Para OIGA ha concluido en esta edición el proceso electoral y nada más puedo añadir sobre unos resultados que, por las características nada democráticas del proceso, obedecerán a estímulos difíciles de descifrar con anterioridad a la voz de las urnas.
Por lo demás, la paradisíaca libertad en la que se desenvuelve la prensa en el Perú actual –ver nota en páginas 27 a la 30–, obligó a OIGA a cambiar de imprenta la semana pasada, de lo que resultó, por naturales imprevisiones de esa apurada situación, que la edición apareciera plagada de gruesos errores de corrección y el editorial resultara incomprensible en varios párrafos. Por ello y porque el tema es de singular Importancia en estos momentos en que se va poniendo al descubierto la incompetencia con la que el jefe del Estado condujo y conduce nuestras acciones diplomáticas y militares en el conflicto con el Ecuador, el editorial de hoy es el mismo de la semana pasada y va a continuación:
Podría ocuparme hoy del vuelco que se viene produciendo en el electorado, cada vez menos dispuesto a seguir dejándose engañar por las persistentes mentiras del presidente Fujimori y día a día, más proclive a confiar en la sencillez, el modo afable, el agudo sentido de la ironía de un hombre serio y sólido que fue Secretario General de la ONU y no se mareó con el poder, no se dejó vencer por el envanecimiento, ni olvidó su Cordón umbilical con su patria, la de él y de los Pérez de Cuéllar que lo precedieron en estas tierras duras, de arenales inhóspitos, de selvas bravías y de alturas de vértigo y de piel arrugada y yerma. Territorios que guardan con avaricia, ocultas en su seno, riquezas sin fin y que poseen múltiples rincones de verde promisor. Territorio con historia antigua, que comenzaron a escribir las civilizaciones preincaicas con sus refinadísimas telas y ceramios leves, con los misteriosos pasajes subterráneos de Chavín y sus fieras cabezas clavas, y su lanzón esbelto y sus cóndores detenidos en la piedra. Porque eso es el Perú. Además de las enormes ciudades de barro con sus murales magistralmente policromados y sus oratorios solemnes, colocados frente al mar, que precedieron al imperio inmenso, sabiamente organizado, con sus ciclópeas fortalezas de piedra y esas piedras precisas colocadas en los picos mágicos de montañas encantadas. También es el Perú el coraje descomunal de los conquistadores españoles que doblegaron ese Imperio, consustanciándose con la tierra, el paisaje y la gente que iban encontrando y los iba deslumbrando. Y sigue siendo Perú nuestra historia republicana. Una historia que no logra crecer, que no sale de su cuna cargada de tradiciones, que repite y repite gestos heroicos coronando una derrota. Historia que no ha logrado todavía alcanzar el uso de la palabra y la razón, y que no cesa de tropezarse con infortunios sin cuento. ¡Pareciera que fuera otra mentira eso de que Dios es peruano y que lo cierto más bien fuera que los dioses andan enojados con nosotros!
Sólo a un país sumido en el infortunio le ocurre lo que me cuenta una persona de mi absoluta confianza: que él ha visto, en manos de un general de nuestro Ejército, el acta de entendimiento entre el jefe peruano del Cenepa y el coronel ecuatoriano que comandaba las patrullas infiltradas en la zona, para que no hubiera disparos de muerte entre los soldados a las órdenes de uno y otro. El acta está firmada con fecha 13 ó 14 de enero y lleva las rúbricas del coronel ecuatoriano, el general López Trigoso y un testigo. El acuerdo al que se llegó, siguiendo las normas que los militares de ambos países aprobaron en las conversaciones que pusieron fin al conflicto de 1981, fue sellado en el PV1 bebiendo pisco peruano por la paz. Esas normas de seguridad, para evitar rozamientos bélicos en una región sumamente intrincada, se habían venido cumpliendo desde el año 81, cuando los almirantes Sorrosa por Ecuador y Dubois por el Perú, acordaron los términos del punto final a la infiltración en el falso Paquisha.
¿Por qué el 26 de enero se rompió esa acta de entendimiento firmada para poner fin a unos razonamientos a balazos ocurridos días antes entre patrullas de uno y otro bando?... Y aquí comienzan a encresparse las voces de muchos oficiales peruanos de las tres armas, porque no entienden cómo es que se da la orden de atacar un puesto prácticamente inexpugnable como Tiwinza, colocado en un punto inaccesible para la infantería y que sólo kamikazes pueden bombardear desde el aire, tanto por la ubicación del blanco, -por completo favorable a los defensores- como por el moderno armamento de los ecuatorianos, adecuadamente preparados para enfrentarse a aviones y helicópteros anticuados y al pesado armamento de nuestros soldados.
De aquí el 9 a 0 en el aire y la mentira presidencial, con Mensaje a la Nación, de la toma y victoria de Tiwinza. De aquí el que la indignación de los militares, de los profesionales de la guerra, vaya in crescendo, pues no entienden por qué no se escogió un teatro de operaciones -favorable a nuestras fuerzas, en lugar de situarnos, como nos situamos, en el punto más adverso -para el Perú- de toda la frontera... ¿Que esa era la zona invadida?... Para los militares no es válido este argumento.
Para ellos no hay disculpa al tremendo yerro de meterse en un fangal con el objetivo en las alturas, en posición por completo desfavorable para los ataques aéreos. Y mucho menos cuando esas infiltraciones no eran recientes ni eran ésas las únicas zonas invadidas. Amén de que el Perú no estaba al día en su armamento -menos para enfrentamientos en esa región- y el Ecuador sí y, justamente, con tropa bien entrenada para la zona. ¿Nada de esto sabía el Servicio de Inteligencia y, si lo sabía, cómo y quién hizo la evaluación de la situación y dio la orden de atacar Tiwinza y no un punto sensible de la geografía ecuatoriana, más apropiada para nuestro armamento?... La indignación militar tiene razones para crecer y crecer.
No faltarán quienes, con corazón patriota al viejo estilo, consideren que este tema no debe ser tocado ahora, que esa es tarea para los historiadores del mañana, y no faltará quien me endilgue el título de traidor a la patria. Y yo respondo preguntando: si el acta existe y son reales las firmas allí estampadas, ¿por qué va a ser útil ocultarlas hoy -que estamos a tiempo de corregir errores- y por qué ha de ser mejor que las polillas las descubran en el futuro? Actuar a favor de las polillas es hacer de avestruces, es esconder la cabeza frente a la realidad, es comportarse como, antiguamente, se nos enseñaba a no comportarnos, para no dejar de ser auténticos, verdaderos.
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