarados héroes. Otro es el sentir del electorado al enterarse de que la más elemental evaluación del terreno y del enemigo obligaba -si la decisión era militar- a no plantear la operación en esa zona y -si se actuaba como estadista- a reaccionar como lo hubiera hecho el embajador Pérez de Cuéllar: denunciando la invasión y viajando de inmediato a entrevistarse con los presidentes de los cuatro países garantes. De este modo no hubieran tenido que regar con su sangre en esos perdidos y fangosos parajes de la selva medio centenar de peruanos, pues Fujimori no hubiera dado la disparatada orden dé bombardear Tiwinza con helicópteros y aviones y menos de avanzar sobre ese puesto con la infantería. Esto último no lo digo yo; de ello -de esas órdenes militares- se autoconfesó el propio presidente ante un redactor del New York Times, quien, sorprendido por el fluido lenguaje castrense de Fujimori, lo calificó de ‘el Patton peruano’. Eran días en que la victoria parecía estar al alcance de la mano. De este modo pacífico, diplomático, se hubiera llegado a Itamaraty sin un fracaso militar a cuestas y con las armas del Protocolo intactas. Y no como ahora: derrotados y sin poder probar que Ecuador atacó de sorpresa al Perú, ya que la presencia ecuatoriana en territorio peruano no es de hoy sino de años atrás.
Se ha puesto en claro que la batalla, escaramuzas, enfrentamientos o como se quiera llamar al trágico y atroz intercambio de muertos -que en paz descansan- y heridos -muchos de los cuales deambularán más tarde por las calles pidiendo limosna-, fue aceptado por el alto mando peruano en un terreno que nos es por completo desfavorable y que de esa batalla o escaramuza hemos salido perdedores. Esto es lo cierto. Esta es la verdad y no lo que dijo y dice el presidente Fujimori. Y esto ya lo sabe la gente. Como pronto sabrá que la firma de la paz de Itamaraty fue otra derrota, consecuencia de la anterior. Es una firma que se nos impuso y que el señor Luigi Einaudi -por fortuna amigo del Perú-será el encargado diplomático de hacerla cumplir “con concesiones de las dos partes” Desgraciadamente, la pregunta que fluye es fatal para el Perú; ¿Están los peruanos dentro del territorio ecuatoriano? ¿Es el Perú el país que reclama, siquiera una piedra, del otro? ¿Cuál de los dos países será, pues, el sacrificado con las concesiones?
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